domingo, 30 de diciembre de 2012

Haz que parezca una biografía


He pasado un par de días sumergido en Las muchas vidas de John Lennon, de Albert Goldman. El libro es un ejemplo señero de lo que se ha llamado patografía: una biografía tan desfavorable al biografiado que parece más bien el informe de un abogado del Diablo decidido a acabar con él. Goldman llega a la tarea con un currículum impresionante: meó anteriormente en la tumba de Lenny Bruce, Bruce Lee y Elvis, provocando una ira descomunal entre los fans de este último. Timothy Leary sufrió un tratamiento similar a manos de otro biógrafo decidido, Robert Greenfield. Aunque el damnificado principal está muerto, en el caso del libro de Goldman la viuda de Lennon, viva y activa, recibe tal cantidad de golpes que es inevitable preguntarse por qué no llevó a su inflexible censor a los tribunales. Es difícil no coincidir con Goldman en que Ono (que dijo haber considerado el suicidio tras leer la obra) no habría podido permitirse que se airearan aún más sus manejos y torpezas, y la persecución legal del libro le habría dado aún más notoriedad.

El libro no solo provocó una reacción digamos fundamentalista (en plan no pierdan Vds. el tiempo con esa basura); George Martin y otros señalaron, con razón, que contiene múltiples errores fácilmente constatables, como presentar Love Me Do como un disco de 78 rpm o confundir la autoría de las canciones (Drive my car, analizada como obra de Lennon, es en realidad hija de McCartney). Goldman admitió estas meteduras de pata, minimizando su importancia, y prometió subsanarlas en próximas ediciones —pero la española de 2011, que he leído, las conserva todas, añadiendo a la mezcla un surtido generoso de errores de traducción (por ejemplo, alguien debería aclarar a Rosalía Vázquez, responsable de la tarea, que chords no significa cuerdas, sino acordes). La falta de acribía en cuestiones menudas implica un descuido que incita al escepticismo respecto a las afirmaciones más audaces que contiene el libro: por ejemplo, esa ocasión en que, supuestamente, Lennon se negó a subir al escenario con los demás Beatles hasta "vaciar sus huevos", por lo que sus gorilas procedieron a traerle a la primera fan de buen ver que encontraron para que la violara.

Peor impresión aún que los errores la produce la inconsecuencia: Goldman afirma con frecuencia cosas contrarias en el espacio de unas pocas páginas, de forma que el Lennon de los años de silencio tan pronto aparece como un recluso prácticamente inválido incapaz de actividad alguna como se transforma en un viajero hiperactivo; del mismo modo, Yoko Ono es en una página una supersticiosa sonrojante que no da un paso sin consultar el Tarot y en la siguiente una escéptica que utiliza a su red de presuntos videntes para dar autoridad a sus propios designios, presentándolos como si tuvieran origen divino.

Dado que Lennon, por su muerte trágica, se ha convertido en objeto de un culto bastante acrítico, no se puede decir que el libro de Goldman sea enteramente pernicioso: dejando aparte las acusaciones fantasiosas, con lo que el propio Lennon declaró en vida sobre y contra sí mismo, amorosamente recopilado por su verdugo, hay material de sobra para restituirle a una estatura menos disparatada. Fue un hombre impulsivo, con una marcada tendencia a la violencia (especialmente hacia las mujeres y los gays) y una oscilación (bastante comprensible) entre la megalomanía y la inseguridad. Lo llamativo es que supo tomarse estas limitaciones con un humor y una capacidad de autocrítica nada frecuentes. De hecho, no encontramos en las declaraciones de los demás Beatles  la franqueza desarmante con la que Lennon habla de su abuso de varias drogas o admite haber dicho tonterías, exageraciones o mentiras en el pasado, llevado por la ira o el interés estratégico.

Como señala con astucia Louis Menand, la patografía, lo que los antiguos llamaban la damnatio memoriae, no solo constituye a su pesar un testimonio reticente de la valía del vilipendiado, sino que engrandece el misterio: cuanto más despreciable e inane resulta la persona del artista, más enigmática se vuelve la distancia entre sus defectos y sus logros. These books only scratch where it itches. They still can't explain why it itches, and the itching doesn't stop.

Los logros de Lennon, con y sin los Beatles, apenas necesitan defensa ni elogio: si detrás de All you need is love, Instant Karma y My mummy's dead está la melodía inicial de Three blind mice, como señala con razón Goldman, uno se pregunta quién más habría sido capaz de convertir esas tres notas en otras tantas canciones tan notables.

Otro asunto es el valor de la obra de Yoko Ono, que parece haber gastado cantidades ingentes de tiempo y dinero en promocionarse sin haber conseguido, hasta hoy, la aprobación gratuita de casi nadie. Podemos creer en la sinceridad, al menos inicial, de Lennon cuando afirmaba que los berridos de Ono constituían algo tan valioso como las canciones de Chuck Berry o Buddy Holly —pero solo para él. En cuanto a la corte de aduladores y hechiceros que la rodea, de la que procede buena parte de la bilis del libro, es imposible no recordar la observación de Freud sobre la marea pestilente del ocultismo. Si, en fin, la acusación de Goldman de que fue Ono quien arrojó sobre McCartney al servicio de aduanas de Japón en 1980 tiene algún fundamento (y sorprende que nadie se haya lanzado a desmentirla), la distancia entre el personaje y la Bruja Piruja se hace extremadamente tenue.


viernes, 28 de diciembre de 2012

Disolución


Como el ano junto al sexo, desde Quevedo, al menos, la poesía escatológica sigue a la amorosa como una sombra deforme, usurpando sus formas características (el soneto, especialmente) con una suerte de virtuosismo impropio (lo que JRJ llamaba 'poesía al revés'). La degradación de lo poético, tan penosa, tiene también algo alquímico: es Orfeo (o Ishtar) bajando a las cloacas, al infierno gástrico, un ciclo de metales y digestiones pesados, donde André Breton, por ejemplo, creyó imposible poesía alguna. Tiendo a darle la razón —pero en la duermevela de hoy la Musa sublunar ha venido a visitarme lira en ristre, pidiendo turno. Pues ellas mandan, procedo:

Un pedazo de mierda,
un zurullo viscoso y repelente 
que con constancia cerda 
esparce en el ambiente 
su hedor desaprensivo y estridente.

Materia cero, prima,
estiércol donde toman las raíces
venganza de su cima,
sorbiendo entre lombrices
el hilo de sus telas más felices.

Ingratos pies de barro,
pero botas también de siete mares,
desvencijado carro
que siembra en los pajares
la aguja de sus éxtasis vulgares.

Desagües y letrinas,
estanque saturado de presencias
incómodas, espinas
que grapan evidencias,
museo torturado de las ciencias.

