miércoles, 30 de septiembre de 2009

Ángel Caído


Por imperativo docente, sigo entre ángeles y demonios, como un best seller cualquiera. Sin tiempo para nada, retengo esta definición del Diablo romántico: una figura prometeica, una suerte de dios pagano en un mundo que ya no reconoce esa posibilidad pero siente, más que nunca, su urgencia. El proceso comienza, tal vez, en el Paraíso Perdido de Milton, de quien William Blake ya dijo que, sin saberlo, estaba del lado del Diablo: tan atractiva es la figura que pinta de Luzbel como Rebelde que rechaza el servilismo y arrostra el castigo del poder con entereza («Es mejor reinar en el Infierno que servir en el Cielo»). La estela sigue en el satanismo de Lord Byron o del Estudiante de Salamanca de Espronceda, glorificaciones todas del non serviam satánico [«no serviré (a Dios)»] —consigna antiautoritaria por excelencia a la que sólo cabe poner un pero: si se trata de no servir a Dios para servirse uno mismo, bien poco ha cambiado el cuento.




lunes, 28 de septiembre de 2009

Teogonía


El mundo me lleva ganadas algunas batallas, pero encuentro un segundo de respiro. Sin tiempo lo digo, pero conmovido: una vez más, qué grande Jung:

Cuando le preguntaron en una ocasión sobre Dios, contestó: "Dios es el nombre con el que designo todas las cosas que cruzan mi camino violenta y apresuradamente, todas las cosas que afectan mis puntos de vista subjetivos, planes e intenciones y cambian el curso de mi vida para bien o para mal" (Entrevista publicada en "Good Housekeeping Magazine", 1961)


El acierto no consiste en que eso sea lo que por Dios suele venderse, sino en la perspectiva, inusual y exacta: Jung no alude a Dios, sino a algo más importante que está en el origen de tal idea-personaje pero es previo y exterior a ella. Llámalo hache (o, como éstos, Satán):



domingo, 20 de septiembre de 2009

Falso pero cierto


Con algunos autores, uno nunca vuelve de vacío. Poco importa que hayan quedado desfasados, o que algunas de sus propuestas se consideren hoy erróneas, delirantes o (lo que es peor) banales. Siguen despiertos —vivos. Mircea Eliade es uno de ellos, y esta cita de Fragmentos de un diario (Madrid: Espasa-Calpe, 1979), uno de sus libros 'menores', hace justicia al fenómeno:

17 de diciembre [de 1962]

La lectura de una carta de Nietzsche a Rohde, del 4 de agosto de 1871, me informa de la existencia de un cierto Ribbeck, profesor de filosofía en Kiel. Debo recordar este nombre. Me servirá en mis discusiones con «los sabios». En efecto, Ribbeck había leído el Origen de la tragedia —pero en una carta a Rohde se había negado a tomarlo en serio, con el pretexto de que el libro no estaba basado en «testimonios o pruebas».

Lo más divertido de esta historia es que Ribbeck quizá tenía razón, pero en la cultura es Nietzsche el que ha triunfado. No es el espíritu filosófico el que ha sido creador de cultura, sino la adivinación, el pathos, la imaginación, en una palabra, el Error (con mayúscula y subrayado).


*

Magníficos diarios, por cierto. Alguien podría decir que han envejecido mucho mejor que el resto de su obra. No todo son sesudas reflexiones. Abundan los chismes y desahogos, los bombones con sabor de época. Resulta muy divertida la relación con Jung y su entorno, a quien Eliade respeta, pero trata con cierta ironía. Esta anécdota (pág. 118):

21 de junio [de 1952]

(...) Una admiradora de Jung, una mujer de cincuenta años, vivía en una villa, en la montaña, a unos kilómetros de la Casa Gabriella; en cuanto se enteró de que Jung se bañaba todas las mañanas, a las siete, se le adelantaba un cuarto de hora y le esperaba en la orilla, en traje de baño. Le gustaba nadar junto a Jung en el lago Maggiore, sentía que nadaba en el inconsciente colectivo.

**

La confesión la he escuchado más de una vez, de quien podía importar. La visión romántica o bachelardiana de la mitología, confesaba GG, no es válida para los filólogos; pero sí para los poetas. Joseph Campbell, anotaba otro sabio, era un simplista —pero sin su monomito no tendríamos Starwars ni Doctor en Alaska.

