martes, 30 de septiembre de 2008

La luna es un cofre que canta (#18)


Constató Félix de Azúa que hay cosas, como el sexo oral, que cada generación cree descubrir por primera vez en la historia. La cápsula del tiempo es, sin duda, una de ellas. Sin ir más lejos, pudo estar en la mente de aquellos desconocidos que, hace siglos, enterraron en Nag Hammadi los textos gnósticos, para que sobrevivieran (o no) a la estupidez fundamentalista del momento.

Como los 'cofres temáticos' enviados al espacio exterior, las cápsulas del tiempo, enviadas a un futuro lejano, suelen contener una muestra entre anecdótica y significativa de la sensibilidad e inteligencia de un grupo humano.

Retrospectivamente, miro la idea que tuvimos un grupo de amigos a mitad de los 90 (enterrar en un cofre, en un parque, un tesoro consistente en diarios personales, escritos, grabaciones) y reconozco que sólo la impaciencia nos singulariza un poco. No quisimos esperar a generaciones futuras: como buenos veinteañeros que éramos, un plazo de 20 años nos pareció más que suficiente para que lo enterrado resultara prehistórico.

Por desgracia, también dio tiempo y ocasión para que la alcaldía de Madrid, esa hormiguita incansable, metiera los dedos en la tierra y, en lo que trazaba vías subterráneas de riego, se llevara por delante nuestro cofre, para probable alborozo y jolgorio de los obreros que descubrieron el pastel. Quizás sí, quizás (por centímetros) no, pero muy probablemente. Ay.

No obstante, con ello descubrimos otro aspecto esencial de este tipo de rituales (en el fondo, como todos, religioso). La defenestración física del tesoro no pudo con el status del lugar como santuario del grupo, punto de celebración anual de lo mucho o poco que nos quede en común a aquellos conjurados.

Otro aspecto interesante del ritual es que la desaparición temporal de los tesoros enterrados entraba en conflicto con la era de la reproducción exacta en número indefinido (como canta Dylan, what cannot be imitated perfect must die). Para sacrificar debidamente las grabaciones de audio que enterré, comprendí que debía eliminar cualquier copia, asumiendo el riesgo de que veinte años después no hubiera nada que escuchar.

Durante unos días lidié con aquella autoexigencia, que a ratos me parecía absurda. Se trataba de grabaciones muy queridas, recitados de textos de casi todos nosotros y también algunas canciones. ¿Merecía la pena enterrar una única copia y renunciar por 20 años (quizá para siempre) a volver a oír todo aquello?

Por entonces, ignoraba que la muerte de uno de los amigos implicados poco tiempo después volvería la cuestión mucho más cenagosa. La Parca se lo llevó sin haber grabado sino una mínima parte de sus creaciones. De muchas de ellas, no hay otra copia que la que me disponía a entregar al azar.

Por fortuna, tertium datur. Podía destruir o conservar aquellas grabaciones, pero también deconstruirlas, alterarlas hasta convertirlas en otra cosa: una larga grabación que contendría pedazos de todo aquello, combinados con otras ocurrencias.

Encendí la mesa de mezclas Foster (cintas de cromo, cuatro pistas) y comencé a grabar sobre el material del sacrificio. Unas pistas desaparecieron sin más. Otras quedaron como fondo, o lo recibieron. A medida que los amigos músicos iban apareciendo por casa, el hechizo iba tejiéndose solo: la obra resultante no iría en la cápsula del tiempo, pero sería análoga a ella, ella misma un cofre cantarín donde materiales diversos, como si hubieran sido sujetos a una larga convivencia, habían acabado solapándose hasta formar un magma mágico.

Escuchando ahora todo el invento (acabo de pasarlo, CoolEdit mediante, a la era digital), lo encuentro desesperadamente privado, problemático para quienes no formen parte de la tribu. Pero es, al menos, una obra peculiar. Por limitaciones de tiempo, prácticas poco escrupulosas (regrabado, a veces múltiple, de las pistas) y el peculiar abandono que rigió el proceso, el sonido es decididamente oscuro: una epopeya en baja fidelidad. El micro, bien lo recuerdo, era pariente cercano de los que se usan en las tómbolas —pero las voces tienen, por eso mismo, un tono algo espectral que encaja bien con el propósito (sobrevenido) y la naturaleza de la música y los textos.

