martes, 17 de julio de 2018

Diez cosas (y una más) sobre A pesar de los años (La Bossa y la Vida)


A pesar de los años
y los evos extraños,
no se acaba la muerte
ni mis ganas de hacerte
volar

reescribiendo la historia
con tu traje de novia,
entreabriéndome el cielo
con tu falda de vuelo.

Luna nueva
y en mi corazón,
¿quién bebió
las gotas del reloj?

Subrayar lo que es cierto,
recordarme que has muerto
y eres ya tu heredera,
tu muñeca de cera.

Ropa sucia
de mi corazón, 
¿quién bebió
las gotas del reloj?


1. El título original (y mejor) de esta canción era Las gotas del reloj. Lo cambiamos porque A pesar de los años son las primeras palabras de la canción, y era más fácil identificarla así en los ensayos.

2. Los evos extraños aparecen en la famosa cita del Necronomicón que inventó H. P. Lovecraft: No está muerto lo que puede yacer eternamente, y con los evos extraños también la muerte puede morir. Él hablaba de Cthulhu; yo, menos esotérico, del primer amor. Como uno se avergüenza de ser críptico, estuve a punto de cambiarlo en algún momento. Me alegro de no haberlo hecho.

3. ...porque si sí, no se entendería lo que dice a continuación: A pesar de los años / y los evos extraños, / no se acaba la Muerte.



4. Sobre la muerte de la Muerte habló también Mario Roso de Luna, el gran teósofo y ateneísta extremeño. Cuando era pequeño, sus libros, en ediciones de principios de siglo, eran una de las sorpresas más increíbles que aparecían al explorar la biblioteca de mi casa. El volumen pertinente se llama El libro que mata a la muerte o Libro de los jinas (o sea, de los yinn, los genios de Las mil y una noches y otras tradiciones orientales).



5. La canción está dedicada a una dama de verdad. Pero, como se trata de un amor infantil e imposible (el primero de quien les escribe), también se podría decir que habla de una dama completamente fantástica. Por citar un poema no inédito que habla de lo mismo (y de la misma),

Algo de ti creció cuando arrancaron
de cuajo tu presencia de mi vida
dejando este tocón: ves hoy la herida

sin verte. Cómo comprender que es esa
ficticia y melancólica princesa
que no eres tú lo que de ti criaron

las sombras de mi amor por no perderte:
la primavera eterna de tu muerte.

6. Cuando estábamos ensayando por primera vez esta canción Fátima y yo, en su casa, llegó nuestro percusionista Miguelón (que no es muy puntual) y, sin saludar ni nada, para no interrumpir el momento, cogió los bongos y comenzó a tocar a mitad de la canción exactamente lo que la canción necesitaba, como si la conociera de toda la vida. Desde entonces, la canción (¿un bolerito?, dijo) quedó ligada a él.

7. ...como si no pudiera sonar sin él, lo cual es cierto. De hecho, es él quien abre la canción (todos los demás no entramos hasta el segundo tiempo del quinto compás, lo que exige estar bastante atentos; una atención que te mete en la canción de forma distinta a ninguna otra del disco).

8. Solo cuando tuve que hacer la partitura, para compartir la canción con nuestras dos instrumentistas de formación clásica (la violinista, Andreana y la pianista, Flor), me di cuenta de que en el estribillo se produce un cambio de compás: del 4/4 de la estrofa se pasa a una célula rítmica formada por dos compases de 3/4 y uno de 2/4. Nada que nos hubiera llamado hasta entonces la atención a los demás músicos, ni que sepa yo explicar de dónde pudo salir. Como 3 + 3 + 2 son 8, es casi como tocar dos compases de 4/4. Hasta que lo escribes.

9. En algún momento del arreglo, en vez de hacerlo más complejo, como suelo, lo simplifiqué, dejando en la mayor parte del piano un fraseo en octavas (que remite a otras canciones del disco donde también aparece esta sonoridad).

