miércoles, 29 de enero de 2014

Cuatro poetas cientovolanderos (II): José Canal Rosado


Generalmente, se desconoce a nuestro último invitado, Gabriel Celaya, de la peor manera posible: creyendo que uno sabe lo suficiente sobre él con la visión, harto parcial, que dan de él los libros de texto como vate social más o menos airado y profético. Nuestro poeta cientovolandero de hoy, José Canal Rosado, no tiene ese problema; directamente, no se le conoce fuera de un círculo muy reducido, asociado a la revista literaria extremeña que fundó en 1945 junto a Jesús Delgado Valhondo y otros amigos, Alcántara.

Cuando publicó Ciento Volando, en 1970, Canal, nacido en Arroyo de la Luz en 1913, tenía 67 años, lo que, como solía recordar Gloria Fuertes, le puede pasar a cualquiera. Por tanto, no sorprende que se trate de un libro maduro, libre de cualquier tentación estridente, y renuente con las pasiones de la carne. Uno de sus poemas, Fruta prohibida (pp. 21-23), describe en cuidadas liras cómo el poeta se siente atraído por una joven placentera y renuncia a este amor tardío al contemplarse avejentado y ridículo en los ojos de su amada:

Entendí mi pecado,
se aflojaron mis brazos malheridos
y resigné, callado,
los instintos torcidos
del mal que me cantaba en el oído. 

Abrí al aire la reja
—amanecía Dios en la ventana—,
ahogué dentro una queja
y te dejé en la rama
intacta la color, pura y lozana.
 
En otro, titulado Despertar, se renuncia a los ensueños haciendo de ellos pájaros huidizos que no conviene añorar:

Vivir de nuevo era preciso,
volver los ojos hacia tierra
y ver volar los pájaros
y no llorar la ausencia.
 
La etiqueta de poesía arraigada, de utilidad general dudosa, parece en este caso pertinente: el libro tiene un tono general clasicista (no falta un soneto, aunque en general se prefiere la asonancia de ecos machadianos y juanramonianos) y exhibe sin complejos una devoción católica de tipo intimista que el propio autor comprende pasada de moda, pero que él declara vigente en su corazón y su entorno.

Como cabe esperar de esta entrada en materia, el cientovolanderismo de Canal es resueltamente reaccionario. Frente a la mentalidad práctica de los tecnócratas, el autor reivindica la poesía como vuelo (más bien inocuo e irrelevante) de la imaginación.  Dado que al parecer este fue su último poemario (murió 9 años después), resulta intrigante el contraste con el título del primero, Viento amarrado (1954), que sugiere más bien la voluntad juvenil de atrapar lo inconstante (el famoso pájaro en mano).

El poema que da título al libro es también el que lo cierra, y por tanto constituye en cierto modo la última palabra del poeta. Dice así:

Ciento Volando

Abrí la mano
y todo el aire se me hizo pájaros.

Era el día claro
y tenía sonrisa de campo;
por lo alto
pasaban sueltos rebaños
de corderos blancos
pastoreados despacio;
en el arisco peñasco
no había sombra de milano
y el árbol era todo árbol.

Sentía un temblor casto
de ancho y apretado abrazo
que me abrigaba en el costado,
me humedecía los labios
el verbo raro
de la palabra del salmo:

«En Sión quebró la mano
del Señor las espadas y los arcos».

Pero esto parece un verso ya sin canto.
—Ahora se rompe la maravilla de los átomos
para matar más rápido,
se hace oro del barro
y nadie quiere ser el buen samaritano—

Caminé paso a paso
y ante mí se abrían los espacios.

Había margaritas en el prado
y aroma de poleos en el regato;
para mi regalo,
me nacían alondras de los pies y las manos.

Llevaba en el zurrón muy pobre el hato
pero tenía el cielo ancho
y allí más de ciento volando.

lunes, 27 de enero de 2014

Cuatro poetas cientovolanderos (I). Gabriel Celaya


Habrá más, seguro —y me encantaría que los lectores del blog me ayudaran a descubrirlos. Pero cuatro no está mal para empezar: Gabriel Celaya, José Canal, Joaquín Sabina y Miguel d'Ors han publicado sendos libros (o secciones de libros) con el título de Ciento Volando, y han explorado lo que podríamos llamar la poética cientovolandera.

