viernes, 28 de diciembre de 2007

Instrumentales VI: En papel de regalo


Una vieja cassette es mi bloc (que no blog) musical, donde voy apuntando, teclado mediante, las ideas que insisten lo suficiente. De vez en cuando, vuelco de la cassette al ordenador y paso a limpio (en lo posible) las grabaciones (aunque los fallos de ejecución ahí siguen, implacables). Como entre una cosa y otra pasa bastante tiempo, encuentro a menudo melodías que ya había olvidado totalmente. Ésta es una de ellas. De mayor querría ser canción, pero de momento anda a pelo, instrumental ella. Ahí va: en papel de regalo.


martes, 25 de diciembre de 2007

Navidades psicodélicas


Blanco de la China
(Mike Heron)

La rama vencida de la oscuridad
cría los pétalos de la mañana
y les muestra los pájaros que cantan
justo detrás del alba.
Sumérgete en la nube,
lame su crema;
no logro mantener mi mano en el abrecartas
porque está agonizando.

Me acostaré, mejor,
y abrazaré el arcoíris,
me acostaré a soñar
y tu árbol mágico de Navidad
¿brillará alrededor, suavemente?

Trepando por estas cifras
el sol se arrastra hasta mi hombro
y a cada paso que doy
parece que mis pies se vuelven viejos.
Los sueños cristalinos se despliegan,
no logro mantener los ojos en el libro
porque se está convirtiendo en polvo.

Me acostaré, mejor,
y abrazaré el arcoíris,
me acostaré a soñar
y tu árbol mágico de Navidad
¿brillará alrededor, suavemente?




sábado, 22 de diciembre de 2007

Si tú me dices ven

Una buena noticia y qué decir,
se me agolpan de pronto despedidas,
limones que relucen como el sol
pero llenan los ojos de amargura.
Te he querido ya mucho y tal vez bien
o mal, como la costra de una herida
que no quiero perder, pero se marcha
dejándome otra piel. Cuando me llamas,
mi nombre es ese anzuelo que se aleja
para llegar aún hasta mis labios
y hacerlos sonreír o escupir sangre.
No fallaré esta vez. —Nunca lo has hecho.
(—¿Lo ves? Eso es amor. —A lo hecho, pecho.)

viernes, 21 de diciembre de 2007

Lo ves y no lo ves


When I was a child I caught a fleeting glimpse,
Out of the corner of my eye.
I turned to look but it was gone.
I cannot put my finger on it now.


Para creer en algo hay que saber de qué se trata. Es inevitable insistir en que no se trata de eso —más bien, lo contrario: una presencia inesperada que llega sin aviso y cuya única reliquia es la duda (no pudo ser, pero).

Jung encontró el adagio en un libro de Erasmo de Rotterdam, Collectanea adagiorum, e hizo que lo inscribieran en la puerta de su casa y en su lápida. Según su discípula Aniela Jaffe se trata de un oráculo délfico: los espartanos, que planeaban atacar Atenas, sondearon al dios, y éste salió, como es su ley, por peteneras. Vocatus atque non vocatus, deus aderit. Se le invoque o no, el dios estará presente.

Lo sagrado: un artista invitado, invasivo e imparable. Aquella historia de la Sibila y sus libros fatales: la anciana de Cumas se presenta ante Tarquinio el Soberbio, y le ofrece a caro precio nueve libros sagrados. El rey se niega, y la Sibila de Cumas quema tres de ellos. Quedan seis, le dice —al precio que tenían los nueve. Lento de reflejos, el rey vuelve a negarse. La mujer quema tres libros más, y repite su oferta. Ahora son tres volúmenes, al precio de nueve. Tarquinio piensa, con razón, que si se niega una vez más nunca sabrá si aquello es un farol. Apoquina y, tras asomarse sin demasiado provecho a sus páginas, coloca los tres volúmenes en un arca de piedra, bajo el templo de Júpiter Capitolino, designando a dos oficiales (luego diez, y aun quince) para que los custodien, a salvo de otros lectores. Con todo, cuando la historia se cuenta, los tres últimos libros también han ardido, en el 83 antes de Cristo. Incluso el sucedáneo que los sustituyó (una nueva colección de oráculos sibilinos) fue destruido en el 405 por el cristiano Estilicón, que los creía veraces pero importunos.

