sábado, 27 de febrero de 2010

Presentando a David Coll

Tuve la suerte de escribir el prólogo de Las noches del corazón, poemario de David Coll, y asistir a su presentación en el Ateneo. Veo ahora que David ha subido al Youtube mi intervención, así que es cosa pública. Allá va.




miércoles, 24 de febrero de 2010

Vals sonámbulo

Cosecha de esta madrugada: un vals para dos pianos, cello, oboe ...y un pedal de wah-wah. La secuencia de acordes es inusitada (C-G#m-A#m-Dm, para los que gusten de esas cosas), con predominio de acordes menores; pero la melodía me suena alegre y tiene su extraña lógica. Intentaré ir puliendo la pieza, pero así suena de momento.

(Edito. El invento ha crecido unos compases. Modero el wah-wah.)




lunes, 22 de febrero de 2010

Perdido por Londres


Españoles, el Punk ha muerto. El sonido Canterbury, en cambio, sigue estupendamente. Así lo recrean en directo los asombrosos The Tangent. (Ojo al flautista, Theo Travis, que también ha grabado un gran disco con Robert Fripp.)

[La canción cuenta la acogida que recibe un músico de rock progresivo cuando lleva su maqueta a un cazatalentos de Virgin, que finge escucharla mientras ve un partido de tenis. Un chico de Yorkshire como él en Londres se siente como David contra Goliath; pero sin puntería. La última estrofa:

We're all Yorkshire Folk in London when it comes to being heard,
We give our all but no-one hears or notices one word,
And thought a million voices tell us not to go and take Iraq,
We still went in, and we still haven't come back
.]




viernes, 19 de febrero de 2010

Cuaderno de anversos


La carpeta me lleva años atrás. Me releo. Encuentro mucho malestar, que no me sirve, y algunas iluminaciones dudosas (lo de Machado: en mi soledad / he visto cosas muy claras / que no son verdad). Sobre otras, que me guiñan un ojo, no sé qué pensar. Y, suspendido el juicio, las copio. Un inicio.

*

Todas las revistas que hacen números retrospectivos tienen este hombre bajito (qué le hagamos) al que un ingenio amargo le lima las líneas. En todas las partes estamos los mismos. La partida es más larga y no nos hemos olvidado. Somos las líneas que, a largos trechos, discurren borradas, las trayectorias abrasadas por la muerte que sólo a gran escala, desde arriba, se descubren un día continuas. La ausencia, el vacío, es parte fundamental de toda recta. Tú que lees estas líneas, que te sientes renuente a aceptarlas, las estás leyendo desde siempre. La vida va de ti. Siempre te estamos apurando, pero a veces te dejamos dormir en la playa; son todas estas cosas las que pasan, en jardines de arriba cuyas llaves no encuentras.

Miradas con atención, todas las partes llevan la etiqueta de estar a tu cargo. Es una larga receta para curarte del mal de estar afuera. La receta es el remedio. El que lee no siente el malestar de ser ojo, de ser rincón abierto a la penumbra de las bodegas. Yo no sé qué queso fermenta en las cadenas de montaje de palabras. Los últimos anuncios de la tele anuncian a Dios. Últimamente todo lo que se dice es un pretexto. Piensa en todo lo que hemos bebido; si tú y yo estallamos, qué mar quedará de cerveza tostada, qué casa eterna de barquillo y chocolate. Una vez que un caramelo de menta se empieza, la Eternidad es inevitable. Siempre estamos los que hablamos. Siempre estamos hablando. Siempre aquello de que hablamos es mentira y nos falta.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Mr. Green


Nunca he sido de la secta guitarrística. Veo en el instrumento un medio para hacer y tocar canciones, no un fin: al final de la jornada son las canciones las que retribuyen o no el esfuerzo del intérprete y la atención del oyente. Canciones o instrumentales, que igual da, mientras tengan vida (una melodía memorable o un ambiente seductor; si no ambas cosas).