Con qué alegría compruebo que la autoridad de Jung, quizá el más desacreditado de aquellos sabios del siglo pasado, ayudó a columbrar la obra que me mantiene vivo estos días: la serie de cómic Sandman, de Neil Gaiman. El primer volumen de la Absolute Edition trae como extra la propuesta original que Gaiman hizo en 1987 a DC Comics, explicando su visión del personaje. El documento contiene una única cita, que sella la primera página (pág. 546):

Hemos olvidado ingenuamente que bajo nuestro mundo de razón yace enterrado otro mundo. No sé lo que la humanidad tendrá que pasar antes de que se atreva a admitir esto. —Carl Jung.


sábado, 19 de septiembre de 2009

Barbazul


¿Del libro o de la cabeza? Si hay elección, el niño prefiere siempre que su padre le cuente los cuentos de memoria. Hay cuentos que el padre recuerda sólo vagamente, pero incluso aquéllos que tiene recientes acaban mutando de una noche a otra, adquiriendo detalles nuevos. Los mejores cambios vienen en el calor del momento, como un regalo del cuento a quien se atreve a narrarlo. Cuando el rey se ha dormido, la reina se levanta de la cama y atraviesa el castillo en silencio, como una sombra entre sombras. En la oscuridad total, se abre la puerta de una habitación que no se puede ver: sólo está ahí de noche, cuando ella la busca a ciegas. Dentro, brilla un espejo. De vuelta al castillo, tras darle de comer la manzana, la madrastra de Blancanieves se ríe, y a cada risa le desaparece una arruga. Cuando entra en palacio parece, de nuevo, una niña. La madrastra de Hänsel y Gretel y la bruja del bosque son hermanas. Cuando la bruja muere en el horno, los niños lo abren y encuentran una piedra roja, fría a pesar de las llamas: es el corazón de la vieja. Nadie quiere casarse con Barbazul, pero la familia de Lucía está cargada de deudas. Por enjugarlas, la niña accede a unirse con el monstruo, pero pide a sus hermanos que vengan a visitarla una vez al mes, para asegurarse de que todo anda bien. Cuando llevan pocos días de casados, Barbazul entrega a su dama un llavero con 30 llaves, tantas como días estará ausente. Puedes abrir, le dice, todas las habitaciones de palacio, menos la de esta llave negra. Espera que regrese de mi viaje y la abriremos juntos. Parte Barbazul y Lucía va abriendo habitaciones, cada una más hermosa y sorprendente que la anterior. Una de ellas está llena de espejos: cuando Lucía la abre, es como si muchas Lucías (esas hermanas que nunca tuvo) hubieran venido a visitarla. 30 días después, agotadas las demás sorpresas, piensa Lucía que no romperá su juramento si abre un instante la puerta prohibida y, sin entrar, asoma la cabeza (la puntita, nada más). Sin embargo, el maleficio se cumple: la llave funciona como un cuchillo que hiere la puerta, y en la oscuridad Lucía siente un hedor insoportable. Enciende la vela, asoma la cabeza —y apenas ha comprendido lo que hay dentro cuando ya está Barbazul de vuelta a casa, preguntándole qué le ha parecido el castillo. Por suerte, este día final del mes es también aquél en que sus hermanos vendrán a visitarla. Cuando hieren al monstruo, no se sorprenden al comprobar que su sangre es tan azul como su barba.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Por si acaso


Decisiones acertadas: en general, soltar lastre. Insistir sólo en lo que no se sabe a dónde va, y apenas por dónde. Atenerse a la duda y la contradicción. Inventar lo que echamos en falta. Seguir a la escucha.

I whisper to the baby raindrops playing on my window,
And tell them gently this is not the time that they should weep.









jueves, 17 de septiembre de 2009

Vaya por Dios


Regreso a las razones teológicas. Como en respuesta a una observación que hice hace unos días (Hágase tu voluntad y no la mía. Un Dios, dos voluntades, tres personas. Seguiremos informando) ha salido del foso este soneto de ocasión, que no recordaba, sobre la dificultad de ser Uno.

Tu Dios es muchos dioses y ninguno.
Uno por tres, el Padre, la Paloma
y el Hijo (punto en cruz, mas punto y coma),
verdugo, juez y reo de consuno.

Rascando más, detrás del tres en uno,
tal genio que se esconde en la redoma
esperan multitud: Dios carne (Soma),
Dios fuego, Dios del pan, Dios del ayuno.

Dios Elohim, plural; Dios Es Quien Es,
Señor de los Ejércitos; Mesías,
Príncipe de la Paz, Hijo del Hombre.

