sábado, 23 de abril de 2011

Oscar Wilde en Semana Santa


Solamente aquel que es íntegra y plenamente él mismo podrá decir que vive una vida semejante a la de Cristo. Y lo mismo podrá ser un gran poeta, que un gran sabio; un estudiante mozo de una universidad, que un adolescente apacentando su rebaño; un dramaturgo como Shakespeare o un teólogo como Spinoza, que un niño jugando en el jardín o un pescador arrojando sus redes al mar. No importa quien sea con tal de que realice la perfección del alma que lleva en su interior. Toda imitación, tanto en la moral como en la vida, es un error. Según dicen, existe hoy en Jerusalén un loco cuya demencia consiste en pasear por sus calles con una enorme cruz de madera sobre sus hombros. Él es un símbolo de las vidas echadas a perder y desvirtuadas por la imitación. El padre Damián fue semejante a Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, ya que, en esta empresa, realizó con toda plenitud lo mejor que había en él. Pero, de todos modos, no fue más semejante a Cristo que Wagner cuando este último realizó su alma con la música, o que Shelley cuando realizó la suya con la poesía. No existe un arquetipo único en la vida del hombre. Hay tantas perfecciones como hombres imperfectos.

(Oscar Wilde, El alma del hombre bajo el socialismo, Madrid: Público, 2010, p. 29).

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