viernes, 29 de septiembre de 2006

Más psicodelia cañí


También de 1969, pero de muy distinta mano (la prodigiosa de Iván Zulueta). Esta vez el grupo es de pura cepa británica, pero la España de nuestros pecados pone el decorado tardofranquista.


jueves, 28 de septiembre de 2006

La dama y el segador


El romance del segador y la bastarda continúa, por otros medios, el planteamiento de La dama y el pastor. En esta ocasión, el hombre humilde cede a las pretensiones de la dama de alcurnia —y paga por ello un precio.

La protagonista del romance cambia de nombre y posición según las versiones: es unas veces hija (bastarda) del emperador de Roma o del presidente de Europa (sic); alguna vez, emperadora ella misma; otras (sobre todo en Andalucía) una dama anónima. La trama, intemporal, resiste sin problemas el traqueteo que lleva la historia desde el viejo Imperio hasta cualquier pueblo hodierno de nuestra geografía. Ni siquiera es preciso elegir: se puede, sin demasiado problema, comenzar la historia en Roma y terminarla en tierra de Gredos.

Como si le hubiéramos dado la vuelta al cuento de Cenicienta (con un buen plus de lubricidad añadida), doña Juana es una mujer de alta cuna (emperatriz o señora) que se prenda de un hombre común. A sus ojos, los duques que la pretenden quedan malparados frente a la virilidad elemental y silvestre de un jornalero.

El simbolismo erótico de las faenas agrícolas es cosa tan vieja que a veces la evolución del idioma la escurece (recordemos que semen es en latín "semilla"). En las diversas versiones del romance, los cantores han ido ensayando todas las variantes, pasando sin vacilación del equívoco sutil a la revelación procaz. La descripción de la senara (tierra sembrada: ¡del latín seminaria!) que la dama ofrece a la hoz del segador es la prueba del nueve del nivel de obscenidad del texto. Las hay que optan por el camino recto (está en un vallico oscuro / debajo de mis enaguas; cf. la variante leonesa que la tengo entre las piernas, / tapadita con las bragas), mientras que otras versiones mantienen la sexualidad en el terreno de la sugerencia (la tengo entre dos columnas / que me atraviesan el alma, leemos en una versión andaluza; la tengo en un valle oscuro / a las corrientes del agua, dice una versión leonesa).

El encuentro amoroso termina en muchas versiones con la muerte del Segador, al que la fogosa amante, un tanto vampírica, ha exprimido hasta el tuétano (que no ha muerto de su muerte, / que la señora lo mata; No ha muerto de calentura, / que ha muerto de hartada) o ha contaminado con alguna peste venérea (No murió de mal de amores / ni tampoco de costado, / que murió de purgaciones / que la Juana le había dado). En algunas versiones, el hombre aprovecha la llegada del alba para abandonar a doña Juana, dispuesta a continuar la gimnasia hasta bien entrado el día. Como una última muestra de la potencia del segador, la emperatriz (convertida ahora por la varita metafórica en potrilla) queda encinta y da a luz nueve meses después. Otras versiones optan por un desplante ingenioso, que mantiene el gusto por los equívocos: —Oiga usted, buen segador / vuelva por aquí mañana / —Sí, señora, volveré, / pero serán las espaldas.

El romance, del que no se conserva ninguna versión anterior al siglo XX, puede sin embargo ser antiguo, pues está atestiguado entre los judíos sefardíes, cuyo repertorio de romances se remonta generalmente al siglo XV o inicios del XVI. Es común en toda España, a menudo entonado por los segadores para endulzar su trabajo. Entre los sefardíes orientales se ha utilizado también como cantar de boda.

La versión que sigue pertenece a la Magna antología del folklore español de García Matos. Está incompleta, pero la melodía y su ejecución son asombrosas. Bon appetit.

Y el emperador de Roma
tiene una hija bastarda;
la quiere meter a monja
y ella quiere ser casada.
La encerró en un convento
pa tenerla reservada.
Con los calores que hacía
se asomaba a la ventana
y ha visto tres segadores
segando trigo y cebada.
De los tres, el más pequeño
de todos deferenciaba.
Gastaba manija de oro
y lah hoces, plateadah.


miércoles, 27 de septiembre de 2006

Psicodelia cañí


Lo reconozco: me ha impresionado este vídeo de los Gritos, colocado como quien no quiere la cosa en una de las astracanadas de Paco Martínez Soria (Abuelo made in Spain, 1969). Ese genio de lo español del que hablaba Menéndez Pelayo, realista y enemigo de toda ensoñación, muestra aquí su jeta más genuina y palurda. Entre tanto, Los Gritos a lo suyo. No son Country Joe & The Fish, pero hacen el apaño. Que san Timoteo (Leary) los bendiga.


martes, 26 de septiembre de 2006

Gilgamesh y la gentil dama


En uno de los pasajes más notables del Poema de Gilgamesh, el héroe acaba de regresar victorioso de su lucha contra el gigante Humbaba. Una vez en casa, se pone (como quien dice) la ropa de domingo, se peina y acicala y se ofrece a la admiración pública. Desde el cielo, la bella Ishtar, diosa de besos y sangre, se prenda del héroe y baja de inmediato a ofrecerle sus favores: si le da a probar su fruto, ella le dará un carro de oro y lapislázuli, le llevará a su lecho entre aromas de cedro, hará sus ganados fértiles y fuertes sus bestias de carga. Gilgamesh, amoscado, le pregunta qué tendrá que pagar él a cambio: una rica dote digna de tan gran esposa —su propia libertad, o hasta la vida, como tantos que cayeron antes en los brazos de Ishtar. Allí el hermoso Tammuz, al que todas las niñas lloran; allí el pájaro que grita en la noche, preguntando por sus alas rotas; o aquel jardinero convertido en topo o en sapo que ya no saca el cubo del pozo. Tan ofendida anda Ishtar que ni replica al héroe: vuelve de inmediato al cielo y pide a su padre, Anu, que cree al Toro Celeste y lo envíe a embestir a Gilgamesh.

