jueves, 29 de marzo de 2012

Lo que nos duró el enfado


Una canción nueva, también bastante sambera ella.



Así dice la letra:

Lo que nos duró el enfado,
ordenar lo que ha pasado
y volverlo a repetir
por si no fuera bastante malo.

Despertar en un lugar tranquilo
donde nada de esto ha sucedido,
no cerrar jamás
la ventana del desván.

Reiniciar nuestro sistema,
amueblar nuestro problema
y mudarnos a esperar
a que llueva la primera piedra.

Despertar en un lugar lejano,
enredar las líneas de tu mano,
no pensarlo más
y abrazar la oscuridad.

Lo que nos duró el enfado,
aprender lo que ha pasado
y volverlo a repetir
por si no fuera bastante claro.

Despertar en un lugar lejano,
enredar las líneas de tu mano,
no pensarlo más
y abrazar la oscuridad.



lunes, 26 de marzo de 2012

Esperando en la escalera


Estupendo ensayo, si breve, de Ciento Volando. Como fruto inmediato, esta versión instrumental de una de las canciones nuevas que aguardaban su oportunidad, Esperando en la escalera.




Así dice la letra:

Esperando en la escalera
por si sube la marea
dándole a los peces que pensar
en ti.

Caminito de la escuela,
repasando mis tareas,
dándole a los años que contar
de mí.

Ah...

Esperando en la perrera
que te acerques cuando puedas,
dándole a los gatos que maullar
en sí.

Mariposas en la arena,
muchas y ninguna buena
para alimentar mi colección
de ti.

Ah...


sábado, 24 de marzo de 2012

Dentro del Laberinto


He disfrutado mucho volviendo con mis alumnos de Latín (sic) de 4º de este año sobre una de mis películas favoritas, Dentro del Laberinto, de Jim Henson. Aunque muchos no conozcan su nombre, los niños de todo el mundo, desde 1964 hasta hoy, hemos crecido con las criaturas inventadas por Henson (1936-1990), sin duda el artista de marionetas más influyente del siglo pasado. En 1964 creó a los muppets, conocidos en España como los teleñecos, protagonistas de la serie de televisión Barrio Sésamo (Sesame Street), con personajes como Epi y Blas, la rana Gustavo y Triqui (el Monstruo de las Galletas). En los años 80, creó la serie Los Fraguel (Fraggel Rock), que cumplió una función similar con una nueva generación de niños.

El éxito de sus programas televisivos permitió a Henson desarrollar en sus últimos años iniciativas más personales, en las que dio rienda suelta a su amor por los cuentos tradicionales, la mitología clásica y la literatura fantástica. Destacan las películas Cristal oscuro (1982) y Dentro del laberinto (1986). (Sin embargo, su último éxito de taquilla le llegó con un proyecto ajeno y muy distinto: Las tortujas Ninja, de 1990.)

En Dentro del laberinto encontramos a una adolescente, Sarah (Jennifer Connelly), que vive en un mundo personal, habitado por su perro Merlín, sus muñecos y sus pósters, maquetas y libros (entre los que encontramos clásicos como Alicia en el país de las maravillas, El mago de Oz y los cuentos de los hermanos Grimm).

Sarah está obsesionada por un libro llamado Laberinto, y fantasea que ella es la protagonista, una muchacha de la que se enamora el rey de los goblins (duendes), Jareth (David Bowie).
Cuando su madrastra la deja al cargo de su hermanastro, Toby, y descubre que este tiene su peluche favorito, Lancelot, Sarah se enfada tanto que intenta aterrar al bebé diciéndole que se lo entrega a los goblins para que se lo lleven lejos para siempre.

Para su sorpresa, los goblins cumplen su petición. Sarah, arrepentida, pide a Jareth que le devuelva a su hermano, pero el rey le dice que tiene trece horas para cruzar el Laberinto y llegar a su castillo. Si no lo hace, Toby se convertirá en un goblin.

En su viaje por el Laberinto, Sarah se hace amiga de varios personajes que le ayudan en su búsqueda. El traicionero Hoggle, un enano-goblin, trabaja para Jareth y debe llevar a Sarah de vuelta al comienzo del Laberinto para desanimarla, pero la bondad de la chica hace que vacile en su misión. En una ocasión traiciona a Sarah, entregándole un melocotón encantado que es en realidad una de las esferas mágicas de Jareth. Al morderlo, Sarah olvida quién es y cuál es su misión. Sin embargo, más adelante Hoggle se redime cuando acude en defensa de Sarah y sus amigos y se enfrenta al gigantesco guardián de la ciudad de los goblins.

Sarah recibe también la ayuda de Ludo, una criatura similar a un yeti, de apariencia temible, pero en realidad extremadamente amable, y la de sir Dydimus, un valiente perrillo que vigila el paso del Pantano del Hedor Eterno como si se tratase de uno más de los caballeros de la Tabla Redonda.

Como es lógico, al final Sarah cumple su misión, y derrota a Jareth, quien se siente traicionado por la muchacha: después de todo, dice, siempre ha actuado para complacer sus deseos.