La vida hecha residuo
resiste declarándose solvente;
doblado, el individuo
se aleja bajo el puente,
disuelto en la quietud de la corriente.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Camina la Virgen pura (villancico melotrónico)


Hace años, esta fue de las primeras tonadas que me trajeron mis alumnos cuando les pedí que recogiesen canciones populares de la generación de sus padres y abuelos. Acabo de escuchar ahora la transcripción fidelísima que hizo de ella en su día el gran Félix Contreras para el Cancionero y Romancero del Campo Arañuelo y veo que mi memoria la ha transformado un poco. Como en ese tipo de transformaciones consiste la vida de la tradición oral, no me apoco y traigo 'mi' versión del invento. Así suena, con la melodía a cargo de un melotrón (que combina flauta y fagot) y el acompañamiento al clave. (Sobre la letra del romance hablamos en otra ocasión: hela acá, con doctísima aportación en los comentarios de Antonio Hernández, Grifo —cuyo pintor favorito, Patinir, ilustra esta entrada.)

domingo, 16 de diciembre de 2012

Las hadas alfonsíes

La canción que sigue, de nuestro querido Alfonso, rara vez ha dejado de sonar en nuestros conciertos cientovolanderos. No sé si es la mejor de las suyas, pero desde luego es un buque insignia de su sonido; la armonía es sencilla, pero contiene los giros exactos para situar la melodía en un terreno equívoco, tonal y modal al mismo tiempo.  El arreglo, con unas frases estupendas de Dani a la flauta, ha ido mutando con los años. Esta es la versión más madura hasta el momento, de agosto de este año, con una interpretación memorable de Luli. Los que sintáis curiosidad, tenéis aquí la versión original, en voz de Alfonso, y acullá una versión cientovolandera en directo del 2007, con Luz a la percusión.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Españoles, Albiac ha muerto


Releo, por si contiene algo útil, La muerte, de Gabriel Albiac. Es un libro agradable, escrito sin la verborrea que hace ilegibles sus panfletos sharónicos. La grandilocuencia está ahí, desde luego, pero contenida. Hay ratos impecables (durante bastantes páginas, es poco más que un comentario admirativo del Heráclito de García Calvo), pero fatiga el derrotismo de Albiac, para quien todo lo importante y digno de memoria pasó hace muuuuuuucho tiempo.

A veces, parece que ese tiempo dorado es Grecia. Otras, la frontera está en los albores de la Revolución Francesa, o en los surrealistas, o aun tan cerca como los últimos años sesenta. Parece que en la película de Albiac la muerte de la civilización tuvo lugar por estratos: la filosofía muere con Grecia, pero la política sigue siendo actividad notable hasta San Just, la escritura dura hasta Éluard y la música hasta Jim Morrison. En cualquier caso, él nos escribe en el después del después, cuando ya no se entiende la letra de aquello y apenas se puede tararear, desafinando, la música. Vamos, que sólo queda la COPE, su biblioteca y esa panda de chorizos del PSOE que encarnan cuanto de corrupto y prescindible hay en el ser humano.

Admito mi escepticismo, pero me da la sensación de que Arcadi Espada (creo que fue él) acertó al aludir a Albiac como un hombre que confunde su ocaso privado con el público. Uno aprecia su entusiasmo por cada una de esas edades doradas perdidas, pero queda la sensación de que podría haber elegido otras (haberse entusiasmado con el punk, por ejemplo) o, mejor aún, seguir abierto a lo que pueda venir, que nadie sabe.

Hasta su militancia sharónica, aunque intragable, revela que después de todo el hombre conserva cierta capacidad de entusiasmo por la política. Recuerdo un artículo suyo en el que él mismo se sorprendía de la distancia entre la visión desdeñosa que tuvo en su día del gobierno de Aznar ('pobre diablo', le llamaba entonces) y el balance que se le impuso cuando el 'pobre hombre' se retiró y resultó que, a ojos de Albiac, no lo había hecho tan mal y merecía una palmadita en la espalda.

Lo de menos es que uno no comparta ese entusiasmo tardío por Aznar: lo de más, esa distancia entre la película en que Albiac vive y el flujo de los hechos, que amenazan salirse del guión en cualquier momento. Creer que todo va a peor es una forma invertida del progresismo de toda la vida, igualmente irracional y de trasfondo (¡horror!) religioso. Al final Albiac es (quiere ser, al menos) ese druida de las pelis artúricas que constata que el mundo ha cambiado a peor de forma irreversible y se retira a barajar sus runas. Un pesado, en fin; y un cenizo.

jueves, 29 de noviembre de 2012

George sincerely

McCartney quería componer algo con Harrison, pero nunca encontraron el momento. No renunció a la idea, ni siquiera tras la muerte de este. Un día se despertó y se sintió Harrison. Compuso esto. La prensa, que no entiende nada, se cachondeó del asunto, pero es uno de los momentos más emotivos de esta larga y tortuosa historia de amor.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Las gotas del reloj

Una canción sobre el paso del tiempo (y qué día no es fiesta). Canta Fátima.

A pesar de los años
no se acaba la muerte 
ni mis ganas de hacerte 
volar 

reescribiendo la historia 
con tu traje de novia, 
entreabriéndome el cielo 
con tu falda de vuelo. 

Luna nueva de mi corazón, 
quién bebió las gotas del reloj, 
las gotas del reloj. 

Subrayar lo que es cierto, 
recordarme que has muerto 
y eres ya tu heredera, 
mi muñeca de cera. 

Ropa sucia de mi corazón, 
quién bebió las gotas del reloj, 
las gotas del reloj. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

El noble vals de Tristán e Iseo


En lo que grabamos (que está ya al caer) una versión en vivo de esta canción, para mí una de las más queridas, aquí va una versión que recoge el arreglo completo.

martes, 13 de noviembre de 2012

Mundo al revés (I)


Me llega esta columna, escrita por una lectora aficionada a las columnas que solían aparecer en La Razón a nombre de ¿Agustín García Calvo? De la nostalgia de las ya escritas ha nacido esta, que les acerco, porsiaca.

MUNDO AL REVÉS 1º? 

Me dicen que la lengua o razón común, aquella que hasta sonaba por escrito y trinaba a ratos (y nos ha llegado, aunque en harapos) en el libro de Heraclito, anda por estos lares tan confundida o impedida o no sé cómo, que es que se nos ha vuelto algo muy raro que pueda florecer en algún sitio, y que así resulta que, formados en el gusto democrático, los oyentes, el público más o menos culto, los prójimos mismos, encuentran demasiado difícil aceptar siquiera que pueda darse un brote entre la gente de crítica severa y razonante, algo que ponga en duda o en solfa los gustos y verdades de ese mundo en que con tanta soltura y comodidad (salvo pequeñas pegas, algún contratiempo) han llegado, como sorteando su horror, a manejarse.

Si sales –me dicen– de las razones y motivos económicos (pues en dinero o futuro las almas del Rey Midas todo lo miden y tasan, lo que alcanzan), no les entra en la mollera a estos percebes (largos años de educación lo garantizan a manos de unos hombres adultos convencidos del valor del dinero y de su historia); y hay con todo que quererlos, seguir con ellos: son nuestra familia humanitaria. Siempre ha sido así y no hay motivo para encontrar horroroso lo que estamos viviendo y mucho menos a nosotros, nuestras cosas, lo que hacemos.

Que los mejores –añaden– están ya concienciados (¿ya se las saben todas?) y buscan que su toma de conciencia sea universal –como el dinero–, así que, aunque toques los palos más variados, en la amplísima gama de campos, materias o artes prácticas, no debes salirte de la norma y mucho menos andar por ahi enseñando o pretendiendo enseñar artes y cosas “que no van a entender”. (No sé en quién están pensando, pero ellos los conocen, y tú también –te dicen–. ¿Sabré yo acaso quién es el que entiende? –te dices) Pides –te dicen– mucho (como peras al olmo). Hay cosas que no, que no se hacen (¿no se llevan?). Hazte a la idea que la mayoría... no ya la mayoría: nadie, nadie te va a entender si dices eso.

Me tiene un poco harta la cantilena. Me suena que (con la ayuda del público lector, con vuestra ayuda, si sois tan amables) no voy a poder menos que lanzarme a desmentirla paso por paso allá donde se ofrezca. A ver si queréis acompañarme en esto, lo mismo los que entiendan de qué hablo y lo padezcan, que los que no lo entiendan con las preguntas o estrañezas que esto les suscite. Estoy tratando de que el mundo en que nos proponen que actuemos tiene unas condiciones (a cada paso se nos recuerda de mil modos) que, para cualquier sentido común ingenuo, son del mundo al revés, donde lo más común (pongamos por ejemplo el razonamiento sobre el lenguaje o la música o la aritmética de cada día) es lo más raro e incomún del mundo. Esto me deja perpleja y –la verdad– no me lo quiero creer del todo: beneficia demasiado al Señor para no ser sospechoso. Por si suenan más voces entre el público, aquí dejo por hoy el recado, y permitid que firme con este pseudónimo o apodo que me he puesto o me ha salido por el atrevimiento de escribiros.

