viernes, 29 de febrero de 2008

Clamor (Si las ventanas)



Pues sí: por fin una conexión Ciento Volando / Yo soy Bea. Para celebrarlo, una de las canciones más lindas de Luli (con el solo más distorsionado de todo CV; una mezcla extraña que, sin embargo, me gusta): Si las ventanas son hermosas de por sí / parecen otra cosa / cuando asomas la nariz...

jueves, 28 de febrero de 2008

Sentado al borde (vídeo)

Y van dos. Sondear la memoria es caminar por una herida. Me ha parecido que esta canción, de la que tanto y tan lindo dijo Aker, invitaba a ello. No sé si el sortilegio funcionará en público. Porsiaca.

(Y por cierto: el lunes 3 de marzo hay un concierto en la sala Clamores de Madrid, organizado por la Fundación Escenarios de Sostenibilidad. La recaudación servirá para a ayudar a grupos desplazados en Kenia. Si todo va bien, allí estará Ciento Volando, a tocar unas cancioncicas.)





miércoles, 27 de febrero de 2008

Arte y parte


Mi corazoncito bloguero se ha puesto muy contento al descubrir que la academia isíaca se ha acordado de Campos de Fresa en la ceremonia de entrega del premio Arte y Pico. Gracias mil, Isa.

Me toca ahora elegir cinco blogs dignos del premio. Confieso que tengo un problema: los dos que acuden en primer lugar a mi cabeza son Profesor en la Secundaria y Mundos Periféricos. Como el primero ya ha recibido el premio de otras fuentes y el segundo es quien me ha premiado a mí, dejo a ambos en honrosísimo margen y marco otras cinco bitácoras admirables:

* A la flor del berro, que he descubierto recientemente y me parece un espacio único: sensible, irónico y cálido como él solo.

* El día que estés muerto sabrás cuánto te quieren, con sus descargas lúcidas, verdaderos picotazos del alma.

* Horrach, filósofo underground.

* La verdad del pajarito (por saber entonar, aunque granice, las del barquero).

* Tiempos Interesantes, o lo urgente pensado sin prisas ni tópicos.

Si alguno de los premiados se anima, las normas del juego van así:

- Nomina cinco blogs que consideres merecedores de este premio, por su creatividad, diseño, material interesante y que aporten algo a la Comunidad Bloguera, sin importar su idioma.

- Cada premio otorgado debe tener el nombre del autor y el enlace al blog para que todos los lectores puedan visitarlo.

- Cada premiado debe exhibir el premio y colocarlo con el nombre y enlace al blog de la persona que lo ha premiado.

- Premiado y premiador deben enlazar al blog de Arte y Pico (Eseya) para que todos conozcan el origen de este premio.

- Publicar las reglas del premio.

(¿Puedo dedicar este premio a mi mamá? Gracias, gracias, gracias.)

martes, 26 de febrero de 2008

Ay lino

Llevaba tiempo queriendo hacer uno de esos vídeos del YouTube que no son exactamente vídeos, sino secuencias de fotos y dibujos que fluyen al son de la música. Éste es el primer intento: una canción de Agustín García Calvo que ya colgué en su día, interpretada por la simpar Ana Leal.


lunes, 25 de febrero de 2008

El Diablo en el Cuerpo


La visión positiva del amor como fuerza creadora, armonía, convive desde siempre con otra más oscura. Alimaña dulciamarga, lo llama la poetisa griega Safo. Pasión, decimos, algo que se padece, que duele. Venéreas, «de Venus», llamamos a las enfermedades de trasmisión sexual, colocadas, como el último día lectivo de cada semana, bajo el signo de esta diosa inquietante. Recordemos: la gentil Afrodita, «don de la espuma», Venus romana, nace del acto más doloroso y cruel que pueda concebirse: Crono castra a su padre Urano con una hoz y arroja sus genitales al mar. Del semen que brota de ellos, primera espuma, nace la diosa, que llega a la playa de Chipre a bordo de una concha, llena de gracia aérea, sonriente.

Una sonrisa duradera. Es la misma con que la diosa seduce al pastor Paris, ofreciéndole a Helena, la más hermosa de las mujeres (casi una copia mortal de sí misma), si le concede la manzana en discordia. Su elección (su erección) pone en marcha la más cruenta de las guerras. Podríamos creer que esta relación del amor y el combate es meramente accidental, un efecto secundario imprevisto: pero entonces puede que acuda a nuestra memoria un recuerdo incómodo: ¿no es cierto que Afrodita, casada por compromiso con Hefesto o Vulcano, el más feo de los olímpicos, elegía para sus adulterios al dios de la matanza y el miedo, el siempre siniestro Ares o Marte? ¿Será casual que el lenguaje de la seducción adopte tan a menudo metáforas bélicas, que hablemos de conquistar a alguien, de derribar sus defensas, de bellezas arrolladoras?

En la guerra y en el amor todo vale, decimos u oímos. Casi todo el mundo haría / lo que fuera por amor. Vencidos por el amor, acude a nosotros el fantasma de la muerte en vida (por vos he de morir y por vos muero), la certeza de haber perdido el control de nuestros actos, la independencia o libertad que pudimos creer nuestras.

