domingo, 26 de diciembre de 2010

Querido diario


Días extraños, felices pero un tanto automáticos. Tengo poco sosiego. El trabajo me ha seguido a las vacaciones y no se deja fulminar en una tarde, ni en dos. Como todos, a veces sueño. Una de estas noches fui a sacar a Leopoldo María de su encierro: yo era su hermano menor. El poeta no estaba preso en un psiquiátrico, sino en una cárcel. Mientras tomábamos una coca-cola, repasamos travesuras infantiles. Antes o después de aquello, pasé una hora muy grata, creo que despierto, con Carlos, y estuvimos recordando otras hazañas, verídicas ellas: cuando grabamos con una lima en la barandilla de la escalera metálica del colegio aquellas iniciales que nos parecían el summum de la rebelión: PSOE, PCE, CNT. Nuestras pintadas eran así: 'Amnistía general'; 'Libertad a los presos antifascistas'; todo rubricado con la A en su círculo mágico, anónima y pentagramática. Sueños heredados, vagamente frentepopulistas. En una de esas, el capo de los fachas del colegio nos hizo comparecer ante él y en presencia de sus matones nos preguntó, muy serio, si éramos cenetistas o faístas. No recuerdo que tuviéramos miedo. Dimos con la respuesta correcta, vete a saber cuál, y ahí se selló un acuerdo de vago respeto mutuo. El enemigo era otro: los profesores. Yo mismo, o sea. Procuraré recordarlo cuando redacte mi próxima amonestación.


jueves, 16 de diciembre de 2010

La Sixtina


Sorpresas. Algunas gratas. Por ejemplo, que en medio de una reunión tediosa alguien te pase una copia de este lindo soneto anónimo.

Si hubieras bien dispuesto la Sixtina
o aquel docto Tractatus homoerótico,
se podría entender que de teórico
o práctico te dieras vaselina;

mas cabiendo tus obras en la fina
superficie de un sello metafórico
y debiendo tu ascenso meteórico
y proverbial caída a una vecina,

¿a qué bramas, ciclán? Más te valiera,
Ciorán de pacotilla, callar hondo
que seguir revolviéndonos las bolas

con tu palabrería siempre huera,
esparciendo tu baba desde el fondo
de reptiles que ocupas y estercolas.

martes, 14 de diciembre de 2010

Adversus atheologos (II)


Dawkins y Hitchens: dos pingüinos perorando sobre el trópico. No ven más allá del hielo. Pedirnos que hablemos de la religión olvidándonos (por resumir) de la antropología, como si ni Lévi-Strauss ni su reverenda madre nos hubieran aclarado cómo se produce el discurso religioso y en qué sentidos funciona, podrá tener su razón estratégica, para levantar un muro contra tales o cuales fundamentalistas, pero fuera de esa confrontación no es de recibo.

Por ejemplo, el mito de la creación en siete días es totalmente desdeñable si lo leemos literalmente, como una explicación de la evolución del universo; pero es un documento inestimable y revelador sobre cómo dividían el tiempo y el espacio quienes lo trujeron. Los mitos nunca hablan sobre lo que parece que hablan: o, mejor dicho, hablan sobre eso (falazmente) y, al mismo tiempo, sobre muchas otras cosas (y sobre esas suelen tener cosas muy interesantes que decir). Es un lenguaje simbólico, en suma. En todas las religiones hay un contraste entre la fe del carbonero, que no entiende lo que cree que cree, y la intuición del poeta o el mitógrafo (que, en tiempos dogmáticos, acaban en la hoguera). Dawkins y cía. reducen la religión a la fe del carbonero. Nada justifica esa trampa.

Religioso, por ejemplo, es también aquel apólogo sobre el mono que desde su árbol, a prudente distancia, acierta a ver cómo unos viajeros se reúnen en torno al fuego y pasan una noche estupenda contándose cuentos. Al día siguiente, lleva la buena nueva a la tribu. Desde entonces, seducidos por la novedad, los monos celebran sus fiestas en torno a un círculo pintado de rojo y mueven los labios con empaque, convencidos de haber alcanzado el summum.

La religión es eso: un ciclo de historias. Algunas tan inteligentes como ésa, que resume de forma inmejorable el problema. La tensión entre la experiencia, válida, y la fórmula que se deriva de ella, mecánica. Con todo, un mono inteligente podría llegar a diagnosticar que el rito es un simulacro, e imaginarse lo que hay detrás, como un antropólogo detecta en la hostia el sucedáneo de un enteógeno.

Lo que deberían aprender los literalistas (y los fanáticos religiosos no son otra cosa) es a leer, a distinguir 'me he puesto morado de pasteles' de 'me he pintado de morado con un pastel'. Pero lo mismo puede decirse de los neopositivistas, empeñados en ponerse las anteojeras de Comte, con lo que ha llovido.