Azorada

sábado, 10 de noviembre de 2012

Estaba yo pensando





Estaba yo pensando es una canción singular, al menos por el planteamiento: se trata de una vuelta sobre el dolor de ciertas pérdidas, afrontado no desde la fe en esto o aquello, sino desde un escepticismo más o menos consecuente sobre lo irreversible y definitivo de las mismas. Como pregunta el maestro,  ¿Qué era lo que fue? ¿Qué fue lo que era? Frente a la voluntad de pasar página y mudarse a una nueva ilusión, la canción habla de dejar abierta la herida, mientras ella quiera. Así dice la letra:


Estaba yo pensando
que todo lo que pasa
tendrá que ir a algún sitio
y se puede buscar;
estaba yo pensando
que todo lo que empieza
tal vez tenga un principio,
pero nunca un final.

Estaba yo pensando en ti
y el tiempo se burló de mí
y yo del tiempo.

Amigos que se fueron,
camisas de agujeros,
no puedo retenerlos
pero nunca se van.
Memorias inventadas,
acordes de la nada,
mareas de recuerdos
que iluminan el mar.

Estaba yo pensando en ti
y el cielo se rió de mí
y yo del cielo.

Todo es mentira,
pero nada es verdad;
tan solo que esta herida
no deja de sangrar
—ni yo lo intento.

Y así suena la versión instrumental de la Orquestina Encantada, con la parte de la voz en las cuerdas de un sitar harto beatlémano. Gracias como siempre al maestro Aníbal por ayudarme a encontrar las notas justas en los pasajes más comprometidos.


jueves, 1 de noviembre de 2012

Agustín has left the building


Con el maestro Agustín, que acaba de morir en su Zamora, la vida me lleva arrancados tres hermanos y dos padres (aunque vivan aún, por muchos años, los que me dieron el ser, y esos pocos amigos sin cuenta que han sido y son más que eso). No soy un ingrato. Agradezco haberlos tenido, haberlos querido tanto, y que ellos (pienso) tuvieran constancia de ello. 'Era un hombre y te quiso mucho' —y 'mucho', llorando, digas.

Cada una de esas pérdidas ha sido un mazazo, una pared que se caía de repente en mi pequeño mundo, dejando entrar a traición la pena y el frío. Uno se las ve como puede con eso. Aunque nunca puede darse tal cosa como una recuperación, cabe al menos que el dolor del vacío no se lleve toda la presa, y la alegría de seguir sabiendo de ellos, a través de lo mucho que han dejado en marcha (no ya hecho, sino siempre mutante, vivo), haga también lo suyo.

Como el de mucha gente, supongo, mi primer contacto con Agustín fue a través de Fernando Savater, que lo cita con una mezcla de amor y odio en sus primeros libros. En La piedad apasionada, de 1977, después de citar el Sermón de ser y no ser de Agustín como el ejemplo más bello del discurso piadoso que ha intentado exponer en su libro, aclara que ni todo lo que allí dice se corresponde con el discurso del maestro ni lo pretende —aclaración, dice, que parece ociosa, pero que la experiencia le obliga a hacer explícita.

Cuando llegué a la Facultad de Filología de la Complutense en los 90 no sabía que allí mi camino se iba a cruzar con el de aquel maestro de mi maestro (pues eso fue el primer Savater para mí: el único filósofo que leí en los años en que la lectura nos constituye). Creo que lo vi por primera vez en persona con mi amigo Antonio Martín en un congreso de poesía y psicoanálisis que los del Grupo Cero (que siempre han tenido muy buena mano con las autoridades) habían organizado a todo trapo en la sede del Poder de Moncloa.

Antonio y yo soportamos muchas charlas lacanianas aquel día, casi todas autocomplacientes, llenas de jerga mal traducida y jueguecitos de palabras. Cuando le tocó el turno al maestro, subió a las tablas y sonrió. Antes que nada, dijo, quiero felicitar a los organizadores de este Congreso. Les felicito, porque hace falta mucho valor para organizar un encuentro para hablar de dos cosas como estas, de las cuales una no la hay, y de la otra solo sabemos que no se puede, sin mentir, decir nada.

Con el tiempo, me familiarizaría inevitablemente con esta peculiar captatio benevolentiae con que el maestro solía marcar distancias con el tinglado más o menos cultural en que se hubiera dejado atrapar, pero aquella tarde sus palabras me parecieron una verdadera revelación.

Poesía, sí, designaba algo que hubo una vez, pero que había dejado de vivir, devorada por la persona de los poetas y por la escritura, cementerio de aciertos y asentadora de nimiedades que nunca hubieran resistido el reto de la tradición oral. El papel se deja escribir cualquier cosa, me diría después Anita Leal que decía su abuelo, y aquel otro maestro inolvidable, Antonio Hernández Marín, le daba la vuelta a Bécquer con la misma música: en este mundo nuestro podrá haber poetas, pero ya no habrá poesía.

En cuanto al inconsciente, su conversión en un ítem más o menos mayúsculo del que se podían decir innúmeras pavadas (unas cuantas las llevaba yo oídas aquel mismo día) constituye en efecto uno de los tocomochos más indignantes de la modernidad. De no lo sabido cabe apenas, si uno no se resigna a hacerlo ser otra cosa que lo que no es, ensayar cierta teología negativa, a la que Agustín era muy aficionado. Renunciando al cultismo, en sus últimos años hablaba sin más de lo desconocido, que en su discurso es un suerte de océano incógnito que rodea a la Realidad, del que esta emerge y en el que siempre se está hundiendo.

Como muestra de lo que poesía pudo querer decir alguna vez, Agustín declamó ese día un poema inédito, que formaba parte, nos dijo, de la obra de teatro que estaba componiendo, Baraja del rey don Pedro. Si lo que llevaba dicho hasta entonces me había despertado del sopor, aquellos versos me sumieron en un encantamiento del que no llevo trazas, más de veinte años después, de despertar. Con él les dejo:

¿Quién contó las olas de la mar?
¿Quién le puso números al sueño?
Por tener lo que volaba,
llenó su jaula de pájaros muertos.
Por tener lo que soñaba,
su sueño trocó por joyeles de hielo.

Ese fue el rey Midas de los frigios,
que una vez, se dice, halló en su huerto,
medio asno, sudoroso,
peludo todo, borracho, a Sileno;
y lo ató con correyuelas
en flor y con hiedras llevóselo preso.

Pero luego al padre Dïoniso
le entregó su bruto tembloriento.
Conque el dios, en su sonrisa
le dijo: «Elige qué quieres en premio».
Y él pidió: «se trueque en oro
sin más cada cosa que toquen mis dedos».

¿Quién dirá los días que ha vendido?
¿Quién es quien las rosas puso a rédito?
Por saber lo que tenía,
perdió tesoro sin cuenta ni dueño.
Por saber lo que soñaba,
en mármol y nombre volviósele el sueño.

Esa fue la blanca niña Alma
que por celos de la misma Venus
hubo de tomar esposo
sin nombre, y nunca tenía que verlo.
Cada noche la abrazaba
y el gozo era sombra florida de besos.

Pero no bastó lo mucho y tanto:
todo quiso Alma, todo el tiempo;
y una noche que él dormía,
sacó la antorcha, la alzó sobre el lecho:
era Amor: su nombre supo;
lo vio y lo perdió: era amor, era ciego.





