domingo, 30 de junio de 2013

Leyendas augustóbrigas. La casa encantada


Vamos con el último apunte sobre lugares recurrentes en las leyendas y otras historias tradicionales.

*

There’s a house over yonder. Al final de la carretera que no lleva a ninguna parte (¿o al principio?) está la casa. La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones, escribió Juan José Arreola. Hay unas casas cerradas al fondo que no tienen llave. La casa temible, que expulsa, mata o devora a sus habitantes, y en las que sin embargo, aunque esté prohibido, se desea entrar, y se acaba entrando.

El sacrificio vuelve sagrada la casa: hace caer sobre ella un tabú y le otorga una vida prestada. Donde no vive nadie, viven los ‘negativos’ del ser: fantasmas, duendes, genios. O es la propia casa la que está viva (así, en los cuentos rusos la cabaña de Baba Yaga, la bruja, tiene patas de gallina y se mueve, como dotada de vida propia). Casos de la isla o la casa que en realidad son un animal: la puerta es su boca. No sorprende entonces encontrarnos una serpiente con cabeza humana que quizá sea en realidad una serpiente devorando una cabeza, o de la que una cabeza humana emerge. Subyace la casa de la bruja, la cabaña de la inicación, la hora de nuestra muerte, amén.

Orfanato abandonado, pasaje del terror, casa del duende y el diablo, viaje por un Infierno que no revela su identidad, va de incógnito. Como en el cuento irlandés en el que alguien viaja al Más Allá sin saber que lo hace. Cuando estamos suficientemente gordos, somos lo bastante grandes, la bruja nos come, la cabaña nos aprisiona, volvemos a un vientre que quizás haremos materno.

El canibalismo: muerte ritual y reversible, regreso a un nuevo claustro materno, algo que es mayor que uno pero de lo que uno forma parte, y de lo que eventualmente se vuelve a nacer. House of the Rising Sun. De ahí que el niño que entra en la casa salga poseído, con el sexo cambiado, con la identidad alterada: fenómenos propios del período de margen que se prolongan hasta que un alfaquí ‘cierra la sesión’ propiamente.



jueves, 27 de junio de 2013

Gozosamente Miserables


Los románticos inventaron su némesis: el realismo. En busca de lo pintoresco, de lo castizo, de lo característico; decididos a encontrar el alma, o al menos el rastro de su paso, en las entrañas de lo cotidiano, y aun en sus cloacas. Los miserables, de Victor Hugo, son un ejemplo insigne de esta exploración: el retrato de la Francia de su tiempo tiene una veracidad incontestable, no se ahorran detalle sórdidos, y sin embargo el propósito del narrador es 'idealista': quiere mostrar y muestra cómo la Gracia divina y el amor (si es que no se trata de la misma cosa) intervienen en los tejidos más degradados de la sociedad y dan un giro inesperable a los procesos regidos por lo que Simone Weil llamará más tarde la Gravedad. El hombre santo que salva al protagonista del cargo, por otra parte justo, de ladrón consigue no solo que la ley no vuelva a juzgarlo y condenarlo por tal, sino que deje de considerarse a sí mismo apto para tales desmanes. La plata robada y luego regalada le da la capacidad para ser otro; la piedad que recibe le permitirá más adelante perdonarle la vida a su perseguidor y forzar también en este un cambio imprevisto.

Como todos los criados en la galaxia Trivial, conocía la existencia de esta novela, pero ha tenido que cruzarse en mi camino el azar para que entrara de veras en ella: la simpar Caroline Masson me invitó a acompañar con la guitarra una de las canciones del musical basado en la novela, para la versión minimalista que se estrenó hace unos días en la sala TaKtá de Navalmoral, el 23 de junio. Ha sido una experiencia preciosa, tanto por la calidad de los músicos implicados como por el ambiente de colaboración y complicidad que ha presidido la preparación del montaje, recibido además con generosidad por un público estupendo. Mi implicación ha sido pequeña (una sola canción), pero muy feliz. Gracias a Marcos Fernández, que ha subido varias escenas de la obra a YouTube, comparto con vosotros este momento. Canta María Luisa Rodríguez, una voz única.


miércoles, 26 de junio de 2013

Leyendas augustóbrigas: La muerta con más vida



Otro apunte rescatado sobre las leyendas.