Cuando tal variedad aún no te asombre,
(Motor Inmóvil, Viejo de los Días)
aún falta el Dios que es Dios... pero al revés.


lunes, 14 de septiembre de 2009

Cancioncilla amorosa


Mañana empieza, ay, de veras el curso. No tengo ánimo para apocalipsis. Hay que coger fuerzas de donde se pueda. Como aconseja Daniel en una suya, guarda horas felices / en lo más profundo de ti. Esta canción inolvidable llevaba años buscándola, y ahora que me había decidido a preguntar por ella, aparece de pronto en Youtube. Eduardo Mateo, nada menos. Que la disfruten.


sábado, 12 de septiembre de 2009

Revelaciones III: la Verdad Desnuda


Velo viene, velo va, como apunta Rafa, el movimiento sugiere de forma natural la mecánica del strip-tease. Enzo Bianchi, pp. 11-2: «En el griego de los LXX el sustantivo apokálypsis aparece muy pocas veces (...) En 1 Sm 20,30, se usa de forma extraña y sorprendente: cuando Saúl acusa a Jonatán de tomar partido por David en contra suya insinuando relaciones no transparentes entre los dos amigos, le dice que esto es 'para vergüenza tuya y de la madre que te dio a luz' (literalmente: de la desnudez [hebreo: 'erwá] de la madre). Los LXX traducen 'erwá con apokálypsis: 'para vergüenza del 'apocalipsis' de su madre', atribuyendo a este término el significado de 'quitar, levantar el velo, descubrir, desnudar'».

*

Quien se adorna, reconoce su fealdad, escribió Gibran. La verdad desnuda: se dice de la cortesana griega Friné que en el transcurso de un simposio, cuando le tocó el turno de jefa del cotarro, ordenó a todas las mujeres presentes aclararse la cara con agua. Cuando el maquillaje empezó a correrse, todas parecían adefesios, menos ella, que no llevaba nada puesto. En otra ocasión, a punto de ser condenada, se desnudó ante los jueces. Platónicos ellos, estuvieron de acuerdo en que una mujer tan bella no podía albergar mal alguno.

*

Siete trompetas y sellos, siete de velos: Salomé. Su apocalipsis sicalíptico sella la suerte del otro Juan neotestamentario (el Bautista). En el universo algo misógino de estas fantasías uno recuerda a un tercer Juan (Ramón Jiménez): incluso desnuda, escribe, la mujer parece que sigue ocultando algo (los freudianos creerían saber el qué). Así el texto apocalíptico: verdad desnuda, pero simbólica, constituye un cifrado enigmático que invita a la paráfrasis, pero se burla de ella, como de un amante torpe. Desde que lo digo claro, ya dejó de ser verdad. Un cuarto san Juan (de la Cruz) habla de la calentura divina, requisito indispensable para que fluyan las razones de amor, y para entenderlas (Norman O. Brown habría aplaudido con las orejas).

*

Extraños armónicos: en el Silmarillion, Lúthien baila también para un rey malvado (Morgoth). Hasta Jabba el Hut mantiene prisionera a la princesa Leia con la esperanza de que acabe bailando a su son. Pero el poder siempre sale herido de esta contienda con la gracia: Lúthien adormece con su danza a Morgoth y su amado Beren procede a robarle el Simaril (y herirle en una mejilla); Leia utiliza la cadena que la une a Jabba para estrangularlo. La cautiva cautiva al señor —y lo ultima o mutila. Así también la belleza de algunos textos (el Apocalipsis, el Cántico de san Juan) bajo el dominio de la exégesis ortodoxa: una danza o vaivén de sentidos que cautiva al teólogo (¡nunca se dijo mejor la Verdad!) pero amenaza con irse de madre en cualquier momento.



viernes, 11 de septiembre de 2009

Revelaciones II: el Apocalipsis, según Norman O. Brown


Cedo la palabra al maestro. Esto les dijo Norman O. Brown a los estudiantes de la universidad de Columbia el 31 de mayo de 1960, provocando no poco revuelo. (Aunque hay ed. española, no la he encontrado. Traduzco de Apocalypse and/or Metamorphosis, University of California Press, 1991, pp. 1-7):

APOCALIPSIS
El lugar del misterio en la vida de la mente

Universidad de Columbia
31 de mayo de 1960

No sabía si debía presentarme ante vosotros —hay un tiempo para mostrar y un tiempo para esconder; hay un tiempo para hablar y también un tiempo para guardar silencio. ¿Qué tiempo es éste? Han pasado quince años desde que H.G. Wells dijo que la mente había tocado techo —había topado con una horrible extrañeza de la que no hay manera de escapar, que no se puede rodear ni atravesar, dijo; es el fin. Si voy a hablar es porque pienso que hay una salida, un camino que baja y sale (el título del nuevo libro de John Senior sobre la tradición ocultista en la literatura).