Una oda de Horacio





Para Montano, un poema de Horacio traducido por el maestro García Calvo.


 Odas IV 13 

Oyó el cielo mi voz, Lice; los cielos han 
escuchado mi voz: vieja te ves y aún 
te las echas de linda, 
juegas, bebes y sin pudor 

con canturria temblona al remolón amor, 
ebria, incitas: el cual en la mejilla en flor 
de la bien tañedora 
Quía monta la guardia ya: 

pues al vuelo y desdén secas carrascas él 
pasa, y tuerce de ti, porque los dientes mal- 
amarillos te afean, 
mil arrugas y canas mil; 

ni te va a devolver púrpura coa ya 
ni el más caro joyel días que el tiempo en un 
bien notorio registro 
volandero cerró una vez. 

¿Dónde fue la Color, ay? El airoso andar 
¿dónde? ¿Qué tienes ya de ésa, de aquella tú 
que alentaba de amores, 
la que a mí me robó de mí, 

tras de Cínara tú alta en favor, tu faz 
luz del arte feliz? Sólo que a Cínara, ay, 
breve vida los hados 
dieron, prestos a hacer durar 

largo a Lice, a la edad de la corneja, a fin 
de que mozos de hoy puedan en bulla ver 
no sin risa la antorcha 
derruyéndose en frío hollín. 

(tr. Agustín García Calvo, )

domingo, 21 de octubre de 2012

A las 8 de la mañana


Despierto temprano, con una canción entre los labios. Cojo enseguida la guitarra y le doy dos, tres vueltas, antes de encender la grabadora. Esto suena, rugoso e imperfecto pero ya completo en algún sentido:

A las ocho de la mañana
cuando todo empieza y acaba,
se despiertan todas las cosas
y yo me acuerdo de ti.

Cuántas vueltas traman la vida,
cuántas cuerdas tensan la herida,
cuántas puertas que sin salida
me devuelven a ti.


Luego, con el generador de partituras, comienza la tarea de explorar las posibilidades, probarle timbres y texturas al invento, escoger el melotrón, el clave, la celesta, el cello, la batería. Así suena, instrumental, unas horas después:





martes, 16 de octubre de 2012

Ovillo edípico

Para Rafa; y para todos los alumnos que han sufrido conmigo las penas del rey tebano.

Pero entonces, esto de Edipo y su reinado interrumpido ¿de qué va realmente? Una cosa es segura: que su manera de funcionar consiste en activar a la vez múltiples resonancias, que se extienden por campos diversos.

Se trata de una historia de raíz tradicional, un mito (¿o leyenda?), con un aire de familia indudable con otras historias del mismo origen (con los cuentos de hadas que nos contaban de pequeños, para empezar, con su héroe que derrota al monstruo y se casa con la princesa); pero es un cuento empapado en todo tipo de fluidos, casi todos innombrables en el cuarto de los niños. Es una historia de sangre y lágrimas, pero también de una senara húmeda y fértil (el vientre de Yocasta) donde se reproducen a un ritmo notable (cuatro retoños tienen los reyes, en sendas parejas de dos niños y dos niñas, cual matrimonio que se somete a una terapia de fertilidad y acaba bendecido con parto múltiple) yerbas exóticas, ricas en efectos secundarios.

Tras la piel del relato se transparentan los huesos del ritual: un sacrificio cruel en que el sacerdote que sostiene el cuchillo acaba clavándolo en sus propias entrañas. El héroe trágico (cabrío) es el chivo cuyo canto, primero desafiante y altanero, luego desgarrador, da nombre a la tragedia: el canto del cabrón. La víctima se nos ofrece herida pero aún viva para que gustemos su dolor y nos sintamos presentes en él, aunque protegidos por la ilusión escénica que nos deja creer que esas cosas tan intensas, tan reales, no traspasan el escenario.

Pero ni la historia ni el rito transcurren aquí sin una interrogación explícita sobre su propio sentido, su mecanismo. Los personajes discuten sobre quién es quién y qué ha sucedido realmente; discrepan sobre quién mueve la mano que golpea o la boca que grita. ¿Hace Edipo lo que quiere, lo que debe, lo que puede? ¿Es el que sabe que es (corintio, salvador de su familia y de Tebas, padre y marido feliz) o el que ignora (tebano, propagador de la peste, parricida, incestuoso, condenado a sufrirlo todo)? ¿Se complace Apolo moviendo los hilos o se limita a azuzar al muñeco para que este avance y se despeñe por su propio peso? Ni siquiera tienen claro los personajes qué han venido a hacer: ¿vino Tiresias a callar o a decir 'lo que tenía que decir'? ¿A practicar la preterición o a conseguir que lo que dice sea, por ininteligible, una forma ruidosa de silencio, un acto de comunicación nulo?

La obra, además, es metateatral de un modo casi ostentoso. Los personajes cumplen papeles y lo saben (tú lo tuyo y yo lo mío), y hasta los hay (el mensajero de Corinto, el criado de Layo) que acumulan dos, como si la falta de actores hubiera obligado al dramaturgo a concentrar dos roles en una sola cabeza.

Se cumplen las normas de un género, la tragedia, pero se sugieren o profetizan otros: la novela policíaca, la indagación psicoanalítica y hasta esa peculiar forma de teatro que es el procedimiento judicial, con sus interrogatorios (a Tiresias, al criado…), sus careos (entre el mensajero y el criado) y hasta sus torturas para avivar la lengua del reo.

 La obra comunica con la especulación política (quizá sean necesarios reyes; pero mal nos irá si no recordamos, como Tiresias y Creonte, que nada manda más que el derecho a responder y hasta rezongar razonadamente cuando se tiene con qué) y con el dilema ético (de los personajes, pero sobre todo del espectador: ¿qué opinar de quien hace el mal convencido de estar haciendo lo correcto? ¿Es aceptable la pia fraus, la mentira melosa que nos protege de la intemperie? ¿Es humana la decisión de llegar hasta las últimas consecuencias, así se abra la tierra ante nuestros pies?).

La sofisticación intelectual que trajeron a Atenas (muy etimológicamente) los sofistas, sembrándolo todo de dudas y claroscuros, convive en la obra con certezas antropológicas de marcado sabor primitivo: el rey es la Tierra; si esta enferma es porque el rey no está sano, y no queda otra que curarlo o amputarlo.

Una de esas certezas es que, como avisó Heráclito, Natura ama esconderse. Las cosas pueden y suelen tener doble luz, que exige leerlas de frente (como hace Edipo, siempre dispuesto a afrontarlo todo) y al sesgo (como dicta, también etimológicamente, Apolo Loxias: el Sesgo u Oblicuo). Bajo la ley de la hiperdeterminación, el sentido no se dispersa, sino que se concentra en oxímoros y paradojas duros y mixtos como esfinges: Edipo hace lo que debe hacer sin dejar por ello de hacer en cada momento lo que libremente decide; Tiresias, ya lo vimos, habla para mejor callar; apenas ha visto el héroe claro por primera vez todo cuando decide cegarse, en parte por lo intolerable de la visión, pero también para abrazar en toda su intensidad esa lucidez implacable que hará de él, en sus últimos días, un santo cuyo cuerpo milagroso, tan salvífico tras la muerte como corrupto y corruptor en vida, se disputan varias ciudades.