Creo que voy a traer estos días algunos de los cortes de la obra. Nunca mejor dicho lo de cortes, porque en muchos casos se trata de secuencias que se solapan: una música continúa sobre varios textos, o un texto recibe sucesivas capas sonoras.

Los dos instrumentales que he seleccionado en primer lugar son, en cierto modo, estudios, exploraciones amateur de técnicas clásicas: la variación y el juego de voces que se responden.

La pieza de hoy parte de un arpegio de guitarra, al que se le van adhiriendo un órgano, un piano y una segunda guitarra que puntea. El tono menor, fatalista, la extrañeza de la escala oriental y el dibujo repetitivo, hipnótico, crean una atmósfera opresiva y, sin embargo, juguetona: una muerte para piano de juguete.

(Ustedes dirán si la serie, lo mismo que el blog en general, tiene sentido. Los espero.)



jueves, 25 de septiembre de 2008

Viejo mundo


Va por Talín:
Omar Khayyam meets Camarón de la Isla.

Viejo mundo,
el caballo blanco y negro
del día y de la noche
atraviesa al galope
este triste palacio
donde cien príncipes soñaron con la gloria,
donde cien reyes soñaron con el amor
y se despertaron llorando.

Poquito de pan,
poquito de agua fresca,
la sombra de un árbol y tus ojos:
no hay sultán más feliz que yo
ni mendigo más probe.

Y el mundo, un grano de polvo en el espacio,
la ciencia de los hombres, palabras;
los pueblos,los animales
y las flores de los siete climas
son sombras de la mañana

Quiero al amante que gime de felicidad
y desprecio al hipócrita que reza una plegaria.



miércoles, 24 de septiembre de 2008

Soledades


Hundídose ha la luna;
también las Pléyades; media
la noche, y pasa la hora:
pero yo duermo sola .
(Safo de Mitilene)

Porque duerme sola el agua
amanece helada
(versos populares españoles).

Que non dormiré sola, non,
sola y sin amor
(Cancionero).

La niña que los amores ha
sola ¿cómo dormirá?
(Espejo de enamorados).

¡Si viniese ahora,
ahora que estoy sola!
(Luis de Góngora).

Amor,
¿por qué no has venido amor
esta noche y la pasada
estando la noche clara
y el caminito andador?
Sabiendo que te esperaba.
(Fandango).



domingo, 21 de septiembre de 2008

Despedidas


La música es la luz de los ciegos.
(Juan Manuel Roca)

Bebe, serranillo, bebe
agua de esta calavera,
que puede ser que algún día
otro de la tuya beba.
(Romance de la Serrana de la Vera)


En la Grecia arcaica era costumbre acompañar el canto con la lira (de ahí que hablemos de lírica). Por su parte, los egipcios utilizaban a menudo el arpa para entonar sus versos —tejiendo así los cantos de arpista, cuya música, por desgracia, sólo podemos suponer.

En las pinturas y esculturas egipcias se representa a menudo a los arpistas como personas ciegas. La imagen nos recuerda que los invidentes han tenido un papel muy importante en el desarrollo del arte poética y musical: según la tradición, Homero era ciego. Santa Cecilia, patrona de la música, lo es también de los ciegos. Su propio nombre significa cieguita (diminutivo del latín caeca, «ciega» —raíz también del nombre Sheila). En España fue tradición hasta bien entrado el siglo XX que algunos ciegos se ganaran la vida recorriendo los pueblos e interpretando romances o coplas de ciego, historias truculentas o divertidas, con profusión de asesinatos y pasiones violentas. Joaquín Rodrigo, Ray Charles y el reverendo Gary Davis, entre otros, bailaron también a ciegas.

A los arpistas egipcios se les llamaba para que cantasen cuando moría una persona importante y sus familiares y amigos querían honrar su recuerdo con un banquete funerario. Sus canciones contenían, como es lógico, un lamento por el difunto y por la fugacidad de la vida en general; pero también servían para animar a disfrutar de la vida a los que seguían en este mundo.