Dicho eso, hay guitarristas con un toque tan peculiar que el sentido de la canción en que participan, aunque tenga voz y otros instrumentos, depende por completo de ellos. Robert Fripp viene enseguida a la mente (hasta en Heroes, de Bowie, su solo minimalista lo es todo). Peter Green me parece otro buen ejemplo. Hoy no se le recuerda mucho, por diversas y malas razones: abandonó pronto el estrellato (pasando, como Barrett, del escenario a la consulta del psiquiatra), tuvo una competencia realmente dura (como guitarrista blanco de blues le tocó medirse con Clapton y Jeff Beck) y el grupo que fundó, Fleetwood Mac, acabó haciéndose famoso en los 70 con una música ligerilla que, sin estar nada mal, no tiene nada que ver con la intensa de sus comienzos.

Green creó al menos dos estilos: uno de ellos lo desarrolló después Carlos Santana, que tomó como punto de partida una de las composiciones de Green (Black Magic Woman): blues en acordes menores, interpretado con sensualidad y sin prisas; el otro, más visionario, se aleja de los clichés del blues, incorporando resonancias medievales y folk, y resulta tan peculiar que no ha tenido continuidad aparente, o casi. La excepción son los Beatles, esa esponja prodigiosa: su Sun King comienza donde acaba Albatross, de Green.

Rescato hoy dos piezas de PG: la primera fue su primera muestra de genio, cuando aún estaba a las órdenes de John Mayall en los Bluesbreakers. El título, Supernatural, hace justicia al sonido, o viceversa, y abre la vía de Santana. La segunda es mi canción favorita de Fleetwood Mac (los días que no prefiero Oh Well): Man of the World. El paso de la delicadeza de las estrofas a la desolación apasionada del estribillo (I need a woman / to make me feel like a good man should) es conmovedor como él solo. Disfrútenlo.







lunes, 15 de febrero de 2010

Paseo por la memoria


All these places had their moments
with lovers and friends
I still can recall.
Some are dead and some are living.
In my life
I've loved them all.




domingo, 14 de febrero de 2010

Estaba yo pensando


Un pequeño milagro: componer la canción, arreglarla y grabarla, todo en la misma semana y con las voces y el bajo de Luli. Ojalá os guste.



Y estaba yo pensando
que todo lo que pasa
tendrá que ir a algún sitio
(y se puede buscar).
Y estaba yo pensando
que todo lo que empieza
tal vez tenga un principio,
pero nunca un final.
Y estaba yo pensando en ti
y el tiempo se rió de mí
—y yo del tiempo.

Amigos que se fueron,
camisas de agujeros,
no puedo retenerlos,
pero nunca se van.
Memorias inventadas,
acordes de la nada,
mareas de recuerdos
que iluminan el mar.
Y estaba yo pensando en ti
y el cielo se burló de mí
—y yo del cielo.

Todo es mentira, pero
nada es verdad,
tan sólo que esta herida
no deja de sangrar.
Ni yo lo intento.

sábado, 13 de febrero de 2010

Danza de Lo improbable


El otro día, que salió a relucir la música folk, estuve pensando que realmente no hay mucho folk en Ciento Volando, y el que pueda haber tiene que ver sobre todo con la flauta de Dani y las influencias que lo formaron (Gwendal y Milladoiro, por citar dos). Aunque a mí también me gustan esos grupos, mis referentes siempre han sido más pop, folk-rock en todo caso, o bien de otras yerbas: música medieval e impresionista, sobre todo. Pues bien, ha sido pensar eso y desdecirme de inmediato el subconsciente proponiendo esta pieza, que se lleva una de las melodías que hemos rescatado últimamente, Lo improbable, al terreno de la botella de anís y los bailes regionales. Claro que también puede leerse al revés: la botella de anís como invitada en la orquesta encantada. Y tan contenta.




miércoles, 10 de febrero de 2010

Cold Days of February (ISB)


No defrauda. Este año, en febrero no busca la sombra el perro. Así canta la Incredible:



Cuando al lado de un fuego invernal
me sentaba escribiendo palabras
extrañas y firmes,
de mi propio coro interior
a mi mente, que no lo esperaba,
llegaron las voces
de los que murieron a un lado o a otro.
Aún lloran sus amigos
sus huesos insepultos;
suspiran por el aire del noreste
los días más helados de febrero.