Definitivamente derrotado, el héroe se libra por fin de las ataduras que le hicieron desde niño moverse por la vida a saltos bruscos, como si algún daimon se ocupara de hacerle de continuo la zancadilla. Freedom's just another word for nothing left to lose. Libre de amor, de celo, / de odio, de esperanzas, de recelo, Edipo cambia de referentes: su vida se parecerá ahora a la de Tiresias, no a la de Layo. Sófocles lo deja al final de la obra en palacio, atado en esto por la convención dramática: su verdadero final habría sido abandonar el escenario y con él los achiperres propios de su condición de actor. Algo así sugiere Pasolini cuando al final de su película saca al héroe del limbo africano en que ha transcurrido el nudo de la historia y se lo lleva, convertido en flautista ambulante, a Hamelín: a cualquier ciudad moderna donde pueda resonar su melodía.

La moraleja explícita de la obra (los versos del Coro que la cierran) suele tenerse por apócrifa. Quizá se nos permita, por eso, trenzarle una variación: no se trata tanto, como se nos propone ahí, de esperar para determinar quién ha sido dichoso al momento en que, ya muerto el perro, poco importe declarar que estuvo sano o rabioso, sino de recordar en todo momento que al ejercer los roles que de mejor o peor grado aceptamos nos cegamos necesariamente a una parte de la verdad, tanto sobre nosotros mismos como sobre lo demás, y que es preciso conservar siempre una cierta falta de fe en las funciones, consecuencias y prioridades que adoptamos; un descreimiento que tiene en realidad mucho de piadoso: consiste en recordar que, para bien y para mal, no siempre nos sucede lo previsto (al menos, no lo previsto por nosotros; otros profetas puede haber mejores), que la vida es un concurso sin notario. No es lo absurdo lo que nos da la libertad, sino la hiperdeterminación: lo que nos pasa en cada momento tiene no un sentido, sino una concentración inextricable de ellos, un ovillo que nos une con todo lo que tendemos a considerar ajeno.

Nos sale, en fin, la vieja veta junguiana: si el esquema que nos propone la tragedia es arquetípico, la conciencia de que hay una corriente poderosa que nos mueve a actuar de esta forma, edípicamente, nos da un plus de algo (lo he llamado antes libertad, pero quizá sea excesivo darle un nombre) frente a la otra alternativa, que es dejarnos llevar sin saber siquiera (como propone en la obra Yocasta) qué corriente oceánica es la que nos arrastra, convencidos de que hacemos lo que queremos o debemos, lo normal, lo único.

La historia de Edipo se reduce así, antes de acostarse, a la vieja broma: ¿Qué es una persona normal? Alguien a quien conoces poco. En la tumba del héroe, en cambio, podríamos escribir como epitafio el que dejó caer Heráclito: cumpliendo el mandato délfico, me investigué a mí mismo. Ya ven Vds. el resultado.

lunes, 15 de octubre de 2012

Edipo reconstituido


Leyendo el libro (estupendo) de Charles Segal sobre Edipo, Oedipus Tyrannus. Tragic Heroism and the Limits of Knowledge, topo con las versiones modernas (y modelnas) de la historia, por Gide, Cocteau y otros. Inevitablemente, genero la mía. Que no me parece de las peores.

Parto de una observación sagaz de Segal:
Oedipus stopped his father's journey and replaced him, making his own journey forward to a new home, wife, and kingdom coincide with his father's uncompleted journet back to his old home, wife and kingdom.  (p. 36)
En efecto, Edipo llega a Tebas vestido con las ropas de Layo. Completa el viaje de vuelta de este. Le esperan, frescas, su mujer, su patria y su reino. En esta versión (que hubiera escrito muy bien el gran Cunqueiro) Edipo mata a Layo pero durante el combate queda herido y pierde la conciencia. Con ella, la memoria. Despierta, desnudo, sobre las ropas de Layo (lo único que han respetado cuervos y ladrones). Se las pone y se cree Layo: una impresión que se confirma cuando de hecho todos los que encuentra le saludan como tal, congratulándose por su excelente aspecto. Su juventud recobrada se interpreta como una bendición de Apolo, a quien había acudido para pedir un remedio contra el monstruo que asola Tebas. Edipo-Layo no recuerda qué remedio era ese; pero se lo imagina. Crecido, arroja su espada y se tira contra la Esfinge —de hecho, se tira a la Esfinge, enseñándole cuál es la tercera (o quinta) pata del gato.

El orgasmo transforma a la fiera, cuyo rostro feroz cae a tierra como una máscara (tal vez lo era) revelando el rostro de una cansada pero feliz Yocasta.

Nuestro Edipo sería en realidad una especie de Dorian Gray. Intermitente. Agrían su felicidad con Yocasta recuerdos confusos de una infancia imposible en Corinto. Este amor por Corinto (como si fuera su propia patria) le lleva finalmente a invadir esta ciudad. En el asedio, mata a Pólibo —que, en realidad, muere de miedo al ver a su hijo (a quien daba por muerto) de vuelta de la tumba, poseído (reclamado) por Layo.

La guinda llega cuando Edipo toma a Mérope como segunda esposa, inexplicablemente fascinado por una señora que podría ser (también ella) su madre —aunque ella, coqueta, lo niegue.

Finalmente, Edipo tiene un encuentro fatal cuando pasea por el Citerón con un viejo ciego que le insulta. Irritado por su cháchara, lo mata de un bastonazo, pero Tiresias revive de inmediato, transformado (hay precedente) en una mujer joven de generosos senos. Huyen juntos de Tebas. Y los casa (vestido de Elvis) Apolo en Delfos.

domingo, 14 de octubre de 2012

Los secretos de la Esfinge


Los descubrimientos arqueológicos de los siglos XIX y XX demostraron al público que ciudades que se creían imaginarias, como Troya, habían existido realmente, y que bajo un paisaje anodino podían esconderse maravillas como la tumba de Tutankhamon.

Con estos precedentes, la imaginación sobre posibles prodigios por descubrir se ha desatado de forma imparable. En concreto, la literatura científica sobre la esfinge, aun siendo copiosa, es cuantitativamente mínima en comparación con las especulaciones pseudocientíficas y ocultistas que se publican cada año sobre sus presuntos secretos.

Como sucede con todas las leyendas y mitos, estas fabulaciones modernas no nos dicen nada cierto sobre aquello de lo que aparentemente tratan (la Esfinge), pero sí mucho sobre los que las han creado. La verdad de una leyenda no se encuentra en los hechos históricos o arqueológicos que la inspiran: estos sólo sirven de excitantes para la imaginación, que los reinterpreta a su gusto, según sus necesidades. Ejemplos de estas historias:

1. Aunque la cabeza humana de la Esfinge es reciente, el monumento original fue construido hacia el 12.000 a.C. y representaba a un monstruo terrible que los hombres han preferido olvidar. Así presenta el tema H. P. Lovecraft en su relato Encerrado con los Faraones:

A continuación bajamos hacia la Esfinge, y nos sentamos en silencio bajo el hechizo de esos ojos terribles y ciegos. En el inmenso pecho de piedra distinguimos débilmente el símbolo de Ra-Harakhte, por cuya imagen la Esfinge fue erróneamente considerada de una última dinastía; y aunque la arena cubría la tableta que tiene entre sus grandes garras, recordamos lo que Tutmosis IV escribió en ella, y el sueño que tuvo cuando era príncipe. Fue entonces cuando la sonrisa de la Esfinge nos pareció vagamente desagradable y nos hizo pensar en las leyendas que hablaban de pasadizos subterráneos bajo la monstruosa criatura, los cuales descendían más y más, a profundidades a las que nadie se atrevía a aludir, y que se relacionaban con misterios anteriores al Egipto dinástico excavado y en siniestra conexión con la persistencia de dioses anormales con cabeza de animal del antiguo panteón nilótico.