Como otras escenas del Poema, ésta no ha dejado de repetirse desde entonces. En nuestra poesía tradicional, es el Romance de la gentil dama y el rústico pastor, que en la primera versión conocida, manuscrita en 1451 por un tal Jaume de Olesa, venía a sonar así:

—Gentil dona, gentil dona,
dona de bell parasser,
los pes tingo en la verdura
esperando este plaser.—
Por hí passá ll’escudero
mesurado e cortés;
les paraules que me dixo
todes eran d’amorés.
—Tate, escudero, este coerpo,
este corpo a tu plaser:
las titilles agudilles
qu’el brial queran fender.—
Allí dixo l’escudero:
—No es hora de tender;
la muller tingo fermosa,
figes he de mantener,
al ganado en la sierra
que se me va a perder,
els perros en les cadenes
que no tienen qué comer.
—¡Allá vages, mal villano!
¡Dieus te quera mal feser!
Por un poco de mal ganado
dexes coerpo de plaser.
En la versión castellana que publica Ramón Menéndez Pidal en su Flor nueva de romances viejos vino a hacer pie, entre todos, Joaquín Sabina en su primer disco, Inventario (1978).

lunes, 25 de septiembre de 2006

Auden


Luché hace cuatro años con este soneto de W. H. Auden, el gran poeta inglés que escribió, entre otras cosas, aquello de que Tolkien triunfó donde Milton no pudo. Ya imaginan qué tal me fue a mí: así que me receté, con éxito, olvidar el asunto. Hoy, sin embargo, me han salido al encuentro los restos y no he sabido negarme. Helos.

Quien compone

Todo el resto traducen: el que pinta recoge
un mundo ante los ojos que amar o rechazar;
rebuscando en su vida, quien arma el verso escoge
imágenes capaces de herir y conectar

la vida con el arte en responsión cabal
y deja en nuestras manos salvar tamaña grieta;
sólo tus notas son una invención completa,
tan sólo tu canción es dádiva total.

Escancia tu presencia, delicia, tu cascada
que inunda las rodillas, las vértebras rebosa
e invade nuestro clima de duda silenciosa;

tú sola, únicamente, canción imaginada,
jamas declararías fallida una existencia
y escancias como vino tu lúcida clemencia.

sábado, 23 de septiembre de 2006

Los motivos de Gilgamesh


Aquí nos habla Joselu (bien e tan mesurado) de sus primeras clases de Literatura Universal. Fantástica asignatura. Yo ando también con las primeras clases del curso, creando la complicidad precisa que abre todas las puertas, a veces con recursos tan tontos (pero efectivos) como jugar al ahorcado cuando surge algún término que yo estimo que deberían saber pero no recuerdan.

Como primer libro de lectura he adoptado, después de darle muchas vueltas, una antología que publicó José Luis García Martín este año en una pequeña (pero traviesa) editorial asturiana, Trea: Jardines de bolsillo. Tres mil años de poesía. El libro comienza con un fragmento del Poema de Gilgamesh y acaba con unos versos de Víctor Botas. Entre medias, encuentra tiempo para la poesía china, la grecolatina, la romántica, el simbolismo... Un libro así supone un canon (aunque sea de caprichos), y es imposible estar siempre de acuerdo con GM (tampoco, ya lo vimos, con Pound) en lo que incluye o deja fuera. Aun así, los méritos han pesado más: entre otras cosas, García Martín traduce el poema, venga de donde venga, en limpio verso castellano, lo cual parece una perogrullada pero no tiene nada de frecuente. Además, sabe acompañar cada selección con una nota breve pero muy sustanciosa sobre el autor del texto o el tipo de poesía que ejemplifica.

El fragmento del Gilgamesh que abre el libro (en recreación libérrima del poeta) nos ha llevado a asomarnos al argumento de esta gran historia, de la que hay dos buenas traducciones en castellano: la indirecta de Lara Peinado en Tecnos y la directa de Joaquín Sanmartín en Trotta. De todos los acercamientos posibles, he decidido emplear uno bastante obvio, tomado de los estudios de folklore: ir localizando los 'motivos' que aparecen en el texto y rastreando sus apariciones posteriores en cualquiera de los contextos que ellos pueden conocer.

Así leído, el poema arroja en seguida cebos irresistibles. Tenemos, para empezar, al propio Gilgamesh: un villano que torna héroe, dignificado por la amistad. Como cantaba Violeta, al malo sólo el cariño / lo vuelve puro y sincero. Salen a pasear entonces todos los santos que fueron también pecadores contumaces: san Pablo, san Agustín... Además, el tema tiene su negativo: el héroe que se entrega a las fuerzas del mal (corruptio optimi, pessima) —y hasta el viaje completo de ida y vuelta, explotado por George Lucas en su memorable Anakin-Darth Vader: el héroe que se envilece hasta convertirse en la negación de lo que fue, pero en la prueba final (¡por amor!) recobra su esencia.

Por supuesto, el motivo estelar es la búsqueda de la inmortalidad. Grifo vio con acierto que en la leyenda de Alejandro Magno que acerqué hace tiempo había un eco del poema mesopotámico. Hay también un cuento milyunachesco (a ver si tengo tiempo de localizar, releer y esenciar) en que se plantea algo semejante. La búsqueda del Grial o de la Piedra de los Filósofos puede entenderse en este sentido —y la investigación de los modernos biólogos, sobre la melanina y otras sustancias macrobióticas, nos da la versión moderna del anhelo.

