miércoles, 27 de agosto de 2008

Mas que nada


Tras Jobim y João Gilberto, cualquier músico parece pequeño. Sin embargo, Jorge Ben (Jor) es inmenso. Pocos acordes, pero qué bien elegidos y dispuestos. La música pop pocas veces ha alcanzado la perfección de este Mas que nada, que el primer Santana debió escuchar con devoción. Siguiendo el hilo que va del original (un tanto expresionista) a las versiones del Tamba Trio y Carlos Mendes se observa, además, el despegue del arreglo, que en la versión de Mendes y sus chicas es ya insuperable, puro acierto de principio a fin. No es extraño que el autor, obligado a convivir con su primer éxito, haya acabado dándole unas vueltas un tanto extrañas (sin llegar nunca a los aberros de Dylan, de los que habría que hablar otro día). En cualquier caso, reducida a voz y guitarra sigue siendo una maravilla. ¡Pensar que Ben, encima, se guardaba Pais Tropical y la Tabla de Esmeraldas! Palabras mayores. Un genio. A descubrirse.








lunes, 25 de agosto de 2008

Normalización lingüística


Entonces los bretones se trasladaron a Rennes, villa que tomaron sin esfuerzo alguno, pues no la encontraron ocupada más que por mujeres: los galos, que habían oído hablar de la crueldad de los bretones que habían acabado con la vida de su rey, no osaron quedarse y emprendieron la huida. De igual modo, los bretones tomaron la ciudad de Nantes, la de Vannes y la de Léon, así como todas las demás fortalezas, todos los burgos y todas las aldeas de Armórica. Dieron muerte a todos los hombres y a todos los jóvenes que se encontraban en la región. Sin embargo, perdonaron la vida a las mujeres y las niñas, pues querían casarse con ellas y repoblar Armórica con su linaje. Pero les cortaron la lengua a todas ellas de manera que sus hijos no pudieran hablar otra lengua que la de sus padres. Y es desde entonces que se habla la misma lengua en la isla de Bretaña y en Armórica.

(Jean Markale, El nacimiento del rey Arturo,
Barcelona: Ediciones de Bolsillo, 1999, pág. 81)


lunes, 18 de agosto de 2008

La flor de la noche (redux)


Esta semana tuve por fin noticia del estreno de Pasión, la obra de García Calvo que montaron unos amigos en el IES Dolores Ibarruri de Fuenlabrada. Parece que, a pesar de cierto apresuramiento, la cosa fue bien. Al final, no utilizaron nuestra versión de La flor de la noche. La sin par Ana Leal entonó en su lugar esta melodía de su invención, galana también y más apropiada al caso, con ecos de Alfonso (y de Chicho; y aun de Vainica Doble).

domingo, 17 de agosto de 2008

My Name is Death


Soy el amante
que nunca se muestra,
muda en cada instante
mi sombra siniestra.
(Valle)

And fairy-stories held me high, canta Syd Barrett. La música (aquella música milagrosa) cumple la misma función. El hallazgo de hoy es esta pieza de la Incredible String Band, reconstruida con gusto y acribía por Dulcimerea. Que la disfruten.


lunes, 11 de agosto de 2008

Se busca. (Nos buscan.)


Lo que nos espera: quien ha de encontrarnos,
ya se ha colocado en un lugar de nuestro camino.
(Mei)

Nos esconden algo. Lo esencial. No creo que esta sensación me haya dejado nunca. En cualquier caso, cuando está, posee tal viveza que, por contraste, cualquier tiempo empleado en otra guerra parece muerto, perdido.

Nos dicen, por ejemplo, que los años sesenta (que no vivimos) fueron una época de experimentación, de la que sólo importan sus logros y números rojos. La verdad es que en aquella quincena (que no década) se abrieron tantas puertas, tantas brechas, que a los especialistas en mantenimiento les resulta difícil desde entonces mantener estable, creíble, la imagen pública del mundo, eso que García Calvo suele llamar la Realidad.

Si en cualquier supermercado cultural se nos ofrece, mezclado con las obras de los más vendidos, material potencialmente subversivo, hay que pensar que no es sólo por confianza en la operación mágica (si puedo compra-venderlo, es mercancía: sus intenciones originales son irrelevantes), sino por disimulo. La censura es un mecanismo obsoleto, contraproducente. Al mercado sólo puede convenirle como generadora de una oferta y demanda ilegales, a la que no le faltan ventajas: beneficios sin impuestos, largas listas de infractores a los que, cuando resulte oportuno por otras razones, se podrá privar de sus derechos. Si lo que podría prohibirse no es un producto de atracción masiva, resulta más barato tolerarlo y limitarse a desincentivar su producción y consumo.

Es así, pienso, como puede estar a la venta un libro como éste, Las dos manos de Dios, de Alan Watts (Barcelona: Kairós, 2ª ed., 1995). En un mundo al que han regresado (inconcebiblemente) las dos plagas presesentiles (los cientificistas inmunes al numen y los creyentes del monótono-teísmo), estas palabras de Watts son revelación y, por tanto, blasfemia. Benditas sean.
Cuando el polvo desaparece ante nuestros ojos, vemos que los dioses y demonios somos los seres humanos mismos, no cuando actuamos en el asunto de poca monta de la vida mundana, sino en las grandes situaciones y dramas arquetípicos de los mitos. Los dioses son los arquetipos, pero existen perpetuamente encarnados en nosotros mismos. En la visión mítica, los hombres aparecen como encarnaciones de los dioses arquetípicos porque aparece el significado pleno y eterno de lo que están haciendo. No sólo están ganándose la vida y manteniendo a una familia o realizando sus aficiones, están desempeñando, con variaciones innumerables, el drama cósmico del escondite, de lo perdido y encontrado, que es, tal como intentaré demostrar más adelante, el argumento único detrás de todos los argumentos.