2. En algún lugar bajo las patas de la Esfinge hay una cámara oculta construida en el año 10.500 a.C. por los supervivientes de la destrucción de la Atlántida. Allí, en la Sala de los Registros, está escrita la verdadera historia de la humanidad. La entrada se encuentra en el hombro derecho de la Esfinge. 147 grupos, de tres personas cada uno, intentarán infructuosamente entrar, pero el siguiente descubrirá que la entrada se abre sola con el sonido con sus voces. Bajarán por una larga escalera de caracol. Al final de su viaje encontrarán una imagen de ellos mismos que les está esperando desde hace miles de años, con sus nombres y una fecha: la de ese mismo día. A cada uno de estos viajeros se les permitirá retirar un objeto sagrado y revelarlo a la humanidad.

 3. Hay un templo secreto bajo la esfinge, y pasadizos que conducen a las Pirámides.

4. Entre la Esfinge y la Gran Pirámide hay un OVNI enterrado.

 5. Un día la cabeza de la Esfinge caerá, y en su cuello descubriremos una cápsula para viajar en el tiempo.

Es fácil sentir que estas historias funcionan, aunque sean literalmente falsas. No es tan fácil explicar por qué. Algunos elementos para entenderlas podrían ser:

1. Al hombre siempre le ha fascinado la idea de que bajo la tierra se esconden fabulosos tesoros, que si se sacaran a la luz podrían cambiar el mundo. ¿Dónde están las llaves, matarile, rile, rile? En el fondo del mar… (como la Atlántida). Podría decirse que la arqueología es la forma racional y científica de esta búsqueda, como la química lo es de la alquimia. El creador del psicoanálisis, Freud, traslada esta búsqueda a la mente humana: en sus profundidades (el inconsciente) se ocultan las verdaderas razones de nuestros actos, que hemos preferido olvidar porque se trata de traumas, recuerdos dolorosos (“monstruos”).

2. También nos ha fascinado siempre imaginar que en algún lugar se guarda toda la sabiduría de la humanidad, un registro de todo lo que alguna vez ha sucedido. La Biblioteca de Alejandría fue para los antiguos una encarnación casi perfecta de este sueño. Desde su destrucción, hemos sentido que algo nos falta, y que alguien tiene que haberse ocupado de guardar y encriptar una copia de seguridad de todas las cosas perdidas. Los espiritistas del siglo XIX llamaban a este lugar los Archivos Akhásicos, y pensaban que no tenía existencia física, sino que se encontraba en otro plano de realidad: durante el viaje astral, el sueño o el trance los iniciados podían llegar hasta ellos y consultarlos. Jung creó con su Inconsciente Colectivo una forma moderna de este mitema: un mar de sueños donde flotan, incólumes, los arquetipos de la Humanidad. Borges le dio una vuelta literaria en su célebre Biblioteca de Babel, donde se recogen todas las variaciones posibles de todos los alfabetos que han sido y serán. De algún modo, la Internet viene a ser una nueva encarnación de este sueño: en ella está todo. Incluso los archivos más ocultos y secretos son accesibles si uno conoce la password adecuada o sabe cómo averiguarla.

3. La tradición mitológica afirma que la humanidad actual vive en un estado degradado e imperfecto, como consecuencia de una catástrofe o pecado que la arrojó fuera de la Edad de Oro o Paraíso. Frente a ella, la Ilustración inventó una tradición contraria, la del progreso, según la cual camina hacia un estado cada vez mejor, y la Ciencia acabará liberándonos de las enfermedades, el sufrimiento y la muerte. La tradición mitológica reacciona contra esta visión progresista proponiendo un cambio fundamental en la imagen de la Edad de Oro: en vez de ser un estado natural en el que no existía tecnología alguna, tal como lo describen las tradiciones antiguas, pasan a imaginarlo como una civilización mucho más avanzada que la actual. Los elementos maravillosos de todas las mitologías serían recuerdos deformados de esa tecnología avanzadísima, quizá de origen extraterrestre: seres humanos que no mueren, que vuelan, que ven a distancia… La Caída del Paraíso se convierte entonces en una catástrofe ecológica (una guerra nuclear): el hombre perdió esa ciencia avanzadísima porque la usó para hacer el mal. Quizá si la verdadera historia sale a la luz, aprenderemos a no repetir el mismo error…

4. El elemento extraterrestre que aparece con frecuencia en estas historias puede interpretarse como una actualización o puesta al día de los dioses de la mitología antigua. Con frecuencia, asumen el rol del dios o héroe civilizador (o ángel caído), que trae a los hombres la sabiduría de un mundo superior del que voluntaria o forzosamente se ha visto exiliado.

 5. También reaparece en estas historias la idea del destino, que contradice la visión ilustrada del mundo como libre azar. Todo estaba escrito (una idea que conduce de forma natural a la Cámara de los Registros o al Libro de los Destinos: ambas cosas vienen a ser lo mismo). Este aspecto de las leyendas sobre la Esfinge recuerda las tradiciones sobre el palacio de Hércules, en Toledo: también en ese caso el material antiquísimo que se encierra en los sótanos resulta ser una imagen de la actualidad rabiosa.

jueves, 11 de octubre de 2012

Por un botecito de agua que traía yo


Leo cuentos, uno al menos cada noche, para mis niños, que los devoran. Ando ahora con los Cuentos extremeños maravillosos y de encantamiento recopilados y editados por Juan Rodríguez Pastor (Badajoz, 1997). El titulado El agua de la Fuente Romana es una versión de un cuento que ya habíamos contado otras veces, el tipo 551: «Los hijos en busca de un remedio para su padre». En resumen, arranca así:

Un rey ciego envía a sus tres hijos en busca del agua de la Fuente Romana, única capaz de devolverle la vista. Los dos mayores fracasan, pero el pequeño consigue llenar su botecito con el agua mágica. Mientras se dirigen a casa, el hermano mayor, envidioso, mata al pequeño y se presenta ante su padre con el botecito. El rey recobra la vista, pero llora la muerte de su hijo menor. Mientras tanto, un pastor se detiene a cortar una caña y fabrica con ella una flauta. Al tocarla, se escucha la voz del joven muerto:

Pastorcito que en brazos me tienes, 
tócame bien, 
que me mataron 
en el camino de Fuente Romana 
sin culpa o razón, 
por un botecito de agua 
que traía yo. 

Estarán conmigo en que era imposible no ponerle música a algo así. En lo que la intentamos con el grupo, así suena en versión instrumental para flauta (de melotrón) y dulcimer:

sábado, 6 de octubre de 2012

Mediodía

Siguiendo con la cosecha de tridecasílabos construidos al modo del viejo trímetro yámbico, aquí van estos, bastante bárbaros ellos, que me vinieron ayer a los dedos cuando le daba vueltas al tema.

Al dar el sol su luz mejor, apenas hay
adónde huir; sin eco tiene nuestra voz
un tono gris de sofocante intimidad.
Estamos ya donde el amor apenas es
el hilo afín que destejiéndonos se va,
la mano en llamas que se niega a consumir
el excipiente refractario a toda luz,
el resto opaco en que consiste nuestro ser. 

jueves, 4 de octubre de 2012

Te iré a buscar

Cada vez que me toca explicar Edipo Rey, hago un intento de familiarizarme con la música del verso en que está compuesta la mayor parte de la obra: el trímetro yámbico. Aunque supone una simplificación, uno se hace una idea de por dónde va la cosa si coloca en las sílabas largas que marcan el ritmo (no todas lo hacen) una sílaba tónica; y en las breves (o largas no marcadas), una sílaba átona.

El sistema es más complejo, porque caben inversiones y resoluciones (en vez de una larga podemos encontrar dos breves). Pero esencialmente es algo así:

tatátatá tatátatá tatátatá 

En este esquema, cada grupo de cuatro sílabas constituye un metro, y la secuencia breve-larga, tatá, se llama yambo. De ahí el nombre: trímetro (tres metros) yámbicos (a base de yambos).

