domingo, 7 de julio de 2013

Divinas palabras


Una de las características recurrentes de los textos sagrados es que utilizan un lenguaje simbólico: lo que se dice casi nunca es solo ni principalmente lo que parece que se dice. En los Evangelios, se hace evidente este punto en las parábolas que cuenta Cristo, y en su advertencia: quien tenga oídos, que oiga.

Esto mismo sucede en la poesía popular, donde morir puede significar alcanzar el orgasmo:

Dentro del vergel
moriré,
dentro del rosal
matarme han.

Y es también, claro está, moneda corriente en la poesía culta de los llamados simbolistas, que en cierto modo aspira a ser una nueva poesía sagrada. Pero lo he recordado ahora en otro contexto: leyendo un cuento popular argelino en el que la protagonista, una niña maltratada por su madrastra, huye de su hogar y va a parar a un jardín paradisíaco (dentro del vergel, dentro del rosal) en el que vive una  ogresa. Por suerte para ella, la niña ha oído contar a las mujeres del pueblo que la ogresa no te hace ningún daño si tienes la precaución de mamar de sus senos (convirtiéndola así en tu madrina).

Y así sucede:

Cuando la niña llegó cerca del jardín y de las otras plantas, todas abrieron sus flores ante ella, y así fue como la ogresa fue avisada de la presencia de la niñita. La niña paseó por el jardín, hasta que llegó al castillo donde estaba la ogresa. Esta la llamó:
—¡Eh, niña!
—Aquí estoy, madre.
Se dirigió hacia ella y la vio con los pechos que le colgaban sobre el vientre. Se agarró a uno de ellos y se puso a mamar.
—Ah —exclamó la ogresa— si no hubieras mamado de Aissa y de Mussa, te habría comido de un bocado, me habría bebido tu sangre y tus huesos crujirían entre mis dientes como el trueno en el firmamento, así es que siéntate —añadió— y sé bienvenida.
Hay que decir que la niña estaba dotada de una gran inteligencia. Dios le había concedido la comprensión de los discursos enigmáticos

(J. Desparmet, Cuentos populares de ogros, Palma de Mallorca: Olañeta, 1992. p. 27)

La niña manifiesta esta inteligencia interpretando correctamente las órdenes que le da la ogresa, que en aparencia le ordena agredirla (golpearla en la cabeza con un hacha, romper las ollas y las cacerolas). La niña entiende que lo que quiere la ogresa es que la peine y que lave y ordene los cacharros. La ogresa, satisfecha, la recompensa con una bolsa llena de monedas de oro.

Como es de esperar, la madrastra piensa que si su hijastra ha conseguido aquello, qué no logrará su hija legítima. Y la envía a ver a la ogresa. Pero la hermanastra muestra su poca inteligencia siguiendo al pie de la letra lo que la señora le manda —y es recompensada como se merece.

La tradición contiene, pues, un elemento autocorrector (que, por desgracia, nunca es suficiente): se advierte a los creyentes que es un error ser literalista (hoy diríamos fundamentalista), que siempre es necesario interpretar las órdenes, y que a veces hay que cumplirlas haciendo justo lo contrario de lo que en apariencia se nos manda. Por supuesto, esto repugna a los que no quieren enigmas ni parábolas, sino ordenanzas claras (y terribles castigos para los que las desafíen). O sea, el tipo de personas que convierte una revelación más o menos numinosa en una religión organizada, con sus jerarquías, excomuniones y demás verrugas del alma.

1 comentario:

Joselu dijo...

Un hermoso cuento y una sabia interpretación que nos aleja del literalismo, abriéndonos a los lenguajes simbólicos. Cuanto más claro es necesario hablar, menos comunicativa es la situación en sus elementos de sugerencia.