Alguien nos dirá que no es el amor, sino su ausencia o reverso, el desamor, el desvío, el responsable de tanta zozobra. Es como si quisiéramos que la cerveza nos hiciera ver la luna más brillante y a la vez no volviera peligroso conducir. El que desespera espera. No hay desamor sin amor. Quien no es correspondido ama, lo mismo que aquél que es traicionado o se consume por unos celos inmotivados. Todo es amor, desde el flechazo hasta el último adiós, y quizá (de creer a los clásicos) incluso después, cuando seamos polvo, mas polvo enamorado o compartamos con la persona amada la dicha o el castigo eternos.

El amor como posesión demoníaca, como enfermedad relacionada con los démones o dioses, tiene una larga historia. La mitología lo imagina a veces como Eros o Cupido, una suerte de ángel travieso que dispara con los ojos vendados. En el imaginario cristiano, el deseo acuciante de otro cuerpo, a falta de un ritual que lo santifique, se ha situado a menudo en el terreno de los pecados capitales: la lujuria, responsabilidad directa del Diablo o Demonio por antonomasia, o de algunos de sus lugartenientes, ocupados en manifestarse a los rijosos con forma femenina (súcubos) o masculina (íncubos) según su sexo y preferencias.

Llegamos así hasta la novela del jovencísimo Raymond Radiguet que elegí para esta parte del curso que imparto de Literatura Universal, El diablo en el cuerpo. La lujuria. Una historia de obsesión amorosa, que por varias razones (que no adelantaremos) resulta diabólica, pecaminosa o subversiva. Un mal ejemplo, si se quiere, o al menos un ejemplo del mal, de un mal muy común pero que aquí se exagera para poder distinguirse mejor. Mal, como en La Celestina o en el Libro del Buen Amor, más fácil aún de comprender que de condenar.

jueves, 21 de febrero de 2008

Estoy celosa del vuelo


Como diría Bécquer, voy contra mi interés al confesarlo, mas verdad obliga: cuando arreglaba La flor de la noche, sonaba en mi cabeza esta canción de Milladoiro, una joya incluida en la banda sonora de la película Divinas palabras (1987). La película era sólo correcta, pero el disco es maravilloso. Aquí Ana Belén canta como nunca, en una suerte de habanera misteriosa y cromática, con una letra que fluye por redondillas (u octavillas), y que merecería ser de alguna poetisa conocida, aunque ni Google ni yo la ubicamos:

Estoy celosa del vuelo
de aquel a quien más quería,
celosa de su alegría,
celosa del bien que anhelo.

Estoy celosa y me duelo
de la paz en que vivía,
de la noche de aquel día
y hasta del azul del cielo.

Estoy celosa y me muero,
contenta ya con mi pena
si es tu amor quien me condena
por no querer lo que quiero;

que huyendo de aquel que espero
mi vida se desordena,
y de la esperanza ajena
fingiendo me desespero.

Estoy celosa y me mata
tu flaqueza y mi rigor,
tu desamor y mi amor,
tu mal metal y mi plata;

si mi muerte se dilata,
ya no sentiré dolor,
pues ya no tengo temor
al saber de qué se trata.





martes, 19 de febrero de 2008

Y que llueva



Más canciones recién cortadas, de este fin de semana. Luli le puso música hace ya tiempo a este poema de Valorio 42 veces, el mejor cancionero de García Calvo, pero nunca la había grabado. Bon appetit.


El que espera desespera,

dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.

(Antonio Machado)


XXXIX

Seco el cielo y terso y puro,
la tierra aguarda
nada.
Pasan altas desdeñosas
nubes vanas;
se atreve apenas
la yerbecita
a asomar bajo la hojarasca.


¿Quién se llevó
la ternura de las lágrimas
de tus ojos, amor,
entreazules
nubladitos?
¿Qué ley mala?

Horro de agua, rico en sed,
se fue el invierno
lejos.
De alma pura han florecido
los almendros;
se crían unas
violetas pocas
del rezume de los recuerdos.

¿Quién arrasó
la saliva de los besos
de tus labios, amor,
entregados
anhelosos?
¿Qué mal viento?

Yerma viene primavera
de polvo y números
turbios,
las lagunas y los pozos
casi enjutos;
y si un arroyo
aún se queja,
¡suena tan agrio su murmullo!

¿Quién me secó
los rocíos y los zumos
de tu rosa, mi amor,
entreabierta
temblorosa?
¿Qué Dios justo?

Nunca es tarde; y bien se dice
«Quien desespera
espera».
¡Que se escache el cielo azul
sobre la tierra!
¡Que llueva, amor,
que llueva! ¡Di
tú que llueva amor, y que llueva!

1981

(AGC, Valorio 42 veces)





lunes, 18 de febrero de 2008

Crece la flor de la noche


Este fin de semana ha venido a vernos Luli, amiga cabal donde las haya y voz la más bella de Ciento Volando. Ensayamos muchas canciones y grabamos unas pocas, que irán apareciendo por aquí. Hoy prueba suerte en el Nickjournal postarcadiano la más reciente: una suerte de bolero con letra de Agustín García Calvo, regalo para unos compañeros de Fuenlabrada que quieren llevar a escena la obra Pasión. Farsa trágica. Como la canción es tan latina ella, además de la versión guitarrera que aparece en el NJ hemos grabado esta otra con piano, a medio camino entre Alfonsina y el mar y los gitanos de la cabra. Va por ellas (Alfonsina y la cabra).

viernes, 15 de febrero de 2008

She Moved Through The Fair


Then she came close beside me

And this she did say:
"It will not be long, love,
till our wedding day".