Vertido así al español, el esquema produce un dodecasílabo con final agudo, que sería por tanto un tridecasílabo. Las métricas académicas sugieren que se trata de un verso desdichado (ya el número de sílabas sugiere el mal fario) que solo algún romántico o modernista chalado intentó redimir; pero no es del todo cierto. Hay varias canciones pop (a falta de mejor apellido) que lo utilizan. Recuerdo solo dos:


y aquella otra de Javier Krahe, Paréntesis:

¡Oh, cuán curiosa —me decía— es la mujer! 

En el primer ejemplo se ve que el final en agudo puede alternar, como es costumbre en español, con finales en palabra llana o esdrújula sin que la medida se altere. El regalo del intento de esta tarde ha sido darme cuenta de que también Antonio Hernández, Mandul, nuestro querido amigo, practicó ocasionalmente este verso, aunque ciertamente no lo llamó trímetro yámbico. Así suena en su mano, tratado con libertad (los acentos no siempre caen en sílaba par) y combinado en cada estrofa con un eneasílabo final (dáctilo + troqueo + troqueo + troqueo):

Te iré a buscar al más allá de las mesetas, 
lejos del muro donde mueren los ocasos, 
donde no hay suelo para el pie,  donde aún florecen, 
altos y libres, nuestros pasos. 

Mas, ¿dónde ir, si tú no existes, si tu entorno 
es un osario que, insepulto en el desierto, 
mana estertores como manan oquedades 
todos los huesos que se han muerto? 

¿Qué me dirás, si no te veo, o si te viera:
—¿Quién eres tú?, no te conozco, ¿qué pretendes?
—Estar contigo.... —Yo no soy a tu medida, 
no me conoces ni comprendes....? 

No: me dirás —Yo sólo soy lo que has creado, 
yo sólo existo en la espesura de tu centro, 
somos el mismo ser, somos los dos reales, 
ven a habitar, conmigo, dentro.... 

11-4-98

sábado, 29 de septiembre de 2012

Habanera septembrina

Como quien no quiere la cosa, llega la primera composición de este curso: una habanera (ya perpetré alguna otra) en re mayor, para clave y melotrón y percusión, un tanto psicotrónica ella.

lunes, 24 de septiembre de 2012

¿Por qué me persigues?


He pasado un verano sobrio, pero rico en lecturas psicodélicas, de las que iré contando alguna cosilla. La que cierra por ahora el ciclo es To live outside the Law de Leaf Fielding. Es un libro magnífico (con hábil guiño dylaniano) en el que este hombre cuenta cómo, tras una niñez desastrosa, su primer viaje de LSD le convirtió en apóstol del fármaco, y cómo poco a poco se vio involucrado en una red inmensa (y muy lucrativa) de tráfico de drogas.

En lo que llevo leído, hay una escena conmovedora. Fielding está ya entre rejas como resultado de un montaje policial muy aparatoso, la Operación Julie. Acude a verle Wally, un policía que ha desmantelado uno de los laboratorios clandestinos. Al retirar el material, él y sus compañeros policías se exponen sin saberlo al LSD y tienen un viaje glorioso. Pero al final casi todos se sienten culpables y acuden a un hospital a que les 'curen'. El policía necesita hablar con alguien que entienda lo que ha sentido (en su entorno nadie quiere oír hablar del tema) y busca a Fielding. Y se hacen amigos.

En medio de toda la represión absurda, surge esa amistad y ese viaje de los policías, como un regalo inesperado. Después de algo así, es imposible que los agentes no se planteen lo absurdo de perseguir una sustancia que les ha abierto los ojos, aunque haya sido durante una sola noche, a la belleza infinita del mundo. Aunque Fielding no lo dice, queda flotando la idea de que si jueces, políticos y demás pasaran por la experiencia, otro gallo cantaría. Y así, se hace justicia (poética): el ácido se vindica a sí mismo a través de quienes lo persiguen, como Dioniso haciéndose cargo de Penteo, o el Galileo apareciéndose a Saulo.




martes, 11 de septiembre de 2012

Érase una vez (pero ya no sé cuántas)


Volver sobre los versos ahora célebres, 
ya secos de aquel jugo que les daba 
su incógnita vidilla, su sustancia. 
Contemplarlos muñón, latiguillo, Museo,
refrán, frase deshecha, cortinilla, retuíter. 

Decir, entonces, 
como quien abre un viento, 

Hoy la tierra y el cielo se sofríen; 
hoy el fondo del alma huele a alcohol; 
hoy la he frito, he untado y me he empapado. 
Cásome en Dios. 

Seguir

Me gustas cuando hablas; imparable, eres fuente 
de noticias, rumores, sinsentidos hirientes 
que me arrastran; de pronto, te detienes en seco 
y estoy alegre —alegre de inventar tu silencio. 

Constatar

Puedo escribir los versos más hueros esta noche. 
Imitar a Neruda, sentir que me disperso. 
De otro, son de otro los trajes que me pruebo 
y yo soy su relleno: la muerte de un deseo. 

Recordar, moralista,

 Vinieron a buscar a Bisbal, pero no me importó porque yo era muy indie. Cuando, extrañado de que no me llamaran, acudí por mi pie hasta el plató, ya era tarde: habían cerrado el casting

Concluir, fiel al día

Sigan ustedes sabiendo 
que mucho más temprano que tarde 
abriremos las líneas telefónicas 
 para que puedan hablar los muertos.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Hágase la oscuridad

Para Fátima, Aníbal y David, que la oyeron toser antes que nadie.

 ¡Y se puede bailar!, dicen que dijo Dylan cuando escuchó por primera vez la versión lisérgica que hicieron The Byrds de su Hombre de la Pandereta. Pues sí: también a esta canción que he hecho estos días, que empezó sonando más bien intimista y sinfónica, sin dejar de sonar así, con sus acordes invertidos, su nota pedal y sus giros modales, ha empezado a latirle el corazón a mil por hora.

Es mi hora drum and bass: de las canciones de Ciento Volando, me fascinan sobre todo los momentos en que Benja y Luli se quedan solos marcando el ritmo y el grado cero de la armonía; y me encanta arreglar con la Orquesta Encantada la percusión y el bajo de los temas nuevos que voy haciendo. Es como darles el beso de la vida.

En lo que grabamos la canción bien cantada, con instrumentos de verdad, así suena en las voces tuneadas de mi orquestina portátil:





sábado, 8 de septiembre de 2012

Lecciones





El hombre es fuego, la mujer estopa; llega el Diablo y sopla. A este poema popular, tan acertado y vigente, solo le sobra casi todo: el sesgo sexista, el heterosexual y el religioso. Un poeta moderno lo escribiría de otro modo: Semos fuego y estopa; llega el Deseo y sopla.


*

La función de los cuentos: no tanto dormir a los niños (aunque lograrlo ayude), sino infiltrarse en sus sueños —para ensancharlos.

*

La comprensión de un poema importa, pero menos que la convicción de que nuestros poetas predilectos hablan en clave, en un dialecto que conocemos por nuestros sueños.

*

Cuando los alumnos dejan de serlo empieza, por ambas partes, la verdadera evaluación, que no registra boletín alguno.

*

Mantengo mi amor por los maestros que me enseñaron, de veras, algo: me llevaron a un barrio que antes no estaba en mi mundo. Y ahí sigo.

*

Viejos amigos: esta tendencia, de la que no me curo, a apartarme de lo que funciona probadamente bien en cada medio e intentar lo inusual —por gusto y por si acaso.

*

¿Es cosa mía o tener mucha razón es menos que tener razón a secas?