Algún escribano con pluma y papeles,
algún que otro banquero
con su piedad podrida,
algún capitán a sus hombres ajeno,
éstos soplan las llamas que mutilan ciudades,
energúmenos que hablan en nombre de Cristo;
por caminos de espinas cenagosos y oscuros
tendrán miedo a vagar en los años de frío
maldiciendo sus manos sangrientas.

Si de aquí o de allá eran,
cuáles eran su raza y su patria
no habrá de importarme.
Los hombres que tanta
amargura causaron,
si corazones tienen,
sus corazones sangren,
pues ni ante el anciano ni el niño pequeño
desviaron el fuego de sus armas.
Por caminos cansados,
que arrastren su culpa
en los días helados de febrero.


martes, 9 de febrero de 2010

Fotos del ángel en vuelo


Apártalos, Amado,
que voy de vuelo...


Cuando abrí la página de Ciento Volando en Facebook, en octubre del año pasado, me parecía una quimera que llegaran a apuntarse 30 personas (con menos, colapsaríamos el Rincón del Arte Nuevo, escenario habitual de nuestras andanzas). Vamos por 205. Quería haber celebrado debidamente el número redondo, pero ahora también es un buen momento (por definición, el mejor).

El número de canciones también ha ido subiendo, en sincronía: entre el año pasado y lo que va de éste van 24, sumando versiones de temas ya compuestos, arreglados ahora de muy otra manera, y composiciones inéditas. El formato virtual ha ayudado a ir perfilando una sonoridad bien definida: piano y laúd para el acompañamiento y algún instrumento de viento (oboe, clarinete, pícolo) para la melodía principal, con cameos de los timbres más variopintos, desde el sitar y el arpa hasta el theremín, las Ondas Martenot y la celesta (por sugerencia del maestro Andújar). Entre líneas, se han ido asomando algunos cómplices célebres, como Erik Satie y los maestros del sonido Canterbury. Los géneros varían, aunque abundan los valses (gentiles o bárbaros).

Pensé hace tiempo reunir algunas de las canciones más evocadoras de CV en un disco que se llamara La orquesta encantada. Allí tendrían su espacio personajes como El príncipe de Bekelaer o Don Zana. Esta recopilación que les traigo, sobrina de aquella, se llama Música de duermevela: una definición que quizá no encaja con toda nuestra música, pero sí con esta muestra.

Como canta Dani, El destino, elegante, te juega pasadas / y a veces, sin querer, te hace alguna putada. Pienso que nadie habría apreciado mejor (y corregido más severamente) estos tientos que el tite Antonio, nuestro legendario maestro de órgano. No ha podido ser. A él le dedico no sólo la canción que lo evoca directamente, sino todas. No creo que haya policía de Ultratumba capaz de impedir que, de algún modo, le lleguen.

Y nada más. Un abrazo a todos y bon appetit.


Música de duermevela. 57 temas de Ciento Volando (2009-2011) (52.31 Mb) (Mediafire)

lunes, 8 de febrero de 2010

El valor de la amistad


El valor de la amistad

(En un salón de su rancho en Crawford, Texas, el presidente norteamericano George Bush conversa con Jose María Aznar, el presidente español. Falta poco para la invasión de Irak. Ambos están sentados ante una mesa de madera sobre cuya tabla apoyan los pies. La posición obliga al presidente español a mantenerse con el estómago hundido. Aznar habla siempre con la voz melosa, como velada por la emoción, y a punto de echarse a llorar. Luce un bigote bien poblado y nunca abre la boca. Bush responde con indiferencia. Luce una cara lampiña y gesticula con leves indicios de crispación epidérmica).

AZNAR -Nosotros somos la única fuerza capaz de responder. Representamos lo más evolucionado de la cultura humana. Y no vamos a ceder ante las presiones de unos miserables.

(Bush asiente levemente a todo mientras contempla algún punto lejano. Aznar continúa).