Según parece, los cantos de arpista se interpretaban también en fiestas profanas. En este caso no había familiares de luto a los que consolar, pero el mensaje venía a ser el mismo: hermano, bebe, / que la vida es breve. Vive duro y a lo loco, / que la vida dura muy poco. Heródoto nos describe una de estas fiestas:

En los banquetes de gente pudiente, cuando se levantan de la mesa, un hombre hace circular por el comedor un ataúd con un muerto de madera dentro, que es la reproducción exacta, en pintura y en trabajo de talla, de un hombre vivo: su estatura es de uno o dos codos. Lo va mostrando a cada uno de los comensales y le dice: «Míralo, y come y bebe y diviértete, pues cuando hayas muerto serás como éste». Sí, esto es lo que hacen en sus banquetes. (Historia 4. 78)

La canción de arpista que sigue es la más antigua que conocemos. Se la conoce como Canto de Intef o Antef, porque se compuso con ocasión de la muerte de un rey así llamado. Probablemente es una obra del Primer Período Intermedio (2263-2160), una época de transición entre el Imperio Antiguo y el Imperio Medio, durante la cual no hubo un faraón que gobernara todo Egipto, sino que éste quedó dividido en múltiples territorios gobernados por reyes o caciques. Fue un periodo incierto de hambre, enfermedades y violencia en que se disparó la mortalidad: nadie estaba seguro de llegar vivo a la puesta de sol.

Todo fue bien con este noble príncipe.
Su día terminó,
cumplido queda su feliz destino.
Perece una generación y pasa
mientras las otras siguen, como antaño.
Los dioses de otro tiempo
duermen en sus pirámides,
sus momias y sus almas
reposan en sus tumbas.
Se hicieron edificios,
mas no quedan ni sus emplazamientos.
¿Qué vino a ser de ellos?
He oído las razones de Imhotep y Hordyedef
cabalmente expresadas
en sus exposiciones,
mas ¿y sus edificios?
Arruinados yacen hoy sus muros,
sus lugares no existen,
igual que los que nunca han existido.
De allí nadie regresa
que cuente cómo son y qué les pasa
para dar fin a nuestras inquietudes
antes de que partamos
adonde ya se fueron.
Alivia ya tu corazón,
no pienses más en eso,
pues eso es lo que vuelve
los corazones débiles.
Busca tu propio bien.
Sigue a tu corazón, pues estás vivo,
pon mirra en tu cabeza, viste de fino lino
ungido con la ofrenda de los divinos óleos.
Haz que tu bienestar vaya a mejor
y deja que tu corazón se canse
en pos de tu deseo y de tu dicha.
Actúa en este mundo según tu voluntad
pues puede que te llegue el día del lamento,
cuando tu corazón, ya fatigado,
no escuchará a los que lloren por ti:
y no podrán salvarlo
sus llantos de la tumba.
Recuerda: pasa un día de fiesta sin fatiga.
A nadie le es posible
llevarse sus riquezas;
los que se fueron, nunca
podrán volver de nuevo.


jueves, 11 de septiembre de 2008

Vestido azul



Tu mano azul en préstamo fugaz.
Son normas del dolor. La biblioteca
redonda de tu amor cierra sus piernas:
las copas bajas de los cementerios,
los largos lagrimales del regreso.
No hay vino que beber que no nos mate.

*

De los hoy desconocidos, el grupo español de los 60 que más me gusta son Shelly y la Nueva Generación. Me da por pensar que a la chica de la Oreja de Van Gogh, que de voz anda sobrada, le hubiera encartado (y encantado) ser la venezolana Shelly y cantar esta canción plena de soul. Los temas son los mismos (qué mona estoy de azul, qué guay es mi chico), pero la música aporta un contrapunto emotivo, una profundidad efervescente, que lo cambia todo. Entre erupciones de órgano Hammond, flujos de guitarra y pulsos del bajo, no vemos a Shelly: nos sentimos, por un rato, esa chica que se siente la niña más feúcha de la avenida, hasta que el mar y la primavera invaden la calle.

