martes, 28 de febrero de 2006

Y tiro porque me toca


1. He vuelto a nacer: tras el riesgo de muerte, accidental o buscada, la euforia: lo que no me mata, me hace más fuerte (Nietzsche). El peligro nunca sienta mal. Quien se expone al peligro, torero, deportista, corresponsal de guerra, no busca quedar inválido o agonizar dolorosamente, sino coquetear con la Parca, bailar en la cuerda floja y salir indemne, ver, vencer y aparecer renovado. Muerte falsa, simple amago. (Incluso el suicida fantasea con una vida segunda, espectral, en la que valida sus puntos de vista, asiste a la desesperación de los que en vida le ningunearon o tomaron en broma sus proyectos, presencia emocionado su propio elogio fúnebre. De personaje ha pasado a espectador y guionista, que contempla el tinglado del mundo desde el graderío.)

2. Jubileo: desde antiguo, el mito y el rito prescriben que el rey sea sacrificado, que muera. Pero muere para renacer: jubila su antigua piel, su pasado, para reaparecer impoluto, más fuerte y capaz para ejercer su cargo. Aún hoy, necesidad periódica de que partidos, gobiernos o particulares sufran saludables depuraciones o catarsis, purificaciones en las que, mediante dimisiones, cabezas cortadas, admisiones de culpa, compensación a las víctimas, se pretende quedar desvinculado de las culpas y errores pasados. Si tu ojo te ofende, arráncatelo. Alemania pide perdón a los judíos; la Iglesia pide perdón por haber condenado a Galileo y apoyado a sangrientos dictadores. Amores reñidos son los más queridos. Los amantes entonan el mea culpa y se funden en un abrazo apasionado tras la disputa.

3. La concha: cuando Crono castra a su padre Urano con una hoz, el pene cae al mar, y de su sangre y semen surge la espuma. De esa espuma nace Afrodita, don de la espuma, marinera sobre una concha. Pero la concha es un símbolo del sexo femenino: en el español de América, la metáfora se ha lexicalizado. Complejo de símbolos: el mar, la concha, son femeninos; el pene, la sangre, la espuma, son masculinos. La entrada de lo masculino en lo femenino produce sangre (rotura del himen), y el pene, que entra pleno, sale reducido, desangrado, tras arrojar su semilla (latín semen). Valoración de la castidad en la idea de que todo derramamiento de semen es una pérdida de vitalidad —pero sin ella no cabe placer ni concepción. La concha: símbolo de nacimiento. Los peregrinos la llevan por ello: desean renacer, tras el largo viaje. En cuanto a que la sangre sea fecunda, la metáfora bárbara perdura: de cada muerte heroica o trágica (víctima del terrorismo, por ejemplo) se espera que no sea en vano, que dé frutos, que al menos sirva para algo. Tanto el acto de derramar sangre como el de derramar semen se conciben, en extremo, como siempre fecundos: por cada gota, un fantasma vengador o un hijo de Lilith.

4. Arte de morir. Desconfianza del primer nacimiento, que es sólo provisional, imperfecto: el niño llega manchado de animalidad, de sangre materna, de antepasados prehistóricos (pecado original, paganos, moros), de sobre- o infrahumanidad. Necesidad de un lavado (bautismo), segundo nacimiento cultural, que con frecuencia va unido a la imposición de un nombre y a la inclusión en el catálogo de una determinada comunidad. Bautismo de agua, que lava, pero también de fuego, que quema: las diosas intentan hacer inmortales a los niños quemando su parte mortal, pero se dejan un talón... Provisionalidad de cualquier rito de esta especie, necesidad de pasos ulteriores: la inicación en el paso de la niñez a la condición adulta, el golpe que hace sangrar, las condiciones durísimas, el deber de derramar sangre (el servicio militar, manejo de armas fálicas, matar a un hilota, cazar, violar a una doncella, irse por primera vez de putas y prepararse para el matrimonio, matar al dragón que ha devorado al iniciando desde dentro de su tripa: practicar la propia cesárea para matar a la madre segunda y re-nacer). Y peor aún: el proceso sólo es perfecto con la propia muerte, en que uno adquiere verdaderos límites (principio y fin, fechas de nacimiento y muerte) y cabe ya hacerse una idea completa de lo que ha sido. Desconfianza apotropaica contra la inclusión en vida en enciclopedias, los homenajes, etc.