La mente ha tocado techo: me imagino lo que algunos estaréis pensando («su mente ha tocado techo») y puede que así sea; me da miedo pero no me disuade. La alternativa a la mente es, ciertamente, la locura. Nuestras mayores bendiciones, dice Sócrates en el Fedro, nos llegan a través de la locura —siempre y cuando, añade, la locura provenga de la divinidad. Nuestra verdadera elección es entre la locura sagrada y la profana: abrid los ojos y mirad a vuestro alrededor —de un modo u otro, la locura lleva las riendas. Freud es la medida de nuestra locura profana, del mismo modo que Nietzsche es el profeta de la locura sagrada, de Dioniso, la verdad loca. Dioniso ha vuelto a su Tebas nativa; la mente (que ha tocado techo) es otro Penteo, subido a un árbol. Resistirse a la locura puede ser la manera más loca de estar loco.

Y hay un camino de salida —la locura bendita de la ménade y la bacante: «Bendito aquél que tiene la buena fortuna de conocer los misterios de los dioses, que santifica su vida e inicia su espíritu, una bacante en las montañas, en purificaciones santas». Es posible estar loco sin que te bendigan; pero no es posible recibir la bendición sin la locura; no es posible recibir las iluminaciones sin el trastorno. El trastorno es desorden: la fe dionisíaca es que el orden tal como lo hemos conocido es una mutilación, algo propio de mutilados; que el pasado es un prólogo; que podemos tirar nuestras muletas y descubrir el poder sobrenatural que nos permitirá caminar; que la historia humana va del hombre al superhombre.

Yo no soy un superhombre; vengo a vosotros no como alguien que tiene poderes sobrenaturales, sino como alguien que los busca, y que tiene algunas nociones sobre el camino que hay seguir para hallarlos.

A veces (la mayor parte de las veces) pienso que el camino que baja y sale conduce fuera de la universidad, fuera de la academia. Pero tal vez lo que sucede es que debemos recuperar la academia de antaño —la Academia de Platón en Atenas, la Academia de Ficino en Florencia, Ficino, que dice: «Los antiguos teólogos y platónicos creían que el espíritu de Dioniso era el éxtasis y el abandono de las mentes no trabadas, cuando, en parte por amor innato, en parte instigadas por la divinidad, transgreden los límites naturales de la inteligencia y se transforman milagrosamente en la deidad amada misma: cuando, ebrios de un nuevo tipo de néctar y de una alegría sin medida, rabian, podríamos decir, con un frenesí báquico. Llevado por la embriaguez de este vino dionisíaco, nuestro Dioniso (el Areopagita) expresa su júbilo. Vierte enigmas, canta ditirambos. Para captar la profundidad de sus significados, para imitar su forma casi órfica de hablar, también nosotros necesitamos la furia divina».

En cualquier caso, lo primero de todo es volver a encontrar los misterios. Con eso no me refiero sólo al sentido de la maravilla (ese sentido de la maravilla que es, sin duda, la fuente de toda filosofía verdadera), llamo misterio a algo secreto y oculto; por tanto, impublicable; por tanto, fuera de la universidad tal como la conocemos; pero no fuera de la Academia de Platón o la de Ficino.

¿Por qué son impublicables los misterios? En primer lugar, porque no pueden expresarse en palabras, al menos no en el tipo de palabras que os han hecho ganar vuestras llaves de Phi Beta Kappa. Los misterios se manifiestan en palabras sólo si pueden seguir ocultos; esto es la poesía, ¿verdad? Debemos volver a la vieja doctrina de los platónicos y neoplatónicos de que la poesía es verdad velada; del mismo modo que Dioniso es el dios que es a la vez manifiesto y oculto; y como declaró John Donne, con la Columna de Fuego va la Columna de Nube. Ésta es también la doctrina nueva de Ezra Pound, que dice: «La prosa no es la educación, sino el patio exterior de la misma. Más allá de sus puertas están los misterios. Eleusis. Cosas de las que no se debe hablar, salvo en secreto. Los misterios que se defienden a sí mismos, los misterios que no es posible revelar. Los tontos sólo pueden profanarlos. El torpe no puede captar el secreto ni divulgarlo a otros». Las academias místicas, sean de Platón o Ficino, conocían la limitación de las palabras y nos llevaban más allá de las mismas, camino arriba, camino abajo, hasta la docta ignorancia, con la que se honra mejor a Dios con el silencio que con palabras, y se le ve ve mejor cerrando los ojos a las imágenes que abriéndolos.

