jueves, 11 de enero de 2018

A los cuentos de niños se les cambia el final


Una reflexión, a partir de algo que todo el mundo sabe: lo que conservamos del arte del mundo antiguo, tanto griego como latino, es una mínima parte de lo que fue. De algunos de los textos que más nos gustaría leer, como los poemas de Safo, conservamos
apenas retales. Lo que quizá no es tan obvio es que quienes quemaron esos textos, derribaron las estatuas, saquearon los templos y los museos, pensaban (como ahora los del ISIS) que nos estaban haciendo un favor a todos al eliminar una cultura injusta e inhumana de la que no habría razón para echar nada de menos. Se sentían parte de un cambio a mejor inevitable que acabaría con lacras como la esclavitud, se estaban vengando de quienes los habían tratado como inferiores, azotado, marginado; sentían un placer físico al ver arder los textos que no contenían sino mentiras e inmoralidades. Amenábar lo cuenta muy bien en Ágora. Con esa purga de lo antiguo comenzaba un mundo nuevo, presidido por el Evangelio, donde todos vivirían en paz y serían hermanos. ¿Les suena? No hay barbarie que no comience así, motivada por la lucha contra cierta injusticia previa, cargada de superioridad moral, desdeñosa de cualquier valor artístico o moral en las creaciones del enemigo. ¿Los genios de la filosofía o la literatura grecolatina? ¡Paganos, esclavistas, adoradores de ídolos! Cualquier escritorzuelo cristiano se sentía superior a ellos, porque él sí que era una buena persona que llevaba una vida recta y dedicaba sus esfuerzos a hacer el bien. De este modo desapareció, o casi, la civilización más brillante del mundo, de la que aún mana en gran medida lo que de bueno haya en la nuestra. Anegada por el rencor, la venganza y una superioridad moral que no tardó en demostrarse completamente ficticia.


No todo se destruyó, claro. A veces los materiales eran salvables, reutilizables.Todo era cuestión de cambiarles el fin... Se citó a los filósofos y a los poetas si se pensó que la verdad se exponía mejor refutando el error, o que cambiando aquí y allá (a Dionisos u Orfeo por Cristo, por ejemplo; a Venus por María), sin complejos ni consideraciones, se podían reorientar los atisbos que de algo bello y bueno hubiera en ellos, sustituyendo eso sí lo errado, lo moralmente inaceptable, por elementos conformes a la nueva sensibilidad. ¡Bien está lo que bien acaba!

No solo se destruyó, pues. También se adulteró, se faltó sistemáticamente al respeto a la integridad de las obras de los artistas y pensadores de antaño. Todo desde una conciencia limpísima. Desde el orgullo de estar mejorando lo que los otros no habían sabido hacer debidamente, víctimas como eran de su cultura inmoral y atroz.

Con este preámbulo creo que se entenderá bien lo que yo pienso y siento cuando me hablan de retirar cuadros de los museos o ponerles un cartelito infamante que avise que se trata de arte degenerado; dejar de ver las películas de tal o cual autor, una vez que un jurado popular lo ha declarado 'monstruoso' a través de las redes sociales y la prensa prensada; cambiar el final de las obras para que se ajusten a lo políticamente correcto y den buen ejemplo a los niños; y demás ocurrencias salvíficas para mejorar el mundo, comenzando por los infectos dominios de la cultura.
 
 

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