Paseemos, en esta entrada, por el primero de ellos.

Como mucha gente, supongo, supe del Ciento Volando de Celaya y su compañera Amparo Gastón, publicado en 1953 en Madrid por la editorial Neblí, a través del prólogo que Luis García Montero escribió para otro Ciento Volando, el de Sabina. Escribe allí (p. 7) GM:

El poeta Gabriel Celaya, junto con Amparo Gastón, publicó un libro titulado Ciento Volando (1953), con el deseo de buscar canciones en los vientos de su musa. 

El título no es, como veremos, la única conexión con Sabina. Pero vamos al libro de Celaya y Gastón: ¿cómo hallarlo? Es posible, desde luego, dar con la edición original, capricho de bibliófilos. Pero hay alternativas más económicas. La editorial Visor ha publicado en este milenio las poesías completas de Celaya en tres tomos. El primer tomo incluye los versos escritos entre 1932 y 1960, así que es de suponer que recoge el libro que nos interesa; por desgracia, el libro está agotado, así que no he podido comprobarlo.

De las antologías de Celaya que conozco, la de Castalia, Trayectoria poética (1993), por otra parte muy recomendable, no trae ninguna muestra de CV.  En cambio, Gabriel Celaya para niños (2011), de Ediciones de La Torre, sí trae varias canciones del libro.

Como uno no se conformaba con eso, al final he podido dar con el libro en un tomo ya antañón: las Poesías Completas de Celaya que publicó Aguilar, con prólogo de Vicente Aleixandre, en 1969 (harto incompletas, por tanto, pues Celaya siguió publicando hasta su muerte). Las páginas 1343-1342 recogen la obra y cierran el libro (dado que el tomo recoge otros libros posteriores, supongo que su posición se debe a ser una obra de autoría compartida).

Y bien: ¿qué trae o deja de traer el libro de cientovolandero? ¡Bastante! Pero antes de entrar en ello, anotemos la conexión sabinera: uno de los primeros poemas del libro, titulado Canción, se abre con el verso

Aquí donde se cruzan los caminos,

que apenas transformado (Allá donde se cruzan los caminos) abre Pongamos que hablo de Madrid, la primera canción famosa de Sabina. Teniendo en cuenta esto y la coincidencia en el título del libro, habrá que pensar que don Joaquín visitó con provecho estas páginas, en una edición u otra.

El poemario, como indicaba García Montero y confirma el título del poema que contiene el verso reciclado por Sabina, es más bien un cancionero sin música, al modo de las Canciones de Lorca o las de Agustín García Calvo. El nivel es irregular, pero hay poemas espléndidos. Este, por ejemplo, cuyos paréntesis recuerdan precisamente a ciertas canciones lorquianas (y a JRJ):

LA FABULOSA REALIDAD

¡Pero si no puede ser!
(Y fue.)

Cógelo bien, corazón.
(Ya cambió.)

Y así, perdida la cuenta,
lo real se hace poema,

signo, distancia, leyenda,
y sálvense los que puedan.


La referencia a lo inmanejable, a aquello que se da por inviable y que sin embargo sucede, pero que resulta imposible apresar, alude acaso al pájaro del refrán, que en este caso, por muy en  la mano que esté, muta y se transforma en otra cosa: lo vivido se hace palabras y en la distancia que se abre entre lo uno y lo otro debe el lector moverse por su cuenta y riesgo, sin que el autor le garantice otra cosa que la oportunidad de intentar salir con bien del invento.

En todo el poemario abundan los pájaros, que representan posibilidades inciertas: el amor, por ejemplo, en la estrofa final de La institutriz:

La señorita se ha puesto
la mano en el corazón,
y su abanico apresura
un posible ruiseñor.