De todos los colores, es el más lindo
y gracias al azul conocí a mi chico.
Vestido azul,
del color que tiene el mar.
Vestido azul
en un día primaveral.




*


El hechizo del azul es un clásico rocker. Desde la otra orilla (del sexo y el tiempo), lo cantaron, en los 80, Los Rebeldes:

El suelo tenía el color de la muerte.
Alguien dijo "esto es algo corriente".
Miraba perdido a mi alrededor
hasta que una voz llamó mi atención
y allí estabas tú,
vestida de azul.

En las canciones de Shelly y los Rebeldes, se toca la tela (hasta se huele la humedad del vestido). El clásico definitivo es más etéreo: el azul de regreso a su reino (próxima estación: la luna).

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Javier Bergia: 25 años


Casi 25 años llevo ya escuchando a Javier Bergia, desde los días de Media Naranja y este concierto en TVE. ¿Tiene Bergia 25 canciones inolvidables, que justifiquen cada uno de estos años de fan fatal? Yo diría que sí —pero 12, a lo olímpico, pueden bastar por ahora. Ateniéndonos a lo que la Red recoge:
  1. Media naranja
  2. La lluvia me gusta
  3. Ausencia
  4. Recoletos
  5. Nunca te dije (también en directo)
  6. De aquellos años verdes 
  7. Dos kilómetros de paciencia
  8. El colegio de Alvarito
  9. Noche infinita y breve
  10. La leyenda y el cuento
  11. Melancolía
  12. Dulces años (con Ismael Serrano, que no, pero vale)
(Más «25 años», claro:)



martes, 9 de septiembre de 2008

A Occidente le huelen los pies


Hasta 120 discos de música psicodélica y progresiva española nos ofrece (es un decir) Pepe García Lloret en este libro, coeditado por la revista Zona de Obras y la madre SGAE: Psicodelia, hippies y underground en España (1965-1980), 2006. Es un decir porque, precisamente, libros como éste ponen de manifiesto el desfase entre lo que realmente necesitamos y lo que la industria sigue ofreciéndonos. Es absurdo que uno vaya leyendo sobre las excelencias de tal o cual canción (desconocida en principio: en eso está la gracia) y no haya un CD anexo donde podamos ir escuchando el material correspondiente. No es, por supuesto, culpa del autor, que bastante hace con traernos este muestrario de rarezas; y se comprende la dificultad que supondría reunir material de múltiples casas de discos, muchas de las cuales ni siquiera existen ya. Pero lo cierto es que el libro pide ese CD (a falta del mismo, ¿qué nos sugiere la SGAE? ¿Recorrernos las tiendas de segunda mano hasta hallar un ejemplar audible de un single de 1971? ¿Esperar una década o dos a ver si algún avispado pone a la venta, con cuentagotas, parte del tesoro?)

En fin. Respecto a la música en sí, en la medida en que se deja encontrar en Youtube o Goear, o en las disquerías al uso, hay mucho material de saldo (Los Salvajes, Los Pasos y unos cuantos más son infumables, sin atenuantes), pero no faltan los hallazgos. La lista de discos, en orden cronológico, se abre en 1965 con The Canaries (de lo peor: cuánto músico para tan poco gusto) y acaba en 1980, con La Romántica Banda Local. Entre medias, además de la era dorada del rock progresivo español (Smash, Máquina!, Triana), adorable pero más o menos conocida, se ocultan gemas como el «Lamento de Gaitas» de los Archiduques (delirio soul-folk, con un jovencísimo Tino Casal) y la versión surf (para entendernos) de «La danza del fuego» de Falla perpetrada por Los Relámpagos.

De la Romántica apenas me acordaba, y es un descubrimiento que vale el libro. Por mi casa circuló su single «Los borrachos son gente inquebrantable», con una portada gloriosa (Los borrachos, de Velázquez). Descubro ahora que además de «Los borrachos» y «No me gusta el rock» compusieron también la banda sonora de Tú estás loco, Briones, una película totalmente marciana que estaría bien volver a ver, y que su cantante es Carlos Faraco, que solía (¿suele?) hacer miniaturas maravillosas (píldoras) en Radio 3.