(She moved through the fair)


Es algo secular: perder la vida
y conservar intacto el apetito,
conducir nuestra imagen por un rito
que, arriscado, nos niega la salida

y nos devuelve al punto de partida:
la mano siempre al margen de lo escrito,
la sombra melancólica de un mito
que, ahogándose en su forma, se suicida.

Amándote, le concedí a mi alma
la perdición: por ti perdió su miedo
y admitió como límite perderte.

La autopista del sur cruza la palma
de mi mano. Navaja de tu enredo,
no alcanzo otro consuelo que tu muerte.





jueves, 14 de febrero de 2008

¿Qué es amor?


Yo tenía otro plan, pero (cuán a tiempo) una amiga trajo estas rosas.

¿Qué es aquello que llaman amor?
¿Qué será?



miércoles, 13 de febrero de 2008

Let Me Take You Down...


La dirección «hacia abajo» al comienzo del texto indica la naturaleza solemne e incluso depresiva de la historia. Conviene señalar que la fórmula káto se... káto se («allí abajo, en...») es común en los lamentos fúnebres. De hecho, en muchos conjuros que comienzan con esta fórmula, se presenta a continuación a tres doncellas sentadas que lloran y se lamentan (thrinióndai). La presencia de esta fórmula en los conjuros podría suscitar fácilmente esta asociación en los oyentes, relacionando la enfermedad de la que se trate con la posibilidad de una muerte. La preposición káto sugiere el tema de la katábasis («descenso»), el declinar de la mala salud a la muerte y el descenso, por último, a la tierra y al mundo soterraño (káto kósmo).

(Charles Stewart, Los demonios y el Diablo. Imaginación moral en la cultura griega moderna, p. 240)
*

HAY QUE BAJAR

A Ricardo Juan.

Hay que bajar sin miedo.
Hay que bajar
hasta el reino de las raíces
o de las garras,
a ese reino de las manos solitarias
cuya sangre no late,
donde las hormigas nos esparcirán bajo la tierra
con sus tenazas ardientes,
donde nuestra carne se abrirá como un grito
al cosquilleo escalofriante
de las patas de los insectos
y la viscosa masa de los gusanos
será como una lengua de perro babeante.
Al borde de la luz abandonarlo todo
y sepultarnos en la tierra
aunque nos crujan los huesos
y los nervios se nieguen a abandonarnos
estrangulando nuestra carne con un supremo abrazo.

Nos espera para besarnos la sangre de los volcanes
y el corazón de la tierra se abrirá silencioso para recibirnos.

Una voz nos dirá:
Al fin llegasteis, venid y purificaos.
(Nuestra sombra errante por la tierra, buscándonos
con un temblor inquietante sobre los ojos.)
Y nosotros, diseminados por las plantas, los árboles,
quizá en la niebla de aquel astro,
en la boca de esa serpiente muerta al borde de la noche
o en aquel cuerpo que está cayendo hace tantos años
sobre la luz azul de las nebulosas,
en cualquier masa inerte que se agita sin que la veamos.

Los minerales amarillos, el óxido,
las nubes, el agua
y hasta el fuego que se consume a sí mismo,
todo, todo, abrirá sus venas para recibirnos.

¿Tenéis miedo?
Yo os invito; bajemos juntos
y circulemos con la vida palpitante,
con esa vida oscura de los minerales
que nadie ha visto, pero que se presiente,
como el galope de los caballos con el oído en la tierra.

¿No oís la llamada?
Es la tierra,
la tierra que nos busca para purificarnos
y arrojarnos de nuevo a la luz con su sudor doloroso.

(José Luis Hidalgo)



martes, 12 de febrero de 2008

Joe Cast


Ésta es la historia del viejo,
del viejo Joe Cast,
el hombre que viajó
desde el infierno
hasta su amada,
con quien soñaba el viejo Joe.

Joe Cast
deja atrás
su vida pasada,
que como las sombras
se empieza a borrar.
¡Pobre Joe Cast!

En las tierras de occidente
vino a encontrar
la puerta de la Ciudad de Cristal,
el rastro de unos naipes al andar,
la senda que nos lleva hasta el final
(si es que hay final).

Joe Cast
deja atrás
su vida pasada,
que como las sombras
se empieza a borrar.
¡Pobre Joe Cast!

¡Quién sabe lo que busca Joe Cast!
¿Quién puede comprender en las cartas
al azar?
¡Quién sabe lo que busca Joe Cast!
¿Quién va a luchar por los sueños
olvidados,
condenados
a vagar?

Pobre Joe Cast.
¡Pobre Joe Cast!



[Otra canción cientovolandera de los primeros 90. Joe Cast era el personaje de un cuento (o una serie de cuentos) de Daniel. De lo que entonces nos leyó, sólo recuerdo una escena, que se diría precursora de Harry Potter. El protagonista acude al Parque Sur, de noche, y en una plazuela encuentra un misterioso autobús nocturno, que está a punto de partir sin él, pero accede en el último momento a llevarle. Aunque Daniel no es fan de Pink Floyd (lo suyo va de Gwendal a Radio Tarifa, con parada en los Piratas), siempre he encontrado una similitud entre sus canciones de esa época y las de Syd Barrett: unas y otras fluyen con desparpajo por distintos tonos y modos, con una naturalidad que desafía las rutinas musicales.]



[Hallada. He aquí la escena.]

lunes, 11 de febrero de 2008

Omorfula


El progreso simplifica, no siempre para bien. Así, de los siete modos o escalas medievales, la música clásica moderna sólo conservó dos, el jónico y el eolio, rebautizados como modo mayor (do re mi fa sol la si do y sus transposiciones) y menor (la si do re mi fa sol la).

