martes, 14 de marzo de 2006

Don de la ebriedad


Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.

Así amanece el día; así la noche

cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda

los contiene en su amor? ¡si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda

a la manera de los vuelos tuyos

y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!


Oh, claridad sedienta de una forma,

de una materia para deslumbrarla

quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.

Si tú la luz te la has llevado toda,

¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo —esto es un don—, mi boca

espera, y mi alma espera, y tú me esperas,

ebria persecución, claridad sola

mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

(Claudio Rodríguez)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Se puede meter baza en el jugoso diálogo de ayer?
En general concuerdo con los dos, pero estoy más cerca de Nosferatu que del anfitrión. No pienso que hablar de malos viajes sea dar pábulo al scarelore. Haberlos, haylos. Quién no los ha presenciado? Qué afortunado no tuvo que comerse alguno? Sinceramente, Al, creo que sí son un "poco más que un bulo". Otra cosa es que la mayoría de las veces se deban a mala preparación, falsas expectativas, o pésimas condiciones ambientales. Por supuesto que el excipiente es neutro, un ecuánime espejo. Pero estoy con Nosferatu en que la introspección radical del ácido no es apta para todos los estómagos. No sólo por hiperestesia de un malestar previo, sino sobre todo por exposición de una verdad latente, amordazada, reprimida, como se quiera llamar. Por supuesto (también) que amplifican la señal que uno emite de antemano. Pero ocurre que a veces, en sobriedad, falta lucidez para detectar esa señal, que suele ser débil, encerrada como solemos llvarla bajo las 7 llaves del Autoengaño, la Autoindulgencia, la Hipocresía, el Miedo, etc. En fin, que uno puede subirse al tren hecho unas castañuelas, en seráfica compañía incluso, pero, ay, el patatús del primer reflejo en la ventanilla, al pasar por el primer túnel oscuro, te puede dejar para el arrastre. Y pobre del que intenté bajarse en marcha!
En realidad, creo que el viaje fetén debe tener su etapa festiva y su etapa purgante. Y un final balsámico, a ser posible. Despedirse en buenos términos. Por eso conviene corregir cuanto antes los malos tragos... con más de lo mismo. La mancha de una mora con otra verde se quita.
Con todo, qué provechoso resulta fisgar por las 'puertas de la locura', que dice Nosferatu. Si no te absorben (mira que imantan las muy putas, abrazo hasta el fin que nunca afloja), sales reforzado. Y cuando vengan mal dadas en el realimundo, sabrás de qué va la vaina.
Me voy a marcar tremenda cursilada, pero no se me ocurre otra manera de decirlo: estas 'grandes pruebas del espíritu' (Jünger pixit, no? Fue Huxley?) te vuelven mejor persona. Siquiera porque las mañas empáticas que un viaje imparte (con sangre entra!) al cabo propiciarán mayor cordialidad, mayor tacto con el prójimo. En fin, mucha más compasión bien entendida. (También pueden dejarte más sibilino, las cosas como son.)
Para mí, y ya corto la matraca, lo verdaderamente asombroso de la cuestión lisérgica es que NO estemos hablando de ella todo el santo día.

Al59 dijo...

De acuerdo en con ambos en que ni para todos ni para cualquier momento —pero ¿no se puede (y debe) decir lo mismo de cualquier experiencia intensa, que no resulte banal? En mi respuesta pensaba en aquéllos que se sienten atraídos por el viaje pero han oído contar que se puede salir traumatizado, con graves secuelas, tocado para los restos. No lo creo. Es cierto que, incluso en los mejores casos, no se trata de una travesía cómoda, apta para hedonistas que quieran nadar y guardar la ropa. Sobre los monstruos interiores, me atengo a la lección de Cavafis:

A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al feroz Poseidón no encontrarás,
si dentro de tu alma no los llevas,
si tu alma no los yergue frente a ti.


Y sí, es extraño que no hablemos más de esto (salvo cuando nos acordamos de que vivimos en plena cruzada puritana; a Antonio Escohotado, a la salida de un debate en Argentina, le estaba esperando la policía local en el aeropuerto. Escapó por un pelo.)

Anónimo dijo...

Por fin algo bueno. Ya era hora...

Y él oye ese tañido
corto y oscuro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía...