viernes, 17 de marzo de 2006

Fuera del mundo (AGC)


Aquí se está fuera del mundo. ¿Quién? A esa pregunta aquí no puede responderse. Pero mira: todas esas piedras preciosas, esos racimos de gemas por las paredes, formándose en collares de colores por el aire: sus aristas se pierden; son dulces y no hieren; lo que pasa es que no tienen precio; que es su precio lo que se pierde; porque son sin tasa, incontables; cada palabra que se pronuncia, se van convirtiendo en piedras preciosas, como en hostias de púrpura o en ristra de zanahorias: ¿cómo van a tener precio ni valor ninguno? Y con el tiempo, ¿sientes lo que pasa?: no hay tiempo; se vence al tiempo; no diré quién: ¿cómo va a haber nadie que lo venza?; pero tampoco hay tiempo; y no ya que falte la medida de la duración, que de prisa sea lo mismo que despacio; no, sino más: que las cosas no pasan una detrás de otra; que están pasando, si quieres, todas siempre; y aún es pálido y pedante decirlo así; que este fresco de las auroras que sube está subiendo incontables veces, cada vez la misma aurora y siempre auroras diferentes. Sólo cuando digas «Esta noche de maravilla», sólo entonces aquéllo será, habrá sido una noche; y que lo digas será la señal de que estamos volviendo de este viaje fuera del tiempo. Pero no ahora. Y por eso, diosa pequeña de la danza de brazos, si me pego a ti por detrás y pongo la mano sobre tu vientre, no sé ya de quién son los brazos ni si tuyo ni mío el vientre que se siente como pan bajo la mano. Se confunden los cuerpos; el cuerpo está resucitado. Y así, cuando recuerde esto en otro mundo, no lo podré contar como una historia: estará, en todo caso, distribuido como en estrella, con un núcleo que también esté repetido varias veces en explosión alrededor, recorrida, sin embargo, al mismo tiempo por cadenas de carcajadas intermitentes. Pero repetido, al mismo tiempo... No, no es lo mismo. Aquí nada es lo mismo. Lo mismo es la palabra incompatible con todo esto. Por ejemplo, ese pájaro con el vientre de naranja luminosa que cuelga allá del techo: si digo que es un avestruz, al punto está mudando en otro que deja ridícula la palabra; si le digo sólo pájaro, ya es más insecto u otra cosa; y animal y cosa y cualquier nombre que piense está ya inútil y viejo en el momento de pensarlo. Pero ¿de qué sirve también que diga veo, oigo, palpo? En otros siglos, en la prehistoria tal vez —¿recuerdas?—, se les enseñaba a los niños en el catecismo a distinguir cinco sentidos; así se les imbuían los esquemas de la división del trabajo. Pero ¡risa divina que entra de decir cosas como éstas! Y cada vez que alguno desde fuera viene a decir algo como «Las cosas, como son», ¡qué delicia de carcajadas que florece por todo el cuerpo! Pero mira: hasta podemos ponernos por un momento serios, ponernos a mirar estudiosamente esta mano que tenemos aquí delante, con su dorso moreno, con sus uñas, cinco, y los rebordes, algo sucios, de las uñas: esto es, podemos verla como se la ve en el otro mundo: estamos intentando introducir la lógica habitual del mundo como un caso particular de esta infinidad de lógicas en que aquí vivimos. Sólo que la mano enseguida se está cubriendo de hebritas de carmín o púrpura, que dicen «Falacia, falacia». Pero, además, no importa mucho aquí que cometamos trampas de lógica en el razonamiento: ¿no estás viendo cómo las trampas del razonamiento y las faltas de sintaxis se convierten en sartas de colores y abren calles de gemas? Aquí no hay manera de clasificar nada: las hipocresías que se cometen, por ejemplo, resultan tan verdaderas como todo lo demás. ¡Cómo no van a resultar, si basta con enunciar los deseos para que la frase sea una realidad!: así ahora digo «Debería haberme lavado el pelo para tenerlo más sedoso», y el pelo entre los dedos se me estira y se enrosca mucho más dulce que las sedas. Que es que esta vida es..., ¿no recuerdas cómo en el otro mundo sucedía que los placeres sólo eran dulces de verdad al recordarlos?: pues bien, aquí es algo así como si se estuviera viviendo la memoria. Ya se comprende entonces que aquí no puede subsistir la idea de la causa; nada puede estar reducido a ser una causa de nada. Es como si, en tanto que estás nadando en este vergel de sensaciones y especulaciones que se ligan con el nombre de ganas de mear, alguien te sugiriera consecuentemente que en ese caso lo propio sería que fueras a mear: ¡oh consecuencia, fuente de hilaridad sin tasa! ¿Qué tendrá que ver lo uno con lo otro? Justamente, el núcleo de toda esta estrella, ¿no ha sido la blasfemia contra la Causa?: blasfemia para la cual abría en lo alto una catedral su bóveda escalonada de pórfido y obsidiana. Cualquier idea de relación causal se queda aquí ridícula y vergonzante; y entre ellas, naturalmente, la propia idea de que todo esto sea porque se ha ingerido un producto químico, llámasele ácido lisérgico o llámasele por siglas, ya como en el comercio, L.S.D.: ah, que la pedantería química es la más estólida de las pedanterías. Cualquiera sabe por qué infinitos procedimientos nos encontramos aquí haciendo este viaje. ¡Como si este viaje no fuera, a su manera, todo! ¡Como si dentro de este viaje no estuviera también el otro mundo, en el que se compran y se venden pildoritas y papelines! Y sin embargo, es tan fácil: como un pájaro silencioso puede entrar el otro mundo en el jardín de las delicias. Ya está entrando; ya pasa. Y que no por la falta de las causas es esto menos real. ¿Quién habló de alucinaciones? Ah, los drogadictos son todavía más pedantes que los químicos. Pero, con todo, antes de que regresemos (porque regresamos: por aquel rincón ya vuelve el Tiempo, decrépito, sin fuerzas apenas para hacer mal, Inquisidor paralítico deslizándose en su sillón de ruedas: ¡y nosotros, que hemos descubierto aquí que nuestros abuelos eran judíos, vestidos de largos caftanes de seda rosada y velludillo verde, olorosos a salvia y sándalo!), pero quería deciros todavía que las delicias grandes de veras del jardín no estaban en cosas tales como visiones o sensaciones: ¡la gran delicia era en la praxis!: la facilidad y fluidez, por no decir espontaneidad, con que todas las cosas se hacían y las situaciones se resolvían (pero no en sueños, sino de hecho): como si todo estuviera ya hecho en el momento que se hacía.