10. El arranque de la canción fue, si no una idea de última hora, sí un descubrimiento relativamente tardío. Un día en casa se me ocurrió que, sin modificar la melodía de las estrofas, se podía cambiar la armonía, haciéndola más estática al comienzo y citando una de las Gymnopedies de Satie, con su legendaria cadencia plagal, pero con un tono levemente reggae. Como me recuerda Fátima, tras varios intentos de explicar lo que quería, le dije: Canta esa parte como si fueras Julieta Venegas. Y eso fue.

11. La idea de beber las gotas del reloj se deriva naturalmente de la imagen de un reloj de agua, una de esas clepsidras que usaron los griegos. Imagino ese agua amarga, como la que toman los iniciados del rito masónico. Beber ese agua es hacerse mayor. Bien por Peter, que rehusó (a)catarla.


viernes, 2 de febrero de 2018

Guerra al desnudo y la concupiscencia





Yo no me siento capaz de hacerlo, pero sé (lo siento) que un día alguien levantará la lupa de cada una de las pequeñas controversias de las que nos ocupamos y se verá toda esta época como un resurgir del puritanismo iconoclasta. Y del literalismo. Un mismo hilo (tampoco demasiado invisible) teje la destrucción de los Budas y la de Palmira, la de las obras de Graham Ovenden por orden judicial y la retirada del cuadro de Hilas y las Ninfas para 'favorecer el debate' sobre no sé qué.


No estoy diciendo que todo tenga la misma importancia o gravedad. Solo que son síntomas de un mismo movimiento, un Zeitgeist obsesionado con hacer limpieza moral a costa de la libertad de expresión y pensamiento. Irónicamente, este tipo de épocas produce los relatos más morbosos y sórdidos que uno pueda leer, pero dentro de un contexto de no ficción: la denuncia de los crímenes reales o ficticios que se persiguen. (Aunque, probablemente, el auge de las ficciones o semificciones sobre asesinos en serie, la fascinación por los psicópatas y los crímenes 'interesantes' y extremos, es otro rostro de ese mismo Espíritu del Momento —de hecho, es difícil que esas ficciones alcancen a los 'logros' reales de los devotos iconoclastas del ISIS, que harían ponerse blanco al mismo Sade.)

Quizá la abracadabrante sinergia entre algunas feministas occidentales y los islamistas llegue a entenderse mejor cuando se analice desde esa hermandad de fondo, ese deseo de mejorar y depurar la humanidad caiga quien caiga. Un señor (musulmán) destruye a martillazos una estatua alegórica femenina; una señora (feminista) retira un cuadro por cosificador. La fobia al desnudo femenino es la misma. Varía la coartada ideológica y el grado de saña.

Nótese que no hablo de ningún tipo de conspiración secreta (odio la conspiranoia). No creo que la gente aludida sea siquiera consciente de que les mueven impulsos similares, sinérgicos.

¿A quién le he leído algo en esta línea? A Amos Oz, desde luego. Y a Jung, cuando explicaba el nazismo como resultado del resurgir de un arquetipo (Wotan, según él). Me viene también a la mente Empédocles, que ya explicaba que el Odio tiende a la desintegración de lo mezclado en eentes homogéneos, puros.

Todo purismo se sustenta en el odio a la contaminación, el mestizaje. La demonización de la cópula heterosexual en Dworkin y McKinnon (dos veneros del feminismo puritano) es otro ladrillo de este muro. El sexo como algo sucio, por lo que tiene de mezcla de sexos y de invasión del espacio propio por el Extraño por excelencia. No es exageración ocasional, sino pulida conclusión del pensamiento de estas autoras, la de que toda cópula es una violación de la intimidad femenina por un invasor. (Camille Paglia concide. Pero ella encuentra esa idea, según y cómo, excitante.) Lógicamente, el amor entre mujeres queda libre de estas maldiciones. Es puro en el sentido que el Odio de Empédocles reclama: amor entre iguales, entre entes homogéneos.