Y en segundo lugar, los misterios son impublicables porque sólo algunos pueden verlos, no todos. Los misterios son intrínsecamente esotéricos, y como tales son una ofensa a la democracia: ¿no es la publicidad un principio democrático? La publicación vuelve las cosas republicanas —asuntos del pueblo. Las academias prístinas eran esotéricas y aristocráticas, intencionadamente distantes de lo vulgar y profano. El resentimiento democrático niega que haya algo que no puedan ver todos; en la academia democrática, la verdad está sujeta a la verificación pública; es verdad lo que cualquier tonto puede ver. Esto es lo que quiere decir el llamado método científico: lo que se llama ciencia es el intento de democratizar el conocimiento —el intento de dar método en vez de perspicacia, mediocridad en vez de genio, logrando un procedimiento operativo estándar. Los grandes igualadores que proporciona el método científico son las herramientas, esas herramientas de análisis. Se sustituye el milagro del genio por un mecanismo normalizado. Pero los tontos con herramientas siguen siendo tontos, y no os dejéis embobar por vuestras llaves de Phi Betta Kappa. Las cadenas de oración tibetanas son otra forma de alcanzar el mismo resultado: la degeneración del misticismo en mecanismo —de modo que cualquier tonto pueda practicarlo. Quizá el Tibet lleve ventaja: pues allí el mecanismo es externo, mientras que la mente permanece en blanco; y estar en blanco no es lo peor que puede pasarle a la mente. Y las oraciones resultantes no pretenden, inútilmente, resultar originales o inmortales; al no existir, no hay que catalogarlas ni almacenarlas.

El sociólogo Simmel ve el enseñar y el esconder, el secreto y la publicidad, como dos polos, como yin y yang, entre los cuales oscilan las sociedades en su desarrollo histórico. A veces creo ver cómo se originan las civilizaciones con la revelación de algún misterio, algún secreto; cómo se expanden con la publicación progresiva de su secreto; y cómo fallecen, exhaustas, cuando ya no queda secreto, cuando el misterio se ha divulgado, es decir, profanado. Toda la historia puede ilustrarse con la diferencia entre el ideograma y el alfabeto. El alfabeto es, sin duda, un logro democrático; y el ideograma enigmático, como Ezra Pound nos ha enseñado, constituye un misterio, un fragmento de poesía que aún no ha sido profanado. Llega así un tiempo (creo que en ese tiempo estamos) en que la civilización debe renovarse mediante el descubrimiento de nuevos misterios, mediante el poder nada democrático pero soberano de la imaginación, mediante el poder no democrático que hace de los poetas los legisladores no reconocidos de la humanidad, el poder que vuelve nuevas todas las cosas.

El poder que vuelve nuevas todas las cosas es la magia. Lo que necesita nuestra época es misterio; lo que necesita nuestra época es magia. ¿Quien negaría que sólo un milagro puede salvarnos? En el Tibet la institución que concede títulos es, o solía ser, el Colegio de Magia Ritual. Ofrece cursos en materias como clarividencia y telepatía; también (atención los estudiantes de físicas), calor interno: el calor interno es un control sobrenatural que otorga el Yoga sobre la temperatura corporal. Permitidme que sucumba por un momento a la fascinación del Oriente misterioso y os cuente el procedimiento de examen para el curso de calor interno. Los candidatos se reúnen desnudos en mitad del invierno, de noche, sobre un lago helado del Himalaya. Junto a cada uno se coloca una pila de camisetas húmedas y heladas: la tarea consiste en ponerse todas las camisetas que puedan antes del alba. Cuando el poder es real, la prueba es real, y el sistema de calificación, de una objetividad pasmosa. No digo más. No digo más: el Yoga oriental demuestra sin duda la existencia de poderes sobrenaturales, pero no tiene el poder peculiar que nuestra sociedad occidental precisa; o, más bien, creo que cada sociedad sólo tiene acceso a sus propios poderes; o, más bien, cada sociedad sólo recibirá el tipo de poder que sepa pedir.