Cuando uno ha crecido con estas dos especies en la cabeza, la primera vez que escucha con atención una pieza de música modal, de las muchas que aún conserva la música popular (y hasta la pop menos adocenada), experimenta una viva sensación de extrañeza, similar (pienso) a la de un monótono-teísta que sintiera de repente la intimación de los dioses muchos.

Para mí, la puerta a la música modal será siempre Omorfula (Guapina), la pieza que abre Las flautas griegas, un LP que editó en 1975 el sello francés Arion (y que, por lo que veo, no se ha reeditado en CD). Se trata de una danza tradicional griega, de Florina (Macedonia). El clarinete y la floghera (un tipo de flauta) interpretan la melodía, con acompañamiento de salterio (santuri), laúd (laouto) y percusión (daouli).

La pieza está en modo frigio, que tocado de cierta manera, quejosa y taciturna, nos resulta bastante familiar (la escala típica del flamenco alterna el modo frigio — mi-fa-sol-la-si-do-re-mi—, con otro orientalizante, similar al frigio pero con sol#). Los griegos, sin embargo, la hacen sonar con otro aire, más fluido y (a mi gusto) seductor.

domingo, 10 de febrero de 2008

El Barco de Velas Rojas. Historia del Timonel


La distinción es de Nietzsche: libros planeados y ejecutados como tales (negociaciones con la página en blanco) vs. vivencias y enredos que se vuelcan en algún momento, quizá accidentalmente, en ese formato. Sólo los últimos, decía, están vivos.

El legendario Barco de Velas Rojas puede ilustrar la segunda categoría. A finales de los 70 e inicios de los 80, tres buscadores de tesoros reúnen sus fuerzas. El tópico vigente los situaría dentro de la New Age o las sectas esotéricas, pero partiendo de esas plantillas nunca nos haríamos una idea veraz del clima en que floreció el empeño. Las claves son otras: viajes lisérgicos (o mescalínicos), libros de Castaneda, organizaciones realmente secretas (no todo el esoterismo pasa por quiosco) que se contagian de la ilusión de cambio colectivo y expanden a un público más amplio (pero aún restringido) ciertos ejes y mapas del mundo. Uno de los rasgos más peculiares del fenómeno es que resulta casi imposible separar qué proviene de tradiciones de largo recorrido (filoegipcias, sobre todo) y qué es propuesta novedosa, inspirada por la Gestalt y el estructuralismo. No he conocido otro fenómeno religioso con esta consigna: cada cual ha de escribir sus propios libros sagrados, aggiornar las reliquias que le leguen (o saquee) como quien poda y sanea un árbol. Todo lo importante remite a un Ahora que es su único sello de autoridad: el arte, la magia, serán psicotrópicos o no serán.

En ese clima de experimentación, uno de los buscadores propone a los otros repentizar historias, adoptar por turnos el rol del narrador y dejarse contar aventuras improbables. La actividad crea pronto su marco: inventar en grupo es como navegar. Hacen falta talentos específicos, funciones: un timonel, un capitán, un cartógrafo, un físico (en el viejo sentido, hipocrático, del término). Quienes asisten a las sesiones con un rol más pasivo, o lo hacen sólo ocasionalmente, contribuyen también a crear la Estructura: toda una tripulación de piratas ansiosos de Infinito y abiertos a la guía de los que han puesto su vida en este juego.

La actividad acaba generando su libro de bitácora, su cronista. Alguien se toma el placer de grabar las sesiones y transcribirlas. Coherente con la filosofía del empeño, sabe desde el principio que el material repentizado es sólo un punto de partida. En poco tiempo, las historias son ya un copioso libro inédito: El Barco de Velas Rojas. En medio de una tormenta de sablazos y espejismos, el cronista desaparece, pero el libro queda, y con él la estructura que lo trasciende. Aunque el núcleo original se disgrega, la Escuela de Navegantes continúa su viaje.

A comienzos de los 90, el Capitán de la nave, Mei, retoma el libro y lo entrega a la prensa (Ediciones Mandala, 1993). Le siguen otros libros: La Salida del Laberinto, El Castillo del Acuerdo. Luis Antonio Lázaro explica muy bien las circunstancias de esa divulgación paradójica, que huye del proselitismo y sugiere sin explicar. El libro se presenta sin ninguna noticia sobre su génesis: un extraño libro de viajes que debe tanto a las Mil y unas noches y Flash Gordon como a Gurdjieff y Castaneda. (Algo, en fin, como lo que intentó René Daumal con su fallida Montaña análoga.)

Hay historias, sin embargo, que llegaron a tener forma escrita pero no aparecen en el libro. Ésta es una, quizá la mejor, y con licencia del Físico, me apetece hoy regalarla. Que la disfruten.

*

Historia del Timonel

El suicidio del Timonel abrió un gran interrogante. Todos desconocían las causas que habían llevado a este huraño marino del Barco de Velas Rojas a tomar tal decisión en solitario —aunque no faltaba quien manifestara sospechas de que el suicida había contado con la colaboración de algún secreto cómplice.

Sea como fuere, el piloto se había abierto las venas de ambas muñecas y, con esmerada determinación, habla semicolmado con su sangre una frasca de cristal encestada en mimbres —una de las muchas que circulaban por la nave con su calenturienta embajada de ron—.