El diseño del castillo de Jareth está inspirado en un dibujo del holandés M. C. Escher, que en su obra desafía la lógica, presentándonos, por ejemplo, dos manos que se dibujan la una a la otra, y un laberinto en el que cada tramo y rellano parecen tener su propia gravedad:


En la trama encontramos muchos de los elementos característicos de las historias sobre laberintos: el héroe que debe cruzar el Laberinto, el tesoro oculto, el personaje que traiciona a su señor y ayuda al héroe, el rey tiránico, señor del Laberinto, y el monstruo al que el héroe debe enfrentarse.

No se trata de una película perfecta, pero sí justamente inolvidable. En gran parte, su atractivo se debe a las paradojas que encierra: se trata de una película para niños sobre el fin de la niñez, una película que presenta temas intemporales, arquetípicos (a la Joseph Cambell; no es casual que George Lucas, devoto de este, financiara en parte el proyecto) con un fortísimo sabor de época (la película es ochentil a tope); y un fracaso comercial que ha demostrado después una capacidad de trascendencia muy notable, con secuelas como el manga Regreso al laberinto y homenajes como Mirromask, de Neil Gaiman.

viernes, 9 de marzo de 2012

My White Bicycle


Primer paseo en bici hoy, desde los 15 años. Sensación de libertad. Cruzo las calles como si las subrayara con un rotulador fosforito. Da gusto repasar las calles de siempre desde esta perspectiva inédita. Descubrir que tienen sentidos lícitos y prohibidos, desniveles que un día serán charcos. Como aún no estoy muy seguro de mis fuerzas, me limito a recorrer los dominios cercanos. Como el poeta simbolista que fui de pequeño, disfruto la correspondencia entre el atardecer y los terrenos surreales que recorro, solares decaídos donde se iba a construir toda una urbanización y que han quedado a medio apañar, con calles asfaltadas por las que no pasan coches y que el botellón, tan generoso como importuno, suele regar de cristales. Como el barrendero se abstiene de entrar en la zona maldita, sopeso la oportunidad de llevarme otra tarde mi propia escoba y darle un repaso.

Vi ayer la bicicleta que me regalaron y pensé que, efectivamente, alguna cosa tenía en común con aquella de mi niñez. Pero apenas lo básico. Mi regalo es un animal distinto, mucho más alto y robusto, con dos juegos de marchas y sin la familiar patita negra o plateada donde dejarla apoyada. Tampoco tiene timbre ni faro. Subido en ella, no toco con los pies en el suelo (ni lo debo tocar, me advierte el vendedor, muy de Bilbao él, simpático y sentencioso, pero incapaz de explicarme de forma inteligible cómo marcha el invento). Ni subir ni bajar es fácil, al menos no con gracia, para quien aún no se ha acostumbrado a hacerlo. Por suerte, una vez arriba, todo se simplifica. Hasta el juego de las palanquitas consiste en ir probando hasta hallar una combinación de los engranajes que, intuitivamente, le parece a uno 'la natural'.

El cuerpo, a la vez, se alegra y se queja del reto: duele el culo y se ensancha el aliento. Como intuía (o recordaba), me encanta lo que siento. Y agradezco a mis niños haberme contagiado esta alegría, que yo había ido demorando para cuando viviera en un pueblo de verdad —como si aún quedaran sitios de esos.

En sincronía con mis recuerdos de bici (aquellas tardes de finales de los 70 y principios de los 80 en Majadahonda, con la reina de las piedras), en la radio mental me acompañan versos de Radio Futura: 'a la hora en que cierran los clubs', 'tras algún signo de vida voy / sin sonreír más de lo necesario'. Y no, no ríe uno al ver los coches, esos armatostes que hoy más que nunca se revelan como el enemigo —aunque los conductores de muchos de ellos serán también, en su vida paralela, el ciclista experto y asiduo que yo no soy, esta tarde desde mi bici me parecen todos apresurados, seguros en su esquema de metal macizo, traicioneros y prepotentes.

Es una media hora larga, pero parece mucho más tiempo, como si el cronómetro que va cada año más deprisa hubiera regresado por una vez a las tardes casi infinitas de aquellos años. Pienso en el tite Antonio, en las islas del poniente y los pueblos del sur. Imagino esta entrada: por escribir y ya escrita, al mismo tiempo. Y estoy un instante aquí y allí a la vez, siendo el uno y el otro, conciliados los extremos.