La consulta de los libros, limitada a ocasiones muy especiales, va en armonía con el modo en que fueron adquiridos (y perdidos). Sin índice ni orden discernible, los volúmenes se abrían al azar, con la lógica de una tirada de I Ching. No se buscaba en ellos predicción del futuro, sino consejo cuando una fuerza inesperada hacía su aparición (una invasión, una epidemia, un nacimiento monstruoso). Los libros contenían el precio: con qué ritual insólito, en el que nadie había caído, se debía aplacar a los dioses de toda la vida —o qué reconocimiento debía darse a aquellos que, desconocidos hasta entonces, revelaban ahora su presencia.

Jung, rey sibilino, concibió su psicología como un trato con lo desconocido. Puesto que el dios ya ha concertado la cita, nos queda prepararnos para ella, aunque no sepamos dónde ni cuándo. Por la esquina siempre abierta, la psique se refresca, y las bestias del cielo y el suelo acuden a volver sus aguas. Hay método en esa locura, esa negativa a aceptar que uno sabe a qué atenerse. Negarse a creer a los que dicen haberlo despejado es (y no es) es el único culto posible a lo sin nombre: lo desconocido.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Aprendices de brujo


En la trama de Un mago de Terramar, de Ursula K. Le Guin, hay un guiño a una historia célebre de la literatura universal: El aprendiz de brujo. La primera versión que conocemos de esta historia aparece en una obra bien curiosa: Los cuentistas (Philopseudéis), de Luciano de Samósata, un autor del siglo II d.C. que, desde una posición escéptica, se burla en sus obras de los dioses, héroes, filósofos y creencias de la cultura clásica griega. Luciano escribe en una época de sincretismo religioso en la que la magia y los cultos de origen egipcio y oriental (por ejemplo, el culto a la diosa egipcia Isis) estaban muy extendidos por todo el Imperio romano. En Los cuentistas (también conocida como El amigo de las mentiras o El descreído), un escéptico llamado Tiquíades acude a casa del filósofo Éucrates, un anciano famoso por su sabiduría, donde se han reunido varias personas convencidas de la realidad de lo sobrenatural (son los cuentistas a los que alude el título). Cada una de ellas aporta su testimonio personal: los hay que han asistido a curaciones milagrosas, como curar la mordedura de una víbora aplicando en el pie una piedra arrancada de la estela sepulcral de una doncella muerta; otro conoce a un extranjero que es capaz de volar por el aire, caminar sobre el agua y atravesar sin daño el fuego; un tercero ha visto con sus propios ojos cómo un brujo invocaba a un muerto y bajaba la luna del cielo. Tiquíades va rebatiendo todas estas historias (que hoy, quizá, llamaríamos leyendas urbanas), buscándoles una explicación racional o desenmascarándolas como patrañas. En un momento determinado, el propio Éucrates cuenta una historia que le sucedió en su juventud:

—Os voy a contar otra cosa que me ocurrió a mí personalmente y que no me la ha contado nadie. Quizá cuando la oigas, Tiquíades, te persuadirás de la verdad del relato. Cuando era joven y vivía en Egipto, donde mi padre me había enviado para estudiar, sentí deseos de remontar el río hasta Copto y desde allí acercarme a Memnón, para oír su maravilloso canto a la salida del sol . No le oí, como ocurre a la mayoría, un ruido ininteligible, sino que el mismo Memnón abrió la boca y me dio un oráculo en siete versos, que os diría si no fuera apartarme de mi asunto. A la vuelta me acompañó en el barco un hombre de Menfis, uno de los escribas sagrados, admirado por su saber y conocedor de todas las doctrinas de los egipcios. Se decía que había vivido veintitrés años en santuarios subterráneos y que allí Isis le enseñó la magia.

—Te refieres a Páncrates —dijo Arignoto—, mi maestro, un santón que va siempre rapado, muy sabio pero que no habla griego muy bien, estirado, chato, de labios salientes y piernas finas.