Y así le encontraron: tendido ante la Puerta de rojizo caoba de la cabina del timón con los hombros recostados sobre el quicio, la cabeza celda hacia delante y rodeando con su brazo izquierdo la garrafilla.

El Físico —un sacerdote, según él decía, del Gran Dios Abeja— afirmó rotundamente que era cadáver. Luego, siguiendo las indicaciones del Capitán, probó con la punta del dedo índice el pastoso líquido de la frasca y, asintiendo con fuertes cabezadas según giraba sobre sí, dio a entender que se trataba efectivamente de sangre.

—Bien —dijo el Capitán— He de deciros que nadie hasta ahora habla penetrado en la cabina del Timonel. Fue una condición que acepté cuando los Constructores del Navío me lo entregaron. ¡Memorable fecha aquélla!: fue en el amanecer del mundo; todavía no había mares (ni jamás habría llegado a haberlos si yo no hubiera aceptado esas condiciones… o hubiera preferido quedarme con ellos para proyectar nuevos y más originales vehículos). Pero el caso es que di mi palabra y ahora todo parece indicar que debo romperla.

—Perdona que te interrumpa, Capitán. Creo que todos estemos de acuerdo en calificar el Timonel de persona muy singular (incluso entre nosotros resultaba raro). Yo puedo preciarme de ser uno de los pocos, si exceptuamos al Capitán, que ha mantenido con él una cierta relación. Era un personaje muy responsable y, como sin duda conocía la tal promesa, estoy por asegurar que, de alguna manera, debe haber previsto este asunto.

—Sí, por cierto —dijo el Cartógrafo—. Además, anoche, cuando vino a la sala de derrota, se mostró desusadamente comunicativo. Me explicará. Generalmente, yo le entrego el pergamino con las coordenadas escritas, si las hay, y suelo hacer alguna observación sobre los vientos, las derivas y todo eso. En balde. Ni parece escucharme ni me mira a la cara. Su gesto habitual es quitarse su pipa renegrida de la boca, lanzar una bocanada de humo que me hace parpadear y arrebatarme de las manos el pellejo. Lo escudriña durante un buen rato, absorto, como si de un gran jeroflífico se tratase (cuando lo cierto es que no suelen figurar más que dos o tres signos). Luego da media vuelta con su pierna a rastras y, con un gruñido inintelegible, se larga.

Anoche, en cambio, cuando dio por concluida la observación del mapa que le había entregado, ahuyentó con la mano la nube de humo que nos separaba y me miró largamente a los ojos. ¡Por Ptah!, me dije, es el momento de conocerlo... Y, como podéis figuraros, me metí hasta lo más profundo por ellos. Fue un largo camino. Efectivamente: era el genuino Piloto. Iba ya a darme por satisfecho y regresar a la superficie cuando su mirada ¡me atrapó! Se descorrió como una ventanilla y percibí un brillo irónico y turbador. No tuve tiempo de adentrarme por él. Inmediatamente se nubló y el Timonel se marchó arrastrando su pata de palo.

—Y está la sangre —dijo el Pirata que habla hablado antes—. A mí se me ocurre que desangrarse en una botella de ron es algo muy complicado. Habrá tenido que valerse de algún embudo, supongo. Ouiero decir ...

—Sí; te entiendo. Supones que él quería conservar su sangre para que nos la bebiésemos. Yo también. Está muy claro.

—Exacto. No sabla cómo decíroslo, pues a alguno le puede parecer desagradable, irrespetuoso hasta para unos piratas. No sé… ¡pero creo que su intención era ésa!

—A mí me ha parecido una sangre de excelente calidad —apuntó el Físico—; incluso, diría, impropiamente apetecible y eupéptica. Todos sabéis, por los cruentos abordajes, que la sangre corriente es insípida, dulzona, y se coagula en nada. Ésta en cambio se mantiene entre trabada y fluida y sabe a dátiles; sí, me recuerda el saborcillo agridulce y apimentado de los datileros de mis lejanas tierras nejbianas.

—Además —volvió a afirmar el Pirata común— si no le hubiese preocupado el que se entrara o no en la cabina del timón, se habría dejado morir allí dentro. Y, en vez de eso, se ha esforzado por salir aquí fuera, moribundo, supongo; y ha cerrado la puerta y se ha tendido ante ella,como impidiendo el paso. Por no hablar del exquisito cuidado puesto en que la garrafilla no se derramara con las postreras colvulsiones del estiramiento de patas y demás miembros.
Mas, a todo esto, el Físico empezó a dar muestras de un extraño comportamiento. Movía la cabeza de un lado a otro, con brusquedad, mirando de hito en hito a todos y cada uno de los que le rodeaban. Esto provocó un silencio expectante en la tripulación, perpleja ante tal actitud.

—¿Te sucede algo, Físico? —preguntó el Capitán.

Por toda respuesta, el Físico se volvió hacia él y se quedó absorto de nuevo desenhebrando los pelos de la barba pelirroja del Capitán. Fuere la que fuese la situación que el Físico estaba viviendo, no era, evidentemente, una experiencia sombría, pues su rostro sonreía desde el hoyuelo de 1a barbilla hasta los flecos del dorado bonete con que adornaba su cráneo tonsurado. Ahora bien, unos minutos después, el panorama cambió. Hubo un grito y un estremecimiento de dolor; el Físico cayó al suelo oprimiéndose el vientre con las manos. El estupor de la tripulación subió de grado. Luego, el dolor pareció cesar, y todos le vieron arrastrarse, entre continuos y silbantes jadeos, hacia el cadáver del Piloto. Alargó trémulamente la mano para agarrar la garrafilla, pero, al tropezar con el brazo del muerto, la garrafilla cayó. Aunque el pirata parlanchín reaccionó con presteza y cogió la vasija al vuelo, una buena parte del líquido espeso cayó sobre las tablas del maderamen claveteadas con bronce.

