domingo, 5 de marzo de 2006

Dos anillos


Cuando alguien intenta demostrar que todas las historias, desde los mitos griegos hasta las telenovelas, son variaciones sobre un número limitado de esquemas significativos (llamémoslos 'motivos', 'arquetipos', 'tópicos'), lo consigue. Bien por él. Lástima que si lo que busca demostrar es que dichos elementos y secuencias son sólo un punto de partida, cuya presencia no garantiza el acierto de la obra ni da cuenta de él, y que lo realmente interesante es el rendimiento que se sabe obtener de ellos, lo logre igualmente. ¿Hay que cegarse a lo uno para poder ver lo otro? No, pero...

Tolkien tomó decididamente el segundo camino. Cuando alguien apuntó que el Anillo de Sauron se parecía al de los Nibelungos, él lo admitió alegremente: ambos eran redondos —y ahí termina el parecido.

El humus del que surgió la Tierra Media era primariamente lingüístico: seguro. No por eso dejamos de encontrar a Posidón en Ulmo, a Merlín en Gandalf o a la Atlántida en Númenor. Tampoco el Único sale de la nada —aunque uno puede comprender el rabotazo del maestro ante el listillo de turno que viene a descubrir (sin consultar a Polícrates, Salomón, Alberico, Aladino o Afanasiev) que aquél no es el primer anillo que vuelve invisible a su portador, convoca a los espíritus, aguza los sentidos o esparce la desgracia.

Tolkien, alérgico a la falsa modestia, sabía que si su obra tenía éxito marcaría un antes y un después en la forma de entender muchas cosas. Elfos, enanos, dragones, magos, anillos mágicos, doncellas guerreras salieron de sus manos convertidos en algo distinto y moderno. Hoy es Merlín quien tiene que parecerse a Gandalf si no quiere decepcionar al auditorio; el público acepta elfos engreídos y altaneros, según el modelo de Fëanor o Elrond —pero no está por la labor de imaginarlos, antiquo more, provocando pesadillas y enfermedades o raptando a los niños de sus cunas.

En otras palabras: la obra de Tolkien (como en su día, y a otra escala, la de Homero) es algo más que un tratamiento peculiar de la tradición. Se ha convertido en la versión *de referencia* de muchos tipos o motivos, cuya formulación anterior se ha quedado anticuada.

Tal vez ésa es la marca de un hombre de genio: transformar los arquetipos en tipos nuevos, en neotipos. Mutación adaptativa: continuidad mediante ruptura. Es urgente recordar a los Dawkins que en el mundo han sido que la tradición bien entendida consiste en evitar que los hallazgos que la impulsaron se banalicen, que la savia se coagule. Vicente Aleixandre: Tradición y revolución. He ahí dos palabras idénticas. (Entiéndase: redondas.)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Al, vaya por delante que soy ajeno al "universo Tolkien", que no sólo no me ha llamado nunca la atención, sino que también me ha producido siempre cierto rechazo (para más ponderaciones, consultar con el doctor Freud). Fin de la digresión narcisista.
En cuanto al tema de fondo, de acuerdo contigo. El mito y la narración tienen una base "metaliteraria". No es tanto el afán de narración como el de estructurar los tiempos. Queremos seguir secuencias lógicas y observar las "peripecias", incluso los que somos un poco letraheridos, nos olvidamos de vivir y nos empapamos con narraciones ajenas. En este caso (me señalo a mí, que cada cual apenque con sus pecados) sufrimos una hipertrofia narrativa, y con ese barniz de ilustración nos convertimos en observadores anquilosados de la realidad. Joder, qué post más pesimista.

Al59 dijo...

Vaya, Nosferatu, si me dices antes lo de tu dentera a lo mejor no habría derramado tanto ajo élfico en estas últimas entradas. En fin: uno se mueve por amores, y el librillo de versos de Bombadil me ha revuelto un viejo afecto por todo lo medioterráqueo.
Tu pesimismo, creo yo, se sentiría a gusto en esa tierra crepuscular donde los últimos elfos hacen las maletas rumbo a Ninguna Parte.
No es sólo el orden de los sucesos: las materias mismas son reiterativas, y gracias a eso la cabeza lectora se deshace en un orgasmo de sinapsis, reconociendo lo mismo en lo diverso y vicecontra.
Algo realmente novedoso, que no pudiéramos relacionar fructuosamente con lo que ya sabemos, un texto sin enlaces, no significaría nada; y algo que sólo contuviera esquemas reiterados, sin barajar convenientemente los tipos, resultaría tan soso como el agua destilada.
Somos las historias que nos contamos a nosotros mismos, eso seguro. Identidad-ficción —que tampoco es un género desdeñable.

Anónimo dijo...

Amigo Al, te agradezco la cortesía de los temas para con tus invitados, eso demuestra tu calidad como anfitrión, pero no te preocupes, escribe lo que te pida el cuerpo. En este lugar tan acogedor que es tu blog ya irán saliendo temas con los que me sienta más identificado.
Me parece muy razonable tu post de respuesta. Existen los fundamentalistas religiosos y los fundamentalistas laicos. Eso de que la mente es una tabla rasa y que lo del inconsciente es magufería, me parece un axioma de fundamentalismo cientifista. Voy a hacer una analogía (las analogías son anatema para los cientifistas): igual que los animales tienen memoria genética en sus instintos, no es extraño pensar que los hombres tengamos memoria genética en nuestra razón. Nos gustan las historias porque en nuestro interior hay una memoria a la que le gusta recordar. No sé si excesivamente platónico o jungiano de inconsciente colectivo, pero ese es mi pensamiento.

Eleder dijo...

Ummm... ¿Por alguna razón ese rechazo, Nosferatu? (Lo siento, con el seoñr Freud no me hablo mucho :) )