—Ese mismo —dijo Éucrates—, el famoso Páncrates. Al principio no sabía quién era, pero cuando vi que cada vez que fondeaba el barco hacía muchos milagros, y sobre todo cuando lo vi cabalgar sobre los cocodrilos y nadar con las fieras, las cuales lo respetaban y saludaban moviendo la cola, me di cuenta de que era un hombre santo. Poco a poco, sin darme cuenta, me fui haciendo amigo y compañero suyo, tanto que llegó a comunicarme sus saberes secretos.

»Al final me convenció para que dejara a mis criados en Menfis y lo acompañara yo solo, pues, decía, no nos iban a faltar quienes se ocuparan de nosotros. Y en lo sucesivo esto es lo que hacíamos. Cada vez que llegábamos a una posada, cogía la barra de la puerta, la escoba o incluso la mano de un mortero, lo vestía, pronunciaba un ensalmo y lo hacía andar, de forma que todos creían que era una persona. La cosa salía fuera, traía el agua, hacía la compra, cocinaba y nos atendía en todo hábilmente. Cuando ya no necesitábamos más ayuda, volvía a pronunciar el ensalmo y hacía a la escoba escoba, y a la mano de mortero, mano de mortero.

»Por mucho que yo me esforzaba, no había manera de que me lo enseñara a hacer a mí, pues se mostraba muy receloso y eso que en lo demás era de lo más afable. Un día me escondí cerca de él en la oscuridad y logré oír el ensalmo, compuesto de tres sílabas. Luego se marchó a la plaza, tras dar tarea a la mano de mortero. Al día siguiente, mientras él andaba ocupado en la plaza, fui por la mano de mortero, hice los mismos gestos, pronuncié las sílabas y le ordené ir por agua. Cuando trajo el cántaro lleno le dije: "Deja ya de traer agua: sé otra vez mano de mortero". Mas ya no quiso hacerme caso, y no dejaba de traer agua, hasta que acabó inundando la casa de tanta que trajo. Yo no sabía qué hacer y tenía miedo de que cuando Páncrates lo viera se enfadara (como ocurrió), así que cojo un hacha y corto la mano de mortero en dos. Pero hete aquí que cada parte cogió un cántaro y seguía trayendo agua, con lo que, en vez de uno, tenía ahora dos sirvientes. En éstas llegó Páncrates y al ver lo que pasaba los hizo de nuevo de madera, como eran antes del hechizo, y me dejó, marchándose, no sé a dónde, sin que lo viera.» (Luciano de Samósata, Diálogos de los dioses. Relatos fantásticos, Barcelona: Círculo de Lectores, 1996, pp. 199-200, tr. Jaime Curbera.)

Goethe se inspiró en la historia de Luciano para su balada El aprendiz de brujo (Der Zauberlehrling,1797). La trama es similar: un estudiante de magia nos cuenta que aprovecha la ausencia de su viejo maestro para poner a prueba lo que ha aprendido de él, pues ha aprendido de memoria sus palabras y sus gestos y se siente capaz de reproducirlos a la perfección. Con una fórmula mágica, invoca al agua para que fluya y llene un estanque. Después, llama a su escoba y la insta a vestirse con harapos. Comienza a darle órdenes: ponerse sobre dos pies, sacar una cabeza y coger un cubo. La escoba cumple su cometido y comienza a traer el agua para llenar el recipiente. Cuando está lleno, le ordena que se pare; pero el objeto animado no le hace caso. El aprendiz de brujo se da cuenta, consternado, de que ha olvidado las palabras del maestro. La escoba sigue trayendo agua y lo inunda todo. Entonces el aprendiz se enfada con la escoba y la llama "engendro del infierno". La escoba adquiere un aspecto aterrador, por lo que coge el hacha y la parte en dos pedazos, con el resultado que conocemos. Cuando ve venir al maestro le dice que los espíritus que ha convocado ignoran sus órdenes. El maestro, tras ordenar a la escoba que retorne a su rincón, le hace saber que sólo él, como maestro que es, puede convocar a los espíritus para servirle.