Creo que una vez que se enfocan así las obras del pasado, la continuidad o universalidad de lo que contienen se hace tan presente que costará ignorarla. Es una linda paradoja, por cierto, que este método provenga de la ciencia del folklore —que en buena medida nació asociada al anhelo romántico-nacionalista de aislar lo propio y castizo. A poco que se sea honesto, el estudio de la tradición popular enseña lo contrario: prácticamente todo lo que se creyó una vez 'lo más nuestro' nos envía hacia el Otro: es en realidad universal o fue recibido de visitantes o vecinos. El purismo de hoy es el mestizaje (olvidado) de ayer; la tradición, innovación consolidada (y, si es tradición viva, abierta aún a mutaciones impredecibles). Esto es justo lo que hace grande al Gilgamesh: un texto que tiene que ver, imperiosamente, con lo que ahora mismo deseamos y tememos.

jueves, 21 de septiembre de 2006

Acertijo de blues


Que todo salga mal
no es tan malo
(Enrique Urquijo)


Hace unos años, cuando Ismael Serrano y nuestro grupo, Ciento Volando, éramos igualmente desconocidos, un buen amigo le trajo a vernos. Su comentario fue que, aunque la cosa no estaba (rematadamente) mal, no entendía por qué utilizábamos acordes tan raros. Otra amiga nos advirtió que sin un poco más de ritmo y percusión no llegaríamos lejos. Bien, supongo que a día de hoy son ese tipo de incorrecciones y carencias las que nos mantienen (en la escasa medida en que existimos), además de incapacitados para el éxito comercial, distantes de la estética del cantautorismo al uso, en una tierra de nadie que no es pop ni folk ni medieval ni psicodelia pero tiene un qué sé yo de todo aquello. Algo así lleva años destilando (sin duda, mejor) el gran Javier Bergia, sin que se entere casi nadie: al final es el diatonismo de tres acordes, el sentimentalismo triunfoide y el revival de la canción protesta quienes se llevan el gato al pozo. Desde el fondo del mismo, con vistas al mundo subterráneo, uno sigue entonando a ratos lo que se le ocurre. Esta canción y la próxima resumen quizá, por la parte que me toca, ese sonido intimista y extemporáneo del que hablaban uno y otra, con acordes de más y percusiones de menos. Como quiera que les encuentre, no digan que no les he avisado...



miércoles, 20 de septiembre de 2006

La canción de la Trova


Aún bajo la resaca del concierto de Silvio Rodríguez, ayer a estas horas en el Palacio de Congresos de Madrid. Muchas sensaciones encontradas. Lleno absoluto. La edad media del público, devoto hasta el fanatismo, no bajaba de los 35: supongo que nuestros adolescentes y veinteañeros no han tropezado con Silvio en ambiente propicio.

A pesar del cariño desbordante (le hicimos salir cuatro o cinco veces a entregar bises), el artista no parecía del todo contento con los fans, y no me extraña. Una minoría muy notoria se pasó el concierto enganchada al móvil-cámara-vídeo-sacacorchos, inmortalizando su incapacidad para disfrutar del momento (vale: puede que luego se lo agradezcamos), mientras otros aún más plastas exigían con voz de templo sus canciones favoritas (todo un rosario de peticiones tópicas, que dejaba la clara sensación de que el artista iba aborreciendo y descartando del repertorio cada una de ellas). Los elogios no calaban. A un '¡Viva Silvio!', el hombre respondió, con ademán de profesor paciente, '¡Viva Aute! ¡Viva Serrat! ¡Viva Sabina!'. A otro que se pensaba en una fiesta del PCE ('¡Viva Cuba!'), le repuso 'Mejor vivan todos los países'.

A diferencia de otras ocasiones, los músicos que le acompañaban tocaban instrumentos acústicos (bajo acústico, guitarra española, tres, flauta, clarinete y percusión) y se integraban bien en la música. El intérprete de tres, en especial, era un misil imparable, y con él muchas canciones cobraban un aire inédito a raíces silvestres cubanas. El guitarrista tocaba también con solvencia, aunque a ratos le salía un ramalazo al Concierto de Aranjuez en versión postal-gasolinera. La flautista-clarinetista recuperó con buen gusto bastantes arreglos originales, que era un placer escuchar en directo.

A pesar del acompañamiento esmerado, los momentos de mayor calidez (y calidad) siguen siendo las canciones donde Silvio se desempeña a fondo y a solas, guitarra y voz: en esta ocasión, Adónde van se llevó seguramente el premio. El repertorio fue ecléctico: tres de las primerizas que acaba de rescatar en el doble Érase que era (excelente La canción de la trova); algunas cuantas medianas, de discos recientes; y muchos clásicos, en arreglos que a veces cortejan la sorpresa (un acierto imprevisto: Óleo de una canción con sombrero en plan country&western).

En conjunto, Silvio se mantiene, que no es poco. Con un repertorio como el suyo podría estar tocando cinco horas de canciones excelentes, clásicos indiscutibles —y aburrirse (sospecho) mortalmente. No es raro que el público no le deje partir con menos de dos horejas —y que el repertorio sea un estudiado compromiso, donde las recreaciones concesivas de sus grandes éxitos alternan con otras apuestas más personales, objetivamente más flojas, pero que le mantienen despierto e inquieto.

La canción de la trova, una de las canciones primerizas rescatadas ayer, tiene un vídeo encantador grabado en 1968. Por magia de Youtube, retorna de las sombras. Que lo disfruten.


martes, 19 de septiembre de 2006

Lanzarote y el ciervo de pie blanco


Este tercer romance de tema bretón tiene una ventaja importante sobre los dos que acabamos de ver. Aquéllos estuvieron vivos en la tradición oral durante el siglo XVI (y quizá el XV), pero después cayeron en el olvido, de modo que no conservamos más versiones de ellos que las publicadas hace casi cinco siglos. Éste, en cambio, ha sobrevivido en la tradición oral de Andalucía y Canarias hasta nuestros días, y por tanto podemos contrastar la versión antigua (publicada en el Cancionero de romances de 1550) con otras más recientes y seguir así la evolución de la historia en la memoria colectiva.