La música de la Romántica, como la de Vainica Doble, remite a una época en que se podía ejercer el buen humor y ser un músico competente, y viceversa, sin la seriedad pretenciosa de algunos virtuosos setenteros ni la zafiedad instrumental de los punkarras y nuevaoleros que vinieron después.

Es una pena que no haya, de momento, ninguna actuación suya en Youtube. Goear, al menos, nos trae cuatro cortes: «Introducción», «Los borrachos son gente inquebrantable», «El bus» y «Esto es una farsa». Si se animan, cuéntenme que tal la experiencia.









miércoles, 3 de septiembre de 2008

OK Computer


Cortázar nos explicó el proceso. Con el tiempo, no sólo percibimos menos, sino que procesamos con mayor pereza lo que llega hasta nosotros. Todo nos suena a ya oído (no me fío de ti, ya oí / eso en algún lugar y no / te lo has aprendido bien). El desencanto nos arroja lejos de todo cuanto (también en nosotros) pudo alguna vez merecer la pena. Un punto más allá (disonancia cognitiva) nos espera el disfraz de la zorra vegana y sus uvas: resignarnos a nuestra enanez y renunciar, por si acaso, a dar saltos.

En mi caso, la tendencia a hallar insulsa la música pop posterior a 1975 no es, principalmente, nostalgia de la adolescencia (tenía 5 años cuando palmó el atiplado, y gran parte de la música que amo se publicó antes de mi nacimiento). No obstante, sí fue en los primeros 80 cuanto mi gusto se decantó contra el punk, el tecno y la nueva ola, y favor de todo cuanto sonara lisérgico y pagano. Sigo fiel a esa opción, pero, con la advertencia de don Julio muy presente, no he retirado la antena: muy de vez en cuando, encuentro canciones que no juegan al revival de los 60-70 y logran, sin embargo o por eso mismo, emocionarme.

La lista es breve, pero sigue abierta. Hay sitio para los 80 (The Cure, Radio Futura, diez canciones de Nacha Pop y Los Secretos; algunas hojas del árbol de Joshua) y los 90-00 (Nirvana, Beck, Radiohead, Los Planetas, Los Piratas, Sigur Ros, una muestra de Le Mans y La Buena Vida).

A Radiohead, en especial, he tardado en acercarme. Sólo ahora me adentro en OK Computer (que me llega combinado, en modo random, con la Orquesta de las Nubes de Suso Saiz; funciona). Hay algo de los Beatles aquí («Sexy Sadie» avanza, subrepticia, por «Karma Police»), aromas también de Pink Floyd (alta fidelidad: relojería y aire acondicionado) y King Crimson (esas melodías en letra gótica), pero todo tan trascendido y recolocado como pueda estar la música de los 40 y 50 en Sgt. Pepper's. Radiohead no se prueba ropa usada: partiendo del angst nirvanero, su música alcanza una complejidad similar al rock progresivo, pero cristaliza en un paisaje totalmente distinto. Su épica es despojada, fría: la sentimentalidad, que está, tiene un tono autoparódico, fatalista y un punto gay (quizá a lo que más recuerda OK Computer es a la enorme IA, de Spielberg-Kubrick; las fechas, grosso modo, coinciden).

Dicen que lo que sigue (Kid A) es mejor aún, y en lo anterior hay más de una joya, como «Creep». Veremos.


martes, 2 de septiembre de 2008

No quiero verte madre


Rubén fue Campoamor. Lo olvidamos, claro, porque llegó a ser Rubén (el autor de Azul y las maravillas que lo siguieron), pero Abrojos (1887), publicado a los 20, es una sucesión de apuntes prosaicos, voluntariamente fríos. Algún paladar estragado habrá que la prefiera (por cool) a la poesía posterior de Darío.

Entre la mala yerba, no falta la flor venenosa. Pienso que hoy nadie tendría el cuajo de escribir (y publicar) estos versos. De ahí su fuerza.

No quiero verte madre,
dulce morena.
Muy cerca de tu casa
tienes acequia,
y es bien sabido
que no nadan los hombres
recién nacidos.