viernes, 31 de marzo de 2006

La letra pequeña


Cuentan que el sabio francés Gilberto de Aurillac (955-1003) hizo un pacto con el Diablo para llegar a ser Papa. Entre otras maravillas, el Demonio le ayudó a construir una cabeza encantada de latón que era capaz de contestar o no. Gilberto preguntó si llegaría a ser papa, y la cabeza dijo sí; a continuación le preguntó si moriría antes de haber dicho misa en Jerusalén. La cabeza dijo no. Felicitándose por su astucia, el mago decidió que jamás viajaría allí y sería, por tanto, inmortal.

Una vez elegido como Papa, con el nombre de Silvestre II, el brujo disfrutó durante muchos años de los placeres de la gloria, engañando a todos con sus artes. En el Vaticano todos le admiraban por su ciencia y su piedad, y a nadie pareció chocarle su negativa pertinaz a viajar a Tierra Santa.

En una ocasión, cumpliendo sus deberes eclesiásticos, Silvestre tuvo que decir misa en una pequeña iglesia de Roma, y mientras consagraba el pan y el vino comenzó a sentirse mal. Miró hacia arriba, a una de las vidrieras, y vio un enjambre de demonios que la golpeaban con sus alas, luchando por entrar. Con la frente bañada en sudor, cayó de repente en la cuenta: aquel templo se llamaba santa María de Jerusalén.

Comprendiendo que estaba perdido, Gilberto, tembloroso, se dirigió a los feligreses y les pidió disculpas por la misa atípica que iba a ofrecerles. Una por una, fue desgranando todas sus culpas como un collar de perlas negras, y al fin, casi sin voz, hizo un ruego. Si los presentes estimaban en algo la salvación de su mal pastor, todos los miembros de su cuerpo con los que había servido al Diablo (sus brazos, piernas, manos, lengua, ojos y cabeza) le habían de ser arrancados y esparcidos por los vertederos y pozos negros de la ciudad.

Cumpliendo su voluntad, los cardenales despedazaron su cuerpo, y decidieron colocar sus restos sangrientos en un carro, dejando que los caballos lo llevasen donde quisiera la providencia. El carro se detuvo ante la iglesia de san Juan Laterano, lo que se interpretó como una señal del perdón divino. Desde entonces, según se dice, cuando un papa va a morir la tumba de Silvestre II, situada en esta iglesia, se humedece de sudor. Si acercas el oído a la losa, puedes oír cómo tiemblan sus huesos.

3 comentarios:

Eleder dijo...

Precioso.

Anónimo dijo...

Curiosidades:
Gerbert de Aurillac, el Papa del año 1000, Silvestre II, es conocido en el mundo científico por haber introducido el sistema métrico decimal y el cero. Viajó a España y de ese modo, se inició en la ciencia árabe, y estudió matemáticas y astronomía.
Es también el inventor de un tipo determinado de ábaco: el ábaco de Gerbert en el que las fichas múltiples se sustituyen por una única ficha que etiquetada con un número arábigo. Su libro sobre el ábaco, Regulae de numerorum abaci rationibus, fue un texto de referencia durante mucho tiempo, y en el se explicaban ya los numerales arábigos. El ábaco de Gerbert usaba un sistema de veintisiete posiciones (cuesta imaginar que pudieran requerir cuatrillones en la época, quizás el Papa alardeaba de las capacidades de su superordenador). Sin embargo, quizás sí que hubiera un cierto efecto 1000 en cuanto a la computación al tener que pasar de golpe del complicado DCCCCXCIX al sencillo M.
Silvestre murió de malaria o tal vez asesinado.
(Osmo Pekonen et alt.)

Joselu dijo...

Una bella historia que recuerda la inevitabilidad del destino y aquel cuento oriental sobre la muerte y un hombre que debía ser tomado en Ispahan. Supongo que lo conoces. También interesantes las precisiones del sr. verle sobre Gerbert de Aurillac.