sábado, 24 de mayo de 2014

Danzas del norte (Alfonso García Pecharromán)

Alfonso García Pecharromán, gran amigo que nos dejó de forma prematura y trágica, compuso varias piezas preciosas de sabor medieval y renacentista que nos han acompañado a lo largo de los años, primero en Ciento Volando y ahora también en La Bossa y la Vida.

De ellas, probablemente la que más ha ido mutando con el tiempo es esta danza instrumental, que Alfonso tituló, si no recuerdo mal, Alt-Niederländische Tänze, 'danza holandesa antigua' (pensando quizá en las danzas holandesas del compositor renacentista Tielman Susato; o en la colección de danzas anónimas que interpreta con ese título la Trapp Family), pero que en algún momento rebautizamos como Danza del norte.


Conservo (pero aún no he conseguido digitalizarla) una versión del propio Alfonso a la flauta, acompañado por mí a la guitarra y con Daniel haciendo una segunda voz en otra flauta. En lo que aparece, la versión más antigua que tengo es esta cientovolandera, un tanto new age, que hicimos Daniel y yo ya en este siglo: él grabó las dos flautas y yo el acompañamiento al piano.


Cuando emprendimos La Bossa y la Vida, nuestro flautista, Paco, se enamoró enseguida de la pieza, así que la montamos con flauta, guitarra y percusión. Esta es la versión más bonita que he encontrado de las varias que grabamos el año pasado en ensayos y directos:


Por su parte, Daniel también se quedó dando vueltas a la pieza y la montó con Luli a la melódica y él mismo a la flauta, en un arreglo más folk y ancestral. Cuando preparamos varias canciones de Agustín García Calvo, retomamos la pieza de Alfonso como introducción a una canción musicada por él, el Conjuro. Así sonó el tema completo el 25 de enero de este año en La Cabrera, con Luli a la melódica y el bajo, Dani a la flauta y el albokote, Juan Fran a la percusión, Fátima a la voz cantante y yo mesmo a la guitarra:


...Pero ni por esas la pieza se dio por contenta. Con la nueva formación de La Bossa y la Vida hemos seguido trabajando sobre ella, y así suena (en versión virtual) el último arreglo que estamos tentando, con nuevas melodías para la flauta y la trompa, el violín en la melodía principal y un ataque final en el que se reúnen todas las melodías a la vez.


jueves, 15 de mayo de 2014

Incorporando sombras



Con humildad, confesaba Rafael Sánchez Ferlosio en un artículo suyo que, habiéndole dado por darle vueltas por libre, como hace siempre, a cuestiones relacionadas con la antropología (el rendimiento simbólico del margen y lo marginal en ritos y otras actividades humanas), al leer luego a Mary Douglas u otros autores similares se dio cuenta de que había descubierto el Mediterráneo. Lo cual, a pesar de todo, no dejaba de ser una validación tanto de su propia agudeza como de las observaciones ajenas: algo habrá de razón común en conclusiones a las que distintas gentes van llegando por su cuenta.

Digo esto como disclaimer porque estos días, explicando en clase lo que quiere decir comprender, íbamos a parar a un terreno que seguramente esté más que explorado, pero que a mí, como profano de la psicología del día, se me hizo novedoso.

En efecto, si uno piensa que el sentido original de comprender es el de 'albergar, incluir' que tiene en oraciones como Esta casa comprende varias habitaciones o Esta unidad comprende cuatro apartados, parece inevitable preguntarse cómo se pasa de eso a cosas como Comprendo tu posición, pero no la comparto o Nunca logré comprender a mi padre.

En este punto, nos acudía el recuerdo de esa triquiñuela de los sistemas operativos más modernos que es la posibilidad de ejecutar otros sistemas ya anticuados, o simplemente distintos, en una 'máquina virtual' que actúa como si fuera, pongamos Windows XP, pero dependiendo de un entorno 'real', externo, que es, pongamos, Windows 7.