La versión renacentista dice así:

Tres hijuelos había el rey,
tres hijuelos, que no más;
por enojo que hubo de ellos
todos maldito los ha.
El uno se tornó ciervo,
el otro se tornó can,
el otro se tornó moro,
pasó las aguas del mar.
Andábase Lanzarote
entre las damas holgando,
grandes voces dio la una:
—Caballero, estad parado.
Sí fuese la mi ventura,
cumplido fuese mi hado
que yo casase con vos
y vos comigo de grado
y me diésedes en arras
aquel ciervo del pie blanco.
—Dároslo he yo, mi señora,
de corazón y de grado
y supiese yo las tierras
donde el ciervo era criado.
Ya cabalga Lanzarote,
ya cabalga y ya su vía;
delante de sí llevaba
los sabuesos por la traílla.
Llegado había a una ermita,
donde un ermitaño había.
—Dios te salve, el hombre bueno.
—Buena sea tu venida:
Cazador me parecéis
en los sabuesos que traía[is].
—Dígasme tú, el ermitaño,
tú que haces santa vida,
ese ciervo del pie blanco,
¿dónde hace su manida ?
—Quedáis os aquí, mi hijo,
hasta que sea de día;
contaros he lo que vi
y todo lo que sabía.
Por aquí pasó esta noche
dos horas antes del día,
siete leones con él
y una leona parida.
Siete condes deja muertos
y mucha caballería.
Siempre Dios te guarde, hijo,
por do quier que fuer tu ida,
que quien acá te envió
no te quería dar la vida.
¡Ay dueña de Quintañones,
de mal fuego seas ardida,
que tanto buen caballero
por ti ha perdido la vida!

Lo que el texto no dice podemos buscarlo en otra parte. Por ejemplo, tenemos una idea bastante exacta de por qué el padre maldice a sus retoños. En un poema francés llamado Lai de Tyolet se cuenta que el rey Logres tiene una hija legítima, que es su heredera, y tres hijos bastardos que con malas artes intentan arrebatarle a su media hermana el trono. Por eso el padre los maldice. El hermano convertido en ciervo domina a su hermana, que le pide a Lanzarote que le dé muerte. El héroe cumple su palabra, pero renuncia al amor que la muchacha le ofrece a cambio. El investigador William Entwistle sugiere que el primer dístico de nuestro romance fue alguna vez algo del tipo Tres hijuelos había el rey / e una fija que no más.

Examinemos ahora una de las pocas versiones modernas que se conocen del romance. Fue recopilada en Chimiche, una localidad de la isla de Tenerife, en 1954.

Era un rey, tenía tres hijos,
todos tres los maldecía:
uno se le vuelve perro,
perro de la perrería;
uno se le vuelve moro,
moro de la morería;
uno se le vuelve ciervo,
ciervo que al monte se iría.
A la puerta de la iglesia
mandó a predicar un día
que el que le trajese al ciervo
mil monedas le daría,
y a la infanta coronada
su corona le daría.
Baltasar tenía un caballo
que al par del viento corría;
se tiró ese lomo abajo,
se tiró ese lomo arriba.
El ciervo, des que lo vio,
a Baltasar se vendría:
—Yo bien sabía, Baltasar,
que en buscas mías venías;
el que te mandó a buscar
poco te escucha tu vida.
Allí formaron la guerra,
Baltasar la vencería;
le mató cuatro leones
y una leona paría.
Uno se monta en el anca
y otro se monta en la silla.
El rey, des que los vio,
de contento lloraría.
—Vamos, vamos, Baltasar
....................
vamos a contar moneas,
que yo pa ti las quería.
—Yo no quiero más moneas,
que yo moneas tenía,
lo que quiero es que me cumpla
la palabra que está dicha,
que como es palabra de rey
atrás no se volvería.

Otra versión más completa, recogida en la isla de Lanzarote, dice así:

El rey tenía sus hijos,
pelean que es maravilla;
él como padre que era,
su maldición les pedía.
Uno se le volvió perro,
perro de la perrería;
otro se le volvió moro,
moro de la morería,
y el otro se le volvió ciervo,
ciervo de la ciervería.
—No lo siento por el perro,
que en mi casa lo tenía,
ni lo siento por el moro,
que ése está en la morería;
lo siento por ese ciervo
por los daños que me hacía.
Si hay quien mate ese ciervo,
cantidad que ganaría,
y a quien lo trajese vivo
casaré con doña Elvira.
Baltasar, que estaba oyendo
lo que su rey le decía,
allá monta en su caballo,
que par del aire corría,
y en ese mismo caballo
partió por la sierra arriba.
Andando por media sierra
un viejo tropezaría.
—Dígame, padre, el misterio,
así Dios le dieria vida,
el ciervo de pies calzados
¿dónde tiene la guarida?
—Allá arriba está la loma,
en la loma está la oliva,
medio hombre lleva fuera
y otro medio en la barriga,
y el que llevaba por fuera
figura de hombre tenía.
—¡Vuela vuela, mi caballo,
da vuelta para Sevilla!
Da dos paso adelante
y al punto se pararía,
picó espuelas y el caballo
subió por la loma arriba.
—¡Tus padres que te mandaron
poco te estiman la vida!
Riñó el hombre, riñó el ciervo,
por fin el hombre vencía,
que vencía al medio hombre
por la fe que se traía.
Lo agarró por la cornada
y al rey lo presentaría.
—¡Aquí tienes, padre rey,
lo que usted a mí me pedía!
—¡Sube sube, Baltasar,
de monedas cargarías!
—¡Yo no quiero las monedas,
que yo monedas tenía,
lo que quiero es que se cumplan
las palabras que decía!
A casar va Baltasar,
a casar con doña Elvira;
hoy se celebran las bodas,
mañana se casarían.

lunes, 18 de septiembre de 2006

Lanzarote y el orgulloso


No hay muchos romances artúricos, pero los pocos que hay son bien curiosos. El que traigo hoy es célebre porque Cervantes cita los primeros versos en el Quijote, daquesta bella manera:

todos le tuvieron por loco, y por averiguarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo qué quería decir caballeros andantes.
—¿No han vuestras mercedes leído, respondió Don Quijote, los anales e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña, que este rey no murió, sino que por arte de encantamiento se convirtió en cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a este haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron sin faltar un punto los amores que allí se cuentan de Don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quitañona, de donde nació aquel famoso romance, y tan decantado en nuestra España de:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido,
como lo fue Lanzarote
cuando de Bretaña vino;

con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. Pues desde entonces, de mano en mano fue aquella orden de caballería extendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula con todos sus hijos y nietos hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería, en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mismo que profesaron los caballeros referidos, profeso yo; y así me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me depare, en ayuda de los flacos y menesterosos.