Pero nadie tuvo tiempo de decir ¡ah! por ello, pues asombrosos sucesos seguían desarrollándose con rapidez. Mientras el Físico chupaba ansiosamente el charquito de sangre derramado, en competencia con las maderas del parquet, el cadáver del Piloto empezó a brillar. Al contacto de la mano del Físico comenzó a hacerse blanco, increíblemente blanco. Y no sólo la escasa piel visible del cadáver, sino sus vestidos, su cabello, sus increíbles botas de cuero adamascadas: todo —excepto el pendiente de plata y jade que colgaba de su oreja izquierda—. La blancura traspasó los límites azulados de la nieve para adentrarse en las gamas violáceas de lo ultralumínico.

Y nadie pudo —o quiso— explicar qué sucedió después, pues todos afirman que tuvieron que cubrirse el rostro con los brazos, incapaces de soportar tal luminosidad ante la que los muros de la carne se volvían transparentes.

El caso es que, de repente, la noche pareció rodearles. No era tal, desde luego, pues ni siquiera una nubecilla se había interpuesto entre el Barco y el Sol. Pero el asombroso cuerpo hacía desaparecido, para consuelo de los castigados ojos. Mas si esto era sorprendente, no lo era menos la metamorfosis del Físico: allí donde unos instantes antes hubiera un macilento cadáver y un reptante chupador de sangre, había ahora un majestuoso halcón blanco, de altas y poderosas patas, acero y oro, con el pico alzado bamboleando el racimno de jade engarzado en plata que llevaba el Piloto prendido a la oreja.

Doblones de una onza habrían entrado de plano, holgadamente, en las abiertas bocas de los piratas. Tan fascinados estaban por la soberana presencia del Halcón Blanco que no se percataban de la rapidez con que una planta, surgida del contacto de la sangre con la madera, iba cubriendo tupidamente toda la puerta de la cabina del Piloto.

Se trataba evidentemente de una enredadera, pero unos momentos después ya podía afirmarse que era una enorme parra, profundamente verde en sus hojas y rojo granate en sus retorcidos tallos. Tras cubrir la cabina, la Planta se dirigió veloz hacia el palo mayor
y trepó por el castillete del Vigía.

Todo esto sucedía en cuestión de segundos. Acto seguido, el Halcón dio un potente envite y se encaramó sobre el ápice del mástil, bien apoyado en lás más altas ramas de la parra vertical. Y desde allí, habló a los pasmados Piratas:

"Sabed que hoy se ha cumplido un raro prodigio, ante el cual estos sorprendentes sucesos que habéis presenciado no merecerían mencionarse en el mismo libro, ni en la misma lengua, ni con el mismo corazón. Se ha colmado un abismo y, rara avis, he nacido Yo, aquel cuyo peso de la realidad ni siquiera el Universo que le ha visto nacer es capaz de soportar sin desplomarse. ¡Vedme, Piratas! Voy a partir hacia nuestro gran encuentro: a preparar vuestro altivo castillo al otro lado del Espejo-Que-Todo-Lo-Devora. Pues Yo soy el Heraldo de mi propia germinación y jamás hubo ni habrá ausencia en la invisible plenitud de mis silencios. Cuando la Tripulación esté completa y mutuamente os declaréis vuestros sonoros Nombres altísimos y los sintáis certeros ¡llenad copas de cedro con pies de oro del zumo de estas uvas que brotan de mi sal!...

Y bebed , pues emanaciones sois de Mi Realeza antes las estatuas de los Dioses Inmortales que vivificáis con vuestro amor. Todos los tiempos y espacios os pertenecen, pues que en vosotros pulsan y alientan. Bebed tres veces y sonreíd, musitando en el silencio mi nombre tras cada libación. Entonces el Espejo caerá hacia otros ojos ciegos, pero los vuestros ya no se cerrarán nunca. ¡Nunca! Nunca...

Sus últimas palabras se fueron perdiendo en la lejanía, pues el Halcón Blanco emprendió el vuelo. Con Sus alas desplegadas se remontó rápidamente como un intenso brillo, hasta destacarse como un punto blanquísimo sobre el círculo enorme y dorado del Sol, muy caído ya sobre el horizonte.

El pendiente yacía ante la frondosidad de la puerta, como único testigo visible del maravilloso suceso. Entonces, el Pirata Parlanchín, con gesto decidido, se acercó y lo tomó del suelo. Se volvió hacia la tripulación. Algo había cambiado profundamente en su aspecto. Parecía bastante más alto y esbelto; sus cabellos habían crecido considerablemente y se extendían ahora sobre sus hombros desnudos como espumoso azabache. Miraba al grupo con una seguridad tan serena y sonriente que todos le rindieron de inmediato su corazón sin reservas.
Dejó de nuevo cuidadosamente sobre la tarima la garrafilla y el pendiente y, desatornillándose el acerado garfio que hacía las veces de su mano izquierda, extrajo del interior de la cazoleta otro pendiente semejante al que había abandonado Oferar, pero en vez de verde jade, este estaba tallado en alabastro y montado en oro. Dio unos pasos hacia el Capitán y, mostrándole ambas joyas, le dijo:

—Yo soy el Piloto. No “otro”, por supuesto, sino el Piloto. Tened por cierto que tanto la forma humana del piloto que conocíais como la mía que veis, son variantes proyectivas del Durmiente de La Torre, el Mago TUM, El Encapuchado. Pero antes de que os cuente la más cierta de mis historias, permitidme que lleve a cabo la última parte de mi regeneración.
Fue entonces hacia la parra y arrancó una ancha hoja. Se sentó en los escalones y comenzó a frotarse con ella el cicatrizado muñón al tiempo que salmodiaba un nostálgico canto. Poco a poco, toda la piraterla arremolinada en su derredor fue sintiéndose apresada por su melodioso cántico, un sentimiento impreciso de algo lejano o inalcanzable. Algunos, incapaces de contenerse, rompieron en sollozos, hasta que al fln, arrastrados por alguna extraña memoria ancestral, toda la nave era un solo canto coral. Un canto que venía a decir algo así:

Di huse sili son Háu
Yese sili Man.
He nau son libi lam
Ho Mani handi Klan.
Ho, Nimi, Sibi Kandi
Ho, Sbami, Sklandi, Hum ...!
Da liki Ari sklam Áu
mesi hali man.
Yi makti sakle son
Ha minsi hami Ra.
Hur, Liksi, yamkismanti
¡Hor! kandi lamdi Rama.
Di huse sili son Háu
Yese sili Man...


sábado, 9 de febrero de 2008

Este último retrato (Joaquín Márquez)


Expurgo de libros viejos en mi instituto. No hallo gran cosa (antologías del Ausente, tochos del MEC, leyes difuntas). Sólo este libro exige respeto. El título repele (Etiquetas para pieles humanas) y la portada es fea, pero contiene versos: suficiente. No conozco al autor (Joaquín Márquez), pero en las páginas que hojeo no veo nada que merezca ir al cubo. Ya a salvo, el libro pasa meses olvidado, hasta que un intento de poner orden lo rescata otra vez y me invita a abordarlo. Leo un poema. Otro. Me sorprenden su ritmo, firme y flexible, su sentido del humor, la nostalgia. Habla de gente que no conozco (amigos que se han hecho mayores, muchachas que ignoran su encanto, un abuelo al final del camino), pero es fácil canjearlos por otros cercanos. Acabo aceptando que este libro del 78, editado por el Centro Iberoamericano de Cooperación (¿de quién? ¿con qué?), está vivo y me habla. El aire de este poema (el penúltimo) anuncia el de uno de mis libros predilectos: La vida desatada, de Miguel Ángel Velasco.


ESTE ÚLTIMO RETRATO

Este último retrato que alguien hizo
muestra a un hombre cansado
que contiene el aliento
porque ya sabe cuánta vida
va en una bocanada de aire propio.
No sonríe. No quiere
que piensen que la risa
era fácil. Tan serio
está
que necesario se hace preguntarse
si juzga a quienes fueron
sumando coincidencia a coincidencia
para asomarle ahora
a esta terraza muda de paisajes.
Hijos, hermanos —¿qué eran
aquellos que pobló la cartulina
y se le parecían en el gesto?—,
se han perdido o prefiere
no recordarlos; vivieron por tan poco
tiempo que no ha tenido
ocasión de guardarlos en el pecho.
Ahora,
desde esta superficie
donde flota —aún no ahogado por los años—,
me mira seriamente y me pregunta
si mereció la pena haberse puesto
delante de la vida
para quedar tan triste en el retrato.

viernes, 8 de febrero de 2008

El Príncipe de Beukelaer


El Príncipe de Beukelaer tiene
una camisa color nieve
y una capa azul
y un pelo tan negro
como el ala de algún cuervo
manchada de betún.

Vive en una caja de galletas,
el Príncipe no se queja,
él es feliz así
y aunque su madre prefiriría algo más serio,
el ésta a gusto con su reino aquí.

Y en las noches de tormenta
el Príncipe de Beukelaer
sale a pasear por la despensa
y baila con la Bella Easo
un viejo vals.

Nadie sabe cuántos años tiene,
alguno más que diecinueve,
y aunque en general
sus súbditas son de vida breve,
ellas saben que las quiere
y siempre hay más.

Y con su bonete rojo
y sus zapatos de bufón
el Príncipe toca su tonada
con una lira encantada
hecha en Taiwan.





[Sigo con la labor de rescate por las cassettes cientovolanderas de los primeros 90. Quizá la primera canción de Ciento Volando (de mi cosecha, al menos), tuvo dos letras antes de hallar ésta, que a toro pasado parece evidente. La armonía es modal (eólica), y quizá por eso Alfonso, aunque no toca en la grabación, se avino a componer las frases de teclado del solo final, medievalizantes, que complementan las de Daniel a la flauta y acaban cruzándose con ellas. La introducción se compuso para simarra, una especie de salterio doméstico, pero no hubo ocasión de grabarla con él. (Quien quiera paladear su timbre, lo hallará al comienzo de este otro tema.) Daniel compuso el bajo y la segunda voz, y hay algo suyo, más difícil de precisar, que flota por toda la canción: un retrato indirecto de lo que íbamos siendo, con algo más de diecinueve y la infancia a la vuelta de la esquina.]

jueves, 7 de febrero de 2008

Sentado al borde de una silla de piedra


Para Aker, cuya vista rescató esta colina


Sentado al borde de una silla de piedra

y esperando que venga
la que debe llegar.
Mirando al fondo y esperando que ceda
con la fe verdadera
de que todo irá mal.

