jueves, 27 de mayo de 2010

El mundo es un pañuelo. O no.


...la ropa que nos niega el cuerpo
(Mantas, ruedas, bicicletas).

En mi instituto, imagino que como en todos, que te toque un grupo con muchos alumnos marroquíes no se considera una buena noticia. Hay una razón para ello: se trata de alumnos que en muchos casos no hablan bien español y que arrastran un expediente escolar desastroso. Un alumno que no se entera y que da el curso por perdido antes de empezar es garantía de problemas. Pero la razón no es suficiente para justificar el prejuicio: si es cierto que hay muchos alumnos magrebíes en esas condiciones, los hay también excelentes desde el punto de vista académico, y otros muchos que hacen todo lo que está en su mano por ganar la partida con las cartas (desastrosas) que les han tocado.

Este año es el primero que he tenido un grupo formado íntegramente por magrebíes, y concretamente por alumnos con un nivel muy bajo de lengua que necesitan un apoyo específico. De esa relación, en principio nada prometedora, no han salido más que cosas buenas: entre ellas, aparte de lo estrictamente académico, un libro que está a punto de publicarse y muchas conversaciones provechosas.

Una de ellas fue sobre el pañuelo, el hiyab. Ninguna de mis alumnas lo lleva, pero en el centro sí hay un par que vienen a clase con él, sin que esto haya creado por el momento demasiada fricción. Imagino que la actitud de mis alumnos es, por unánime, representativa de una forma de pensar bastante extendida. Como no coincide mucho con lo que nos han traído los medios de comunicación sobre el tema, pienso que puede tener sentido traerla aquí.

Los alumnos, para empezar, no opinan sobre el tema: es una cuestión de las chicas. Éstas son unánimes: llevar el pañuelo es un mandato de su religión, algo irrenunciable… y que, sin embargo, ninguna de ellas cumple. A partir de este quiebro, todo son contradicciones, muy humanas. Por ejemplo, ninguna de ellas tiene claro si lo que manda la religión es cubrirse el cabello, el rostro o todo el cuerpo. Les indigna que en Europa se haya legislado contra el burka; la mayoría dicen que lo llevarían, si vivieran en un país en que fuera costumbre, pero una al menos dice que lo del pañuelo seguro, pero lo del burka no lo ve claro. No me extraña.

Tampoco está claro (quiero decir: no lo tienen claro ellas mismas) a partir de qué momento deberían llevarlo. Citan como edades los siete y los doce años (esto último iría asociado, imagino, a la menarquia), pero al final vienen a indicar que el momento de la verdad es el matrimonio. Por el pueblo, en efecto, es rarísimo ver a una mujer musulmana adulta sin pañuelo, aunque ellas insisten en que haberlas, haylas, siempre que el marido lo permita. Y así queda: como una medida de gracia del marido.

Respecto a la insinuación de que se trata de una costumbre machista, la respuesta es unánime (y un tanto contradictoria con lo último que acabo de escribir): no es un mandato de los hombres, sino de Dios.

No diría que se las ve aleccionadas (en general, el nivel de conocimiento de su propia religión es discreto), pero está claro que es un tema del que han hablado mucho entre ellas. Por ejemplo, todas se ríen hablando de la mujer occidental que mide dos metros y lleva medio metro de ropa (cuando las europeas vienen a Marruecos, argumentan, nadie les prohíbe vestir como quieren) y se ponen coléricas cuando hablan de las multas que pretenden, dicen, castigarlas por ser buenas musulmanas; lo que no les impide hablar con arrobamiento de que en Dubai las que reciben multa son las que salen a la calle 'mal vestidas' (o sea, como visten ellas todos los días).

Por otra parte, donde yo digo que no hay por el momento demasiada fricción, ellas sí la ven: cargan contra tal profesor que, dicen, llamó a casa de ésta o aquélla para convencer a sus padres de que viniera sin velo, y le acusan de haber dicho de que en su clase no entra ninguna con la cabeza cubierta. En su película, se trata de un villano injustificable.

Como la consecuencia está sobrevalorada, a mí me agrada que estas alumnas sean inconsecuentes, o sea, comprensibles. No tengo ninguna esperanza, después de oírlas, de que la costumbre vaya a cambiar en breve; pero constato que la costumbre de facto es incumplir la costumbre, hasta que no queda otra. Por menos se empieza.

1 comentario:

Gharghi dijo...

Cualquier día empiezan a enseñar los tobillos, luego las pantorrillas... y al final algunas harán top.-less en la playa.