domingo, 26 de febrero de 2012

Condiciones de luna (2/2)


ACTO SEGUNDO: ANA

La misma cama, pero ahora en lo que es, evidentemente, una celda o habitación de hospital. Sara está mucho más demacrada. Le cuesta moverse.

SARA: Venga, va. ¿Quieres salir? Sé que me estás escuchando, y yo me aburro de hablar sola. ¿Tanto te divierte esconderte? ¡Lo que os cuesta a los fantasmas salir del armario!
ANA: ¡Uh!
SARA: ¿Dónde estás? Llevo horas buscándote. Pareces un camello, que nunca está cuando lo necesitas. Entiendo que los demás se hayan ido, pero ¿tú? Te tenía en más estima que todo eso.
ANA: ¡Ah!
SARA: Si eso es lo que te preocupa, yo no le voy a contar a nadie. Soy lo bastante chiquita para tener una amiga invisible, y lo bastante mayor para saber que estas cosas no hay que contarlas. Por tu seguridad, mayormente...
ANA: ¡Eh!
SARA: No está bien visto que os toméis estas familiaridades. Pero no te preocupes. No nos ve nadie. No hay cámaras. Venga, no seas moña. Sal.
ANA: ¿Y?
SARA: ¿Estás debajo de la cama? ¡Qué truco tan barato!
ANA: ¡Oh!
SARA: No me digas más. (Volviéndose) ¡Eres el monstruo que siempre estás detrás de mi nuca!
ANA: ¿Detrás de ti? Nunca.
SARA: De mí. Como siempre.
ANA: Apura ese siempre. No creas que le queda mucha cuerda.
SARA: Qué ceniza eres. La verdad es que estabas mejor escondida. Venga, métete otra vez dentro (fuera, quiero decir) y yo te busco. ¡¡¡Ah de la Muerte!!! ¿Nadie me responde?
ANA: Depende.
SARA: ¿Qué tengo yo que mi amistad rehúyes?
ANA: Unos kilos de más. Yo por debajo de princesas no trato.
SARA: Pues para no bajar al nivel de la plebe, qué golpe tan bajo acabas de darme. ¿Eso valgo para ti? ¿Lo que dejo de pesar?
ANA: Al contrario. Lo que te nutre, te destruye. A cada lastre que sueltas, eres más libre. Estamos (porque así lo has decidido) más cerca cada vez. Un rato más y nos vamos (si tú quieres) de aquí juntas. Morir no está tan mal. Todo es cuestión de soltar amarras.
SARA: Qué generosa eres.
ANA: Ávida, más bien. Pero hay motivo.
SARA: Poco motivo, ya. Ni mis padres se preocupan de mí. Los muy cabrones.
ANA: Ya no eres su problema. Te internaron. Te desterraron. Y los doctores, ya ves. Hace tiempo que te dan por perdida.
SARA: La niña perdida y hallada en tus brazos. Que no en los de la psicóloga aquella.
ANA: Bueno. Mía y yo nos parecemos más de lo que crees. Las dos te queremos sacar de aquí. Las dos te queremos, puti. Cada una a nuestro modo.
SARA: No creo que ella quiera llevarme a su casa, como tú.
ANA: No te equivoques. Que vengas conmigo no significa que vayas a vivir conmigo. Todo lo contrario.
SARA: Qué fantasma eres. ¿Intentas asustarme?
ANA: ¿Debería?
SARA: No sé si podría. Asustarme, digo. Si estoy aquí, es porque le he perdido el miedo a llegar hasta el final, a ser coherente y marcharme.
ANA: Qué generosa eres contigo misma. Otros dirán que le tenías demasiado miedo a vivir.
SARA: Qué cosas dices. No es tu papel decir eso.
ANA: ¿No es mi papel? ¿Tan presa me crees de lo que piensas que soy?
SARA: Todas sois iguales. Decís que me queréis abrazar, y luego me dais la puñalada.
ANA: Ah, no. Yo solo he prometido darte la puñalada. ¿No me llamabas para eso?
SARA: En realidad, no te he llamado. ¿Crees que no sé lo que hay? La gente cree que se muere y que vienen, quién sabe de dónde, los gusanos a comérselos. Pero yo sé que no.
ANA: ¿No?
SARA: No. Los gusanos crecen dentro de uno mismo. Siempre han estado ahí. Son toda la basura, toda la impureza que has ido acumulando dentro de ti. Un segundo en el paladar y una eternidad en la cartuchera.
ANA: Y eso, ¿qué tiene que ver conmigo? Si me estás llamando gusano grasiento, es tan absurdo que ni alcanzo a ofenderme.
SARA: No te hagas la tonta. Tú eres yo. Mi espíritu tutelar. Mi Doble. Estás conmigo desde siempre. Estoy enferma y hablo conmigo misma. Como todos.
ANA: Me vas a asustar, niña. Me asusta la seguridad con que lo ves y lo dices todo.
SARA: Qué le vamos a hacer. Soy una moribunda. Me asiste el don de la clarividencia.
ANA: Pues nada. Retiremos las luces de la sala, no vayas a opacarlas con tu brillo.
SARA: Bien harías. Y guarda los espejos. No me gustaría quedarme encerrada en uno de esos, teniendo que venir a rendir cuentas cuando me invoquen las de mi clase con una Biblia y unas tijeras.
ANA: Esas historias de espejos, que te cuentan para meterte miedo... ¿Tú has leído a Tolkien, verdad?