La conciencia occidental siempre ha pedido libertad: la mente humana nació libre, o al menos nació para ser libre, pero por todas partes anda en cadenas, y ha tocado techo. Hará falta un milagro para liberar la mente humana: porque las cadenas son, en primer lugar, mágicas. Estamos atados a una autoridad que está fuera de nosotros mismos: sobre todo (aquí, en una gran universidad, hay que decirlo) a la autoridad de los libros. Hay un anticipo trascendentalista de lo que que quiero decir en el discurso Phi Betta Kappa de Emerson en American Scholar:

«Los libros de una época anterior no servirán. Con todo, de aquí arranca un grave perjuicio. La santidad que está vinculada al acto de la creación, a la acción de pensar, se trasfiere al registro. De inmediato, el libro se vuelve nocivo: el guía es un tirano. La mente perezosa y pervertida de la multitud, una vez que ha recibido este libro, se atiene a él y protesta si se destruye. Se construyen universidades sobre él. Jóvenes dóciles se crían en bibliotecas. De ahí que, en vez del Hombre que Piensa, tengamos el ratón de biblioteca. Prefiero no ver nunca un libro que dejarme llevar por su atracción fuera de mi propia órbita, convertido en un satélite en vez de un sistema. Lo único que tiene valor en este mundo es el espíritu activo.»

Lo lejos que anda esta universidad de ese ideal es la medida de la derrota de nuestro sueño americano.

Esta servidumbre hacia los libros nos obliga a no ver con nuestros propios ojos; nos obliga a ver con los ojos de los muertos, con ojos muertos. Whitman, también en un sermón trascendentalista, dice: «No volverás a aceptar cosas de segunda o tercera mano, ni a mirar a través de los ojos de los muertos, ni a alimentarte de los espectros que hay en los libros». Somos víctimas de un hechizo, los espectros de los libros, la autoridad del pasado; y exorcizar estos fantasmas es la gran obra de la autoliberación mágica. Entonces, los ojos del espíritu se harán uno con los ojos del cuerpo, y dios estará en nosotros, no fuera. Dios en nosotros: entheos: entusiasmo; ésta es la esencia de la locura sagrada. En el fuego de la locura sagrada incluso los libros pierden su gravedad, y se dejan ir hacia la llama: «En realidad», escribe Ezra Pound, «deberíamos leer para conseguir poder. El lector debería ser un hombre intensamente vivo. El libro debería ser una bola de luz en su mano.»

Comencé con el nombre de Dioniso; permítaseme acabar con el nombre de Cristo: pues el poder que busco también es cristiano. Nietzsche, ciertamente, dijo que la verdadera cuestión era Dioniso versus Cristo; pero sólo un tonto los considerará términos opuestos y excluyentes. Hay una cristiandad dionisíaca, una cristiandad apocalíptica, una cristiandad de milagros y revelaciones. Y siempre ha habido cristianos para los que la era del milagro y la revelación no ha acabado; cristianos que reclaman el espíritu; entusiastas. El poder que busco es el poder del entusiasmo, tal como lo condenó John Locke; tal como lo tuvo George Fox, el cuáquero; por cuya mediación las casas fueron sacudidas; que vio el canal de sangre que corría por las calles de la ciudad de Litchfield; a quien, de hecho, incluso le fue dado el calor interior mágico («El fuego del Señor estaba en mis pies, y a mi alrededor, así que no volví a preocuparme por ponerme zapatos»).

Leamos de nuevo las disputas del siglo XVII y descubramos nuestra elección: o estamos en la edad de los milagros, dice Hobbes, milagros que autentifican revelaciones frescas; o bien estamos en la edad del razonamiento a partir de la escritura ya recibida. O el milagro o la escritura. George Fox (que se alzó en espíritu a través de la espada llameante hasta el paraíso de Dios, de modo que todas las cosas eran nuevas, al haber sido él renovado al estado que tuvo Adán antes de la caída) ve que nadie puede leer correctamente a Moisés sin el espíritu de Moisés; que nadie puede leer correctamente las palabras de Juan, y entenderlas de verdad, sino en y con el mismo espíritu divino con que Juan las dijo, y con la luz que arde y resplandece que Dios envía. Por tanto, la nueva creación engulle la autoridad del pasado; el mundo se hace carne. Vemos con nuestros propios ojos, y ver con nuestros propios ojos es la visión segunda (intuición). Ver con nuestros propios ojos es intuir.

Siempre doble. Dios nos guarde
de la visión única
y el sueño de Newton.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Revelaciones I: apócrifos y apocalipsis


Extraño destino el de los gnósticos, aquellos 'enterados' (eso significa el nombre) de antaño, cuyas santas y elitistas escrituras, encomendadas al azar del desierto egipcio para burlar la persecución del mainstream, han acabado empapando la cultura de cable y quiosco. La distorsión de la señal es tan notable que merece la pena dar todo lo sabido por corrupto y reiniciar la descarga desde el principio.