El Amor, por el contrario, es en la cosmología de Empédocles (o al menos en mi recuerdo de ella, quizá un poco creativo) una armonía de contrarios, de seres heterogéneos que encuentran atractivas sus diferencias y subliman su agresividad en erotismo. El salto más fascinante es cuando el filósofo plantea la propia relación entre Amor y Odio como una relación de amor-odio, un ballet de enemigos implacables que se atraen y repelen. Y que se expresa en la mitología como el amor entre Afrodita y Ares (Venus y Marte). El Amor hace el Amor... con la Guerra (he ahí una verdadera militia amoris).

Hay ecos de este manera de pensar n Platón: el ejército perfecto estaría compuesto de amantes; el Amor es dialéctica (combate) de la Carencia y el Recurso; la dialéctica es la erótica de la verdad.

Mientras tanto, en el mundo sublunar, lo que estamos viviendo es como si la vida se hubiera convertido en una película solo-para-TV, de esas tan morbosas como moralistas, que nos echan en la sobremesa. Con muchos anuncios, claro: que son los discursitos de los ideólogos.

miércoles, 31 de enero de 2018

Medea y Lolita aguardan la opinión de Oprah



Aunque hay muchos frentes abiertos, mi preocupación mayor en estos años es que vamos perdiendo habilidades importantes de lectura. Pongo un ejemplo: la tragedia Medea, de Eurípides. La historia de una madre que mata a sus propios hijos para vengarse de su pareja. Eurípides no escribió esta obra para recordarnos que Medea era un monstruo, una madre desnaturalizada. Eso hubiera sido muy fácil y no hacía falta su genio para llevarlo a cabo. Pero tampoco estaba en su mente lavar la culpa de Medea presentando a Jasón como un canalla que se merecía eso y más. Lo que intentó y logró fue lo propio de la tragedia: que comprendiéramos cómo llega un ser humano a hacer algo así. Ni más ni menos.

Esto es igualmente aplicable a Lolita de Nabokov o a cualquier otra obra de las que comienzan a estar en riesgo serio de censura. Nos muestran una parte de la experiencia humana. Por supuesto, es turbador descubrir que Medea tenía motivos de sobra para querer vengarse de Jasón de la peor manera posible; o que Humbert Humbert es tan culto y sensible como inmoral. Las obras trágicas nos recuerdan que la gente hace a veces cosas terribles. Y nos hacen comprender por qué las hacen.

Ahora bien, eso es justo lo que no queremos ahora que nos cuenten. Preferimos pensar que los que las hacen son criaturas inhumanas con las que ni podemos ni debemos empatizar en absoluto. Y de ese modo nos perdemos su enseñanza, que no es baladí (si entendemos, un suponer, que una madre mate a sus propios hijos para herir al padre de estos, quizá entenderemos por qué otra podría traumatizar a su hija convenciéndola de que su padre abusó de ella. Por ejemplo.) Y, en sentido contrario, leyendo Lolita entenderíamos también que se puede ser un intelectual de finísima sensibilidad y al mismo tiempo abusar de manera repugnante de tu hija adoptiva.

Si estas no son enseñanzas útiles en estos días, no sé cuáles puedan serlo. Pero confío en que se note lo a trasmano que van del discurso que se va haciendo hegemónico sobre el arte. Que sería de este estilo: ¿nos da Medea una imagen positiva de la mujer que ayude a las niñas que la lean o vean a ser más felices, libres e independientes? ¿Podemos de veras dejar que nuestros adolescentes lean una historia de abuso sexual en la que el narrador justifica y glorifica su obsesión por las nínfulas? ¿No dará eso argumentos a futuros abusadores?

