martes, 28 de marzo de 2006

Mater Tenebrarum


TRES APROXIMACIONES
A UNA LEYENDA URBANA RENACENTISTA

No está muerto lo que puede
yacer eternamente.
(Abdul Alhazred, Necronomicon)

I. LA LEYENDA, DESDE LA HISTORIA

En el resto de Italia, se había despertado también por aquel tiempo, naturalmente, el interés por las antigüedades romanas. Ya Bocaccio llama a las ruinas de Baia [ciudad romana cercana a la moderna Nápoles] «viejos muros, y nuevos, no obstante, para el moderno espíritu»; desde entonces se las consideró como el lugar más digno de visitarse en los alrededores napolitanos. Se empezaron a coleccionar antigüedades de toda especie. Ciriaco de Ancona recorrió no sólo Italia, sino otras regiones del viejo Orbis Terrarum [orbe terráqueo], y trajo de su viaje multitud de dibujos e inscripciones. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, respondió que «para resucitar a los muertos».

[...] Entregado el ánimo de la gente a tales exaltaciones, vino a suceder que el 18 de abril de 1485 empezó a correr el rumor de que se había descubierto el cadáver de una joven romana —de la Roma antigua— de maravillosa belleza. Unos albañiles lombardos, que en unas tierras del convento de santa María, en la Vía Apia, más allá de la tumba de Cecilia Metella, excavaban un sepulcro antiguo, encontraron un sarcófago de mármol con la supuesta inscripción: «Julia, hija de Claudio». El resto pertenecía ya al reino de la fantasía: que los lombardos desaparecieron al punto con los tesoros y las piedras preciosas que adornaban y acompañaban al cadáver, y que éste estaba tan impregnado de una esencia balsámica que lo conservaba tan fresco, y aun tan flexible, como el de una muchacha de quince años que acabase de fallecer. Llegó incluso a decirse que tenía vivo el color y entreabiertos los ojos y la boca. Se llevó al palacio de los conservadores, en el Capitolio, y para verla allí se inició una verdadera peregrinación. Muchos acudían para pintarla, «pues era hermosa como no puede decirse, como es imposible describir, y si intentáramos decirlo o describirlo, no lo creerían los que no lo vieron con sus ojos». Pero por orden de Inocencio VII fue enterrada una noche, delante de la Porta Pincia, en un lugar secreto, en el claustro de los conservadores quedó sólo el sarcófago vacío. Probablemente se había modelado, en cera o algo parecido, una máscara de estilo idealizado sobre la cabeza del cadáver, coloreada convenientemente la materia empleada, lo que concertaba muy bien con los cabellos dorados de que nos hablan. Lo conmovedor aquí no es el hecho mismo, sino el firme prejuicio de que un cuerpo «antiguo» —que es lo que, al fin, creía contemplarse en verdadera realidad—, por el solo hecho de serlo, tenía que ser de una belleza superior a cuanto existía.

(Jacob Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia, tr. Jaime Ardal, Madrid: Sarpe, 1985, pp. 156-8).

II. LA LEYENDA, DESDE LA PSICOLOGÍA JUNGUIANA

El ánima llegó incluso a inspirar un movimiento de masas: por los caminos de Roma marchaban los peregrinos hacia Roma para ver a «Julia, hija de Claudio», ese prodigio de muchacha adolescente descubierta durante las excavaciones practicadas en la primavera de 1485, que, aunque muerta desde hacía más de un milenio, conservaba en sus labios, su pelo y sus ojos una frescura y belleza comparables a las de una persona viva y —siendo una corporeización visible de la Antigüedad— superaba en hermosura a cualquier criatura viva.

(James Hillman, Re-imaginar la psicología, tr. Fernando Borrajo, Madrid: Siruela, 1999, pp. 407-8).