El músico francés Paul Dukas compuso en 1897 un poema sinfónico inspirado en la balada de Goethe, llamado también El aprendiz de brujo (L'apprenti sorcier). Esta obra, la más famosa de su autor, llamó la atención de Walt Disney, que en 1938 decidió hacer un corto de animación sobre el tema, con la música de Dukas como banda sonora y el ratón Mickey como protagonista. Al mago, sin nombre en la balada de Goethe, se le presenta como Yen Sid (Disney al revés). El resultado complació tanto a Walt Disney que amplió el proyecto, construyendo toda una película de animación basada en piezas célebres de la música clásica, Fantasía (1940). Aunque la película fue un fracaso comercial, hoy se considera una obra maestra de la animación.



En febrero de 2007 se hizo público que el actor Nicolas Cage prepara para Walt Disney Pictures una película llamada, igualmente, El aprendiz de brujo (The Sorcerer’s Apprentice), en la que él mismo dará vida al personaje del mago, Yen Sid.

La figura del aprendiz de brujo se ha convertido en el arquetipo de aquéllos que empiezan algo que no serán capaces de acabar, pues el asunto emprendido supera sus fuerzas y acaba yéndoseles de las manos. Los autores ecologistas han criticado a menudo la acción del hombre sobre su entorno natural recurriendo a esta figura: como el aprendiz de brujo, la sociedad industrial ha puesto en marcha poderes (la bomba atómica, por ejemplo) que no es capaz de controlar.

Hay relatos similares en la tradición popular, sobre personas que intentan usar un objeto mágico sin tener el conocimiento necesario. En este relato tradicional francés, por ejemplo, se trata de un molinillo para moler sal:
El molinillo mágico

Érase una vez un hechicero que había inventado un molinillo que podía moler todo lo que él le ordenara y que sólo se detenía cuando su inventor pronunciaba cierta fórmula. Un día un marino se enteró de la existencia de este maravilloso molinillo y lo robó. Huyó por el mar y cuando estuvo en mar abierto ordenó al molinillo que moliera un poco de sal para el bacalao que pensaba pescar. Pronto toda la embarcación estuvo llena de sal, pero, ¡ay!, el marino, ignorante de la fórmula mágica, no podía hacer que el molinillo parase. Éste continuó moliendo y moliendo enormes cantidades de sal hasta que el barco se hundió bajo tanto peso y lo arrastró consigo al fondo del mar. El molinillo aún continúa moliendo sal, y por eso el agua del mar es salada. (Angelo S. Rappoport, El mar, s.l.: Studio Editions, 1995, pp. 19-20).
El paralelismo de Un mago de Terramar con estas historias es claro: Ged, primero aprendiz de un mago (Ogión el Silencioso) y luego estudiante de magia en la escuela de Roke cae por dos veces en el error de lanzar, para presumir de su poder, un hechizo de invocación de los muertos para el que no está preparado. La primera vez, la intervención de su maestro aborta a tiempo el proceso, pero la segunda sucede algo horrible: junto al alma invocada (la de la legendaria princesa Elfarran, muerta hace miles de años), se presenta una criatura maligna de gran poder, que está a punto de matar a Ged, y lo deja desfigurado para siempre. Sólo la intervención del mago más poderoso de Roke, Nemmerle, logra ahuyentar a la sombra y salvar la vida del aprendiz de brujo; y queda tan agotado por ello que muere.

A partir de este momento, Ged tiene que dedicar sus fuerzas a afrontar el error cometido e intentar subsanarlo, localizando a la sombra que ha liberado y deteniéndola. Sin embargo, en un mundo en el que la magia sobre un objeto o criatura se basa en el conocimiento de su verdadero nombre, Ged se enfrenta a una dificultad insalvable: según los sabios, la sombra es una criatura innominada. Sólo al final del libro se resolverá el enigma, de una manera tan sorprendente como lógica.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Eclipse


Por el mar corren las fieras,
por el monte los delfines.

*

Cabe ya esperar todo, jurar un imposible,
¿qué puede sorprendernos cuando el padre del cielo
trocó por noche el día escondiendo la luz
del sol brillante? El miedo se derramó en los hombres,
y nada increíble puede haber desde entonces.
Ninguno de vosotros se maraville ahora
si las fieras se avienen a vivir cual delfines
y las olas ruidosas del mar son para ellas
más gratas que la tierra, y ellos al monte suben.