Además de ser el título del libro, Ciento Volando es también el título de la primera sección del mismo, de la que proceden los versos que llevamos citados. La sección segunda se llama Coser y cantar, como el libro de Isabel Escudero, quien no sabemos (se lo preguntamos desde aquí) si manejó alguna vez el de Celaya. La tercera, que lleva un título estupendo (Música celestial) incluye entre otras cosas algunas reescrituras muy divertidas de las Rimas de Bécquer, que se dirían obra de una imposible Gloria Fuertes clasicista:

Hoy el cielo y la tierra se hacen guiños.
Hoy me siento contenta y soy quien soy.
Hoy le he visto, le he visto y me ha besado.
¿Qué dirá Dios?

La cuarta y última sección, A las mil maravillas, incluye los poemas más abiertamente cientovolanderos, como este:

¡A VOLAR! 

Le vi venir
y no fue así.
Le vi volar,
allá, allá.
Pajarillos, reíd,
¡volad, cantad!

Abrí la mano;
cerré; y en vano.
Muero pensando:
nada he cazado.
Pajarillos idiotas,
¡a la gloria, a la gloria!

¡La cogí! ¿Sí? ¡Pues no!
Se escapó. ¿Para qué?
Dijo abierto el amor
y no cantó el sí-sí.
Pajarillos, ¡volad!
No os dejéis explicar.

Con ese final que se hace tan agustiniano (recordemos unos versos próximos de Valorio 42 veces: No digas que sí / ni de ti ni de mí; / di que no, / di que ni tú ni yo).

Me gusta menos, pero lo traigo por la conexión explícita con los refranes y frases hechas pajariles, el titulado

LA CABEZA A PÁJAROS

Txori txoriyá,
txori choruá.
Los pájaros cantan
y Dios se calla.

Los pájaros cantores
que no cantan amores,
cantan sólo por cantar,
sin más ni más.

Txori txoriyá,
txori choruá.
Quizá no haya
que decir nada.

 (Una nota piadosa aclara el sentido de los dos primeros versos, quizá populares, compuestos en vasco, que dicen en castellano 'Los pájaro-pajaritos, / los pájaros locos'.)

Me gusta más este otro, con el que cierro la entrada, y con cuyo cierre dio por su cuenta John Lennon en el subtítulo de Norwegian Wood (This bird has flown):

PIPIRIGAÑA

Jugando a los niños
—¡pípiripingo!—
te pongo y te quito.

Te engaño, te enseño
—¡pípiri!, el quiebro—.
¿Lo viste? No es eso.

La mano al derecho.
La mano al revés.
¿Lo has pensado bien?

Una, dos y tres.
¿Lo viste? ¿Lo ves?
Pues no hay más que ver.

El pájaro —mira—,
una, dos y tres,
volando se fue.

domingo, 19 de enero de 2014

Ciento Volando (III): Más vale volando


Que el descontento con el refrán que venimos comentando (Más vale pájaro en mano que ciento volando) y el deseo de darle la vuelta vienen de lejos se ve en la divisa que el primer conde de Benavente, Juan Alfonso Pimentel (1398-1420), escogió para su familia: Más vale volando o (versión extendida) Más vale buitre volando.

 El conde de Benavente trae por devisa un buitre bolando y dize: 

Más quiero buitre bolando,

leemos en el Cancionero General (fº CXXXX vº) de Hernando del Castillo, publicado en 1511. La ocurrencia del conde de Benavente se incluye en esta obra dentro de un apartado de ingeniosidades (Las Invenciones) que recoge duelos de ingenio entre varios nobles. Así, al de Benavente responde el conde de Lemos en defensa de su propia divisa (una buitrera):

Este hambriento animal
su cobdicia le combida
aquí do pierda la vida.

La reivindicación del buitre no parece aquí, desde luego, un alegato a favor de las posibilidades sin fin, sino del poderío, simbolizado en el animal mayúsculo: Burro grande, ande o no ande, cabría parafrasearlo.