AZNAR -...Por eso te digo, George, que cuando te sientas solo en tu lucha, en esos momentos difíciles... (y la voz de Aznar se reblandece hasta casi doblarse), que sepas que no estás solo. Y sentirás que el bigotes está detrás de ti animándote... (Bush no contesta. En el silencio, la voz de Aznar se reduce a un hilo): ¿Qué deporte te gusta...? (Bush sigue sin contestar. Y Aznar, casi ahogado por la emoción): A mí me gusta el padel...

(Bush se mueve levemente. Parece que se dispone a decir algo. Aznar lo escucha).

BUSH -Terroristas... (y quisiera esbozar algún gesto de precaución) están todas partes..., aquí, allí... (y mira fugazmente los extremos del salón como si buscase cámaras ocultas).

AZNAR -Ya lo sé, George.
BUSH -Pero yo..., yo también en todas partes. ¿Ellos todas partes...? Pues yo también todas partes. Antes que ellos, yo en todas partes (habla, sin duda habla, en algún tipo de lenguaje, tal vez en un dialecto familiar, limitado a la intimidad de su rancho. Y Aznar le secunda en todo como el encargado de traducirlo a la jerga racional humana).
AZNAR -Ya lo sé, George... Pero nadie te va a negar ahora la razón desde el 11-S.
BUSH -Sí..., ya..., ya... Pero izquierda dice ahora por ahí: —Tú, 11-S. Bush, 11-S.
AZNAR -Pero eso ya lo sabíamos, George. ¿A quién le extraña a estas alturas...? Tenemos, como digo yo, dos enemigos: El terrorismo islámico en el exterior; y la izquierda, dentro de casa.
BUSH -(Adelgazando el tono de voz) Izquierda peor que terrorismo. Pero...
AZNAR -Ya lo sé, George, ya lo sé... Pero la Historia te absolverá, no lo dudes nunca.
BUSH -Sí..., sí..., Historia..., Historia...
AZNAR -No lo dudes nunca, George: La Historia te comprenderá. Es una lucha difícil. (Endulzando, más si cabe, el tono). Por eso te digo, George, que cuando te sientas solo, en esos momentos duros de la lucha..., que sepas que el bigotes siempre estará detrás de ti, apoyándote (Ahogado por la emoción): ¿Qué deporte te gusta...? (Bush no contesta. Aznar sigue hablando, con la voz quebrada por las lágrimas) A mí me gusta el padel... ¿Y a ti...?
BUSH -¿Mí...? Mi gustan caballos (Quisiera trazar algún indicio de sonrisa).
AZNAR -(Afectuoso) Ya lo sé, George. Hasta te propusiste ordeñar uno.
BUSH -(Levemente molesto) ¿Yo ordeñar caballo...? Mi mujer dice: —George ordeñar caballo, ja, ja, ja. George no saber de rancho. Pero izquierda dice: —Ja, ja, ja... Bush gay, Bush ordeña caballo... Pero yo no gay. Yo no.
AZNAR -Ya lo sé, George, ya lo sé. Sólo fuiste alcohólico. Pero no les hagas caso. Son ellos, los gays, quienes lo cunden por ahí. El lobby gay.
BUSH -¿Lobby gay...? ¡Toda izquierda gay!
AZNAR -Ya lo sé, George, ya lo sé... Y nuestra democracia no puede con ellos.
BUSH -¿Democracia...? Aquí, Estados Unidos, democracia es nosotros. Nosotros, nuestra democracia (y parece intentar con la mano derecha un gesto breve que dibuje el contorno de la democracia).
AZNAR -Ya lo sé, George... Y, en Europa, la democracia es la izquierda. Estamos bien atados... Necesitamos grandes golpes que cambien la orientación de nuestra política. Representamos lo más evolucionado de la sociedad humana. Y, unidos, podremos alcanzar nuestro objetivo contra el Mal.
BUSH -¿Mal...? Todo mal, todo mal en todas partes...
AZNAR -Ya lo sé, George... (Con la voz derretida por la dulzura): Por eso te digo, George, que cuando te sientas solo en esta lucha, cuando te veas agotado en los momentos más difíciles, que sepas que el bigotes siempre estará detrás de ti apoyándote... (En un suspiro): ¿Qué deporte te gusta más...? (Bush mira hacia el techo, sin contestar. Aznar exhala): A mí me gusta el padel... (Se diría que Bush intenta hablar).
BUSH -Buen chico, Hose Mería A...?
AZNAR -...Aznar.
BUSH -Hese Mería Ansar, buen chico... (Aquí, Aznar abre la boca para sonreír por vez primera y adelanta una dentadura equina que sobresalta al propio Bush. En este punto, muchos lectores cierran el libro y se alejan prudentemente. Y se perderán el final. Pero no importa. Bush sigue) ...Tú, buen chico... Pero tú no tanto detrás de mí... Tú, mejor sin bigote...

