lunes, 27 de marzo de 2006

Espectra



Aunque tiene ya dos años, el libro que vuelve a mi mesa (Espectra. Descenso a las criptas de la literatura y el cine, Pilar Pedraza, Madrid: Valdemar, 2004) no se encuentra aún (creo) en los almacenes ingrávidos y gratuitos de Internet. Bien vale, en cambio, el esfuerzo de acercarse a la librería más cercana.

Quien hayan leído a Pedraza ya saben que escribe como un ángel, uno de aquellos ángeles caídos que enseñaron a los primeros hombres cuanto necesitaban saber. De hecho, escribe tan bien que uno termina perdonándole que en la mayoría de sus novelas, tras suscitar en nosotros una sensación maravillosa de extrañamiento, nos deje la conclusión antipática de que no ha pasado nada digno de contarse. Cierto que la experiencia de introducirse en ambientes febriles bien vale el viaje de obras como La pequeña pasión o Paisaje con reptiles. (En todo caso, sus primeras novelas, menos irritantes en este sentido, siguen siendo las más logradas: Las joyas de la serpiente y La fase del rubí.)

Como ensayista, Pedraza aborda el reino de las sombras con una desenvoltura envidiable. Su mirada sobre las obras de arte que glosa es casi siempre la de un cómplice exigente. En Espectra, monografía sobre las muertas animadas desde Filóstrato hasta Cronenberg, destripa el argumento de decenas de cuentos, novelas y películas, y aun así salimos agradecidos, con ganas de leernos al menos una cuarta parte de lo reseñado, y con la sensación de que lo que ya conocíamos sale enriquecido por sus observaciones. Parece imposible hacer una paráfrasis breve de una película que haga justicia a los aspectos no verbales de la misma (iluminación, atmósfera...). Sin embargo, la autora lo consigue con encomiable frecuencia.

Espectra cierra una trilogía sobre la imagen de la mujer inquietante (monstruo, muñeca, muerta): en las dos entregas anteriores, La bella, enigma y pesadilla y Máquinas de amar, también muy recomendables, la autora adopta una actitud empática con las tinieblas que explora, y resiste enérgicamente toda tentación de sermoneo. En Espectra la reivindicación feminista (y la crítica de cuanto de misógino hay en los productos románticos, simbolistas y decadentistas) se hace más explícita, en detrimento de la atmósfera. Hay algo en el tono más característico de Pedraza, conectado con el hecho de que no se trata de una ensayista común, sino de una artista que examina la obra de sus iguales, que tiende a mantenerla lejos del aire casi inquisitorial con que revisan estas fantasías otros autores y autoras más ideologizantes (como Bram Dijkstra: Ídolos de perversidad o Erika Bornay: Las hijas de Lilith). Habrá que rezarle a la Madre de las Tinieblas porque su heterodoxia, que es tanto como decir su sensibilidad distintiva, no ceda a la tentación normalizadora y descafeinante.

Por otra parte, es de suponer que la presión sobre una autora tan personal, a cuenta de su "morbosidad" y demás, no deje de producir cierto efecto: todos los aficionados al género nos vemos obligados a aclarar periódicamente que, estética aparte, preferimos la vida a la muerte, la salud a la enfermedad y en general lo bueno a lo malo. Hasta García Calvo incluyó un librito minúsculo, Alabanza de lo bueno, como apéndice a su desolador Sobre la felicidad, no fuera la gente a pensar que se había vuelto erizo de Schopenhauer o eremita de la Tebaida. Se entiende que Pedraza quiera mostrar que no es de piedra ni venusina y que el espectáculo de las mujeres maltratadas y asesinadas que el telediario nos amplifica la conmueve y revuelve tanto como a cualquiera. No estoy tan seguro de que nadie en su juicio pudiera leer su obra (o cualquiera de las que comenta) como apología de maltrato alguno; pero dados los tiempos, curarse en salud puede ser sensato. Como cantaba Silvio Rodríguez (que vive en una isla donde saben bastante de eso), «estoy temiendo ahora no ser interpretado: / casi siempre sucede que se piensa algo malo». O peor.

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