SARA: En español y en inglés.
ANA: Recordarás entonces que también Galadriel, la reina de los elfos, tenía un espejo. ¿Te acuerdas qué vio cuando miró en él?
SARA: ¿No era Frodo, el hobbit, el que miraba?
ANA: Técnicamente sí. Pero todo forma una cadena: Frodo mira en el espejo y, asustado por lo que ve, intenta convencer a Galadriel para que acepte el Anillo y se convierta en reina de la Tierra Media....
SARA: Una reina majestuosa y terrible. Ya me acuerdo...
ANA: Entonces Galadriel valora esa posibilidad, o recuerda haberla valorado en el pasado, cuando se miró en el espejo. Y llega a su conclusión: rechaza la gloria, la vanidad del mundo. I will diminish...
SARA: ¡Claro! Me haré pequeña. Disminuiré. Y me iré a Valinor, a las tierras de Occidente...
ANA: Así es. 'Conviene andar muriéndose. La tarde lo aconseja'.
SARA: Partamos, entonces. Yo ya estoy hecha pedazos. No te queda mucho que separar de la sábana.
ANA: Cuánta prisa. Luego quieres que crea que no te da miedo quedarte.
SARA: Olvida el tema. ¿Adónde vamos? ¿De compras? Con esta talla me va a caer todo de fábula.
ANA: ¿Te han puesto una moneda bajo la lengua?
SARA: Y una tarjeta de crédito. Es por que no me la muerda.
ANA: Poco veneno te queda. Pero dime: ¿algunas palabras para la galería? Hoy día las paredes no son lo que eran. Ni a papel llegan. Aunque creas que no te oye nadie, igual el eco de tu voz viaja por las tuberías y acaba llegando a la prensa, o a casa de tus padres.
SARA: Me da igual. No tengo nada que decirles. No les reprocho nada.
ANA: Te dan igual, entonces.
SARA: No he dicho eso.
ANA: Matiza, entonces. Es el momento. No habrá otro.
SARA: Siento... Bah, es una tontería.
ANA: También las tonterías hay que arrojarlas. Dilo.
SARA: Siento un poco no haber aceptado el abrazo de la psicóloga.
ANA: Vaya.
SARA: Quería demostrarme algo. Me retó y me rajé. Hubiera preferido abrazarla y decirle: '¿Ves? No significa nada.'
ANA: ¿Y no habría significado nada?
SARA: (Dudando) A lo mejor, sí. A lo mejor sí habría significado algo. Pero da igual, el caso es que habría salido ganando. Ahora me roe la duda.
ANA: Siempre lo he dicho. Con lo pesada que es la Esperanza, la Duda es mucho peor. Es la primera que llega y la última que se va. ¡Lo que cuesta despejarla!
SARA: No me entiendas mal. Quiero irme. Pero vienes a pincharme con esas mandangas, de las últimas palabras y demás. ¿Qué quieres? De algo hay que hablar, en lo que acaba de hacer efecto la anestesia.
ANA: No me enfado. No te enfades. Mira, te he traído una cosa. Un regalo.
SARA: ¿Bombones? Espero que no sean de la caja roja. Por menos de Lindt, ya no me rebajo a vomitar nada.
ANA: Bombones, no. Bombillas. ¿Ves este mando, con la rueda en el centro? Prueba a moverla.
SARA (con dificultad): Ok. Está duro. Lo muevo. ¿Qué pasa? [Baja la iluminación del escenario.] ¡Hostias! ¡Qué guapo!
ANA: Es mi regalo de despedida. Como diría un sabio Zen, ilustra la situación. Tú decides cuándo apagar las luces. Aunque, de todas formas... a las pilas tampoco les queda mucho.
SARA: Ana…. ¿Te llamas Ana, verdad?
ANA: Si tú lo dices, sí. Con lo que quieran llamarme, me tengo que conformar.
SARA: Qué coplera eres. Ana… ¿Tú me darías un abrazo?
ANA: (Turbada.) Bueno, no sé. Es algo irregular esto que pides.
SARA: No seré la primera.
ANA: No sé qué decirte. Me han invitado a jugar al ajedrez, a las 3 en raya y al escondite. Me han atado a la silla, en un descuido. También me han llamado como si fuera la novia que nunca tuvieron, o la madre que les quité de pequeños. Lo habitual. Pero llegado el momento, abrazos los justos. Soy fría, o friolera. Esto tan latino de andar sobándose no te creas que me llama mucho.
SARA: ¿Le vas a negar a una muerta su última voluntad?
ANA: Depende. ¿Tienes dudas?
SARA: Ya no.
ANA: ¿Se cortó el hilo? Lo uno por lo otro, entonces. Apaga la luz y te abrazaré.
SARA: (Girando la rueda. De aquí hasta el final, va bajando la luz.) Ven aquí, labios de bombón.
ANA: Vengo.
SARA: Qué labios tan dulces tienes.
ANA: Para morderte mejor.
SARA: No sé, ahora pienso…
ANA: Es tarde. No estropees el momento.
SARA: Pero…
ANA: Déjate ir. Descansa. Ya lo has echado todo.
SARA: ¡Papá! ¡Mamá!
ANA: Duermen.
SARA: ¡Mía!
ANA: Toda tuya, Sara. Ni de Dios ni de nadie.
SARA: Mmmmmmm….
ANA: Ya, ya. Siempre es igual. Sosiega. ¿Quieres que te cante una nana? ¿Sí? Venga:

Condiciones de luna
tiene mi amante,
tan pronto creciente
como menguante
—y cuando es llena,
no sé lo que me pasa,
que me da pena.

Al pasar la barca,
me dijo el barquero:
Obsidiana blanca
y asfódelos negros.
Nieve entre los dientes.
Sangre de perfil.
Eres lo que pierdes.
Sácame de aquí.


Ruido de un cuerpo al caer en la oscuridad. Silencio.

sábado, 25 de febrero de 2012

La ciudad de las sirenas


Pues sí. Unos días tanto y otros tan poco. Influirá que tengo bastantes encargos que hacer, y por eso me llueven las ideas. Va esta pieza instrumental en 6/8 en dos versiones, si alucinada la primera, alucinadísima la segunda. Choose your pick!




Condiciones de luna (1/2)


Febril asunto. No pude terminar el día sin darle una forma a la obra que vino ayer a rondarme. Son dos actos y un mínimo prólogo. Aquí va la primera parte.

CONDICIONES DE LUNA

Tragicomedia mítica en dos actos

PRÓLOGO

[Escenario a oscuras. Va surgiendo una música infantil, de xilófonos y percusión metálica, como de llaves. Cuando lleva un rato, alguien canta o recita con voz contrastante, áspera, los versos de la famosa seguidilla:

Condiciones de luna
tiene mi amante,
tan pronto creciente
como menguante.]

[Más música. En el mismo tono de antes, pero más turbia. Ruido de pasos. Va entrando la luz.]