(Y Aznar se queda sonriendo, congelado, y poniendo en aprietos a su dentista. Y lo decide al momento: piensa recortarse un poco el bigote. Pero, en compensación, se va a dejar crecer una suave melena flotante para enardecer en la lucha contra el terrorismo ante los medios de comunicación. Ya está).

Antonio Hernández Marín, 27-9-07

domingo, 7 de febrero de 2010

Viva Canterbury


Nunca pensé que haría una pieza al estilo Canterbury, pero aquí estamos, como si supiéramos. Es sólo una miniatura, pero valga como homenaje a Hatfield & The North y demás gigantes. El acompañamiento va por poliacordes: acordes mayores comunes con un bajo inesperado. El efecto es que, sin dejar de oír las familiares tríadas, el oído las reinterpreta como fragmentos de acordes más complejos. En realidad ésa podría ser la idea de toda esta serie (y del último libro que cerré): una sucesión de retales caleidoscópicos.




sábado, 6 de febrero de 2010

Surrealismo, folclore y poesía del 27 (I)


Lo prometido es deuda. Traigo a la Red este artículo en el que trato algunas cuestiones relacionadas con lo que planteaba Jesús aquí. Inserto las notas al pie en el texto, entre corchetes. Como es un texto largo, lo iré publicando en tres o cuatro entregas. La referencia completa es:

Alejandro González Terriza, «Surrealismo, folclore y poesía del 27», Boletín de la Fundación Federico García Lorca 39-40 (2006), pp. 113-133.

*

SURREALISMO, FOLCLORE Y POESÍA DEL 27

Surrealismo y folclore forman una pareja peculiar, por cuya convivencia armoniosa pocos habrían apostado a priori. De sus predecesores futuristas y dadás el surrealismo heredó un rechazo visceral hacia todo lo que sonara antañón. A los ojos de un vanguardista el folclore sugería precisamente eso: fórmulas de expresión agotadas y valores sociales reaccionarios. Tristan Tzara, gran creador de eslóganes, lo resume con elegancia: «Solo el contraste nos enlaza con el pasado» [1. «Manifiesto Dada 1918»,en Tristan Tzara, Los siete manifiestos Dadá, Barcelona: Tusquets, 1987, pág. 17.]. Dime qué es tradicional y sabré de qué debo apartarme.

Desde el terreno tradicionalista (por así decirlo) los prejuicios tampoco ayudaban mucho. Para una sensibilidad educada en los romances y las coplas populares, como la de los hermanos Machado, el surrealismo no pasaba de ser una modernez estridente, un artificio sin vida ni raíces, de la misma ralea que el dodecafonismo o el esperanto.

Así las cosas, y a pesar de todo, esta peculiar pareja acabó entendiéndose. El mérito corresponde en parte al surrealismo francés, que, en sus momentos más lúcidos, supo revisar y matizar su antitradicionalismo. No del todo, desde luego: nadie es perfecto. Por fortuna, donde Breton se detuvo (y con él, más o menos obedientes, los suyos), los poetas españoles interesados por el surrealismo (Alberti, García Lorca, Aleixandre), libres de dogmas y tics vanguardistas, avanzaron resueltamente. En el caso de los dos primeros, aunque suele hablarse de una etapa neopopularista y de otra surrealizante, distintas y distantes, sus versos, de cualquier época, muestran un interés sostenido por el folclore. Alberti nos contará después que, de hecho, fue la tradición popular española la que le llevó al surrealismo. Aleixandre, por su parte, nos aclarará que, bien entendidas, tradición y revolución, lejos de ser enemigas, son dos nombres de la misma cosa.