Comprender algo, y sobre todo a alguien, viene a ser habérselo instalado satisfactoriamente en la propia sesera. Sentimos que comprendemos a alguien cuando somos capaces de poner en marcha, como una de esas máquinas virtuales, la idea que nos hemos hecho de él, y que esta simulación produzca previsiones satisfactorias: 'Fulano, sobre esto, diría tal cosa' o 'Seguro que esta canción la va a gustar a Mengano'.  (Tanto más satisfactorias estas previsiones, de hecho, cuanto menos se parezca lo que creemos que diría Fulano o le gustaría a Mengano a lo que nosotros mismos diríamos o apreciaríamos).

Viendo así las cosas, resulta lógica la tremenda resistencia de muchos a entender a otros: es comprensible que uno no quiera 'instalarse' a un psicópata o a un fanático religioso, por ejemplo (si es que hay diferencia entre ambas cosas); y es dudoso que uno pueda entender de veras a un desaprensivo o un mezquino sin contaminarse con semejante roce.

La negativa a entender nos mantiene, así, 'puros', o simplemente cómodos. Una mala postura si de hecho necesitamos tratar con ese tipo de gentes y combatirlas, o al menos precavernos contra sus ataques.

Por otra parte, junto a la simulación exitosa, que nos permite predecir con cierto acierto  lo que sentiría o pensaría Zutano (y, de paso, sentir de rebote sus posibles penas: hacernos empáticos con él) y la abortada (que es, mirada de otro modo, un éxito de nuestra intolerancia), tertium datur:  no es nada extraño que nos hagamos una idea vívida de alguien que nos importa y  creamos por ello haberlo comprendido —...para más tarde descubrir traumáticamente que en esa imagen que habíamos hecho tan nuestra y que parecía funcionar a todo trapo es bastante escaso el input externo (lo que procede de la interacción con esas gentes) y mucho lo que habíamos volcado en su figura de nuestras propias necesidades y expectativas.

Peor aún (o no): tampoco es nada raro que en el momento crucial decidamos que nos importa y nos gusta más la idea que nos habíamos hecho de alguien que la que tendríamos que recomponer penosamente si fuéramos a 'actualizar' su imagen integrando la información discordante. El culto a los héroes (y a su sombra, los supervillanos) sobrevive así a la evidencia de sus flaquezas y crímenes (o de sus 'momentos humanos').

Comprender, pese a todo, parece la mejor opción, si uno tiene que interactuar con gente que no le agrada (¿y quién no tiene que hacerlo?). Es cierto que albergar multitudes consume recursos, socava convicciones y adensa el tráfico. Pero, por más que nos exaspere, esa ha sido nuestra opción, la que funda en el mito nuestra identidad cultural, medio grecorromana, medio judeocristiana. Ante posibles reclamaciones, quien nos tendió el fruto del conocimiento (y es imposible conocer sin entender) podría respondernos con aquella coplilla de Isabel Escudero:

Toma media manzana, 
buen amiguito
—y también a medias,
el gusanito.

jueves, 8 de mayo de 2014

Por amor a lo que venga (encore)


Los enfoques técnicos, realistas, de las cosas siempre me dejan rumiando por debajo un cierto descontento o descreimiento. Como hoy me ha tocado un buen rato de exposición a métodos y planes, a lo mejor me perdonáis, querido lector, que os cuente un poco lo que me pasa.

Resumiéndolo en una frase, el problema de la gente que sabe hacer cosas es que solo hace las cosas que sabe hacer. Lo señaló Robert Fripp, y qué razón tiene. La alternativa es intentar cosas sin tener garantía alguna de que de ellas pueda salir algo de provecho. Empeños, que no proyectos.

Cada vez que la gente me habla de fijarse tales y cuales metas y actuar en consecuencia, me pregunto qué sentido tiene pensar así. Sobre todo porque las metas en cuestión suelen ser cosas que ni regaladas ni obtenidas con grandes sacrificios me conmueven.

Para mí la gracia siempre está en lo que va pasando de imprevisto en los fregados en los que me meto. Que un vals se convierta en un blues. Que esté contando en clase un mito poco conocido y alguien se quede asombrado porque es lo mismo que soñó anoche. Cosas así.

Y como cosas así me llevan pasando toda la vida, no me impresiona mucho el escepticismo de aquellos a los que no les suceden.