El comienzo puede estar, como tantas veces, en la etimología. Apocalipsis y apócrifo, aunque asociados generalmente a dos mundos enfrentados (lo canónico y lo herético), son en realidad dos caras de la misma moneda: apócrifo quiere decir oculto, escondido (ese crif es la misma raíz de cripta, encriptar, criptograma, etc.), mientras que apocalipsis es la acción de tomar lo oculto (lo apócrifo) y colocarlo en lugar visible (en este caso calipsis nos remite al verbo kalýptw, 'esconder', y a la más famosa de sus hijas: Calipso).

Al verter el término al latín se optó por revelatio, formado sobre velare (velar, cubrir con un velo), y éste a su vez sobre velum (velo): uno de los pocos casos en que el prefijo re- no indica acción repetida, sino contraria (velare: velar; revelare: desvelar, como claudo: cerrar y recludo: abrir).

El Apocalipsis por antonomasia es, por supuesto, el atribuido a san Juan, que cierra el Nuevo Testamento. Sobre este libro, puede que no sobre considerar que:

1. Se integró en el canon después de una polémica considerable, con varios autores de prestigio, como san Juan Crisóstomo, que se negaban a considerarlo inspirado y recelaban del efecto que pudiera tener sobre los fieles. (Siglos más tarde, Lutero compartirá esta prevención.)

2. No hay un único Apocalipsis, sino un género literario homónimo. Uno de los tomos de la colección dedicada a los apócrifos del Antiguo Testamento (ed. Cristiandad) está dedicado íntegramente a textos apocalípticos judíos, y hay otra recopilación que suma a éstos otros apocalipsis posteriores, ya cristianos.

La revelación de secretos de peso, penada en muchos casos por la legislación, es siempre empresa arriesgada, que suscita consideraciones incómodas. Si el secreto estaba justificado, aquel que rompe el silencio aparece, en principio, como un traidor. Peor aún: lo revelado debe competir, casi siempre en desventaja, con la idea vaga pero seductora que nos hacemos de lo Oculto. Es fácil que el contraste con lo desconocido pero soñado otorgue a lo que ha salido a la luz un aire sospechoso de sucedáneo o impostura (no era esto).

Mi sospecha (no tengo a esta altura más) es que el Apocalipsis por antonomasia sale victorioso, al menos en gran medida, de estas objecciones. Queda saber, si es así, cómo. Veremos si a medida que vaya leyendo el corpus de textos pertinente (el Apocalipsis de san Juan, los otros apocalipsis y algo de literatura secundaria sobre uno y otros) alcanzo a contarles algo al respecto. Se intentará.




domingo, 6 de septiembre de 2009

Revival


La Red nos trastorna, afortunadamente. Cataclismos sucesivos van sacando a la luz la memoria perdida de nuestra especie. Primero, el sector público (o publicado): libros, discos, películas y programas de TV que dimos por desaparecidos o buscamos por los rincones de saldos y tiendas especializadas (dejándonos a veces la bolsa y la vida). De Nick Drake al Nodo, no hay fenómeno underground, antañón o friki que no tenga ya, en acto o en ciernes, su edición definitiva y comentada. Después, vía Facebook, ha tocado la hora del sector privado: álbumes familiares de fotos, listados de EGP, BUP y COU, pasados por revivir y pasar a limpio en sesiones abiertas de terapia (o delirio) colectivos.

A mí, quede claro, todo esto me agrada —incluida esa sensación de inquietud que añade sal y picante al mero regodeo. Como dirían los sabios, siento una gran perturbación en la Fuerza. Hoy más que nunca, el pasado no está escrito: no deja de pasar y desbordarse. Para los que dejamos cosas por hacer, tantísimo por grabar, ecualizar o antologar, la noche es propicia y no se le ven fronteras. A por ella.

(Si aún hubiera singles, esta canción por Ángela sería la cara B de Y a pesar de todo: ambas canciones habitan ya junto a Antonio, que tanto las quiso, en el Doble País.)


sábado, 5 de septiembre de 2009

First Girl I Loved


Hay heridas que no se perdonan. Otra cosa es que uno sepa a quién culpar por ellas. Tuve un gran amor, o su promesa, cuando era niño —y no pudo ser. ¿Que esto le pasa a cualquiera? Seguro. Vayan estas dos canciones sobre el tema (de la Incredible y Turquoise) para dar fe —y apurar el mal trago.




jueves, 3 de septiembre de 2009

Memoria externa


Subo de los comentarios esta serie de sonetos, que se enreda en la cuestión de lo que somos o no.

MEMORIA EXTERNA
(Rafael Herrera)

I

Proteo el sueño, lábil su frontera.
Delgado como un beso su color.
Al ansia fiel, infiel en el amor.
Su gruesa indecisión, flecha certera.