Con todo, en el origen de tan curiosa elección hay un conflicto con el Poder, como bien explica Rafael González Rodríguez en su blog sobre asuntos de Benavente, llamado precisamente Más vale volando: 
Disgustado Juan Alfonso Pimentel por la injusticia y tiranía con las que era tratado por el rey de Portugal a causa de haber tomado partido por doña Beatriz en el conflicto sucesorio portugués, decidió desnaturalizarse y envió a decir al rey que no era su vasallo. Renunció además a las fuerzas, dignidades y rentas de sus estados, ante lo cual el rey le advirtió que “más valía pájaro en mano, que buitres volando”, y el conde le replicó “más vale volando”, timbre que han ostentado históricamente las armas de estos condes. Así sobre el escudo familiar existente en la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente campea un buitre flanqueado por dos gallardetes con la leyenda: “Más vale volando”.
Frente a Cervantes, que recoge la fórmula habitual del refrán en ambas partes del Quijote, Avellaneda pone en boca de su Sancho una versión al modo del Conde:

Pues más vale buitre volando que pájaro en mano,

presentándola, bien es cierto, dentro de una sarta inoportuna de refranes que supone un despropósito (sobre este uso transgresor o lúdico de los refranes en el Quijote de Avellaneda, que lleva a deconstruirlos, v. este  artículo de Francisco J. Álvarez Curiel).

No menos intesante es el rechazo del refrán tradicional desde la Iglesia.  Felipe Díez fue un fraile hispano-portugués del siglo XVI que escribió, entre otras obras, unos enjundiosos Quinze tratados en los quales se contienen muchas excelentes consideraciones para los actos generales que se celebran en la sancta Iglesia de Dios muy provechosos para todos los fieles christianos, que vieron la luz en 1590.

Allí le vemos no solo defender al buitre volando, sino identificarlo resueltamente con Nuestro Señor Jesucristo: nuestro  predicador toma carrerilla remontándose a un pasaje de Job (28: 7) donde el profeta afirma Semitam ignoravit avis, nec intuitus est oculos vulturis, es decir, 'El camino' [que lleva a la mansión de la sabiduría] 'lo ignoró el ave, ni contempló los ojos del buitre' . Significa esto, según Díez, que no miró aquel pueblo [el judío, simbolizado en el ave del cuento]  los ojos del buytre, ni entendió la senda que llevaba en su buelo. [*]

Recuerda luego que según San Ambrosio ay cierto genero de buytres que las hembras conciben sine accessu maris (sin concurso del macho), y por analogía decide que por ello se puede llamar con razón Cristo nuestro Redemptor buytre, pues lo concibió su sacratíssima madre, quedando virgen. Salta de allí al refrán que nos ocupa, y lo aplica de este modo:  los judíos 
tenían el páxaro en la mano, esto es el mando, y el señorío de la sinagoga: y por no perder este páxaro, desecharon al Rey del Cielo Iesu Christo, aunque volaba con tantos milagros y tan alta doctrina.
No es tal desatino exclusivo de la secta judaica, sino que 
Esto dizen también ahora cada uno de los pecadores, más quiero páxaro en mano que buytre volando. Y aunque no lo dizen por palabras, dizen lo por obras; pues por el deleyte, por la honra y por los bienes temporales, dexan a Dios. Pero el justo dize, más quiero buytre volando que páxaro en mano: esto es, por seguir a Iesu Christo mi Saluador, y seguirle de todo mi coraçón, quiero dexar los deleytes y contentos humanos. Este buytre divino baxó con el ímpetu de su charidad del cielo a la tierra, al olor del linage humano, que estaua muerto por la culpa, y andaua entre los cuerpos muertos, esto es, conuersaua con los publicanos y peccadores.

Después de asistir a tal principalía del buitre, como encarnación de la voluntad del noble rebelde o del mismísimo Señor de los Días, resulta irónico recordar que animal tan exaltado, que se diría protagonista del refrán, se cayó poco después del mismo, quedando reducido a un pájaro cualquiera o a una bandada de aves anónimas. Ni siquiera (véase la nota final) la interpretación del buitre de Job como imagen del Salvador pasó el corte de la filología bíblica.