ACTO PRIMERO: MÍA

[La luz revela una habitación, con una cama y posters en las paredes. Todo muy teen, aunque con un toque de gusto mórbido: más emo y gótico que punk. Sentada en el centro de la cama, en posición semibúdica, está Sara, una chica guapafea, en pijama o salto de cama y maquillada en blanco y negro, con cierta saña. Se está comiendo una tableta enorme de chocolate Nestlé rojo.]

SARA. Siempre me ha gustado el chocolate. Empiezo una tableta y no puedo parar, directa hacia el ataque de acetona. Suerte que una pueda arrepentirse y limpiarse. Unos segundos ante la taza y como si nada.

[Entra en la habitación la psicóloga, Mía. Va vestida en un estilo a lo Trinidad Jiménez, en plan mujer liberada con su poquito de cuero, que le marca sobre todo el escote, poderoso y bien presente. Lleva un cuaderno de notas y un rotulador de punta fina.]

MÍA. Hola. ¿Diana? Soy Mía.
SARA. Diana no. Mis padres iban a llamarme Diana, pero al final me pusieron Sara. Una putada, la verdad. Diana es nombre de princesa, de diosa. Sara es nombre de gorda. Como Peggy.
MÍA. Así será, si así te parece. Yo soy Mía. Psicóloga y terapeuta.
SARA. Una matasanos, vaya. Te han avisado mis padres, ¿no? Por la movida de esta mañana.
MÍA: No soy una matasanos, Sara . Soy terapeuta junguiana. Terapeuta, que cura a la gente. Y junguiana, de Jung, el discípulo de Freud.
SARA: El que se tiraba a su paciente judía, sí. He visto la película. ¿Y cabe todo eso en tu tarjeta de visita?
MÍA: Disculpa. Como a los de la ESO hay que explicároslo todo...
SARA: No será a mí. Yo hice Cultura Clásica y Latín. Y este año, en Bachillerato, tengo Psicología.
MÍA: Pues sí que te inflas cuando quieres. No me extraña que me hayan llamado. ¿Qué estás comiendo? ¿Es lo mismo que vomitaste antes?
SARA: Te veo bien informada. Es chocolate, sí. El chocolate me encanta. Aunque es una mierda. No hay más que ver el color: cuanto más puro, más tenebroso. Y si hacen chocolate blanco, chocolate Michael Jackson, es precisamente por eso, por una mierda racista. Huyen de las tinieblas. Pregúntales a los colgados. Ellos le llaman mierda al chocolate. Y lo llevan en el culo cuando pasan la frontera.
MÍA: Ya veo. Impresionante. Una chica bulímica de 17 años que sabe decir culo y mierda. No sé si quedarme o salir huyendo. Lo mismo piso y me resbalo. A todo esto, Sara, ¿qué te pasa? Si es que lo sabes.
SARA: Pues claro que lo sé. Está fácil la cosa: yo no quiero ir a más.
MÍA: Te niegas a crecer.
SARA: Yo no sé que es crecer. Pero creo que es algo que el cuerpo hace solo, a su bola. Y no tiene nada que ver con engordar. A pesar del chocolate, yo era gordita de pequeña y después pegué el estirón y me hice más delgaducha. Eso es crecer.
MÍA: A veces. Pero crecer también es que te salgan curvas, hacerte una mujer.
SARA: Ya sé por dónde vas. La regla con sangre entra, y todo eso. Que, como es natural, nos tiene que llenar a todas de felicidad. Porque de eso se trata, ¿no?, siempre de llenarnos, de inflarnos para que ocupemos bien nuestro puesto. Y si no alcanza, ya nos darán rellenos o nos animarán a operarnos. ¡Tetas que no falten! ¡Hay que tenerlas siempre a mano!
MÍA: Tú también has tirado de teta, cuando eras cría.