Pero no adelantemos acontecimientos. Nos esperan en Francia. Aunque la poesía surrealista española supo apartarse de algunos postulados bretonianos, no habría podido ser la que fue sin ellos. En el caso concreto del folclore, ¿qué estímulos, positivos y negativos, pudieron recibir los jóvenes del 27 de las revistas, libros y conferencias de Breton y los suyos?

Breton, tradicionalista

Dentro de los ismos que renovaron la literatura de principios del siglo XX, el surrealismo ocupa un lugar destacado y singular: es el último movimiento importante, y el que más ha calado en la sensibilidad actual. Videoclips, anuncios publicitarios, películas y canciones pop dan fe a diario de la fertilidad del imaginario surrealista. Otra cosa es que, a cambio de este éxito, el surrealismo haya ido perdiendo su contenido revolucionario, lo cual es cierto, aunque no debe ocuparnos ahora.

Ningún pensador da el salto a lo memorable sin un punto de apoyo. Para entender la preeminencia del surrealismo es importante tener en cuenta que André Breton, su principal teórico, tenía a sus espaldas las aportaciones de dos ingenios notables: Marinetti y Tzara. Breton recoge de ambos muchos aciertos: son rasgos futuristas o dadá (a veces ambas cosas) la concepción del arte como una actividad urgente, apasionada y violenta, el humor negro y absurdo, el rechazo del sentimentalismo y lo decorativo y la colaboración voluntaria con el azar y las formas de la naturaleza.

Es cierto (y lo veremos) que Breton también arrastra de sus predecesores inmediatos material inservible y hasta contraproducente; pero no cabe duda de que, hasta donde supo, filtró detenidamente sus propuestas. No solo tuvo buen ojo a la hora de rescatar los planteamientos válidos: supo también librarse de otros que habían lastrado hasta entonces la experiencia vanguardista. Algunas rémoras eran más o menos superficiales (por ejemplo, la ritualización del escándalo, que había acabado convirtiendo las demostraciones dadá en un espectáculo predecible e inútil). Pero una, al menos, afectaba a la definición misma del arte nuevo.

Tanto Tzara como Marinetti veían el pasado, la tradición, como el enemigo a batir, sin matices ni excepciones. Breton, en cambio, es el primer «ista» capaz de poner en perspectiva la vanguardia: esta no es un brote totalmente novedoso en la historia de la especie, ni un comienzo desde cero, sino la manifestación actual, puesta al día, de una viejísima tendencia humana. El espíritu que anima el surrealismo sopló antes en Fourier, en el conde de Lautréamont y en algunos simbolistas (Baudelaire, Rimbaud). Pero es que antes se había manifestado en el romanticismo alemán, en los novelistas góticos ingleses, en el Marqués de Sade…; y antes aún en los alquimistas o en Heráclito. A través de todos estos autores, una única tradición mágica mantiene viva la conciencia de las posibilidades infinitas de la mente humana. En nuestros días, el surrealismo es su manifestación más vivaz, su cola prensil; pero también se distingue su herencia en movimientos aparentemente irreconciliables, como el psicoanálisis de Freud y el pensamiento tradicionalista de René Guénon.

Por desgracia, Breton se detiene antes de reconocer que buena parte de las aspiraciones y logros del surrealismo se pueden vincular también con otro tipo de tradición: la popular. El salto, de todas formas, estaba a un paso, y no faltaría quien supiera darlo.