Que la reivindicación del buitre en vuelo venga de nobles y clérigos algo querrá decir sobre el carácter popular del refrán, tal como se entendió en un principio y aún se entiende a veces. Hay que esperar, creo, al siglo XX para asistir a una reivindicación de sesgo distinto. Veremos si los dioses nos conceden vuelo suficiente para alcanzar tales costas.

————————

[*] Este es, por cierto, un ejemplo del potencial creativo del error, pues hoy el pasaje suele entenderse de muy otra manera, con otra traducción latina (Semitam ignoravit avis, nec intuitus est eam oculus vulturis), en la que el buitre pasa a ser el villano de la historia: 'La senda la ignoró el ave y tampoco la divisó el ojo del buitre'. El ave anónima se convierte en halcón en la traducción de Schökel y Mateos, en la que además el buitre y su compañera de baile cambian de hemistiquio: Su sendero no lo conoce el buitre, no  lo divisa el ojo del halcón. En otra traducción moderna (la de Serafín de Ausejo), se conservan en cambio la anonimia de la primera ave y la posición de ambas: Su senda no la conoció ave alguna, ni vista de buitre llegó a discernirla.

sábado, 18 de enero de 2014

Tiento en modo frigio



Cuando se lanzan a improvisar o a componer, los pasos de muchos músicos les llevan de manera más o menos automática a la escala pentatónica y los doce compases del blues; a mí, en la misma situación, tienden a insinuárseme los contornos de alguno de los modos de la música antigua. Este tiento lleva el nombre (y la sonoridad) del modo frigio, ese cuya sonoridad nos remite en primer lugar al flamenco, pero que en realidad es anterior y exterior al cante jondo, y se da en muchas músicas tradicionales de Europa.

jueves, 16 de enero de 2014

Esperpento vital y etimológico


Hay algo escandaloso en la etimología. Es como acceder a la escena primordial: la concepción impura del concepto. Una vez que te envicias con ella, cuando de repente te paras a mirar una palabra y no tienes ni idea de su origen, sientes vértigo. Me pasó estos días con esperpento; compruebo, no sé si con alivio o con inquietud (Borges dixit), que tampoco Corominas y Pascual, autores de esa joya que es el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico,  tienen ni idea.

La geminación perper (cf. gargar-, barbar-) sugiere algo molesto u ostentoso que se produce de manera repetida, enojosa. Y el es- inicial podría provenir por analogía de términos como estruendo, estridente, escalofrío, etc.

Eso se me ocurre. Corominas y Pascual siguen otras rutas, pero admiten que no tienen especial fundamento. Que venga del italiano spavento. O de espíritu. Pensando siempre que la idea de partida es un ser monstruoso más o menos sobrenatural, una estantigua. O, ya puestos, un estafermo, cabría añadir —que es una suerte de espantajo ridículo contra el que se embiste, para entrenarse. Un espantapájaros metido a sparring.

Antes y durante Valle (que profundiza en el concepto sin apartarse de su sentido popular), el esperpento es ante todo espectáculo: pero un espectáculo penoso, patético, que da grima. Más que en los espejos deformantes, piensa uno en las fotos desenfocadas y en esa forma en que la realidad comienza a desdibujarse cuando uno se va quedando dormido o siente el subidón de una ola química. Los rostros de las personas se vuelven (o revelan) máscaras, y la persona toda se agita o aquieta con la brusquedad exagerada de un títere. Como en el cuadro de Dalí, alguien levanta la superficie del mar como si fuera una alfombra y vemos al perro sarnoso que echa la siesta a su sombra.