(Agustín García Calvo, «Estar en la luna» o sobre las funciones de la mística y la magia)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Srs. Al59 y Grifo: Lo de ayer. Me parece perfecto un voto de confianza. Al, si piensa que podemos acabar disfrutando con Velasco, lo dejo en sus manos, su intuición es garantía. Grifo, pero tendrá que guiarnos con su espíritu crítico en las lecturas. Gracias. Un saludo.

manolotel dijo...

El universo de las palabras se hace, en la voz de tu maestro, palpable y a la vez etéreo; universal y místico. Un placer dejarse llevar por los vaivenes de sus interrogaciones y sus admiraciones. El otro día estuve con el hijo de un poeta gaditano excelente sonetista. Te dejo su web para que le eches un vistazo a ver que te parece http://www.poeta-joseluistejada.org/. Un abrazo.

Al59 dijo...

Gracias por el voto de confianza, Mr. Verle. Volveremos por Velasco, cuando el viento así lo aconseje. Dentro del ciclo lisérgico, esta noche les tengo preparada otra cosa, que no desvelo, o sólo a medias: ahora que cambia el tiempo, un poco de cielo e inviernos.

Al59 dijo...

Sigo con gusto la recomendación, Manolotel. Me parece un poeta más de tu cuerda que de la mía —pero no he dejado de hallar en él con qué alegrarme. Los tercetos de este soneto, por ejemplo:

RECONOCE SU DEUDA PARA
CON LA AMADA

Tengo deudas de ti, te debo tanto
que al verte andar me paso a la otra acera.
Te debo aquella sangre, la primera,
este niño, aquel verso y ese llanto.

La pluma, la palabra con que canto,
la saliva, la tinta, la salsera,
el tierno pan del pecho y la cadera,
el amor, el amor Dios sabe cuánto.

Soy tan de ti, me siento tan contigo
entrampado de amor hasta los huesos
que por ver de pagar me he puesto en venta.

Pregono el verso y vendo cuando digo.
Abierta está la caja de mis besos
y no me quieres tú pasar la cuenta...