III. LA LEYENDA, RECREADA DESDE LA NOVELA FANTÁSTICA MODERNA

Me sumí en la contemplación de un viejo grabado, en el que se veía yacer a una joven de larga cabellera oscura en un lecho fúnebre en el centro de una plaza. Una fachada de columnas cerraba el fondo, las líneas del buril muy separadas para dar la sensación de lejanía. Rodeaban a la muerta personajes de porte aristocrático, con las cabezas respetuosamente descubiertas. No necesitaba leer el texto para saber que representaba a la ignota romana hallada hace cinco siglos en unas excavaciones de la Via Apia, en un sarcófago sin inscripción ni relieves. Se conservaba tan perfectamente que parecía dormida.

En aquel tiempo en que la vida y la muerte eran las dos caras de la misma moneda, nadie se sorprendía al ver cadáveres flotando en el Tíber o siendo pasto de los perros o juguete de la chiquillería. Nadie hacía melindres si tenía que arremangarse los faldones y dar un salto para no pisar una carroña a la puerta de su casa. Pero el hallazgo del cuerpo de la joven fue recibido como un raro don. Y es porque aquella belleza, que tenía un risueño aspecto primaveral, era el alma misma de la ciudad, hermosa y repugnante, morena de piel clara y uñas como cristales, hediendo a carne perfumada y vieja. Roma.

Fue tal la simpatía entusiasta que mostraron los romanos hacia la hermosa antigualla venida desde el fondo de los siglos, que el Papa temió una vuelta al paganismo, escribieron en sus cartas los embajadores vénetos y napolitanos, con sus plumas venenosas. Pero se equivocaban. Partenio nos había dicho a los atónitos discípulos que lo que había sembrado el terror en el corazón de aquel hombre agobiado por el peso de la tiara y de los años, y que ya no discernía las fronteras entre su historia personal y la de su pueblo, no era eso. Lo que le aterraba secretamente era el hecho de que él sí conocía el nombre de aquella joven patricia de negra cabellera y pendientes en forma de gorgona. Se llamaba Mater Tenebrarum y venía en su busca, para arrastrarle al Hades.

Los conservadores se la regalaron, pero no quiso ni verla. No supo que unas manchas oscuras habían empezado a extenderse bajo la finísima piel de la frente y las mejillas, ni que la nariz parecía estar perdiendo frescura. El cabello, que hasta entonces cayera en suaves bucles como humedecidos por el sudor, adquiría por momentos la aridez de la estopa. Ordenó enterrarla en los huertos vaticanos, junto a unos gallineros. A partir de entonces, comenzó el rápido crepúsculo de su vida.

(Pilar Pedraza, La pequeña pasión, Barcelona: Tusquets, 1990, pp. 54-6)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. Al59:
Tras una ausencia en la visita de su blog, me asomo esta mañana y hallo el magnífico post que hoy nos deja. Gratificante, tonificante, sugerente... para releer sin duda. Un saludo.

j. dijo...

La esencia de esta vida muerte aparente no se puede desentrañar con palabras, pero tal vez sólo con palabras se puede revelar su naturaleza de misterio. La imagen (de la imagen, pues eso es la aparecida estática) por su naturaleza y familiaridad dice menos, o se confunde como un libro entre libros; quizá sólo la Ofelia de Millais ha superado ese handicap. Buen texto.

Un saludo.

Anónimo dijo...

La mitología popular (urbana), curiosamente, tiene vigencia hasta en una sociedad tan sobresaturada de información como la nuestra. A pesar de haber cientos de canales para contrastar una información, la sinergia del boca a boca tiene más peso que el de los medios de comunicación.

http://elsexodelasmoscas.bitacoras.com

EdCh dijo...

Maravilloso su blog. Sugestiva entrada; no conocía esta leyenda. La imagen de la muchacha pura y, por eso, redentora de un pueblo, salvadora de una catástrofe o mensajera de los dioses, es una extraña constante en el imaginario popular... y en la poesía de todos los tiempos.

Al59 dijo...

Gracias a todos los que abristeis la puerta de la cripta. Si la señora de la misma está de acuerdo, pasaremos allí esta semanita, entre hongos fosforescentes y manuscritos narcóticos (o pnakóticos).