(Alceo, fr. 206 Adrados, tr. Rodríguez Tobal)





sábado, 8 de diciembre de 2007

Como pez en el agua (adivinanza)


No,
no digas que sí
ni de ti ni de mí.
Di que no,
di que ni tú ni yo.
(Agustín García Calvo)


Me gustan las adivinanzas sin respuesta. En Ni sí ni no, de Juan Manuel Rodríguez Tobal, encuentro ésta que tal vez sí la tenga. Ustedes me dirán.

COMO PEZ EN EL AGUA

Como el pez, es también escurridizo.
Sólo dice burbujas, como el pez.
Como el pez, va a favor de la corriente.
Patalea sin su agua, como el pez.
Como el pez, brilla siempre con luz rara.
Viste escamas y espinas, como el pez.
Como el pez, es a veces un pez gordo.
Le chiflan los gusanos, como al pez.
Pero no, no es un pez: el pez es mudo
y él no deja de hablar. ¿Sabes qué es?


viernes, 7 de diciembre de 2007

Soft Machine


No sabe uno si vivir la actual Red como una primavera anárquica que será, más temprano que tarde, domesticada y metida en vereda o como un primer avance de la vida que vendrá. El caso es que uno acude a Youtube, un suponer, y aquello va camino de convertirse en el Jardín de las Delicias, cada vez más completo y apabullante, por más que se nos avise una vez y otra que las grandes empresas del disco, el cine y la tele podrían hacerlo caer, napsterianamente, de la noche a la mañana.

Recuerdo la frustración cuando busqué hace tiempo algún vídeo de Soft Machine, la gran banda británica psico-jazzy de los 60 que reunió en sus filas a los más audaces psiconautas: Daevid Allen, Kevin Ayers, Mike Ratledge, Hugh Hopper y Robert Wyatt dieron con un sonido nutritivo, único, que, a pesar de la pronta disolución de la formación clásica, pervive en las aventuras posteriores de todos ellos, de un modo u otro. Donde entonces no había nada, florecen ahora las maravillas. Aunque resulta difícil elegir, creo que estas dos escamas de 1967 dan idea cabal de la primera piel de tan longeva serpiente: Pronto, pronto, pronto (Sabemos a qué te refieres) y Por qué soy tan cortico.




martes, 4 de diciembre de 2007

Un cadáver del mar


Así, sí. Es lo que uno piensa cuando abre por cualquier página esta traducción en verso castellano de Teognis de Mégara, un regalo que hace Juan Manuel Rodríguez Tobal a los que sentimos curiosidad por el viejo poeta griego, y que no debería pasar desapercibido, aunque la editorial que nos lo brinda (la Casa del Traductor, colección Escritos del Moncayo) sea más bien secreta. Como decía Frank Zappa, el mainstream te invade; el underground tienes que salir a buscarlo, o dejar que una mano amiga te lo revele inesperadamente, como moviendo una cortina hasta entonces invisible, de la que surge una voz y dice:

Ni el león come carne cada día,
que con su fuerza y todo
también le coge a él el no hay manera.

*

No hagas de un hombre malo querido camarada,
evítalo mejor lo mismo que un mal puerto.

*

Que a casa me ha llamado un cadáver del mar:
muerto y todo, da gritos desde su boca viva.


lunes, 3 de diciembre de 2007

Sin piedad (Durutti Column)


Muy justita me la tienen las circunstancias, con cursillos y otras cucadas que me roban ese rato sin condiciones ni garantías del que, a veces, sale algo. Hoy esos minutos, que han vuelto a aparecer, se me han ido disfrutando de esta música, que he adorado siempre, y redescubro ahora en convincente directo. Vini Reilly, el guitarrista de Durutti Column, explicaba que él tomó en serio el slogan de finales de los 70 que invitaba a hacer lo que quisieras (y supieras), sin la menor consideración con el comercio. Así que comenzó evitándose (y evitándonos) la sumisión a las nuevas convenciones dictadas por Sex Pistols y The Clash, y explorando en cambio una suerte de neoimpresionismo minimalista, que a ratos suena a lo que Mike Oldfield podría haber logrado si en vez de agostarse en los 80 hubiera seguido creciendo. Hay algo, además, de España (ese animal mitológico) en el bramido de los metales.