La muerta con más vida. Traicionada, abandonada, asesinada, la figura femenina triunfa sin embargo de la muerte, se resiste a desaparecer. Soy tan solo esa herida molesta: no está viva, pero no está muerta. Nótense los cuentos en que muere una pareja, pero es ella sola la que vuelve. El alma es femenina, como la Voluntad; y, como ella, compulsiva, reiterativa. Y detrás de los mitos y las máscaras, el alma, que está sola (Borges). Caso peculiar de Las mellizas: las protagonistas de este cuento marroquí superan su condición fallida mediante la muerte de una de ellas (la débil) y la reintegración de la otra al Poder: la muerta al hoyo (el de la tumba y el de la barriga) y la viva al bollo. La figura eternamente condenada es a la vez salvífica: un ejemplo ‘viviente’ de lo que no hay que hacer, de lo que no debe ocurrir. Don’t you do what I have done. Permite una katharsis en cabeza ajena: memento mori! Su muerte es la nuestra, pero no literalmente: somos como don Miguel de Mañara o Félix de Montemar, asistiendo a nuestro propio entierro para ayudarnos a sentar cabeza, a cambiar el rumbo, quemar el karma. Nuestra imagen (vera icon) en el espejo de la muerte: lo que realmente somos o la parte de nosotros que ‘no es’. Pero es cierto de toda historia en cuyos protagonistas nos proyectamos: ‘vamos’ con ellos in phantasma (los fantasmas somos nosotros), como en las películas en que se viaja al futuro o al pasado pero uno es solo espectador, no puede actuar (no está ahí para eso). La madre muerta que ayuda: esa es la verdadera ‘hada madrina’. Hasta el hada azul de Pinocho está en realidad muerta. Como la luna, viene y va de la vida a la muerte: tan pronto creciente como menguante.

martes, 25 de junio de 2013

Arrival



Y dudar ante todo de este viejo cansancio
que reduce las cosas a su cáscara hiriente.
La mirada decide por qué tunel abierto
se aproxima a tus ojos un herraje del sueño.


sábado, 22 de junio de 2013

Leyendas augustóbrigas: On the Road Again

Vuelvo sobre uno de mis empeños: el libro sobre las leyendas recogidas por mis alumnos del instituto. Encuentro unos apuntes, escritos con prisa en algún momento y que no recordaba. Así  comienzan:

Las leyendas: variaciones de unos pocos temas recurrentes, eterno retorno diferenciado de lo idéntico que vive en variantes.

1. On the road again. La autoestopista fantasma, el alma errante (como Nadja). Hasta la Virgen, convertida en estatua, es Andariega. La muchacha muerta de forma prematura (que retorna). Hija, novia o madre fallida. Su eterno retorno, como la acción eterna de lavar la ropa o peinarse de lavanderas y sirenas,como el castigo de las Danaides y el de Sísifo, expresa la noción de estar preso en un bucle, una cinta (la carretera), como en los sueños en los que uno trata inútilmente de avanzar, pero siempre vuelve al mismo sitio. Aunque sepa los caminos, yo nunca llegaré a Córdoba. Un pasaje sin salida: un laberinto. Correlatos masculinos: el Judío Errante, el Holandés Errante. El fantasma de Robert Johnson subiendo al autobús: You may bury my body / down by the highway side / so my old evil spirit / can get a Greyhound bus and ride (Robert Johnson, Me And The Devil Blues).

domingo, 9 de junio de 2013

Primavera (I) (Antonio Hernández Marín)


Abrumadora,
pesada,
pero transparente,
clara.

Hora de dolor
en calma.

El silencio reduce
las distancias.

Casi
no eres
nada.

lunes, 3 de junio de 2013

Unos y otras: encuentros con ¿Agustín García Calvo?



Todos los días me subo a un globo, vía Google, y recorro el ancho mundo a ver si alguien se ha decidido a reseñar por fin Unos y otras. Encuentros con ¿Agustín García Calvo?, el libro que acaba de editar Triacastela y que se presentó hace una semana en la fundación Juan March.  Como parece que nadie se anima, me lanzo yo mismo a dar mal ejemplo, en la esperanza de que no faltará quien lo agrave.

Antes que nada, conviene aclarar que sí, juegos terminológicos aparte, se trata de un homenaje póstumo, eso que el maestro tanto odiaba y cuya sola posibilidad le hizo sufrir y maldecir en vida.  Cuenta, por tanto, con la hostilidad razonada de cuantos sienten que la manera de mostrar cierta gratitud al difunto es no darle por tal y seguir enredándonos en las múltiples razones y juegos que nos dejó, en vez de fijar la vista en lo que él mismo consideró un excipiente desdeñable: su persona. Al final de la presentación [minutos 22:38 y siguientes] antes citada, Luis Caramés expone este punto de vista con elegancia, recia pero un tanto escéptica: en contradicción quizá con la indignación que encarna, parece cumplir buenamente un deber, más que seguir un impulso.

El libro se ha montado con prisas, quizá demasiadas, y se nota. Su ambición es que gentes diversas aporten 'su Agustín': una suerte de álbum de fotos que nos muestra al personaje aquí y allá, tan pronto dando lo mejor de sí (por ejemplo, cuando se queda con Savater como único alumno de sus clases de Desengaño y prosigue como si nada, con la misma convicción y entrega que si la salud de la Polis toda dependiera de ello) como haciendo con contumacia de sí mismo (cuando le invitan a un congreso erudito sobre Heráclito y decepciona al público especializado haciendo un discurso genérico contra la Realidad y sus males, sin contenido filológico alguno).