De vuelta a la cochera, no recuerdo las instrucciones para bajar, pero lo hago con naturalidad. Pienso en la otra bajada, la que hice a los quince años más o menos. Te bajas de la bici pensando que el fin de semana volverás a subirte, y al fin de semana siguiente el mundo se ha vuelto patas arriba: tus abuelos han vendido el chalet que era tu Edén, tu amor infantil se ha ennoviado, tu familia se reduce a la inmediata. Toda la vida, desde entonces, pensando en volver a subirme. Y resulta que sí: también eso tenía un momento. ¿Lo tendrán otros anhelos?


miércoles, 7 de marzo de 2012

El testamento de las hadas

(Ilustración de May Gañán para la revista Boronía)

Un día apropiado este para retomar la escritura del blog. Los cumpleaños, a cierta edad, tienen más de memento mori que de jolgorio; aunque me dicen buenos amigos que quién pillara estos años —y tienen razón, sin duda. No han faltado buenos regalos: una puerta que se abre y una bicicleta estupenda, que por lo alta y compleja (hasta marchas tiene) se parece bien poco a la última que monté, allá por los doce o los trece —pero una vez arriba, pedaleando por la galería que rodea el Parque de las Minas, se deja querer y me devuelve sensaciones muy queridas y, a pesar del pesar, nada remotas: lo hondo nunca nos deja.

Repaso lo que he escrito en este día en varios sitios y creo que el conjunto resume bien mis sensaciones. En Twitter meditaba que, puestos a pedir regalos, el cuerpo me pedía uno muy simple: descanso —no necesariamente eterno. Es semana negra, de las que preceden inmediatamente a una evaluación, y tengo compromisos pendientes con la editorial con la que colaboro; pero en fin, si no es hoy, tampoco serán ya muchos más días de insoportable ajetreo.

En Facebook es imposible no asombrarse de la de amigos nuevos y eternos que sacan un rato para enviar un abrazo o un beso. Gracias a todos, y en especial a mi comentarista favorita, que me escribe que Por esta Villa se te quiere y admira. ¿Qué responder a eso? La verdad: que yo sí que me admiro —de tener tan buenos amigos desde tan antiguo y no haberlos perdido, a pesar de mi forma un tanto desmañada de ser.

Buscando otra cosa, en fin, doy con este regalo que me hizo hace tiempo Antonio Hernández Marín, Grifo, Aker. Es un comentario de un poema; que seguramente vale más que el poema en sí. Como le conozco, sé que de las varias interpretaciones que tiene el que haya aparecido este comentario justo hoy, justo ahora, él elegiría la misma que yo. Gracias, tite Antonio. Gracias también a May, que puso imagen a este poema para un número especial de la revista Boronía: rescatado va, al comienzo de la entrada. Gracias también al buen amigo que ha abierto la puerta a la que he aludido antes, y de la que volveré a hablaros, si ha lugar. Gracias a todos. Y que dentro de un año sigamos en pie.



*

En el estanque un barco de papel
contiene el testamento de las hadas.
Lo ven aparecer todos los niños
cuando es la hora de volver a casa.


Interesante poemita que contiene todas las claves de su autor, que resulta clarísimo (en poesía, todo es clarísimo y oscurísmo); pero del que uno, como siempre, sólo puede comentar la impresión que le haya producido. Vaya:

a) La presencia de la rima (asomante en este caso) da al poema un tono de sencillez, de canción. El poema se presenta, además de por sus reducidas dimensiones, como algo muy sencillo. ¿Lo es?

b) Se dan varios elementos relacionados. La estructura no es lisa sino compleja. Los niños ven el testamento de las hadas cuando tienen que volver a casa. No pueden detenerse en él sino dejarlo ahí (oposición estanque-casa como de infancia-vida adulta). Inevitablemente, por tanto, los niños están condenados a hacerse hombres mayores y a abandonar el mundo aquel (el 'estanque' tiene connotaciones uterinas, de vida prenatal; o de infancia como continuación de la vida aquella; todo en el sentido de que solía hablar, por lo poco que sé de él —gracias, Al—, Ferenczi con su enfatización de la 'vida' prenatal —una vida completa y compleja— como origen de nuestra vida psíquica posterior).

c) Además, los niños no se encuentran directamente en el mundo de las hadas (el mundo prenatal, reconocible, siquiera, por su anterioridad al niño). Solo le queda de ellas su 'testamento' y legado. La infancia constituiría así una existencia en línea con la vida compleja prenatal, el mundo maravilloso de todas las hadas.

d) Ante esto, se me ocurre decir, como conclusión, que la poesía de Al (en este y otros muchos poemas) no trata sobre el recuerdo de la infancia, aunque la infancia tenga que ser evocada una y otra vez. Trata, ante todo, de la pérdida de la misma: de la expulsión del Paraíso, del final de la edad de oro mítica, etc... Nada extraño en un autor en el que las referencias mitográficas forman parte esencial de su formación y discurso. La posibilidad más lógica es la de conformar también así su discurso poético. Su tono me parece, aquí, afín al citado antes de Ferenczi. Pero, eso sí: Al tiene toda esa cultura que faltaba al gran psicoanalista. Bienvenida sea.

¿Que por qué puedo analizar así un poema tan corto y extenderme tanto? (preguntarán escépticos).

Por nada de especial. Sino porque me encuentro, se podrá comprender, en una posición privilegiada respecto a este poeta: lo conozco desde su nacimiento poético, desde antes de que la hora de la cena lo hubiese alejado del estanque. Nada más.
Saludos, amigos.

Grifo

13/05/06 11:45