martes, 11 de abril de 2006

Versiones de Judas



Sorpresas de lo eterno. Creíamos que Borges (y, en el fondo, así es) había agotado las posibilidades de una hipotética rehabilitación de Judas. Propp ya nos contó, por otra parte, que Judas fue un Edipo sin suerte. Surge ahora este evangelio gnóstico, que hace de Judas un prototipo de Severus Snape, condenado (si Rowling no dispone otra cosa) a matar a su maestro como último sacrificio que éste le exige.

En el revoloteo de medias verdades (dirán que mientes dos veces / si dices la otra mitad), oímos que la Iglesia católica actual no tiene nada que temer ni ocultar. Cierto: no hay edición española de los Apócrifos más galana que la bilingüe de la Biblioteca de Autores Cristianos, ni estudio menos tendencioso que la Cristología gnóstica del católico padre Orbe. Tan cierto como que este noble respeto filológico por la verdad es una mutación relativamente reciente de una Iglesia que, antaño, se entregó con fruición a la quema de cuantos escritos pudieran descarriar almas.

La mar de fondo, si no me equivoco, sigue siendo la de Eustacio: Amo lo que es de un solo modo, conforme a Dios, y rechazo lo de muchas apariencias al modo de la Empusa. Es el pluralismo, la presencia de versiones (y lecturas) discrepantes de un mismo relato, lo que turba a los adeptos del monótono-teísmo. La mera existencia de cuatro evangelios, por muy canónicos que sean, resulta ya un tanto ofensiva —como testimonian las horas invertidas en forzarlos a trabajosa concordia. Las aportaciones de los apócrifos no gnósticos (que incluyen bagatelas como el número y nombre de los Reyes Magos, la virginidad de María antes y después del parto, el nacimiento en una cueva, el portal de Belén, la mula y el buey, la figura de un José anciano...) han entrado en la tradición por la puerta de atrás, procurando borrar su procedencia. Digerir en serio la cristología gnóstica es, todavía, labor de vanguardia de Orbe y algún otro especialista. En plan divulgación, seguiremos leyendo que según los gnósticos Dios quiere el mal en el mundo: una traducción del copto al católico digna del Babelfish de Altavista.

3 comentarios:

Al59 dijo...

Otra rehabilitación de Judas (en Orbe, CG II, p. 227): no es Cristo quien muere en la cruz, sino Simón de Cirene —o Judas, que se reconcilia así con el maestro. Cristo contempla la escena, sonriendo.

Anónimo dijo...

Coincido con tu sospecha de la mar de fondo. La pluralidad resquebraja el monolito. Así no hay quien invoque fundamentos, desde luego.

Pero lo poco que he podido hurgar en el hallazgo me reafirma en que, con semejantes mimbres, los gnósticos tenían la batalla perdida de antemano. En esta vaina siempre sale Borges: aquello de que si hubiese cuajado Alejandría y no Roma, otro gospel nos habría cantado. Yo no lo veo tan claro. Este Jesús sigue siendo el altivo iluminado de Nag Hammadi, con la "permagrin" desdeñosa de los enteraos. En plena Última Cena, ¡se ríe del rezo iluso de los apóstoles! Claro, él está en el secreto y sólo busca salvarse; los atorrantes discípulos son unos canelos: los "primos" de un dios menor.

Sólo que este misticismo sardónico no gana almas. Otra cosa es el deleite literario a toro pasado. Yo, desde luego, me quedo con el Cristo que se despiporra!

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(Empusa a buen recaudo. Jugosa pinta. Gracias por el regalo!)

Al59 dijo...

Es buena traducción ésa de gnósticos por enteraos -y bien cierto que el fracaso y la persecución tienen mucho que ver con su actual glamour. Aun así, si el paladar estragado no me engaña, hay algo numinoso en sus delirios razonados (y razones delirantes) que sugiere que lo suyo trasciende la palabrería: con los riesgos propios del caso, estas gentes se lanzaron a bucear en el trasmundo —y volvieron sonriendo. Ese fermento febril, capaz de alumbrar tantos siglos más tarde el Demian de Hesse o los cuentos de Borges, es el que realmente los salva.
(Lo de Empusa no ha envejecido demasiado bien, pero al menos cae en buenas manos. Quiera Fósforo que lo disfrute.)