El oído de Breton

Para entender por qué Breton no dio el paso, es necesario tener en cuenta que, en ciertos aspectos, fue un vanguardista típico. A la hora de buscar novia a la Poesía entre las demás artes, no se inclinaba (como románticos y simbolistas) por la música, sino por la pintura. Para él la poesía era ante todo lo que Ezra Pound llama fanopea: formulación de imágenes, que el poeta francés pretendía asociar libremente según el modelo del ensueño y la duermevela. La melopea, la musicalidad de las palabras, era, en el mejor de los casos, accesoria. Por tanto, no puede sorprendernos que (como Marinetti y Tzara) considerase la rima y el metro, y las formas estróficas que de ellos se derivan, como un pesado corsé del que la poesía moderna se había liberado felizmente. A su juicio, Rimbaud o Baudelaire eran grandes a pesar de que utilizaran como vehículos expresivos formas como el soneto y el alejandrino. En cuanto a las cancioncillas populares, en ellas se concentraba, rancio, todo el sonsonete aborrecible del pasado. La recaída en las formas fijas, ya fueran cultas o populares, se consideraba un crimen de lesa poesía, suficiente para excomulgar a su autor del movimiento surrealista.

En la tradición que Breton rescata no hay sitio para pautas formales: solo se admiten visiones, contenidos. Por supuesto, también en este apartado la tradición popular habría tenido una oferta nada desdeñable que hacer. Pero no halló dispuesto el oído del poeta.

Aleixandre, conciliador de opuestos

Por el contrario, en España los jóvenes poetas del 27 tenían muy presente el consejo de don Antonio Machado:

—Ya se oyen palabras viejas.
—Pues aguzad las orejas.

[2. Antonio Machado, Nuevas Canciones, IX, XLI.]

Al igual que Breton, Vicente Aleixandre concibe la poesía y el amor como un camino hacia la superación de las oposiciones binarias (antinomias) que esclavizan el pensamiento humano. Una de esas parejas la forman, precisamente, el pasado y el futuro. Dando un paso más allá que el maestro francés, Aleixandre escribe en su discurso de aceptación del premio Nobel: «Tradición y revolución: he ahí dos palabras idénticas». [3. Vicente Aleixandre, Prosas completas, Madrid: Visor, 2002, pág. 344.] Aunque la declaración es tardía, resume su credo poético y vital. Solo es digno de entregarse a las nuevas generaciones (es decir, solo puede convertirse en tradicional) lo que se mantiene vigente, capaz de cambio y de sorpresa. Quien entiende que la fidelidad a una tradición pasa por repetir una y otra vez las mismas fórmulas, no la mantiene viva: la estanca. Por otra parte, si los revolucionarios de hoy ignoran la experiencia y los logros de sus semejantes de ayer carecen de perspectiva sobre la naturaleza de su intento.

Aunque Aleixandre pensaba en la tradición literaria culta (cuyos nombres esenciales, del Renacimiento a su propia generación, enumera), sus palabras tienen un valor general, aplicable al folclore y su vigencia. Sin cambio adaptativo, a veces espectacular (revolución), no habría continuidad (tradición) posible.

Unas palabras de Rafael Alberti nos ayudarán a entender en qué sentido el folclore es precursor de algunos de los planteamientos y técnicas surrealistas.

Alberti

En 1932, en una conferencia que pronunció en Berlín sobre La poesía popular en la lírica española contemporánea, Rafael Alberti dijo:

Algún tiempo después, volvió a caer sobre unos cuantos poetas otro nuevo mote: el de surrealistas, aludiendo al movimiento francés encabezado por André Breton y Louis Aragon. Nuevas confusiones. Los poetas acusados de este delito sabíamos que en España —si entendemos por surrealismo la exaltación de lo ilógico, lo subconsciente, lo monstruoso sexual, el sueño, el absurdo—, existía ya desde mucho antes de que los franceses trataran de definirlo y exponerlo en sus manifiestos. El surrealismo español se encontraba precisamente en lo popular, en una serie de maravillosas retahílas, coplas, rimas extrañas, en las que, sobre todo yo, ensayé apoyarme para correr la aventura de lo para mí hasta entonces desconocido. [4. Rafael Alberti, «La poesía popular en la lírica española contemporánea», en Prosas encontradas, ed. R. Marrast, Sant Viçens del Horts (Barcelona): Idea y Creación Editorial, 2004, págs. 100-123.]

