viernes, 21 de octubre de 2011

Cristo (como Edipo) Rey


Hay un problema con Cristo. La animadversión más o menos comprensible que se le pueda tener («¡aplastad al Infame!») por los crímenes cometidos en su nombre, desde una postura atea, anticlerical o pagana, choca con la humillación total del personaje. Nada le podría desear uno a Cristo peor que lo que, según su cuento, le pasó. Murió, sí, aplastado, burlado, convertido en una parodia sangrienta de las esperanzas que se habían depositado en él. Su Resurrección tiene, inevitablemente, el valor simbólico del retorno de lo reprimido y vilipendiado, la reivindicación (necesaria, pero apenas creíble) de todo lo que mereció mejor suerte. Nos pagarán con oro por nuestras penas. / Seremos la merienda de los gorriones.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pueden palabras hermosas salir de corazones innobles? O es ese caso se quedan en mero sonidos más o menos armoniosos pero sin alma? Eso me pregunto.
Hobbes

Al59 dijo...

Eso me pregunto yo también.

Al59 dijo...

Establecida una primera relación, se ven otras. Como Edipo, Cristo es enviado a la muerte por su padre. Ambos sufren, pero al final sobreviven —o reviven. Las madres de ambos son también son sus esposas (!). Ambos averiguan o revelan en un momento crítico su verdadera identidad. Sobre ambos cae al final un manto protector de dignidad.