El esperpento es, en fin (al menos para mí ahora que lo observo), lo que sucede cuando, rota la ilusión escénica, la obra continúa. Público y actores se sienten avergonzados de seguir con el paripé, pero no encuentran otra opción: están atrapados en la obra, como personajes del teatro del absurdo, comensales de El ángel exterminador o diputados que votan lo que dice el partido (y se preguntan, mientras lo hacen, si no sería más económico tener en el Congreso un solo representante por partido, y que su voto valiera 198 o 35 o lo que sea en función de los votos recibidos).

sábado, 11 de enero de 2014

Ciento Volando (II): origen y desarrollo del refrán


En la entrada anterior examinábamos el refrán Más vale pájaro en mano que ciento volando sin entrar en algunos aspectos que conviene recuperar ahora, antes de pasar a otras cosas. En esta entrada abordaremos el origen del refrán y su cronología dentro de la tradición española, dejando para la siguiente el examen de los refranes similares que se dan en otras lenguas modernas.

1.  El refrán es de origen árabe. Al menos, así lo afirma Luisa A. Messina en su libro de 2012 sobre los refranes y la literatura, aunque el artículo de Rafael Medina al que remite, un estudio de 1999 sobre los proverbios árabes basados en formas comparativas, no cita el refrán español ni recoge ninguno que se le parezca significativamente (el pariente más cercano que encuentro, con pinta de primo segundo a lo más, es Lo poco que dura es mejor que lo mucho y pasajero).

En cambio, en su Refranero temático español (1997, p. 203), Gregorio Doval señala como origen del refrán español un proverbio latino, Est avis in dextra, melior quam quator extra, 'Es mejor un pájaro en la diestra que cuatro fuera de ella'. Opina Doval que este proverbio latino a su vez da expresión a una idea ya por entonces antigua, debida seguramente al fabulista griego de los siglos VII y VI Esopo. Laura Gibbs, en una entrada magnífica del blog Bestiaria Latina (2008), apunta que la presencia de rima sugiere que se trata de un proverbio medieval; y recoge muchas variantes de interés, como esta otra, también rimada: Capta avis est pluris quam mille in gramine ruris ('Un pájaro capturado es mejor que mil en la yerba del campo'). En el ciclo de Reinard (o Reineke) el zorro aparece con esta forma: Una avis in laqueo plus valet octo vagis ('Un pájaro en la liga vale más que ocho sueltos'). Otras variantes sin rima son Melior est avis in manu vel nido, quam decem in aere ('Es mejor pájaro en mano o en nido que diez en el aire'), Plus valet in manibus passer, quam sub dubio grus ('Más vale gorrión en las manos que grulla en duda'). El proverbio aparece en un par de ocasión expandido hasta ocupar un dístico: Plus certa comprensa manu valet una volucris / Innumeris, alte quas levis aura vehit ('Vale más un ave cogida con mano segura / que innumerables, a las que el viento ligero lleva por las alturas').

2. El refrán figura en los Refranes que dizen las viejas tras el fuego, compilación atribuida al Marqués de Santillana, con la formulación Más vale páxaro en mano que buytre bolando. Lo encontramos también en un clásico de la misoginia medieval, el Corbacho o Reprobación del amor mundano, escrito en 1438 por el Arcipreste de Talavera. Escribe nuestro autor que los galanes que requiebran damas y se jactan de ello no siempre triunfan, pues a veces las mujeres, avisadas ellas,

los aborresgen e mal quieren, por galanes que ellos sean, e aman mas paxaro de mano que bueytre volando, e aisno que las lyeue que cauallo que las derrueque (Corbacho I, 18).

El marido es aquí el 'pájaro de mano', cuya seguridad se prefiere a la de un amante jactancioso, el 'buitre volando', cuya lengua suelta podría traer problemas a la dama.

No está claro que un 'pájaro de mano' sea un pájaro atrapado en la mano. Según Gonzalo Correas, que vuelve sobre el refrán en su obra de 1625 Vocabulario de refranes y frases proverbiales (con la formulación Más vale páxaro en mano ke buitre bolando),el pájaro del refrán se refería en un principio a un ave de cetrería, el halcón:

El sentido común es que vale más poco en la mano seguro, que mucho incierto; ó un pájaro cualquiera, que no un buitre volando por asir. Parece que salió este refrán de la volatería, en que es mejor tenerse el halcón en la mano que soltarle á un buitre y andarle volando, que es mala ave y poderosa, á matar el halcon. 