Su aguda exactitud, farsa grosera.
Indiferente o cruel con el amor.
Tenaz e infatigable cazador
que sigue el rastro incierto de una fiera.

Dueño de mi capricho, prisionero
del suyo, y enemigo del hogar.
Amigo de lo ajeno, y embustero
que confunde la hora y el lugar.

Heraldo de la noche en pleno día.
Igual que el sueño, así es el alma mía.


II

(A un amigo que, preguntándose por nuestra labor, decía:
“Lo nuestro... qué sé yo... ¿nombrar sus nombres?”)


Nombrar sus nombres, sí; y a su compás
trazarle al corazón un derrotero.
Mirarse el alma por el agujero
que a veces nos ofrece su antifaz.

Quitarle a la costumbre su disfraz
y ponerle al asombro su sombrero,
y desandar a tientas el sendero
sin hilo que nos lleve marcha atrás.

Tienes razón, Antonio: que la tierra
es la verdad, su don nuestro alimento,
su juego los amores, y su guerra
contra el tiempo y sus daños nuestro aliento.

El mundo nos enseña, buen maestro,
lo que somos en fin... ¡Eso es lo nuestro!


III

Armarios de la edad, libros y amigos,
que no se acaban nunca de cerrar
y esconden, al abrigo del azar,
los años y la soledad. Testigos,

libros y amigos, de obras y de días.
Nocturna centinela de un hogar
que ya no va a volver, y en su lugar
inventan vacilantes geografías.

Volvemos a sus páginas abiertas
en busca de un abrazo que recuerde
cuando las horas gastan su color.

Y están, libros y amigos, a las puertas
del mundo a donde va lo que se pierde,
rescatando fragmentos del amor.

NOTA
(Al)

Hemos perdido todo (no era nada
de nuestra propiedad) y aquí seguimos,
sujeto de las cosas que decimos,
destellos que perdieron la alborada

y esperan sin urgencia la dorada
meada del crepúsculo. No vimos
venir este presente del que huimos
como hojas que abandonan la enramada

(así la de los hombres) o profetas
anclados a la tierra que les brinda
el cómodo cansancio por reposo.

Esto es lo nuestro: postergar las metas,
ser el testigo límite, la guinda
de este pastel enfermo y asombroso.

CODA
(Rafael Herrera)

Sólo de lo perdido la tonada
da cuenta, lo que ha sido y lo que fuimos.
Hinchados de futuro, los racimos
se agostan al final de la jornada.

Entre un lucero y otro, apenas nada:
así la de los hombres y sus primos,
los dioses olvidados. Pero abrimos
la tierra porque vuelva renovada.

Vamos haciendo acopio de caretas
que disfrazan de cosas el vacío
y les regalan nombre, forma y peso.

Eso es también lo nuestro: inventar tretas
como Ulises que busca en el desvío
olvidarse del día del regreso.



miércoles, 2 de septiembre de 2009

La canción de los amigos

I

Es insaciable. Un niño
a gusto con las cosas:
para él todas las ciencias
son gatos que se dejan
dar cuerda, panza arriba.
Vivir es ese juego
que, siempre más, comienza.
El cielo es marca Acme.
Pekín, toda la tierra.

II

Si prepara la cena, es porque sabe
cuánto entusiasmo motivado cabe
en lo que se despierta en el momento
exacto de cocción o de reposo.
Con la ternura sin dulzor de un oso
que necesita acción, mas no discordia,
consigue hacer precisa la memoria
de cada instante, en paz con lo sensible.
Si está, la imperfección es llevadera
y puedes apostar que no habrá heridos.
Se va y te sientes doblemente solo,
un huésped de sus últimos latidos.

III

Antes de que pasara
la tarde, había llegado
al punto de la cita.
Las horas le tendían,
para leer, sus manos
y de una bolsa eterna
de alborozado plástico
iba sacando tiempo
en dilatados plazos.
Apenas hubo imperio
cuya imposible historia
sus ojos no leyeran.
Según fuimos llegando,
él dijo (verdad era)
que el tiempo había pasado.
Sólo él lo vio de cerca.

IV

Partía a la hora justa,
tenaz, a la aventura.
No había lejanía
que no lo devolviera
enfermo y jubiloso,
como una melodía
que a punto de olvidarse
sobre la cuerda floja
se afirma, tenebrosa.
No recogió las llaves
que le legó el crepúsculo.
Maestro de la huida,
llegaba en contrapunto,
tan fiel como el silencio
que ordena los caminos.
De paso, como todos
(pero acaso sabiéndolo),
iba vertiendo arena.
Su corazón tenía
la lucidez del agua.