Con ese tipo de preguntas retóricas caminamos hacia la destrucción de la literatura, convirtiéndola en algo tan chato que ni los ilustrados neoclásicos del XVIII hubieran creído posible llegar a tanto. La cuestión es si vamos a dejar que el porvenir de estas obras lo decidan personas que no las comprenden, pero que a pesar de eso están más que dispuestas a juzgarlas. Y (lo que más asco me da) personas que sí las comprenden (más o menos), pero que nos piden que pensemos en que no todo el público va a ser capaz de entenderlas bien, y por eso hay que protegerle de ellas.

martes, 30 de enero de 2018

Desánimo y lexicografía





Hay mucha gente que no entiende el propósito de los diccionarios. No están ahí para proponer una forma sana y políticamente correcta de hablar. Deben, sobre todo en el caso del diccionario de la Academia, recoger todo el vocabulario heredado y también el que se va incorporando en los últimos tiempos. Esto incluye términos tan odiosos como 'panchito', 'sudaca', 'feminazi' o 'judiada', y expresiones no menos penosas, como 'merienda de negros'.


El diccionario no es machista o racista por recoger estos términos (como no es pseudocientífico por recoger qué es el 'flogisto'). Los que los usan, seguramente sí. ('Seguramente', porque siempre cabe el uso oblicuo, irónico, etc.) Sin embargo, a la gente le mola la idea de que la Academia es un grupo de fachas misóginos que se refocilan redactando estas entradas. Es una forma barata de sentirse moralmente superiores. En realidad, revela una incomprensión total de lo que es la lexicografía. En sí, es una bobada, pero se suma a una corriente general que juzga todo sin entender casi nada, con parámetros fanáticos. Gente así pide que se retire 'Maus' de las bibliotecas o librerías porque aparece una esvástica en la portada. 'Maus', una obra maestra del cómic antifascista. 

Con esa gente (por no decir algo peor) nos toca vivir, y su poder va en ascenso. A mí me produce un enorme desánimo. Hay días que pienso que no merece la pena oponerse a la ola, que nos va a tragar sí o sí. Me gustaría decir que sigo luchando porque la rabia me impulsa, pero esos días, que van siendo más, es solo la conciencia del deber la que me obliga a hacer un comentario donde sé que no va a ser bien recibido, interrumpir un speech que a todo el mundo le está pareciendo de perlas para introducir un pero, poner pegas a la lapidación preventiva de alguien, etc. Alguien tiene que hacerlo, me digo. Pero a veces me gustaría no ser siempre yo.

viernes, 19 de enero de 2018

It's all too much (Robe Iniesta vs. Pablo Alborán)




IT'S ALL TOO MUCH

Esparcimiento cero

                Vivimos tiempos interesantes para la libertad de expresión. Siempre hemos sabido que la libertad de cada uno acababa donde empezaba la del otro. Pero la globalización ha producido un efecto de hacinamiento virtual que hace que ese espacio intermedio en el que uno podía extenderse, expandirse, esparcirse, se encoja drásticamente. A no ser que elijamos decir algo en la más estricta intimidad (y aun caben dudas de que eso siga existiendo: pues al final todo se sabe y se cuenta), se diría que hoy todo lo que decimos puede (y hasta debe) utilizarse en nuestra contra. Pocas eras han vivido con la intensidad de la nuestra el temor a pasarse, a dar un paso en falso que pueda ser inmediatamente capturado, quizá manipulado, y reproducido en cualquier caso viralmente hasta exponernos ante un jurado anónimo popular predispuesto a hallar cada día alguien de quien escandalizarse y a quien apedrear, hasta dejarlo exánime, sin empleo, sin prestigio, sin credibilidad, sin margen (en fin) de movimiento sino para pedir públicamente perdón por haberse salido de la raya. Una autocrítica que nos recuerda las que solía exigir el dictador Stalin a los que osaban discutir sus órdenes o no mostraban suficiente entusiasmo en sus elogios al líder.