Nótese que si Correas tiene razón, el sentido original no sería que es mejor lo poco (seguro) que lo mucho (incierto), sino que es mejor no arriesgarse cuando lo más probable es fracasar, pues quien lo haga y fracase no solo no conseguirá lo que buscaba, sino que perderá la posibilidad de hacer nuevos intentos: si el halcón muere mientras intenta cazar el buitre, el cazador se quedará sin halcón, sin buitre y sin posibilidad de seguir cazando. Una moraleja sobre el sentido de la oportunidad que habría aprobado probablemente el ayo del Conde Lucanor, experto en estas cavilaciones sobre cómo y cuándo debe el poderoso hacer uso de su poder sin arriesgarse a perderlo.

Sin embargo, el propio Correas interpreta el refrán en el sentido que solemos darle (que vale más poco en la mano seguro, que mucho incierto), y ese es también, como hemos visto, el sentido que se le da en el Corbacho.

domingo, 5 de enero de 2014

Ciento Volando (I): el refrán


Quien hace un cesto, hace ciento. Ciento viene a ser en el refranero lo que mil y una en las noches orientales, o catorce en boca de Asterión. Si no cientos, somos muchos los que hemos vuelto sobre el refrán tradicional, desoyendo su advertencia para quedarnos con el pájaro innumerable en vuelo en vez del triste que canta en la jaula o se fríe en la sartén. Por si aportara alguna luz, creo que puede estar bien recorrer la historia del asunto. Comencemos por el refrán.

1. La fórmula Más vale pájaro en mano que ciento volando parece acuñada de una vez para siempre, pero en realidad es solo una realización entre varias de un refrán tradicional, que otras veces dice, por ejemplo, Más vale pájaro en la barriga que ciento en la liga, Más vale pájaro en mano que buitre volando, Más vale pájaro en mano que volando y Más vale un pájaro en la mano que dos volando.

2. Las variantes son instructivas en varios sentidos: para empezar, muestran que el sintagma ciento volando no es central al refrán, cuyo núcleo invariable podríamos intentar trazar recurriendo a las palabras que aparecen siempre, Más vale pájaro... que... , y tratando de reducir a un mínimo común denominador semántico las variables: Más vale (un) pájaro seguro que (otro, más de uno, muchos)  dudoso(s).

3. La antítesis entre el pájaro cierto y el dudoso, que da para una formulación expresiva y elegante del refrán (Más vale pájaro en mano que volando), tiende a adornarse enfatizando el tamaño del pájaro incierto o multiplicándolo. Es un movimiento curioso, concesivo, podríamos decir, pues la idea es que cuanto mayor sea el bien hipotético al que se renuncia, mayor importancia se reconoce a aquello que se prefiere: lo inmediato, lo presente. Un matemático lo expresaría mejor, pero permítanme el aproximamiento: si yo digo x vale más que y, cuanto más haga valer a y, más valdrá x.

El pájaro incierto se vuelve así dos, tres o ciento; o torna un pájaro enorme, que no cabe en la mano (el buitre). En una versión particularmente aventurera, ni siquiera es ya un pájaro: Más vale pájaro en mano que buey volando.

4. El maestro Agustín solía distinguir entre los refranes propiamente populares y aquellos otros (algo más de la mitad, decía) que se habían colado en la tradición oral, pero que provenían claramente de las clases dominantes (del enemigo,vaya). Este lo contaba entre los primeros, por su denuncia de lo futuro, lo hipotético, lo prometido: the pie in the sky, que decía el sindicalista Joe Hill, llegando por sus propios medios al mismo territorio metafórico que el refrán español. El pastel celeste, imagen del Paraíso venidero que prometen los predicadores desaprensivos, bien cebados ellos, a una masa de hambrientos cuyas tripas rugen aquí y ahora, viene a ser lo mismo que la bandeja de pájaros fritos o escabechados.