*

Llega septiembre. —¿Yo era profesor? —Te ganabas la vida con eso. —Buen matiz. Vale.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Fortuna falaz


Lo del cariño que se siente por las canciones es asunto complejo. A algunas se las quiere porque han sido un éxito, en el sentido noble del término: han logrado comunicarse con el oyente y hacerse cosa suya; pero a otras se las quiere casi por lo contrario, por ser hijos secretos, poco o nada divulgados y quizá mal comprendidos: una entraña irrenunciable. Las alegres y marchosas te arreglan sin perdón la tarde —pero en las melancólicas te juegas algo más que el pase a la final, una suerte de apuesta por lo que en principio nunca puede ganar, pero acaso merece algo mejor que el triunfo.

Compuse esta canción, que no sé dónde colocar (es melancólica, pero ha sabido hacer amigos), hace muchos años, mientras estaba de vacaciones en la costa (Benidorm, nada menos). Veraneaba con mis padres, sin nadie de mi edad, y merodeba a solas por el pueblo, sin llegar a entablar conversaciones. Más hurón que nunca, paseaba por el mercadillo con una libreta en la que a intervalos febriles iba apuntando versos al modo surrealista, procurando no descartar ninguna ocurrencia por extraña o poco poética que fuera (de esos paseos medio alucinados entre manzanas y camisetas estampadas surgió la poética de las cosas de comer, que nunca me ha dejado del todo). De vuelta a casa, a media tarde, registraba la guitarra acústica por si tenía algo que añadir. Y lo hubo: compuse allí Anabel (un sorbito de zumo de miel y mercromina), cuyo tono un tanto así da fe de esas mañas vanguardistas, y esta otra canción, de tono más clásico, que combina un recuerdo doloroso de la infancia (un beso que no pudo ser) con la dulzura Canterbury (que no Cadbury) de Caravan.

Hablando por entonces con mi amiga Eva, le comentaba que me obsesionaba la idea de alguien que al final de todo, en los últimos momentos de mi vida (o quizá de un sueño), viniera a llevarme de la mano de vuelta a los columpios, a mi infancia. Una figura extraña, mezcla del primer amor, la madre y esa Muerte que después encontré en los tebeos de Neil Gaiman, amable, lisérgica y comprensiva. En la canción la voz le pide a la Fortuna (falaz como en los Carmina Burana: velut Luna) que la lleve con Ella: un recorrido en dos tiempos, de una dama a otra (la Fortuna y la amada), que quizá son fases de la misma.

Esta es una de esas canciones que piden un cantante apto: yo nunca le hice justicia. Alguna vez, he preferido entregársela a las hadas de la Orquesta Encantada: voces exactas, aunque muertas. Por suerte, en esta versión Luli y Dani se hacen cargo de ella y la llevan donde debe estar, cogida de la mano entre el bajo y el saxo. Y con ella (pero no se lo digan) es a mí a quien llevan —a un Alejandro póstumo, un tanto más ligero y llevadero que el de ahora.






domingo, 2 de septiembre de 2012

Extraños juegos

Tuve la suerte de conocer este año, vía Facebook, a Bernardo Bonezzi, que ha muerto de manera inesperada hace unos días. Solicité su amistad sin muchas esperanzas, pero pronto comprobé que Bonezzi (adicto a las redes sociales, lo llama su amigo Diego Manrique) no era nada escrupuloso y abría la puerta lo mismo a ovejas que a lobos, sin solicitar santo y seña.

No diré que Bonezzi se publicaba completo, pero casi: hablaba a calzón quitado de sus proyectos y desengaños (muy ligados, por desgracia) y nos recomendaba cada día alguna canción, generalmente setentera, dándonos pistas valiosas sobre sus referentes.

Una tarde, me animé a escribirle en su tablón, para agradecerle una de las canciones que más me impresionaron de niño: Extraños juegos. Resultó que Bonezzi también prefería esta canción a su hit oficial, Groenlandia. Animado por su calor, le confesé que yo, aunque hice algunas concesiones puntuales, y he revisado mi criterio más tarde, por entonces crecí contra la Movida que él, queriéndolo o no, personificaba, arrimándome a destiempo a los discos de King Crimson y otros sinfónico-progresivos. Su respuesta me sorprendió: si había pasado mis horas escuchando a Fripp, Eno y cía., no me había perdido nada de bueno —ni de nuevo.

Aproveché también la ocasión para hacerle un guiño: en alguna de sus intervenciones, me había parecido detectar referencias a Aleister Crowley, el más pop de los magos de antaño. No me equivocaba. Recordamos el aire mágicko (sic) y pagano de algunos de los discos de entonces: las Canciones profanas de Dinarama, los tambores de Llegando hasta el final y su evocación de tiempos paganos, de ritos divinos, las galas irónicas de Isis, el ambiente fantasmal de De máscaras y enigmas... Bonezzi descartaba todo aquello como pura, aunque grata, frivolidad, concesión a la moda británica, pero dejó caer que por su parte sí había un conocimiento directo del tema. Extraños juegos, desde luego, es la canción más pagana, mágica, de esos años: en vez de hacer referencias culturales desde un escepticismo juguetón, como hacía (y muy bien) Carlos Berlanga, recoge el testigo de El pueblo blanco, de Arthur Machen, y revive de forma inolvidable (a la distancia de sus pocos años: Bonezzi era un adolescente, casi un niño, cuando compuso las primeras canciones de los Zombies) las sensaciones infantiles de asombro y de vértigo. Como en la canción, yo también había pasado buenos ratos cavilando cómo serían las casas y las plazas si el techo fuera el suelo y viceversa; y una de mis primas me contaba este verano que ella y su hermana estuvieron a punto de salir ardiendo cuando se vieron atadas a un palo en nuestro cuarto y los indios insistimos en encender una hoguera para darle más verismo al ritual.

Bonezzi tenía la mirada puesta en lo que iba a hacer en septiembre, cuando acabara la reforma de su estudio de grabación. No tengo ni idea de las circunstancias de su muerte, pero es un hecho que se ha librado del comienzo de curso: quedará en mi memoria como espíritu tutelar de este verano que ya nos deja. 


sábado, 1 de septiembre de 2012

Santo y seña

Para Sergio Herrero

No tengo nada que decir. Me sobran
incluso estas maneras de decirlo, 
estas pruebas de imprenta que ahora obran 
en tu poder lector. Sin percibirlo,

el signo, esa serpiente desdentada,
devora sin piedad su propio rastro:
una bola de sangre abandonada
que alcanza en soledad trazas de astro.

Si doble es mi natura, no mi lengua,
es una mi desdicha: ser la clave
que ha crecido sin puertas ni cerrojos,

el vértigo infecundo que sin mengua
ignora su derecho, pero sabe
quebrarse en los cristales de tus ojos.

sábado, 25 de agosto de 2012

Estudio en escarlata


Raíz de lo que viene,
amor de lo que pasa,
burbujas de colores
para inundar tu casa.
Sentir que todo empieza
donde mi voz acaba,
soplar sobre tus brasas:
estudio en escarlata.

La tarde se desliza
como un salvapantallas,
patitas invisibles
arañan la mirada.
Qué pronto pasa todo
cuando no pasa nada;
qué tarde, qué deprisa
caducan las palabras.

Iglesias emergidas,
redobles de guadaña,
derrama sus favores
la muerte subterránea.
Te eché tanto de menos
que a veces me abrumaba
tu ausencia en todas partes,
lo mucho que me faltas.

El IVA de los sueños
en esta temporada
rebasa en cinco puntos
la avilantez del alma.
Promesas empapadas
en agua de borrajas:
gobiernos en ayunas
patrullan la mañana.

La princesa está triste,
¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan
de su boca de fresa
que ha perdido la risa,
que ha perdido el color
y en un vaso, olvidada,
se desmaya una flor.