Estas palabras han dado bastante que pensar. Se ha visto en ellas un intento, más bien torticero, de echar balones fuera, minimizando la influencia que los surrealistas franceses ejercieron sobre los jóvenes del 27. Algo hay de ello. Pero dado que hoy, gracias al trabajo exhaustivo de C. B. Morris El surrealismo y España. 1920-1936 [5. C. B. Morris, El surrealismo y España. 1920-1936, trad. Fuencisla Escribano, Madrid: Espasa-Calpe, 2000], esa influencia está más que demostrada, pienso que resulta legítimo y provechoso examinar qué puede haber de cierto en ese proto-surrealismo español de carácter popular.

Aunque el argumento de autoridad no debe pesar mucho en estos casos, sería injusto no recordar que otros autores compartieron el punto de vista de Alberti. Por citar solo dos: el también poeta del 27 Emilio Prados «encontraba muchos elementos surrealistas en las coplas de tradición popular» [6. Víctor G. García de la Concha, ed.: El surrealismo, Madrid: Taurus, 1982, pág. 18]; Soledad Salinas, en su clásico libro sobre la poesía de Alberti, señala que «la poesía popular española está llena de imágenes que se podrían denominar surrealistas avant la lettre» [7. Soledad Salinas: El mundo poético de Rafael Alberti, Madrid: Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2002, pág. 352.].

Para poner a prueba este tipo de asertos, comenzaremos por repasar cada uno de los elementos señalados por Alberti, examinando si realmente forman parte de la estética surrealista, y aportando en cada caso algunos ejemplos de lírica popular y de los propios autores surrealistas (o surrealizantes) españoles [8. En este caso, ajustándome al tema del monográfico, utilizaré sobre todo ejemplos de la obra de Federico García Lorca.]

viernes, 5 de febrero de 2010

Febrero


Decía Antonio que cuando un poeta de vanguardia compone un soneto, la convención que acepta nos permite apreciar mejor su originalidad. Si uno ha acabado teniendo un estilo, eso que llaman un mundo propio, se aprecia aunque se atenga a una forma de expresión mil veces trillada: do mayor, la menor, 4x4. Por eso, o porque ha salido así, he compuesto esta tarde esta pieza, que se restringe a las notas blancas del piano, sin otro viraje que el que va de subdominante a tónica, y me suena, por eso mismo (o a pesar de eso), de lo más cientovolandera & alejandrina. ¿Le hubiera gustado? Quiero pensar que sí.

Los instrumentos: clave, piano eléctrico y cello.



jueves, 4 de febrero de 2010

Luna plena (y II)


Estoy un período calamárico: ésos en que sientes que podrías componer una canción al día, y además te apetece hacerlo. Sólo el tiempo no acompaña; pero hasta él cede, relativamente.

Esta pieza continúa, en estructura y tema, la anterior: vuelve a contrastar dos tonalidades y sus correspondientes modalidades (fa mayor lidio vs. do sostenido menor dórico). La instrumentación es algo distinta: flauta de pico, piano eléctrico y piano.




martes, 2 de febrero de 2010

Dragones

(J.R.R. Tolkien, Smaug)

El otro día acerqué un poema de cierto concurso anual; hoy va otro, juraría que de Daniel, aunque puedo errar (va sin firma). May you like it.

Miniaturas

Cómo puedo sentirme tan seguro
de este amor que me seca la garganta:
un sol que cada noche se levanta
e ilumina mi lado más oscuro;

un hábito sin huellas ni futuro
que mientras nos destruye nos encanta.
Sólo el amor ignora lo que aguanta.
Sólo el amor consigue ser tan duro.

Recojo mis palabras y me voy
(por mucho que me busque, ya no estoy;
por lejos que me voy, siempre me quedo).

Si no debe vivir, pido perdón
por no saber matar este dragón.
Si quieres, hazlo tú. Yo ya no puedo.



lunes, 1 de febrero de 2010

Luna plena


(La Luna, Tarot de Fergus Hall)

Lo pedía la noche. Una composición improvisada, valga el oxímoro, para piano, flauta y cello que va superponiendo dos tonalidades (si y re) con sus correspondientes modalidades: una mayor, lidia, y otra menor, dórica, sugiriendo (espero) algunas de las transformaciones del astro.

*

Edito. Sumo algunos compases al inicio y varío la instrumentación. Siguen el piano y el cello, ahora con viola y clarinete.