El romance completo, próximo a El caballero de la carreta de Chrétien de Troyes en el planteamiento, dice ansí:

Lanzarote y el orgulloso

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido

como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino,

que dueñas curaban de él,
doncellas del su rocino.

Esa dueña Quintañona,
ésa le escanciaba el vino,

la linda reina Ginebra
se lo acostaba consigo;

y estando al mejor sabor,
que sueño no había dormido,

la reina toda turbada
un pleito ha conmovido:

—Lanzarote, Lanzarote,
si antes hubieras venido,

no hablara el Orgulloso
las palabras que había dicho,

que a pesar de vos, señor,
se acostaría conmigo.

Ya se arma Lanzarote
de gran pesar conmovido,

despídese de su amiga,
pregunta por el camino.

Topó con el Orgulloso
debajo de un verde pino,

combátense de las lanzas,
a las hachas han venido.

Ya desmaya el Orgulloso,
ya cae en tierra tendido.

Cortárale la cabeza,
sin hacer ningún partido ;

vuélvese para su amiga,
donde fue bien recibido.

domingo, 17 de septiembre de 2006

La reina Ginebra y su sobrino


«La pieza más erótica del Romancero Viejo» bien podría ser ésta, publicada en 1551. Escribe Giuseppe Di Stefano que «el pecado propio del romance que la filología no alcanza a absolver es su licenciosidad, tan franca que nos aparece casi inocente». Desde luego, los tópicos sobre el moralismo férreo del Romancero quedan aquí donde deben. A pesar de la fecha de publicación, la trama se mantiene fiel a la versión más arcaica del adulterio de Ginebra, en la que es su sobrino (Mordred) y no Lanzarote quien se aventura bajo sus faldas.

La reina Ginebra y su sobrino

Cabalga doña Ginebra
y de Córdoba la rica
con trescientos caballeros
que van en su compañía.
El tiempo hace tempestuoso,
el cielo se escurescía;
con la niebla que hace escura
a todos perdido había
si no fuera a su sobrino,
que de riendas la traía.
Como no viera a ninguno,
desta suerte le decía:
—Toquedes vos, mi sobrino,
vuestra dorada bocina
porque lo oyesen los míos
que estaban en la montiña.
—De tocalla, mi señora,
de tocar sí tocaría;
mas el frío hace grande,
las manos se me helarían;
y ellos están tan lejos
que nada aprovecharía.
—Meteldas vos, mi sobrino,
so faldas de mi camisa.
—Eso tal no haré, señora,
que haría descortesía,
porque vengo yo muy frío
y a vuestra merced helaría.
—Deso no curéis, señor,
que yo me lo sufriría;
que en calentar tales manos
cualquier cosa se sufría.
Él, de que vio el aparejo,
las sus manos le metía;
pellizcárale en el muslo
y ella reído se había.
Apeáronse en un valle
que allí cerca parescía.
Solos estaban los dos,
no tienen más compañía;
como ven el aparejo,
mucho holgado se habían.

sábado, 16 de septiembre de 2006

Guinnevere


Dilectisimmae puellae

... blanca y última señora
de todos los caballeros.
(Rafael Sánchez Mazas)


GUINNEVERE
(Crosby, Still & Nash, 1969)

Guinnevere
had green eyes
like yours, mi'lady, like yours
when she'd walk down
through the garden
in the morning after it rained.
Peacocks wandered aimlessly
underneath an orange tree.
Why can't she see me?

Guinnevere
drew pentagrams
like yours, mi'lady, like yours,
late at night
when she thought
that no one was watching at all
on the wall.
She shall be free
as she turns her gaze
down the slope
to the harbor where I lay
anchored for a day.

Guinnevere
had golden hair
like yours, mi'lady, like yours.
Streaming out when we'd ride
through the warm wind down by the bay
yesterday.
Seagulls circle endlessly,
I sing in silent harmony.
We shall be free.



viernes, 15 de septiembre de 2006

El bardo Ezra Pound


Otro cantor inusitado. La letra seduce. Pero es la decisión, de nuevo, lo impresionante. ¿Ha habido algún poeta español capaz de esta urgencia?

All things are a flowing,
Sage Heracleitus says;

But a tawdry cheapness

Shall reign throughout our days.

jueves, 14 de septiembre de 2006

Prosaísmos


Escala descendente de evidencia.
Vivimos entre otros. Con los otros.

Por los otros, tal vez. Unos por otros
como quien va pasándose la china.

Un día te la ligas. Y la palmas.

martes, 12 de septiembre de 2006

La voz de los elfos


Anglosajones: no hay quien los detenga. Tienen ideas tenaces sobre la poesía y su relación con el arte musical y no les falta un micro, caja de resonancia por la que despeñarse. No intenten imaginarse a Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda (recitadores galanos) arriesgándose a tanto. Hasta García Calvo, capaz de poner voces distintas a cada personaje de una comedia, deja a otros la tarea de musicar sus textos. El viejo profesor, no. Con dos bemoles.

