martes, 31 de enero de 2006

Tesoros usados



Hay muchas maneras de acercarse a un texto. Podemos considerarlo desde la perspectiva de su autor. Entramos así en un divertido círculo, porque nuestra idea del autor rara vez es otra cosa que un conjunto de textos que lo tienen como personaje principal; textos que a su vez tienen autor (y éste, biografía). Por tanto, nunca salimos del bosque de signos. La biografía, auto o hetero, es un tipo especial de narrativa, en la que, alternativamente, consideramos todos los sucesos de la vida del autor como potencialmente explicativos de la obra o mero ruido de fondo de la misma, buscando en las páginas el reflejo de la psique del personaje y sus circunstancias.

Claro que, a lo mejor, lo que de verdad nos interesa es el tipo de espejo (¿cóncavo? ¿convexo? ¿hecho añicos?) donde se producen tales reflexiones, y si también nosotros podemos mirarnos en él un rato.

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También se pueden leer los textos de un autor conocido o presupuesto como parte de un tejido distinto: el de la Historia, esa narrativa coral donde los personajes se llaman Alemania o el proletariado, y los puntos claves de la trama tienen que ver con guerras, hambrunas y tratados bilaterales.

Aquí el sentido de la flecha es menos reversible: leídos así, está claro que los textos son como piececitas de puzzle, que sólo se entienden colocadas junto a todas las demás, en la sección denominada técnicamente superestructura.

Esta metáfora sugiere que, dándosenos la descripción de un momento histórico determinado (haremos abstracción de si lo consideramos efectivamente sucedido o no), podríamos deducir la naturaleza de la producción artística de este período. Estaría bien que alguien tuviera el coraje de intentarlo.

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El texto: algo que nos llega de algún modo, distinto y concreto. No es igual que nos lo tienda nuestra madre en el lecho de muerte, sacándolo de esa bolsita de cuero ajado que siempre llevó al cuello, o que se nos aparezca en Google como resultado de la búsqueda "buitre no come alpiste". Un fantasma es, en buena medida, las circunstancias de su aparición: ¿habita un pozo, una encrucijada? ¿Hemos topado con él cuando paseábamos a la luz de la luna? ¿Ha llegado disfrazado de virus a nuestro router?

Pónganse serio si quieren y llámenlo estética de la recepción. La cosa está ahí. Un texto es un río heraclitano: nunca nos bañamos en él en la misma fecha, con la misma ropa o las mismas expectativas.

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Los textos como especies catalogables. ¿Es una narración impresionista con narrador omnisciente y flashback? ¿Un crossover entre ciencia ficción y novela erótica? ¿Un soneto acróstico?

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¿Qué tal arriesgarse a reconocer en el texto una máquina que, según sepamos usarla y según lo bien que venga de fábrica, puede funcionar mejor o peor? Si queremos usarla para lo que no sirve, vamos dados. Si no le encontramos el punto, podemos echar a la papelera el aparato que venía a cubrir nuestra necesidad más perentoria y menos confesable. No hay garantías. Puede estar caducada, llegarnos recauchutada o con manchas de grasa. Puede que haya que aprender chino para entender qué quieren decir los botones. Puede que nos sea útil saber que la fabricó el Barón de Guilette. Pero al final lo importante es que funcione. Las hay que cosechan éxitos porque se usan con facilidad y barren bien. Otras, son pocos los que han conseguido entenderlas, como esos cuadros que hay que mirar muy bien para que florezcan en tridimensionalidades, pero tienen usuarios irreductibles.

En general, cuando una cosa de éstas sigue en circulación muchos años después de que su fabricante nos dejara, podemos suponer que conserva algún tipo de virtualidad interesante. Es un acto de amor que nada sólido justifica. Pero si no miramos la cosa con interés, va a ser difícil que se digne a hablarnos.

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Como quiera que sea, cualquier visión resulta preferible a la que ve en el texto un fruto fatal de las circunstancias históricas y biográficas. Tener en cuenta autor y circunstancias de composición ayuda en ocasiones a usar mejor el texto. Las más de las veces, sin embargo, es un incordio poderoso que nos aparta del enfrentamiento real con la máquina, del intento de ver si funciona todavía. ¿Somos o no capaces de hallar el resorte que la ponga en órbita?

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