                El humor es la víctima más inmediata de este recorte del espacio disponible para la libre expresión. Hoy, si una broma puede ofender a alguien, podemos apostar sin temor a equivocarnos a que ese alguien no solo se va a enterar enseguida, sino que además hará algo al respecto.  En su versión más brutal, ese algo puede ser poner una bomba en la redacción de una revista humorística o entrar en la misma con un arma y comenzar a disparar contra los 'chistosos'. Pero hay gente más sutil. A veces puede ser casi igual de efectivo declararse ofendidísimo en público (lo que antaño se llamaba rasgarse las vestiduras) y exigir a las autoridades (o a los jefes del chistoso) que respondan del mal gusto y el atrevimiento del chiste. Si no hacen nada, los ofendidos podrán declarar que el Gobierno y las leyes no protegen debidamente sus sentimientos, que reírse de lo que para ellos es sagrado sale gratis, que quizá ya no sientan obligados a respetar las leyes de una sociedad que no los respeta. Si el chistoso trabaja para un medio de comunicación, una editorial, una casa de discos, se podrá amenazar con un boycott que quizá no acabe de la noche a la mañana con la empresa, pero le hará perder anunciantes y usuarios, adquirir una mala publicidad, una mala imagen, un mal karma, que con toda certeza no desean.

                Pero después del humor, y con él, cae el arte. De repente, sentimos cómo han envejecido y perdido casi todo su vigor las ideas que desde el romanticismo proclamaban al arte libre de obligaciones con cualquier otra cosa que no fuera la belleza y la expresividad. Como en la Ilustración, ahora a cada obra de arte se la juzga por sus consecuencias, por su efecto sobre el público. Esto podría ser justo si se valorara una obra teniendo en cuenta, en primer lugar, los beneficios que puede aportar a un receptor idóneo, adecuado. Por ejemplo, si una obra es irónica, podríamos juzgarla por el placer que provoque en aquellos que son capaces de entender y disfrutar su ironía. Pero esto no es así. La nueva premisa es que hay que juzgar una obra, en gran medida, por su efecto sobre aquellos incapaces de entenderla. Así, dará igual que tú hayas dicho algo en broma, si alguien se puede ofender creyendo que lo has dicho en serio (y, si cree eso, no va a cambiar de opinión porque le digas que bromeabas; pensará que al quitarle hierro solo intentas eludir tu responsabilidad). Tampoco importará, por ejemplo, que si tu obra contiene (un suponer) una apología del crimen, el terrorismo o cualquier otro horror cierto o percibido como tal, estas palabras reprobables estén puestas en labios de un personaje, y no se pueda por tanto creer automáticamente que lo que está diciendo este es lo que piensa el autor. El acusador dirá que al poner lo que piensa en boca de una marioneta creada por él, el autor intenta despistarnos, como si no fuera evidente que esas palabras se le han ocurrido a él y que ha sido él quien las ha puesto por escrito o las ha dicho. Peor aún: el acusador nos dirá que él, si se pone, es capaz de distinguir entre lo que piensa el autor y lo que piensan sus personajes, pero que no todos los lectores son capaces de tal sofisticación, y hay que tener en cuenta el daño que pueden sufrir estos lectores ingenuos si se toman al pie de la letra lo que el autor ha escrito en su obra. 

Y, sin embargo...

                Y, sin embargo, no siempre ha sido así, ni siempre pensamos de este modo, penalizando la osadía de aquel que va demasiado lejos. De una obra magnífica (una gran película, una gran canción, una improvisación en la que un rapero se come a su rival y al mundo) seguimos diciendo que se sale. Percibimos entonces el exceso como excelencia: y, por contraste, nos damos cuenta de hasta qué punto eran previsibles y aburridos los que se habían limitado a darnos más de lo mismo, a apostar por lo seguro, a mantenerse dentro de lo aceptable. 

                Aceptable es lo que un profesor pone en un examen o un trabajo que tiene un pase, que no está del todo mal —pero que, desde luego, no tiene nada notable ni sobresaliente. La etimología no miente: es imposible ser notable sin ser un notas, ni sobresalir sin llamar la atención y extenderse en ese discutido espacio entre uno mismo y los demás. 