La canción en tres versiones: recitada por Tolkien, musicada y cantada (en emotivo low-fi ) por el maestro y en versión, más aliñada, de Donald Swann.

lunes, 11 de septiembre de 2006

Grises y azules


Marqués de Cubaslibres: va por vos (y por su dilecta hermana) esta suma rareza de la Incredible String Band. Tanto lo es que no he conseguido fecharla ni localizar la letra. De todas formas, es la música, relajada y como perezosa (¡esa flauta crimsoniana!), la que me la ha traído a la memoria, a propósito de esa atonía amateur que lastra ciertas canciones y las vuelve desesperadamente íntimas. El sonido cuarto de estar, como quien dice. ¿Un papelito azul?

domingo, 10 de septiembre de 2006

Acertijos y disfraces


Con todas sus imperfecciones (siseo de la cinta, cuerdas que cerdean, coches que pasan), las grabaciones caseras, guitarra y voz a pelo, tienen una calidez que se pierde siempre cuando uno graba por pistas. Esta canción, por ejemplo, cantautoril y cientovolandera, es lo que es en estado puro. Así les encuentre.

He llegado a conocerte
y ahora quisiera contarte
que cerraba bien los ojos
siempre que salía a buscarte.
Con las manos encendidas
me escapaba cada tarde:
callejuelas y avenidas,
acertijos y disfraces.
Te he esperado sin buscarte,
sin saber nada de ti.
No sabría cómo explicarte,
pero hoy sé que estás ahí.
Atravieso solo el parque,
cae la lluvia en la ciudad.
Me confundo entre la gente
como un pasajero más.

Navegar a la deriva,
viajar a ninguna parte,
verte en todas las sonrisas,
aprender a imaginarte.
Temporales que se calman,
ventanitas encendidas
donde se asoman las almas,
apeaderos de la vida.
Florecen tardíos los besos,
vuelvo a sitios que no están,
te he buscado en los reflejos
de las cosas que se van.
Salgo de mis pensamientos,
pongo en hora el corazón,
he llegado sin buscarte
hasta la última estación.

Cosas que no sé contarte,
desengaños y esperanzas,
juegos y casualidades,
sueños y amapolas blancas.
Olvidar los cargamentos,
aprender a hablar de nuevo,
ventilar las ilusiones,
afilar los lapiceros.
Navegar contra corriente,
probar suerte por probar:
cosas que son imposibles,
cosas que pueden pasar.
He llegado a conocerte,
te has cruzado por azar.
Te he mirado hasta perderte
y he empezado a caminar.

(Daniel Martín)





sábado, 9 de septiembre de 2006

Punkarras de antaño


Van veinte años. Tierno nos dejó en el 86, con perspectiva suficiente para opinar sobre lo que había dado de sí la famosa movida madrileña. Lo parafraseo sin mala conciencia: 'a los líderes (como Alaska y Ramoncín) no les queda otra salida que culturizarse'. Los hechos ya empezaban a darle la razón. Ramoncín emprendía su carrera de lexicógrafo, husmeando el Diccionario secreto de Cela y empollando el Tocho cheli que publicaría en el 96. Olvido Gara (Alaska ante las cámaras) salía anunciada en la Cosa-Visión como emblema de La bola de cristal. Bastante más despierta que Ramoncete, cuando éste se sumaba a la cruzada antidrogas, ella entraba por la puerta del éxtasis al estudio de la antropología y el chamanismo.

Cuando leí la entrevista, pensé que Tierno estaba (palabras de entonces) fuera de onda. Después de todo, Ramoncín ni siquiera pertenecía a la Movida o la Nueva Ola: una de sus canciones más aprovechables, Nu Babe, era precisamente una sátira de aquella fiebre popera. Lo suyo era otro rollo más antañón: reescrituras guitarreras de Come Together (Marica de terciopelo, El rey del pollo frito) y otras fritangas punkis (Putney Bridge) o springstinianas (Ángel de cuero). En cuanto a Alaska, demostrando una vez más su inteligencia, ya por entonces decía, como Moncho Alpuente, que sólo hablaban de la Movida los que nunca habían tenido (o estado en) una, y que todo aquello no era, ni pretendía ser, más que diversión intrascendente.

Pasado el tiempo, nada de eso importa y se ve que Tierno tenía más razón (y olfato) que un santo. No se puede seguir en la misma pose postadolescente para siempre, y antes o después la presión para adultecerse (o adulterarse), 'pensar en positivo' e invertir en proyectos e ideologías (por algo se empieza) es irresistible. Así las cosas, uno puede salir del empeño ampliado, convertido en un ser más complejo, o reducido a una parodia cargante. Aunque el planteamiento engañe, la verdad es que no cabe el libre albedrío. La ironía (que no el frigidaire) le mantiene a uno fresco, contradictorio, abierto; la inclinación a la monserga lleva al antisistema de ayer al nota de la SGAE de mañana. No hay cambio: sólo decantación. Algo muy parecido al destino. Si naciste pa martillo, del cielo te caen los clavos. O los huevos.

viernes, 8 de septiembre de 2006

Silvio String Band


Encantadora sorpresa en el libreto del último disco de Silvio:

Por muchos lugares pasaba la historia

Era Londres y 1987 cuando le pregunté a Joe Boyd por un dúo británico de música folclórica que casi 20 años atrás Sandro Gandini me había hecho escuchar. Sólo recordaba el curioso nombre de la pareja: The Incredible String Band, y el título de una canción: "Nightfall". Aquel disco contenía algunos temas francamente hermosos, que sonaban exóticos a mis oídos por los laúdes, las arpas, las flautas y los instrumentos de percusión del folclor anglosajón. Las voces de los intérpretes eran singularmente maleables, con expresivos glissandos y cambios de tesitura, al extremo de proporcionar una audición insólitamente gráfica. Fue una sorpresa escucharle decir a Boyd: —Por supuesto: son Robin Williamson y Mike Heron. El disco se llama "The Hangman's Beautiful Daughter" y yo lo produje en 1968. Si quieres puedo conseguirte un ejemplar. Hago la anécdota porque pudiera explicar los orígenes musicales de «Por Muchos lugares". Y no es que ésta canción se parezca —creo yo— a alguna de aquellas en particular. Es que su aire de antigua balada irlandesa acaso se deba a que alguna vez escuché y gusté de aquel dúo que, por momentos, efectivamente sonaba como una increíble banda de cuerdas.

jueves, 7 de septiembre de 2006

Educación (III): Las buenas costumbres


(Obvio, pero oportuno. Como cantaba Chicho Sánchez Ferlosio: ¡Ay, Perogrullo, / si tuvieran las Cortes / consejo tuyo!)