5. A pesar de todo (y a eso vamos, o iremos, en la siguiente entrega de la serie), el refrán se ha utilizado también para intentar desalentar a todos aquellos que sienten el vuelo de las posibilidades y no se resignan a apostar sobre seguro, haciendo lo que hace todo el mundo del mismo modo y a las mismas horas. Así que es normal que los que tenemos, mal que bien, la cabeza a pájaros, o al menos pájaros en la cabeza, nos hayamos revuelto contra el refrán, en el que no hemos visto (como quizá era el sentido original) un rechazo del futuro planificado, sino todo lo contrario: una afirmación del adocenamiento, de la forma establecida de hacer las cosas, como el único camino viable, y un rechazo burriciego y arrogante de las posibilidades sin límite.

Algo de esto reconocía el maestro, hablando con nosotros del tema, cuando tras afearnos la elección del nombre y reivindicar el refrán popular, se dejaba sonreír un instante y añadía: aunque no está mal del todo eso de dejar libres los pájaros, de devolverles la vida. En  nuestra defensa, podríamos haberle citado sus propios versos, que tan bien musicara Chicho Sánchez Ferlosio, en los que el pájaro atrapado se convierte en símbolo de todo aquello que vive anclado por sus propias fronteras:

De la jaula aletea y sangra
el pájaro desconocido;
salir quiere y no puede,
su jaula es él mismo.


[Y aún más cerca de impugnar el refrán, el lamento que aparece en una de las canciones de Baraja del rey don Pedro, a propósito de alguien, cualquiera de nosotros, que

Por tener lo que volaba,
llenó su jaula de pájaros muertos
.]

¿Algo más que añadir?



Como la parte oscura de un kiwi
la vida se condensa, se aturulla,
se agrieta, nos pregunta, nos agrede.
¿Algo más que añadir? Y un mirlo pasa
volando (cien quizás) y su negrura
deja sitio a otro sol, que como un kiwi
no siempre luminoso
se parte, se regala, se hace eterno.

viernes, 3 de enero de 2014

Que vivan otros


Seguimos ensayando para el concierto agustiniano del día 11. Así sonó ayer una de mis piezas favoritas de García Calvo: la canción 23 de su Libro de conjuros, musicada por Luli.



Mira: para que me pierdas,
mira, si de mí te olvidas,
dispuesto estoy a pagarte con oro,
con sudor, con todo lo que me pidas.

Te daré lo que he ganado
y mi parte de la herencia
y más que vaya a robar a los bancos
o me presten todos los que me quieran.

Toma: tuya es esta casa
con su alberca y sus almendros,
con esta mesa en donde te escribo
y el dorado catre donde te sueño;

y te doy mis libros todos
con sus hojas perfumadas;
te doy la flor de saúco en verano
y la luna en marco de la ventana.

Todo lo que más quería
te lo doy por que me pierdas;
te doy ciudades y yeguas y hermanas,
hijos de mi amor y queridas prendas:

quítame a Malena, a Tránsito,
a Bebela, a los amigos,
a aquél que un día en mi mano lloraba,
y a Zuquita, que es la que más me quiso;

y mis títulos de gloria
te los dejo de propina,
aquel rumor de mi nombre en las plazas
y la tinta de oro con que lo impriman.

Tuyo soy: mi vida es tuya;
tuyo es todo lo que es mío: ,
mi alma entera y mi ser y persona,
toma, te Io doy: para ti: lo firmo.


Pero a cambio —te lo ruego—,
no te atrevas a los dioses:
su piel bañada en rocío, sus ojos
de becerra y águila no los toques;

a los ríos argentinos
murmullantes, a las dríades
del olmo, el álamo, el fresno, el endrino,
no les hagas daño; y a los humildes

burros que en hilera pasan
y a las nubes y al lucero
perdónalos; y las uñas de nácar
de estas manos y esos en el espejo

ojos claros no los mates;
y esta piel que huele a trigo
molido y las venas de leche que fluyen
déjalos, señora —te lo suplico:

que ésos no son yo: son masa
de los dioses misteriosos.
Oh, llévame, pero deja las rosas.
Ya que yo no puedo, que vivan otros.