Como es de suponer, la lectura del Agustín de cada cual informa sobre todo sobre los gustos, logros y defectos personales del ponente. Hay un par de contribuciones magníficas que confirman el aprecio que uno ya tenía por las dotes del autor: Félix de Azúa juega maravillosamente con las expectativas del lector y Jesús Ferrero, que nos convierte en Jesús Ferrero durante su narración de los hechos, hace que nos quedemos con ganas de vivir más (sobre Agustín o no) desde sus ojos. Otros tiran de lo que ya escribieron: Savater, siempre simpático y zumbón, revisita sin mucho reparo el capítulo pertinente de su Mira por dónde y la necrológica que escribió en noviembre. El mucho oficio no disimula el hecho de que en su caso, más que en ningún otro, se trata de cumplir con un deber inexcusable pero engorroso: si Agustín fue esencial en su 'biografía intelectual', parece evidente que su figura acabó resultándole incómoda, y que su discurso en otras voces le resulta soporífero e insufrible. Leyendo la introducción que hace en 1996 a algunos de sus libros antiguos, reeditados en el volumen La voluntad disculpada, se percibe en el Savater maduro una suerte de envidia hacia el juvenil que se resuelve en ojeriza:

El lector es muy libre de simpatizar más con mis fórmulas pasadas que con las actuales. En cierto sentido, yo diría que es casi inevitable que lo disparatado resulte más simpático que lo verosímil: después de todo, la mayoría de nuestros errores provienen de querer creer lo que nos agrada o lo que nos edifica —por lo cual también pueden resultar más gratos o edificantes para otros— mientras que nuestros aciertos son más inhóspitos porque se deben casi siempre al reconocimiento de una realidad frecuentemente insípida y desde luego invulnerable a nuestros caprichos. 

A tan firme abogado del principio de Realidad, un evasor de infinitos como García Calvo no puede parecer sino un tozudo irresponsable, incapaz de descender de su nube para condenar de forma explícita el terrorismo etarra o para apreciar y defender las bondades del marco legal que hizo posible, de 1978 en adelante, que el maestro pudiera desarrollar en público sin demasiado escándalo su ataque sistemático contra la Paz y la Democracia. Que, a pesar de todo, el afecto le haya llevado a impulsar la confección del libro y a dar la cara (cierto que una cara de invencible hastío) en su promoción no deja de ser un triunfo.

Savater, en cualquier caso, no decepciona, o lo hace a la manera que Montano, su mejor fan, suele agradecerle. Es penoso en cambio que hayan encontrado sitio en el volumen las letrillas (o letrinas) en que Villena, un individuo que jamás apreció la obra del difunto y se complació a menudo en caricaturizarlo, hace del peor Villena: culto y vacuo, pero dispuesto hipócritamente a hacer causa común, o simplemente a apuntarse a los canapés, en cualquier milonga que suene 'progre'. Más penoso aún es que la contribución de Yolanda Alba intente endilgarle al muerto un discurso feminista al uso, que sus propias citas desmontan, y que, vencida acaso por la dificultad del apaño, se dedique a saquear el artículo de Wikipedia sobre el maestro, dándonos así a los que colaboramos en él la sensación extrañísima, aunque no inédita, de leernos bajo otros nombres y en compañía muy mejorable.

El volumen, en fin, es atractivo pero muy irregular: faltan nombres clave (¿dónde están Juan Bonilla y Javier Marías?) y hay mucho material de relleno. En lo que surge, si es que surge, alguien capaz de obsesionarse de veras con Agustín García Calvo y dedicarle un libro que sirva de puerta a su obra o que le añada un apéndice biográfico bien trabado, esto es lo que hay de momento: el peso de un legado inmenso que ha sido hasta ahora ninguneado en los días laborables y premiado en los festivos (3 Premios Nacionales, de Ensayo, Teatro y Traducción, no se los regalan a cualquiera). En lo que los filólogos deciden si lo incorporan o no a su discurso, contrariando una costumbre muy asentada, vivimos una zona extraña en que, por ejemplo, Carlos García Gual nos habla en este homenaje con cariño del montaje de Edipo Rey de Agustín y después, en su reciente libro sobre Edipo, logra recordar todas las traducciones al español de la obra menos la publicada en Lucina.

A día de hoy, en lo que vemos qué sucede con su pensamiento (toda una patata caliente), pinta mejor el uso continuado de al menos una parte de las aportaciones del maestro, las canciones y soliloquios de propia mano y la recreación de baladas populares.  Termino la reseña invitándoles a disfrutar de esta intervención recientísima de Isabel Escudero con Quesia Bernabé y Virginia, en la que se recuerda al maestro en su propia salsa: la oralidad, el canto y un poco, siempre sano, de teatro.

sábado, 1 de junio de 2013

Danza de las amapolas

 

Para Carmen la Bella y Rafa. Es cosa suya.

Amapola, ababol, rosella, 
badabadoc, quiquiriquic, ruella, 
ababolera, mitxoleta, poppy, 
lobedarr y popula, rosolaccio, 
papavero comune, pavot rouge, 
coquelicot, ponceau, red weed, corn rose,
Klatschmohn y Kornvalmue, paparuna,
paparina, flor roja, lulekuqe. 

¡Amapolina, amachirinka, populadora, 
rosopaverolucha, redweedichosa, 
coquetirusca, lobedarina, rosolaccioniña!