Toda la enseñanza literaria debería realizarse mediante la presentación y la yuxtaposición de trozos literarios y NO por la discusión de lo que algún otro discutidor dijo sobre la importancia de un poeta o autor. Cualquier profesor de biología dirá que el conocimiento NO puede transmitirse mediante declaraciones generales sin el conocimiento de los casos particulares. Usando el método de presentación y yuxtaposición hasta un profesor medianamente ignorante puede transmitir la mayor parte de lo que sabe sin llenar la cabeza del alumno con grandes cantidades de prejuicios y errores. La enseñanza puede ser incompleta, pero no será viciosa o idiota. Los prejuicios ridículos en favor de los autores conocidos, o en favor de los modernos contra los antiguos o de los antiguos contra los modernos, desaparecerían necesariamente.

(Ezra Pound, La misión del maestro.)

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Los abuelos (II): Ezra Pound


El arte de la poesía, por Ezra Pound, Joaquín Mortiz, México. Helo aquí: un libro heredado, afanado hace unos días (con su permiso) a un amigo entrañable que lo compró de segunda mano, quizá en Chile. No sé qué lector de la cadena (que adivino larga) ha herido el papel con el lápiz, señalando los puntos del texto que le han deslumbrado. En general uno concuerda y hasta se da por aludido. Aviso a sonetistas, por ejemplo:

Si usas una forma simétrica, no escribas primero lo que quieres decir para después llenar con mierda los huecos que te queden.

Otras veces uno vacila. Sucede que Pound cree en el progreso, y su idea de la antología perfecta es una escalera hacia la perfección imaginista:

La mejor historia de la literatura, especialmente de la poesía, sería una antología en tres volúmenes en la que cada poema se seleccionaría no por ser un poema agradable o porque le gustara a la tía Fulanita, sino por contener una invención, una contribución definitiva al arte de la expresión verbal.

Pound llega a concretar la antología: empieza con Homero y Safo (nada de los trágicos) y sigue con Catulo, Ovidio y Propercio (se molesta en escupir al paso sobre Píndaro, Horacio y Virgilio). Del medievo le vale el Seafarer anglosajón (que desconozco) y cualquier epopeya o saga, como el Cid o el Beowulf. Hay que llegar a los trovadores para pisar el freno: al menos 30 poemas en provenzal y alguna canción en alemán como contraste instructivo. (Anacrónicamente, añade la Muerte de Adonis, de Bión, al lote).

Saltando a Italia, receta a Guido Cavalcanti y a Dante. A Petrarca ni lo cita. Se entusiasma con Villon y nos aclara que a partir de él casi toda la poesía, Shakespeare incluido, es mera floritura, refrito más o menos preciosista de fórmulas agotadas.

Cuando vuelve a salvar algo, estamos ya en el XVIII, cuyas sátiras contienen algo de juego lingüístico novedoso. A partir de 1750, la poesía deja de intentar siquiera mantenerse en forma. Son los prosistas los que avanzan: Stendhal, Flaubert. Hasta Corbière no hay buenas noticias, y éstas se limitan a un retorno a Villon. Laforgue, Gautier y Rimbaud (que no Baudelaire) vuelven a ser poetas arriesgados, de distintas maneras (Gautier no sabemos cómo; Laforgue por su logopea, su juego audaz con las palabras arrebatadas de su contexto y vivificadas por la ironía; Rimbaud por sus imágenes claras, exactas).

A partir de ahí, la antorcha pasa a Joyce, Yeats, Eliot, el propio Pound. Todo lo demás es filfa, o enfermedad que exige un bisturí implacable (el Barroco, por ejemplo, intento nefasto de neolatinizar las lenguas romances).

El escrutinio de Pound no envidia al del Cura y el Barbero. Tiene la misma claridad de ideas, la misma sensibilidad para rescatar lo poco que hay de invención o maestría (Amadís y Tirant lo Blanch, en Cervantes) y deshacerse de todas las copias borrosas.

Darle la razón a Pound (creer a Laforgue superior a Baudelaire, ilegibles a Quevedo y Góngora, insolventes a Petrarca o Rubén Darío) aporta una ración de vértigo muy saludable. Sin embargo, uno no dejaría en sus manos la selección de su biblioteca (la mía, desde luego, ardería casi por entero), del mismo modo que no se resignaría a ir al cine a ver únicamente las películas que, según el gran Mengano, revolucionan el arte fílmico.

En todo caso, dársela de veras es imposible, siquiera porque Pound se toma la molestia de indicar que quien esté dispuesto a suscribir y aplaudir las filias y fobias que nos presenta no ha trabajado ni aprendido nada: aunque se agradezca una guía, el camino de rosas y espinas es siempre tarea personal, indelegable.

Uno puede entender en qué sentido el progreso de cierta técnica pasa por Cernuda, Gil de Biedma y Fonollosa —y seguir prefiriendo (o estimando, al menos, igualmente) a García Lorca, Larrea y J. A. Goytisolo. A lo peor, el verdadero progreso está en Valente y sus acólitos, y en ese caso mejor cerrar el libro y olvidarse del arte.