5. Tablero de ajedrez. La muerte, que es negra (la noche que se traga al sol, los ojos cerrados de los muertos), es blanca (los huesos del esqueleto, la mortaja blanca, la muerte como lavandera, como expiación de las culpas que son manchas que hay que borrar), y eso la hace semilla de vida: página en blanco, papel reciclado, enfalograma plano, tabula rasa.

6. Blanca Navidad, Semana Blanca, Semana Santa. Los entresijos del calendario litúrgico son extraños: si Dios nace niño en el solsticio de invierno (por razón simbólica, que no histórica), es porque debería haber muerto inmediatamente antes. Pero se prefiere matarlo unos cuantos meses más tarde (¿tal vez el Evangelio sí fecha claramente esto?), de modo que haya dos nacimientos: el natural, que coincide con el tocar fondo del sol (sólo queda revivir en adelante), y el sobrenatural (Resurrección), la salida a superficie más o menos por primavera. En el tiempo lineal, la Segunda Venida sólo queda esbozada: habrá otra al final de los tiempos, más vistosa y definitiva, que implicará la muerte del mundo, del tiempo. Para más inri (y nunca mejor dicho), todo el juego una vez más por Carnavales, con el rey payaso víctima de improperios populares.

7. Parricidio. El rey viejo que muere para que nazca otro suele resistirse: así, la identidad funcional de ambos se ve oscurecida por la idea de una usurpación y la fantasía de un cambio radical (nueva distancia, orden nuevo, progreso). Cuando nace Cristo, se oye voz de que Pan ha muerto: muere el paganismo, se espera que muera Roma, la Bestia, el Anticristo, el Señor de este mundo, Satán (pero bien sabemos que, muy al contrario, la Iglesia heredará lo heredable del Imperio y lo mantendrá, en lo posible, en pie: la pedrada iconoclasta devendrá piedra angular del edificio). Con todo, la anagnórisis: cuando muere el villano, Darth Vader, se desvela que era el padre del héroe. Girard: en la venganza, uno se descubre poseído por el mismo demonio de la violencia que animó al agresor y tomó su forma.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jubileo: Es más trascendente la visión hebrea, me parece. En Levítico, jubileo es la fiesta del retorno de toda prisión, de la liberación de los hombres y de la tierra de cualquier yugo. Cesación y retorno a la vez. El jubileo tiene a la libertad como exordio. Libertad de la tierra y libertad de las gentes oprimidas. "Un jubileo que carezca de amnistía, sin retorno de los prisioneros, es tan sólo una fiesta demediada". (Esta frase de Erri de Luca es como para pronunciarla por aquí).
N.B. Año jubilar, tras un ciclo de 7 años sabáticos (cada 50 años)

Joselu dijo...

Añadiría la idea del viaje iniciático cuya duración canónica depende de las interpretaciones. En Los detectives salvajes de Bolaño se habla de 20 años. En nuestra cultura yo hablaría de tres meses, el tiempo suficiente -aunque escaso- para iniciar el viaje (en soledad, claro), morir en el viaje y renacer luego de haber mudado de piel y haber muerto simbólicamente. Siempre la muerte representa la muerte de la esperanza de lo que ansiabas alcanzar, fuera lo que fuera. Tras la muerte, hay un renacimiento en que se descubre aquello que no esperabas, lo que no estaba en el guión, la revelación, el éxtasis del viajero. La mitología clásica está llena de viajes en el tiempo y el espacio, pero nuestro mundo se ha empequeñecido y es más difícil iniciar cualquier viaje. Todo te lo ofrecen las agencias a precio razonable. Sigue el mito de suicidio y contemplar las cosas desde el otro lado, claro. Es otra forma de viaje hacia lo desconocido.