SARA: Y ahora sigo bebiendo leche. De vaca... Lo que la mano no cubre…
MÍA (molesta): …no es teta, es ubre. Ya. Como las mías. ¿Quieres decir eso?
SARA: Te lo dices tú todo.
MÍA: Te traduzco. Aunque no lo creas, en eso consiste mi trabajo.
SARA: Venga. Voy a traducirte yo un poco lo que me pasa. Para que no digas que soy una adolescente confusa y todo eso. Lo que pasa es esto: que las princesas, las que vosotros llamáis anoréxicas y bulímicas, somos el Coco. Las nuevas brujas, las últimas revolucionarias. Os traemos el Apocalipsis a todas las viejunas que 'tenéis las cosas claras'. Nos tenéis miedo. Por eso censuráis nuestras páginas, como si fuéramos terroristas. Os obsesiona la idea de colocarnos un filtro. No queréis que pensemos por nosotras mismas, que hablemos entre nosotras y saquemos conclusiones. Pero, al final, nosotras mandamos: no es la moda quien nos hace así, sino nosotras las que dictamos la moda, como los gays. Sois vosotras las que generáis ideología para huir del espanto de estar cada vez más viejas y más gordas. No me extraña que nos envidiéis. Decís que tenéis una vida plena; pero queréis decir saturada. Así nos queréis a todas: polisaturadas. 'Pienso luego existo'. ¡A otro marrano con ese pienso!'
MÍA: Bah. En realidad, todo ese rollo autodestructivo es más viejo que el mear. Si hubieras vivido en el 77, en vez de una princesa ana-mía, serías una punki yonki.
SARA: Pues sí que me entiendes tú, perspicaz psicóloga. Yo estoy limpia. Si de algo no va mi rollo, es de meterme. Me horroriza la idea de meterme basura en el cuerpo.
MÍA: Pues eso pienso yo. Que tú meter, meter, nada...
SARA (ruborizándose): Vaya con la terapeuta. Ahora me sales con el psicoanálisis de toda la vida, machista y cutre.
MÍA: Por lo que he visto de tus andanzas en el chat, no pareces una santa precisamente. 'Guarriya17'. Yo no me pondría ese nick si no quisiera meterme un poco de alegría al cuerpo...
SARA: Bah. Me encanta poner burros a los tíos. Casi tanto como el chocolate. Pero me aburre la idea de hacer nada con ellos.
MÍA: ¿Hijos, por ejemplo?
SARA: O follar. Son todos unos brutos. Tengo yo mejor mano para esas cosas.
MÍA. Y te sobrarán dedos.
SARA: Sin faltar, ¿eh? Yo no te he pedido que vengas.
MÍA: Algunos dirían que sí. Que, de hecho, todo lo que has hecho, lo sepas o no, es una llamada de atención. Cada vez que vomitas o te niegas a comer, estás pidiendo ayuda. Marcando mi teléfono.
SARA: ¿Ah, sí? ¿Y a qué me vas a ayudar tú?
MÍA: No lo sé. ¿A aclararte, por ejemplo?
SARA: Yo tengo las cosas muy claras.
MÍA: Y el chocolate espeso. Ya veo las manchas.
SARA: Y dale con el tema. Qué golpe bajo. ¿Es por lo de las tetas de antes?
MÍA: Todo es posible.
SARA: Mira, en el fondo es muy sencillo. Yo no quiero ponerme como tú, ni como mi madre. No quiero ser como vosotras.
MÍA: ¿No será que no sabes lo que quieres ser?
SARA: A lo mejor. ¿Tan malo es eso? Te veo venir. Tú crees que yo me odio o algo así, que odio ser humana.
MÍA: Algo hay de eso.
SARA: Pues no. ¿Como era aquello? No soy de piedra. 'Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?'
MÍA: Qué redicha eres. 'Si nos pincháis...' ¿Y si te abrazo?
SARA (incómoda): ¿Y por qué me ibas a abrazar?
MÍA: ¿Y por qué no?
SARA: ¿Porque no eres mi madre? ¿Porque no me gustas? ¿Porque no te conozco de nada?
MÍA: Pues menos mal que la convencional y la estrecha soy yo.
SARA: Y una maldita metomentodo. Una mercenaria del amor. El puto humanitarismo, a sueldo. Como una máquina. Yo marco, mi madre echa la moneda, y por la ranura sale una psicóloga interina dispuesta a abrazarme. Así funciona el amor. Entrañable.
MÍA: ¿Tanto miedo te da dejarme entrar? ¿Es para tanto?
SARA: No me digas más. No me dolerá. Solo la primera vez. Es cuestión de dilatar el conducto.
MÍA: Primero, lubrificarlo. Pero el cuerpo, si le dejas, ya se encargará de eso. No tengo prisa, Sara. No te propongo nada artificial.
SARA: Todo. Todo es artificial. Que vengas a verme. Que finjas que te importa lo que me pasa. Que te paguen por ello. ¿A ti te parece normal eso?
MÍA: ¿Ahora queremos ajustarnos a las normas? ¿A las de quién?
SARA: No sé. Tú a las del libre mercado, supongo.
MÍA: Ya. Tú eres más del estado del malestar.
SARA: Y tú una mala profesional. ¿No te han enseñado a no implicarte emocionalmente con tus pacientes?
MÍA: ¿Ahora me vas a enseñar a hacer mi trabajo? Mira, a lo mejor lo que me han enseñado es que mis pacientes deben implicarse emocionalmente conmigo, si queremos que haya algún avance.
SARA: Ya. Pero ¿tú? ¿Tú también vas a hacer como tu maestro, enamorarte de tus pacientes?
MÍA: ¿Estoy enamorada de ti porque te quiero dar un abrazo? Menos mal que no he traído un anillo para pedirte en matrimonio.
SARA: Qué bonita eres. ¿En eso consiste ser psicóloga, en dar cortes?
MÍA: Tú tienes un ego bien gordo. Igual no le viene mal un recorte que otro.
SARA: Y luego dices de mis amigas del Tuenti. Pues mira, ninguna es la mitad de falsa que tú. Lo que dicen, lo sienten.
MÍA: Hay mucha verdad suelta. Y poco control de calidad.
SARA: Ya. Tu mentira es buena. Universitaria. Sin colorines ni cursilerías.
MÍA: Entre otras cosas.
SARA: Pues yo me quedo con la verdad de mis amigas. Ellas entienden lo que me pasa, porque les pasa también a ellas.
MÍA: ¿Ahora es cuando me toca decir a mí que yo también he sufrido? Vivir es sufrir, Sara. No solo, pero en buena medida.
SARA: Pues sufre tus movidas, y déjame de una vez con las mías.
MÍA: Solo el médico herido puede curar.
SARA: ¿Y para eso me quieres curar tú? ¿Para seguir sufriendo?
MÍA: Míralo de otro modo. Sea lo que sea lo que te pueda ofrecer esta situación, esta experiencia, ya lo has pasado. Medita sobre ello. Aprende lo que puedas y pasa página. Sufre (y disfruta) por otra cosa.
SARA: Ya. La que vosotros elijáis por mí.
MÍA: Otra cualquiera, Sara. ¿Tanto mola esta?
SARA: Pues sí. Tú no lo entiendes, pero sí. Mola sentirse viva. Mola que nadie te entienda. Mola hacerse cortes y sentir que sangras.
MÍA: Pero no mola nada que te abracen.
SARA: Si es el abrazo del oso, no.
MÍA: Pues nada. Te quedas sin abrazo. Ya es la hora. Me voy.
SARA: Qué pena. ¿Ya se me ha acabado el crédito? Tengo aquí una hucha. ¿La rompo y te compro una hora más?
MÍA: Una hora no puedo darte. Te queda un minuto de prórroga. Dime lo que quieras, si quieres, y piensa en lo que hemos hablado. Y cambia de chocolate. Es tontería montar el número por una tableta tan cutre.
SARA: No quiero nada.
MÍA: Eso me temo. Que te lleves dos tazas. Adiós. Lo siento.

viernes, 24 de febrero de 2012

Condiciones de luna


Idea para una obra de teatro (que no escribiré; no es mi género): Las fases de Sara. La obra tiene dos partes, de las que solo conozco el arranque:

SARA. Siempre me ha gustado el chocolate.

y

SARA. Cada vez estoy más gorda.
ANA. Tienes que morir. No está tan mal. Todo es cuestión de probarlo.

En la primera parte, la protagonista dialoga con Mía, la Luna Creciente. Hablan de la infancia, de los sabores que les gustan, de la sensación de crecer —y meterse en problemas. A Sara iban a llamarla Diana, y esa fue, cuando lo supo, su primera decepción. Diana es un nombre bonito; Sara es un nombre rechoncho, de gorda. Se podría usar la música (y la letra) de All Too Much, de los Beatles (all the world is Christmas' cake, take a slice, but not too much).

En la segunda parte, Sara habla con Ana, la Luna Menguante, sobre el suicidio, sobre la sensación liberadora de ser y hacer cada vez menos. Aquí las canciones serían otras: She said / I know what is like to be dead y One pills make you larger... and the one that mother gives you don't do anything at all. Referencias irónicas a La náusea de Sartre, que Sara no ha leído (yo tampoco; Ana, sí: hay poco que ella no sepa, aunque lo recuerda todo fragmentado, como si le costara descomprimirlo. Su verdadero recuerdo infantil es el Big Bang, o algo parecido.) Se trata, sí, de la náusea y el vómito: echarlo todo fuera, liberarse hasta las últimas consecuencias.

Podría haber un coro a modo de prólogo:

Condiciones de luna
tiene mi amante,
tan pronto creciente
como menguante.

Y quizá ese fuera un título mejor para la obra: Condiciones de luna.

También se podría aprovechar la canción Reina de la noche:

Y afuera en la calle brilla el envoltorio usado
de una luna gris;
pálida luz sobre tus medias rojas.

Sara es una chica emo, guapafea: atractiva pero propensa a engordar y a enflaquecer, seducida por los extremos: la perfección y la autodestrucción, lo banal y lo grandilocuente. A veces siente que el mundo le debe algo; y otras que es ella la que ha acumulado material prestado y debe (literalmente) devolverlo.

La obra, en fin, hablaría de la anorexia interpretándola desde un sustrato mítico (un complejo de Diana, donde la diosa tiene dos rostros o fases: Ana —la anorexia— y Mía —la bulimia—). Quizá se tratara de dar eso, un contexto al folklore que han desarrollado estos grupos, tan banales y refinados al mismo tiempo. Sería una obra sin moralejas, desde luego; aunque ilustraría sobre la seducción que ejercen las pautas (y las tallas) y la dificultad de escapar a su encanto letal.

jueves, 16 de febrero de 2012

Mapas de lugares inventados (cantada)


Pues eso: así viene a sonar una maqueta muy provisional de la canción, con su letra y esas cosas. Son cuatro acordes, pero quedan bastante apañados.

martes, 7 de febrero de 2012

Mapas de lugares inventados

Un pequeño experimento sonoro, que va alternando compases ternarios y binarios. Canta el metal sobre una base de clavicordio. La armonía, muy simple, va de la menor a fa pasando por sol y viceversa.

*

Edito la pieza. Resulta que guardaba bastantes cosas dentro. Así suena, una vez expandida, para guitarra y flauta travesera:



viernes, 3 de febrero de 2012

El Señor de los Motivos


Con lo sedentario que es uno, casi todas las ocurrencias más o menos interesantes me llegan paseando, yendo de aquí para allá y pensando en cosas urgentes y cotidianas. A mi cerebro le encanta interrumpirme entonces:

—Oye, ¿y tú has pensando alguna vez que El Señor de los Anillos es en realidad la combinación de dos motivos folklóricos bien conocidos?
—Con lo que odiaba Tolkien que se dijeran esas cosas. Pero en fin, dime.
—Pues sí: de un lado, el motivo del tesoro maldito, envenenado, que trae la desdicha a quienes lo consiguen.
—Vaya novedad. Como si Tolkien no hubiera avisado que el Anillo de los Nibelungos y el suyo se parecían solo en una cosa: los dos eran redondos. (A regañadientes.) Aunque en Las aventuras de Tom Bombadil también hay un poema sobre el tema.
—Ya. Y el otro, el del alma externada, que el ogro guarda en un huevo o algún otro objeto externo, tornándose así aparentemente invulnerable.
—Mira, ahí si podrías tener algo.
—Y tanto. Piénsalo.
—No prometo nada. En otro rato, quizá. ¿Un cruasán?
—Sea.