Si al menos yo supiera
dónde y por qué me espera
mi suerte,
daría
sin dar marcha atrás
mi vida
por verla llegar.

Temblando al fondo de esta oscura caldera
congelada y ajena
donde intento cantar.
Mi cucaracha, tú, mi fiel compañera
que serás hoy mi cena,
baila para empezar.

Si al menos yo supiera
dónde y por qué me espera
la muerte,
valiente
daría sin más
mi vida
por verla llegar.




(Tres lugares inspiraron la canción: la imagen de la silla proviene en primer lugar del sitial de Amon Hen, donde Frodo se sienta a meditar poco antes de la catástrofe que disuelve la Compañía del Anillo —pero tiene algo también del trono plegable que aparece en Enjoy the silence, de Depeche Mode. La caldera es el horrible local de ensayo de Orcasitas, asfixiante en verano y helado en invierno, que nos disuadió para siempre, o casi, de constituirnos en grupo de rock. Por la razón que sea, Ciento Volando es pródigo en canciones de bichos: cf. el Vals de los Insectos y aquella otra de Dani: "...y mi amigo el bicho-bola se va". En la vieja cinta de la que rescato la grabación, se subtitula 'versión tranqui'; hubo, en efecto, otra más jaranera, con flauta solista, que quizá alguien recuerde.)

miércoles, 6 de febrero de 2008

Regreso al Cementerio Marino


Las tradiciones del 27, podría titularse también este libro maravilloso, que vale cada uno de los 20.90 euros que cuesta. Francisco Javier Díez de Revenga ha rebuscado bajo las piedras las traducciones consumadas por los grandes del 27 (comprobamos con tristeza que Lorca no tradujo nada), y nos ofrece una selección (exhaustiva en algún caso) de sus logros. El resultado no es sólo una antología variopinta de grandes momentos de la poesía universal: traza también un mapa fiable de los retos que supieron plantearse aquellos poetas, y el nivel altísimo que asumieron como referencia.

Hay alguna decisión discutible. De Guillén, gran traductor de Valéry, el antólogo nos hurta su versión de El cementerio marino, que no por conocida habría dejado de agradecerse. La falta trae justificante: el libro aporta otra traducción menos conocida del mismo poema, a cargo de Gerardo Diego.

Para traducir El cementerio hace falta, además de sensibilidad y buen oído, el valor de aquellos héroes de antaño que bajaron en vida al Hades. Guillén salió indemne del desafío, con elogios del propio Valéry, que dijo hallarse adorable en la versión española. Fiel al metro (y, según Valéry, también a la musicalidad, no sólo rítmica, del texto), sacrificó sin escrúpulo las rimas.

Como recordamos en su día, Agustín García Calvo se midió también con El cementerio y publicó en el 2006 el resultado de sus esfuerzos. Un resultado polémico: parte de la constatación de que el endecasílabo de Valéry (10 + 1) es en realidad un dodecasílabo de hemistiquios irregulares, un pentasílabo (4 + 1) más un heptasílabo (6 + 1), y debe traducirse en consecuencia. (Si es así, llama la atención que el fino oído de Valéry diera su aprobación a los endecasílabos de Guillén.) En el capítulo de sacrificios, renuncia a la consonancia, pero mantiene la rima, que aparece, rebajada a asonante, cada tres versos.

La versión de Gerardo Diego, toda una sorpresa para mí, no se concede ninguna facilidad formal (sí, en cambio, una gran libertad en la paráfrasis). Cada rima consonante de Valéry encuentra aquí su pareja, y el poema suena, por comparación con las versiones que uno conocía, rotundamente sonoro, casi en exceso, como el colorido de una pantalla a la que alguien le ha subido el contraste.

(Descubro aquí una versión más, nada desdeñable: la del peruano Javier Sologuren. Gracias por ese regalo.)

Emulando The End, de los Beatles, en que cada uno de los guitarristas hace su solo, van aquí los cinco comienzos. El primer solista es Valéry. Los siguientes, Guillén, Diego, Sologuren y García Calvo.

Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
entre les pins palpite, entre les tombes;
Midi le juste y compose de feux
la mer, la mer, toujours recommencée:
o récompense après une pensée
qui' un long regard sur le calme des dieux!

*

Ese techo tranquilo de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas.
El mediodía justo en él enciende
el mar, el mar, sin cesar empezando…
Recompensa después de un pensamiento:
Mirar por fin la calma de los dioses.

*

Ese techo —palomas y caminos—
entre tumbas palpita y entre pinos.
Filo del mediodía, arde la amarga
mar, la mar siempre recién renacida.
¡Premio al pensar: cómo después mi vida
calma en los dioses su mirada larga!

*

Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos.
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!

*

Tranquilo techo
por donde andan palomas,

entre los pinos
palpita, entre las tumbas;

la mar, la mar,
siempre vuelta a empezar,

la amasa en lumbres
Mediodía, el gran justo:

¡ah, paga buena
tras un razonamiento

larga mirada
sobre dioses en paz!


sábado, 2 de febrero de 2008

Continuidad


Pasan los años. Son agua
en la mano agrietada del tiempo.
El mar conquistó nuestros barcos
y las anclas preguntan en vano.