martes, 16 de septiembre de 2014

Ay de mi alma





Rescatan las buenas gentes de la Fundación Ramón Menéndez Pidal este romance inédito de Agustín García Calvo. Lo reproduzco, con alguna pequeña enmienda que creo razonable.



[ROMANCE «AY DE MI ALMA»]

Paseábase el rey moro
por las rosaledas blancas,
de acequias en arriates
donde se quiebra su alcázar,

–Ay de mi alma–

cuando le llegaron nuevas
–ángeles las murmuraban–:
que Alá le ponía cerco,
que era su alma tomada,

–Ay de mi alma–

que las huestes de su nombre
–pendones verdes y granas–
desparramados huían
por los campos, por el alba,

–Ay de mi alma–

que de la torre mayor
de la gloria y de la gala,
rendido al hambre, el alcaide
las llaves de oro entregaba.

–Ay de mi alma–

Perdidos sus cien alfanjes,
narguiles de ámbar y nácar,
perdidos eran los ojos
de Aixa y de Fátima y Zaida.

–Ay de mi alma–

A las nuevas que le llegan
no sabe el rey lo que haga;
algo en él decía «sea»,
pero algo en él suspiraba:

–Ay de mi alma–

«Cuántas guerras y tesoros
para alzarla y adornarla,
cuántos años de trabajos
y de músicas llenándola.

–Ay de mi alma–

»Le di diadema de rey,
le di por nombre Abenámar;
le dije que era y qué era
sabiendo que era engañarla.

–Ay de mi alma–

»Pero ella, en medio del sueño,
sabía bien que soñaba,
queriendo vivir, quería
saber la verdad que mata.

–Ay de mi alma–

»La aderecé de jazmines
y sollozos de guitarras
y le dije que era suyo
el oro, el harén, las cuadras.

–Ay de mi alma–

»Le dije que Alá en el cielo
un sitio le reservaba,
donde viviera por siempre
fiesta sin miedo y sin ansia.

–Ay de mi alma–

»Pero, ya que llegan nuevas
que entran a saco a la plaza,
pero ya que nada vale,
que está perdida y ganada,

–Ay de mi alma–

»si Dios y yo no podemos
vivir en la misma casa,
sea Dios, que es el que es,
y yo despierte a la nada.»

–Ay de mi alma–

1 comentario:

Al59 dijo...

No quiere este romance pasar sin algún comentario. Se trata, como se ve a primera vista, de una vuelta de tuerca sobre uno de los romances tradicionales más conocidos, el de la pérdida de Alhama, en que el rey moro (como Hitler en aquella famosa escena de El hundimiento) se entera de que el enemigo ha tomado su querida villa y reacciona con cólera, dando muerte al mensajero que le trae las nuevas y arrojando al fuego las cartas que las contienen. Trata después de poner en pie de guerra a sus soldados, pero tropieza con el reproche de un anciano alfaquí que, como el niño aquel de El traje nuevo del emperador, se atreve a decirle la verdad desnuda: que con sus errores se ha ganado no solo la pérdida de Alhama, sino la de su reino todo, que es cuestión de nada. El maestro Agustín mantiene al rey moro y la noticia de la toma, pero todo lo demás sufre una notable mudanza: el rey no reacciona con ira, sino con perplejidad e indecisión; el enemigo que toma la villa no es el ejército cristiano, sino Dios (Alá); la villa tomada es en este caso el alma del rey y en vez del sabio alfaquí, quienes dicen lo suyo sobre la pérdida son dos voces que se hacen oír dentro del propio monarca, a modo de ángel y demonio, o de fiscal y defensor. Una voz asiente a los hechos consumados ('sea'); la otra en cambio se muestra disconforme, y aunque termina aceptando que la toma no tiene vuelta atrás, concluye que si todo ha de ser para Dios, entonces al rey no le quedará sitio en su propia alma, por lo que su única opción es ‘despertar a la nada’ (expresión voluntariamente enigmática que igual puede aludir al suicidio que a cierto ‘despertar’ espiritual de tinte vagamente budista). La voz descontenta (que no sería muy aventurado identificar con el lógos, con la razón común o popular) recuerda cómo el rey enriqueció su alma con bienes diversos: gratos amores, labores arduas de conocimiento, maravillas del arte, promesas de inmortalidad… Le pesa, pues, entregársela a ese dios único que es el dios de la Biblia y el Corán, pero en el que también cabe sospechar una referencia a los dioses raptores de almas por excelencia, Eros y Tánatos. No deja de haber en este rey desposeído, pese a lo moro, un eco de aquel otro cristiano, don Rodrigo, que dice en su propio romance:
`Ayer era rey de España,
hoy no lo soy de una villa;
ayer villas y castillos,
hoy ninguno poseía;
ayer tenía criados,
hoy ninguno me servía;
hoy no tengo una almena
que pueda decir que es mía.
¡Desdichada fue la hora
desdichado fue aquel día
en que nací y heredé
la tan grande señoría,
pues lo había de perder
todo junto en un día!
¡Oh, muerte! ¿Por qué no vienes
y llevas esta alma mía
de aqueste cuerpo mezquino,
pues se te agradecería?'
(Nótese la referencia al alma como lo último que le queda por perder.)
Tampoco anda muy lejos, en la galería de ecos, aquel otro rey tebano que cae llegado el momento de su sueño (donde es buen rey, hijo, padre y esposo) para encontrarse despierto en la nada, vidente por primera vez en su ceguera: rata que trae la peste a su patria, criminal parricida e incestuoso.