                Comparemos, por ejemplo, dos canciones de amor, una de Extremoduro y otra de Pablo Alborán. En la del segundo, dice el cantautor (o cantante melódico) a su chica que

Has volcado mi universo
y con un solo beso has parado mi tiempo.
Canta por dentro un corazón que late muy lento
cuando estoy sin ti.

                Ella no está, él la echa de menos. La cosa se podría haber dicho, desde luego, de maneras aún más predecibles (sin ti la vida no tiene sentido, si no estás siento que no estoy vivo, mi vida empieza cuando tú estás y un largo etc.). Que su corazón lata más lento si ella no está tiene sentido sin ser una cosa enteramente obvia. Que, ya de paso, cante por dentro, por fuera o por los bordes no es una imagen muy novedosa que digamos: en 1968, John Lennon, en parecidas circunstancias (a miles de kilómetros de su amor, Yoko, en la India; y a muchos años de distancia de su madre, muerta cuando era un niño), se acordaba de esta metáfora del corazón cantarín y la rechazaba por manida y falsa, como un ideal que nunca se cumple: when I cannot sing mi heart, nos dice, I can only speak my mind (Julia). Y lo preferimos.

                Ahora veamos cómo expone Robe Iniesta este mismo sentimiento de anonadamiento del amante abandonado:

Sin patria ni bandera,
ahora vivo a mi manera;
Y es que me siento extranjero,
fuera de tus agujeros.

Miente el carné de identidad:
tu culo es mi localidad.

                Tu culo es mi localidad es abiertamente grosero. No se lo vamos a aplaudir. Pero en me siento extranjero / fuera de tus agujeros esa misma grosería aparece purificada por el ingenio. El tipo logra ser a la vez cochino y tierno, cínico y emotivo, coloquial y conceptista. 

                Iniesta puede ofendernos, pero si le pillamos el punto, la gracia, si aceptamos su propuesta estética, nos dice algo que no le hemos oído o leído antes a nadie, en una forma que es también sorprendente, fresca. Por contraste, Alborán se mueve en un terreno de metáforas de éxito tan garantizado como parcial: esos besos que paran el tiempo, esos universos volcados y esos corazones cantarines a medio tiempo forman todos un imaginario que tenemos la sensación de haber recorrido infinitas veces desde que empezamos a escuchar canciones románticas. 

                Incluso los pequeños desvíos que vuelven sus letras un poquito mejores que las de otros cantantes azucarados no sabe uno si resisten un escrutinio más exigente. ¿Tiene mucho sentido volcar un universo? Dicho así, parecería que ese universo es un brick de zumo o algún otro tipo de recipiente cuyo contenido se vuelca por error, o bien un volquete de esos que se utilizan para acarrear escombros; cuando seguramente de lo que se trataba era de darle un vuelco a ese mundo, dejarlo patas arriba y cabeza abajo, cambiar totalmente los valores y las prioridades del enamorado. La expresión, más que apartarse del tópico, es meramente rebuscada, y ese rebuscamiento no añade ningún matiz interesante a la idea: parece solo una fórmula perezosa para expresarla en pocas palabras, sin partirse mucho la cabeza con el metro o la rima, sacrificando a cambio la propiedad del idioma, aquella manera de hablarlo con fluidez y elegancia que llamamos ser idiomático. A lo peor, se trata sencillamente de decir algo que suene bonito. Y no hay cosa tan alejado de lo hermoso como eso: lo que suena bonito