Pound, en todo caso, interesa vivamente a cualquiera que se acerque a sus palabras. Habrá que leer sus Cantos. Sobre su distinción entre melopea, fanopea y logopea como los únicos y verdaderos géneros poéticos hablamos (si podemos) otro día.

martes, 5 de septiembre de 2006

Los abuelos (I): Nick Mason


Pues sí. Nuestros padres son ya abuelos (o podrían serlo), y el tópico los querría desprestigiados y preteridos en esta sociedad peterpanesca y blablablá. La verdad es que, aquí y ahora, se puede tener sesenta años largos y seguir en el candelabro, seduciendo pupilas y neuronas. La vejez ya no es sólo privilegio de bluesmen. Leonard Cohen, Bob Dylan o los Stones se mantienen lúcidos y, si procede, saltarines.

Nick Mason, de Pink Floyd, nació en el 44. Inside Out: A Personal History of Pink Floyd es su debut como escritor, y vive Dios que no ha desaprovechado la oportunidad. Del libro, además de ilustrado (y a veces decepcionado: ya veremos en qué) se sale con la impresión de haber conocido a un conversador de primera, un millonario tranquilamente desesperado, irónico y sensible.

Aunque el cuidado diseño (del equipo Hipgnosis, en la mejor tradición de la casa) y la abundancia de fotos bien escogidas le dan un aire glamuroso, de producto de lujo, la historia que nos cuenta Mason es más desmitificadora que otra cosa. Con elegancia, se reserva los juicios más severos para sí mismo (un batería mediocre y, a veces, perezoso), pero el grupo en su conjunto no sale muy bien librado: aunque medraron al calor de la psicodelia, sólo Barrett participó, con más corazón que cabeza, en aquella peculiar cruzada contra las mentes cuadradas (y así le fue). Los demás, obsesionados por hacer caja, perfeccionaron (con la preciosa ayuda de Hipgnosis y de varios artistas plásticos de talento) un entramado de falso underground tan convincente como huero, golosina lúcida y premeditada para que otros ensoñaran (y se alienasen). Reveladoramente, el tema terminal de Pink Floyd es la pestilencia del grupo mismo, el montaje de sangre y lentejuelas de The Wall, que juega a autodestruir su propio glamour mientras planea cuidadosamente el merchandising y los efectos especiales. Del vinagre a la sacarina: cuando el egotrip de Waters parecía de una avilantez insuperable, Gilmour y Mason emporcan aún más la etiqueta, manteniendo vivo el nombre del grupo (y poco más) en una serie de discos prescindibles e insulsos.

A pesar de lo dicho, da la impresión de que Mason se pasa de duro. Aunque él lo diga, es casi imposible creer que maravillas como Echoes o Shine on you crazy diamond sean obra de una banda aburrida que da bandazos y recicla hallazgos ajenos. Más aún: si realmente fue así, la genialidad del producto se convierte en un enigma sobre el que Mason nada sabe aclararnos. Hay que suponer (como diría el parlero Fripp) que algún hada buena o reparador de sueños supo hacer oro de las cenizas.

De las muchas anécdotas del texto, mi preferida es la carambola que lleva a Mason a convertirse en productor de The Damned, grupo punk. El cambio de hábitos se resume en una frase: el disco entero se grabó y mezcló en el tiempo que Pink Floyd tarda en probar los micros.

Hay, por lo demás, muchas curiosidades que quedan resueltas. El sonido lamentable de Animals responde a una aventura de autoproducción que muy bien pudo evitarse. The Dark Side of the Moon fue, a ojos del grupo, su obra magna, hasta tal punto que después se sintieron vacíos y coquetearon con la idea de un disco de música concreta felizmente archivado. Atom Heart Mother fue otra huida (ésta, consumada) hacia la vanguardia, en un momento en que el grupo se temía (con buena visión de futuro) que la discográfica intentara exprimirles con un disco de muzak, en plan The London Symphony Orchestra plays Pink Floyd.

All in all, por menos de 20 euros el libro es una bicoca, y el viaje nostálgico por tantos discos queridos nunca es infructuoso. Es cierto que cuesta encontrar una canción de Pink Floyd que me apetezca volver a escuchar —pero la encuentro: Pillow of Winds. Lo mejor de Gilmour (y de todos) cabe en esa miniatura deliciosa. Róbenla (o cómprenla) y me cuentan.

domingo, 3 de septiembre de 2006

Efectos secundarios


La letra pequeña resume la maldad del mundo. El día de dos años y un día te envía a la cárcel. Los indicios eventuales de cacahuetes, frutos de cáscara y leche vuelven, para algunos, venenoso el chocolate. Lítotes, preterición, dilogía, el alacrán ameniza la piedra. Natura no sólo ama ocultarse: anhela perderse sin dejar señas, como si el tribunal del espejo fuera la más vergonzosa de sus conquistas. Todo muy quevedesco, pero sin roña seca (la higiene ha avanzado lo suyo). No sé qué necesito, pero sé lo que me ronda. Una canción de los Cardigans, The Sundays, Camera Obscura o La Buena Vida. Similia similibus. Homeopatía.



viernes, 1 de septiembre de 2006

Valorio (V): Viento de Marzo


Viento de marzo, amiga,
¿qué dice el viento?
¿Han talado los álamos
del bosque nuestro?
¿Se han secado las fuentes
de tus cabellos?
Hay un grano de acero:
está temblando en el corazón
del Tiempo.

Lluvia con sol, pastora,
¿qué nos han hecho?
¿Se han helado las flores
de los almendros?
¿Un surquito de lágrimas
rayó tu espejo?
Hay un pájaro quieto
arrebujado en el corazón
del Tiempo.

Ruido de arroyo, ¿sientes
lo que yo pienso?
¿Han vendido la lana
de tus corderos?
¿No te acuerdas de uno
de tantos besos?
Hay un niño de hielo
fijo en el centro del corazón
del Tiempo.

Dame la mano, niña,
desde tan lejos.
¿No saliste conmigo
del bosque negro?
¿No han nublado tus ojos
los turbios sueños?
Una espina de plata
híncala tú en el corazón
del Tiempo.

1974

(Agustín García Calvo, Valorio 42 veces)