viernes, 17 de febrero de 2006

De la muerte a la vida (1815-1761)


Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
(Gustavo Adolfo Bécquer)

A veces es mejor empezar por el final. ¿Cómo, si no, hacer balance? Bienvenidos a 1815. El conde polaco Jan Potocki, prematuramente envejecido aunque sólo tiene 54 años, se encuentra encerrado desde hace tres en su castillo de Uladowka. Como dirá de sí mismo Bécquer, tiene envenenados el alma y el cuerpo.

A lo largo de toda su vida, Potocki ha sido un hombre de acción. Apenas un muchacho, con 17 años, ha ingresado en la Escuela Militar de Viena y ha partido a luchar contra los piratas berberiscos. Después, ha viajado incansable por toda Europa, Marruecos, Egipto, Turquía, Rusia. Ha sido el primer polaco que sobrevuela Varsovia en un globo aerostático, y en el París anterior a la Revolución Francesa se ha reunido con los intelectuales ilustrados, participando de sus conjuras políticas e iniciándose acaso en sus sectas secretas.

Sin embargo, este aventurero ha encontrado también tiempo para leer y escribir, con igual pasión que manejaba la espada. Antes de hacerse soldado, estudió Letras y Ciencias en Ginebra y Lausana, y desde entonces se ha mantenido alerta a todas las novedades que iban produciéndose en el mundo artístico y científico. De cada uno de sus viajes ha salido un libro, en el que describe con enorme agudeza la vida cotidiana de los lugares visitados (Andalucía, Marruecos o Constantinopla), su folklore y su historia. En Polonia, ha creado una editorial y una imprenta para poder publicar con libertad los panfletos políticos que nadie se atreve a sacar a la luz.

Todas estas ilusiones le han ido, sin embargo, abandonando. A los veintiocho años, simpatizó con una Revolución (la francesa de 1789) que prometía libertad política y de pensamiento, pero ha terminado en un baño de sangre, secuestrada por los fanáticos jacobinos de Robespierre. Para mayor ironía, en 1799 la República ha dejado paso a la dictadura imperialista de Napoleón.

Totalmente desengañado de la política, Potocki no ha tenido mejor suerte con el amor. Su primera mujer, Julia, murió de tuberculosis en 1794. La mujer con la que convivió sus penúltimos años, su segunda esposa, Constancia, se divorcia de él y lo abandona en 1808.

Al envenenamiento del alma acompaña el del cuerpo: en ausencia de antibióticos y de penicilina, aún por descubrir, la sífilis, una enfermedad de trasmisión sexual, mal llamada el mal francés (comunísima entonces entre quienes han llevado una vida amorosa agitada: el mismo Bécquer la padeció) hace estragos en su organismo, provocándole ansiedad y pánico, brotes de locura, ceguera y parálisis. Además, sufre de gota desde 1808. Por el castillo corre el rumor de que el conde se ha convertido en hombre-lobo, o teme llegar a convertirse. En realidad, profundamente deprimido, comienza a pulir el asa de un azucarero de plata hasta darle forma de bala. Cuando la obra está acabada, pide al capellán del castillo que bendiga el proyectil y a continuación se vuela los sesos de un pistoletazo.

Potocki morirá sin ver publicada íntegra su gran obra, El manuscrito encontrado en Zaragoza. En los años que siguen a su muerte, se le ninguneará y plagiará desvergonzadamente. Hasta 1958, en que Roger Caillois la rescata, la obra apenas se conoce fuera de Polonia. Habrá que esperar a 1989 para tener una edición íntegra en francés, y para que resulte posible hay que retraducir del polaco una parte cuyo texto original se ha perdido.

Tras tanto vaivén del destino, nos queda una obra magna, concluida con precipitación pero, aun así, impresionante . La versión parcial (popularizada en España por Alianza) se mantiene fiel a la promesa de la Advertencia: es una historia de bandoleros, aparecidos y cabalistas, en la que uno nunca sabe a qué carta (racionalista o fantástica) quedarse. La versión íntegra, más ambiciosa, resuelve esta ambigüedad. Líbrennos los Manes del conde de desvelar en qué sentido.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Efectivamente: una obra magna de la literatura universal, de la migma magnitud que la galaxia narrativa de Las Mil y Una Noches.
El lector no advierte si la obra ha podido quedar o no incompleta. La edición completa que se ha hecho recientemente en castellano muestra una narración acabada, en la medida en que pueda serlo una obra que juega con las ramificaciones, bifurcaciones y círculos de historias unas dentro de otras. Su originalidad respecto a la época es evidente; como su lenguaje sencillo, expeditivo, ligero de retóricas románticas. Sin esta sencillez, plenamente moderna, su Manuscrito... hubiese resultado intragable. La fluidez del estilo sigue la del ritmo trepidante de las historias.
Entre todas sus genialidades, una permanecerá para siempre imborrable: la del niño aquél, como un demonio negro, dentro de ese barril de tinta que aquel señor preparaba tan cuidadosamente...

Grifo

Anónimo dijo...

Al, esto no es un blog, estás haciendo un libro. tiene buena pinta. pero de momento no puedo seguirte. quizás en formato libro a la luz de la chimenea, en otro invierno...

saludos.

Al59 dijo...

Un librog (casi un Balrog). No suena mal, después de todo. A ello.

Anónimo dijo...

LLegue a tu blog tras la pista de la palabra apotropaica por la red. Y maravillado por la numinosidad de las imagenes la fui recoriendo hasta llegar a Potocki y a delitarme con el afiche de la película. Como me hubiera gustado verla!. Siempre desee que un realizador, como p.e. Tim Burton la tomara.