La antropología, en fin, o cierta manera de entenderla, encara el cientificismo como un ismo arquetípico más: Apolo intentando desterrar a Dioniso, en vez de alcanzar una entente provechosa con él (como sucedía en Delfos). Es la historia de Las Bacantes, vaya. Que, por supuesto, no da la razón a ninguna de las partes: un exceso de retención provoca que la vejiga estalle, pero ese estallido no es 'razonable', 'provechoso' o 'justificado'. Simplemente es.

Mi problema con los neopositivistas es el mismo que se me plantea cuando un cristiano me pregunta si creo en Dios o soy ateo. A lo que sólo cabe responder lamentando que quien pregunta no conciba más posibilidades que ésas. Así con estos otros: no me reconozco en su retrato del creyente, pero tampoco, para nada, en el modelo de descreído que me ofrecen.

‎(Reveladoramente, ambas partes están de acuerdo en condenar que algunos nos salgamos del tiesto, nombrándonos paganos, un suponer, o negándonos directamente a nombrarnos de ninguna forma: ésas son las opciones y no hay más, nos dicen. O con nosotros o contra nosotros, al evangélico modo. Lo especular del caso da para meditar.)

No se entienda por lo dicho que uno arremete contra la ciencia, es decir, contra el método científico, como quien se da de cabezazos contra la pared. Otra cosa es estar, decididamente, en contra del cientificismo, entendido como una pretensión de dar por zanjadas cuestiones que no han sido abordadas ni adecuada ni íntegramente (así, al analizar como 'religión' sólo lo que nos conviene considerar, tácticamente, como tal). Es como si alguien me viene con la buena nueva de que la literatura no es más que palabras y las historias a las que tanto tiempo hemos dedicado y dedicaremos usted y yo, querido lector, son 'sólo' ficción. Lo cual, si se quiere ver así, es totalmente cierto; pero considerado como 'todo lo que hay que saber sobre el tema' o 'lo único decisivo' sobre el mismo constituye una engañifa monumental.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Secretos y fantasmas


Otra pieza, ésta recién hecha de cabeza (doble) a pies, compuesta y arreglada en el mismo día. La trompa va comentando la melodía del violín, y el piano, muy suyo, dibuja los acordes. Vamos sin prisa, pero aquí al lado: aunque todo se repite una vez, el invento completo no llega al minuto.




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Edito: en esta nueva mezcla se aprecia mejor la segunda melodía, con fagot. Resulta que la trompa es monofónica, y parte de la armonía no llegaba a sonar.




lunes, 6 de diciembre de 2010

Qué profunda distancia (instrumental)


En el último concierto de Ciento Volando, Luli rescató por sorpresa, en los bises, esta vieja canción, una de las que solíamos tocar por el 92 o así. No he podido parar hoy hasta sacar la partitura (no sin dificultad: la melodía tiene un ritmo extrañísimo) y exponer la pieza a todo tipo de maldades. Así suena la versión instrumental 2010, para trombón, coro y cello. (Como GoEar anda tonto, no me queda otra que subirla a megaupload. Espero que funcione.)

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Actualizo: si Megaupload se pone tarasca, aquí está Rapidshare, al rescate.

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Resucitó GoEar. Hela.




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Y aún diría más (o menos).


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Close to the Edge (pero a cierta distancia)


En las corrientes artísticas que más valoro, que me han nutrido, hay una proximidad indudable a la religión. Así el surrealismo, el simbolismo y el abuelo de ambos, el romanticismo; así la psicodelia y, en fin, cualquier meandro o máscara del paganismo, tal como lo hemos soñado retrospectiva y algo improbablemente los que no lo vivimos. Sin religión (o sin eso que la religión pretende domesticar, pero a pesar de todo vehicula en cierta medida), no tendríamos la música de Bach, pero tampoco Tomorrow Never Knows o Close to the Edge.

Sin embargo, tan importante como el hecho de que estén próximas lo es que son distintas, distantes de cualquier dogma o jerarquía; inconciliables, de hecho. Frente a la promesa de otro mundo después, a mí sólo me importa el otro mundo aquí y ahora: el lugar donde las lindes se desdibujan.

Ese otro mundo, en fin, es extraño pero cotidiano también: lo atravesamos cada noche en sueños, y la mitocrítica nos ha enseñado hasta qué punto el desarrollo de la literatura y el pensamiento es otro nombre del baile de los dioses muchos. Arquetipos y sensaciones numinosas son hechos, no proposiciones de fe.

[Hay un libro del joven Savater, La piedad apasionada, que explica de manera inmejorable estas cuestiones. Leo que el autor no simpatiza mucho con aquellas diatribas neopaganas de sus comienzos, pero lo cierto es que no ha escrito nada mejor. Yo se las agradezco, igualmente.]