sábado, 25 de febrero de 2006

Ubi sunt?


Where have all the flowers gone
long time passing?


Aroma de familia. El ubi sunt («¿dónde están...?») resume todas aquellas preguntas a las que tan aficionados son los poetas: «¿qué era lo que fue?», «¿dónde están las nieves de antaño?», «¿dónde los que antes que nosotros vivieron?»...

Preguntas retóricas, suele decirse: interrogantes que no se plantean por legítima curiosidad, esperando el que el oyente la satisfaga, sino con la intención de traspasarle un incordio. Preguntas cuya respuesta no sólo conoce ya el poeta, sino que conoce, de algún modo, demasiado bien...

La respuesta al ubi sunt es la muerte, que por consabida se elide, como jugada obligada: un jaque mate que el autor se ahorra detallar.

¿Sencillo? Quizá demasiado.

En poesía nombrar algo, aunque sea para declararlo ausente, es una acción sin vuelta de hoja. Ya no hay locos: y el escenario se llena de negativos de locos, de ausencias perfectamente características. Aquello por lo que se pregunta está aquí y ahora: la pregunta lo invoca y lo establece. Ni siquiera es infrecuente que aquello cuya pérdida se deplora acabe de nacer, fruto de la invención. (Piénsese en un bardo de El Señor de los Anillos de Tolkien, ejercitando el ubi sunt a cuenta de unos personajes cuyo único papel en la obra es posar de recién muertos; o en tantos poetas que cantan el recuerdo de lo no vivido).

Por otra parte, ¿no parece que esos muertos por los que pregunta el ubi sunt fueran siempre los mismos? Casi ya íntimos nuestros, fantasmas familiares, un ejército en el que sólo cuentan las bajas. ¿Dónde están? pregunta alguien, y uno ya sabe que preguntan por los de siempre, que siguen sin irse del todo.

Los muertos de verdad son inasibles; no así su imagen perpetua: el depósito, su residuo siempre vivo, el ejército de Harlequín, la Chasse Galerie, la Santa Compaña...

En las historias de fantasmas un tema recurrente es el deseo eternamente insatisfecho: la autoestopista está siempre regresando a su casa, la Llorona busca a sus hijicos perdidos... Estos muertos aman de verdad, esperan de veras que pase algo: qué semejantes a eso mismo que en nosotros ama y espera, y que nunca se da por satisfecho, aunque se embriague todo el tiempo con vislumbres. La misma Voluntad schopenhaueriana que anima a esos fantasmas nos anima a nosotros: los hemos hecho a nuestra imagen, o será que al descarnarnos un instante nos reconocemos fantasmales. ¿Dónde están? Nunca se han ido. No se lo digas a nadie, pero somos nosotros. Yo mismo (¿como tú?) soy uno de ellos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Graciosos estos muertos de la viñeta. Abajo, izquierda, pedalea un pequeño esqueleto, que sugeriría algún niño feliz; pero cuya cara no va más allá de la de un viejecito paticorto. Su silueta se destaca sobre una rueda en la que una mano empuña, en vez de una hoz sangrienta, una espiga. En cambio, el de abajo derecha sí es una criatura precoz de la muerte. Alguno yace atropellado, inerme. A uno le preocupa lo que podría pasarle: ¿y si enferma o se muere...? ¿Pero pueden morir los muertos...? Y, si no pudieran volver a morir, ¿en qué consistirían entonces sino en meras sombras? ¿Qué hacen los muertos de esta viñeta? ¿En qué consiste su dulce treta...?

Grifo

Anónimo dijo...

Graciosos estos muertos de la viñeta. Abajo, izquierda, pedalea un pequeño esqueleto, que sugeriría algún niño feliz; pero cuya cara no va más allá de la de un viejecito paticorto. Su silueta se destaca sobre una rueda en la que una mano empuña, en vez de una hoz sangrienta, una espiga. En cambio, el de abajo derecha sí es una criatura precoz de la muerte. Alguno yace atropellado, inerme. A uno le preocupa lo que podría pasarle: ¿y si enferma o se muere...? ¿Pero pueden morir los muertos...? Y, si no pudieran volver a morir, ¿en qué consistirían entonces sino en meras sombras? ¿Qué hacen los muertos de esta viñeta? ¿En qué consiste su dulce treta...?

Grifo

Anónimo dijo...

Al, no sé si la viñeta es un homenaje al Chava Jiménez y a Pantani. Sic transit...
Nos preocupa tanto la muerte y, sin embargo, la vida es la tragedia cotidiana. Lo de la leyenda de la autoestopista me hace pensar que mi idea del infierno (el lugar al que iré por haber desaprovechado mi vida, no por portarme mal, qué más quisiera) es un blog de Arcadi lleno de posts de Fedeguico y Althusser que tendría la obligación de leer.