                No hay arte sin atrevimiento. Tanto si pensamos que el acierto artístico consiste en decir cosas nuevas como, más modestamente, en decir las de siempre de otro modo, lo cierto es que al arte necesita adentrarse en lo otro para encontrar allí lo que no se nos da ya hecho, lo que aún queda por decir, por intentar. Traerlo aquí, al mundo de lo que se puede decir y ver, siempre es un riesgo: lo que allí parece oro puede y suele transformarse en plomo aquí, a la luz del día. Ponerle encima aduanas a ese proceso, hacerle pasar al artista un control de alcoholemia y buenas costumbres cuando vuelve del abismo con mercancía nueva es feo y, en el fondo, es irresponsable. Porque si alguien no abriera de vez en cuando las ventanas y dejara entrar aire nuevo (y con él, el frío), hace tiempo que habríamos muerto todos de un cálido y seguro aburrimiento.

jueves, 11 de enero de 2018

A los cuentos de niños se les cambia el final


Una reflexión, a partir de algo que todo el mundo sabe: lo que conservamos del arte del mundo antiguo, tanto griego como latino, es una mínima parte de lo que fue. De algunos de los textos que más nos gustaría leer, como los poemas de Safo, conservamos
apenas retales. Lo que quizá no es tan obvio es que quienes quemaron esos textos, derribaron las estatuas, saquearon los templos y los museos, pensaban (como ahora los del ISIS) que nos estaban haciendo un favor a todos al eliminar una cultura injusta e inhumana de la que no habría razón para echar nada de menos. Se sentían parte de un cambio a mejor inevitable que acabaría con lacras como la esclavitud, se estaban vengando de quienes los habían tratado como inferiores, azotado, marginado; sentían un placer físico al ver arder los textos que no contenían sino mentiras e inmoralidades. Amenábar lo cuenta muy bien en Ágora. Con esa purga de lo antiguo comenzaba un mundo nuevo, presidido por el Evangelio, donde todos vivirían en paz y serían hermanos. ¿Les suena? No hay barbarie que no comience así, motivada por la lucha contra cierta injusticia previa, cargada de superioridad moral, desdeñosa de cualquier valor artístico o moral en las creaciones del enemigo. ¿Los genios de la filosofía o la literatura grecolatina? ¡Paganos, esclavistas, adoradores de ídolos! Cualquier escritorzuelo cristiano se sentía superior a ellos, porque él sí que era una buena persona que llevaba una vida recta y dedicaba sus esfuerzos a hacer el bien. De este modo desapareció, o casi, la civilización más brillante del mundo, de la que aún mana en gran medida lo que de bueno haya en la nuestra. Anegada por el rencor, la venganza y una superioridad moral que no tardó en demostrarse completamente ficticia.


No todo se destruyó, claro. A veces los materiales eran salvables, reutilizables.Todo era cuestión de cambiarles el fin... Se citó a los filósofos y a los poetas si se pensó que la verdad se exponía mejor refutando el error, o que cambiando aquí y allá (a Dionisos u Orfeo por Cristo, por ejemplo; a Venus por María), sin complejos ni consideraciones, se podían reorientar los atisbos que de algo bello y bueno hubiera en ellos, sustituyendo eso sí lo errado, lo moralmente inaceptable, por elementos conformes a la nueva sensibilidad. ¡Bien está lo que bien acaba!

No solo se destruyó, pues. También se adulteró, se faltó sistemáticamente al respeto a la integridad de las obras de los artistas y pensadores de antaño. Todo desde una conciencia limpísima. Desde el orgullo de estar mejorando lo que los otros no habían sabido hacer debidamente, víctimas como eran de su cultura inmoral y atroz.

Con este preámbulo creo que se entenderá bien lo que yo pienso y siento cuando me hablan de retirar cuadros de los museos o ponerles un cartelito infamante que avise que se trata de arte degenerado; dejar de ver las películas de tal o cual autor, una vez que un jurado popular lo ha declarado 'monstruoso' a través de las redes sociales y la prensa prensada; cambiar el final de las obras para que se ajusten a lo políticamente correcto y den buen ejemplo a los niños; y demás ocurrencias salvíficas para mejorar el mundo, comenzando por los infectos dominios de la cultura.