jueves, 16 de febrero de 2006

Campoamor o el detergente


Yo conocí un labrador
que, celebrando mi gloria,

al borrico de la noria

le llamaba Campoamor.

Como cualquier historia, la de la poesía tiene sus héroes y sus villanos. Campoamor no ha salido muy bien parado: representa, se dice (y es verdad), un prosaísmo miope, incapaz de cualquier aliento lírico. Es, con mayor merecimiento que Nicanor Parra, un verdadero antipoeta, el contrapoeta de un movimiento esencialmente ajeno a la lírica.

Alguien tan poco dado al elogio como Cernuda reivindica, sin embargo, un doble acierto de don Ramón: su diagnóstico de la poesía romántica del momento, irrecuperable, y su propuesta de un lenguaje poético libre de altisonancia. A la poesía, dijo, sólo el ritmo debe distinguirla de la lengua común. Pobre de nuestro Salieri: a la hora de la verdad, mientras él se hundía en un charco de chistes malos, era el cristalino Bécquer quien, moderno a fuer de esencial, trasmutaba la quincalla en oro.

No es hora de redescubrir el talento lírico que no tuvo. Sin embargo, es instructivo (y hasta emocionante) ver cómo disuelve con su humor los restos putrefactos de la poesía literaria del XIX, dejando las cañerías listas para nuevas corrientes.

Cuenta el amor, muy bajo, a las mujeres,
que hay un deber contrario a los deberes.


Ocasionalmente, la alergia a la sensiblería le da una autenticidad que anuncia el cinismo espléndido de Manuel Machado. Así cuando nos confiesa:

Por más contento que esté,
una pena en mí se esconde

que la siento no sé dónde

y nace de no sé qué.

Sus liquidadores inmediatos, Bécquer y Darío, nada parecen deberle. Ojo, sin embargo, a estos versos de uno y otro:

Voy contra mi interés al confesarlo,
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda sólo es buena
de un billete del Banco al dorso escrita.

*

¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Que el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río

que, uniéndose al confluente del desvío,

va a perderse en el mar del desengaño.

Concedido: los mejores versos de Campoamor los escribieron sus enterradores. En fin. La parodia de un género, de una retórica, engendra a veces obras maestras, como el endiosadísimo Quijote. Si Campoamor no tuvo tanto acierto, no deja por eso de resultar la lectura que cualquier poeta adolescente (o ya talludito) necesita para poner en perspectiva (y en cuarentena) el saldo inestable del romanticismo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. Al59, me había entrado curiosidad por su blog, pero todavía no había entrado. Está bien.
Y su post de hoy es muy interesante e instructivo. Coincido en sus comentarios, lo de la antipoesía muy oportuno.
Pasaré por aquí cuando pueda. Un saludo.

Anónimo dijo...

Por ir quizá a contracorriente. Recuerdo a mi madre recitando a Campoamor mientras guisaba y yo jugaba en el suelo de la cocina. También la recuerdo cantando coplas. Según me contó después lo hacía por mantener a mi hermana pequeña tranquila (oyendo la voz de su madre, su madre estaba con ella), pero consiguió de paso que me acostumbrara a poemas y a canciones. En fin, quién supiera escribir...

Hobbes

Al59 dijo...

Gracias y un saludo, Mr. Seeyou. En cuanto a Campoamor, comparto con alguien más docto que yo (pero cuyo nombre no recuerdo) la certeza de que una antología estricta de sus mejores momentos sonaría rabiosamente moderna, y quizá se atribuiría a un lector avisado de Gil de Biedma, Fonollosa y demás vacas consagradas. Vivimos, ocultamente, bajo su consulado (Gustavo Bueno hasta se ha entretenido en reeditar la obra filosófica de don Ramón, par a su juicio de la de Ortega.) Estos versos, un suponer, le encantarían a un Dawkins:

CEGUEDADES DE LA FE

Hoy recuerdo con espanto
que, de niño, recé un día
ante un busto que creía
que era la imagen de un santo.
Mas supe, cuando llegué
a la edad de la razón,
que el santo ante el cual recé
era un busto de Nerón.

Anónimo dijo...

Buenos versos, e ilustrativos sin duda. Los que andamos en el negocio de las preguntas necesitamos saber tratar con las respuestas. Diferenciar lo que sabemos de lo que creemos y, aún más, lo que nos gusta creer. El pedestal del Dr. Hwang (quien dijo haber obtenido células madre humanas mediante clonación) se volvió de repente un montoncito de barro viscoso para vergüenza (irredenta) de quienes le auparon ahí. Una lección para todos, bien al gusto de Dawkins, también de Campoamor, por lo que dices.

Por cierto, en la entrada del día 13 dabas la referencia a un texto de Dawkins. Para andar por terreno seguro, incluyo una url dónde encontrar el texto original (en inglés).

http://www.mysteryinvestigators.com/richard/dawkins.htm

Hobbes

Anónimo dijo...

aparte de la falta de ortografía (sorry), para colmo la url no se ve. Repito:

http://www.mysteryinvestigators.com/
richard/dawkins.htm

Hobbes

Al59 dijo...

El escrito de Dawkins mejora según avanza: por ejemplo, tradición empieza significando «beliefs handed down from grandparent to parent to child, and so on», pero hacia el final de la homilía el concepto ha crecido misteriosamente e incluye también el lenguaje, que puede ser muchas cosas, pero de creencia tiene más bien poco. Un hervor más y probablemente la tradición se haría definitivamente adulta y acabaría incluyendo también la poesía tradicional, las recetas de cocina, la arquitectura de los pueblos negros, los refranes y alguna cosilla más que el buen doctor creyó desdeñables en su primera definición. Por ejemplo, la Ciencia misma.
Más aún: tradición no es, sino por metonimia (aceptable, pero necesitada de explicación), lo que se entrega de una generación a otra, sino el proceso mismo de esa entrega. Decir que el proceso no garantiza la bondad o calidad de lo entregado es una perogrullada indigna de tanto énfasis y necesitada, en cambio, de algunas preguntas adicionales que brillan por su ausencia. Si hay ganas, podríamos entrar en ellas.