sábado, 31 de diciembre de 2005

Hora de cierre


(Adiós a las muñecas, Graciela Bello)

Todos conocemos alguien de quien decirlo. Siempre te estás yendo. Y son tus llegadas, en fin, una forma, difusa pero insustituible, de aquello que siempre esperamos: rupturas en el tiempo, en el alma, en el cielo. Adiós, Angelina, el cielo cambia de colores y yo tengo que partir. Puede ser (es muchas veces) aquel amor platónico al que nunca renunciamos, y cuya figura, imprevisible, nos lanza una estocada desde fuera de plano. Quién no teme haberla visto, su sonrisa en el andén, mientras nuestro vagón deja la vida. Puede ser aquella prima de la infancia, la rosa del amor primero, aquella que ya hemos renunciado a ver, y que de repente nos tiende su mano, a través de las tinieblas del velatorio: Lo siento mucho, de verdad. Qué pena que siempre nos veamos así, en ocasiones como estas. Pero estas ocasiones son las suyas. Puede ser, como el Gólem, como el ángel, aquel cuya llegada es providencia. La bolsa de la muerte, el calendario / donde todas las fechas van en rojo. Tal vez el Inmortal, el Eterno, vive sólo para estas ocasiones. Recorre las calles con semblante indiferente; compra un periódico o una aspirina, pregunta la hora. A las ocho le esperan en la estación de Méndez Álvaro: será la mano misteriosa que empuje al suicida cuando el valor necesario se ausente. Alguien creerá haber visto sus guantes mientras la multitud, hipnotizada, asomaba sus ojos a la sangre. Sólo los peces muertos / siguen la corriente del agua. Quién escribió esa nota, esa letra misteriosa que acompaña a los suicidas: No investiguéis mi muerte, y cuyos trazos, según la investigación, no corresponden a ningún amigo, a ningún conocido del muerto, y menos aún a él mismo.

viernes, 30 de diciembre de 2005

Años y perjuicios


Pues lo fundamental siempre es inútil,
habita en el después la tos de entonces.
Mis treinta y tres apenas son tres onces,
la edad del Galileo o de Alejandro
cuando murió febril tras dar al mundo
la forma de su amor sanguinolento.
He visto morir gente (alguno de ellos
caer entre las grietas de mi mano)
y el peso que una vez fuera liviano
me agobia sin llegar a hacerme cierto.
Ocupo mi lugar con la entereza
que se supone propia del suplente
y juro mis deberes mientras siento
que tiemblan las columnas a mi cargo
y el agua brota verde de mi frente.
El cielo se ha ciscado en mi cabeza.
Las cosas que han de ser, son de repente.

jueves, 29 de diciembre de 2005

Sócrates zamorano



Si yo viviera en Madrid (y sobreviviera...) sospecho que asistiría puntualmente todos los miércoles, a las 20:30, a la tertulia política que Agustín García Calvo ofrece en el Ateneo. Como no es así, caigo por el lugar de ciento en viento, como hoy (agradeciendo sobremanera que Agustín y los demás hagan caso omiso de las vacaciones y continúen en el empeño). Alguna de las últimas veces he salido mosqueado del evento, no por la charla en sí, sino por el ambiente de la afición, que se me hacía demasiado similar al de cualquier peña o secta. Hoy, en cambio, el maestro tenía un día claro (vino y rosas) y la variación sobre el tema de siempre (la lucha contra la Realidad) me sorprendió y me dejó pensativo.

Hablaba Agustín de los ideales, como un tipo especial de ideas que se distingue por ser irrealizable. Ponía el ejemplo de los documentales y películas que arrecian sobre el Holocausto judío, y destacaba (quizá exagerando; pero no mucho) que casi siempre hurtan algo esencial. Los nazis hicieron lo que hicieron porque eran idealistas. Tenían un ideal (la pureza de la raza aria), irrealizable como todos por dos razones obvias: se trataba de matar a todos los judíos (subrayando ese todos como algo fundamental de cualquier ideal: su aspiración a la perfección, a la totalidad) y para eso había que tener completamente claro qué era un judío (necesidad de la definición a cualquier precio: que, en este caso, obligaba a decidir un tanto arbitrariamente qué proporción de sangre judía le convertía a uno en judío, etc.).

De los nazis saltó, aprovechando el día, a Herodes (recordando a Mairena: un pedagogo hubo. Se llamaba Herodes), viendo en él no sólo al asesino literal de los Inocentes, sino al santo patrón de todos cuantos nos dedicamos profesionalmente a matar lo que hay de niño en nuestros educandos en nombre del ideal del Futuro (el hombre de provecho, el ciudadano probo que vota y consume como está mandado).

En definitiva, se trataba de mostrar no sólo cómo tras todos los crímenes a gran escala hay siempre un ideal, sino cómo el idealismo termina siempre al servicio de la Realidad, perpetuándola con oportunas actualizaciones o parches.

Cuando alguien le dijo (fue el momento más fino) que semejante panorama le llenaba de tristeza, García Calvo le preguntó de inmediato si lo triste era que las cosas fueran así o el hecho de declararlo. No hay tristeza, destacó, en denunciar la mentira, la falsedad. Si no, no estaríamos allí. Así era.

En otro momento inspirado, a la objeción de que todos los presentes comulgábamos también con un peculiar idealismo (el agustínico, se entiende), se limitó a preguntar si alguien conocía el programa que defendemos, qué pretendemos con la tertulia y para qué sirve. Visto que no, la objeción parecía caer por su peso.

A veces nos cuesta aceptar que nos pueden pasar cosas que no desmerecen de la mejor ficción. Creo que tener el lujo de asistir a esta tertulia no desmerece en nada de lo que debió de ser seguir en su día los bandazos de Sócrates. (Lástima que nuestro Sócrates zamorano no vaya a tener un Platón, ni un Tovar, ni siquiera un Diógenes Laercio. Es una lástima chiquitita, sin mucha importancia, pero uno la siente de todas formas. El capítulo de la autobiografía de Savater dedicado a GC es lo más cercano que tendremos, me temo.)

miércoles, 28 de diciembre de 2005

La matanza de los inocentes



Cuando el rey Arturo supo por Merlín que su media hermana y amante Morgause acababa de dar a luz, temeroso de lo que aquel hijo indeseado significaba, ordenó traer a la corte a todos los recién nacidos del reino y los hizo arrojar al mar. Sus órdenes se cumplieron, pero inevitablemente uno de los niños alcanzó la costa y se salvó. Años más tarde, daría muerte a su padre en la batalla de Camlann.

Un rápido careo con el Evangelio de Mateo (que ningún oyente de la leyenda podría dejar de hacer) ofrece extraños paralelismos. Cristo se corresponde con Mordred, el bebé milagrosamente salvo destinado a ser rey. En cuanto padre suyo, Arturo actúa como el Espíritu Santo, pero también (asesino de inocentes) recuerda a Herodes (y a Layo). Morgause es imagen de María (el rey Lot, su marido, hace de san José), no por virgen ante y post menos flagrantemente adúltera: madre de un hijo habido fuera del matrimonio, amante de un dios jupiterino (quien hizo la ley, la trampa) que violenta sus propios sacramentos, al modo de aquel emperador encarnado por McDowell que se presenta para oficiar una boda y acaba acostándose con la novia.

Si algún día la mitología comparada alcanzara el currículo escolar, quién sabe qué efecto tendría sobre mentes y corazones. De momento, los que posan de progres han evitado que la alternativa a la catequesis travestida de asignatura tenga ningún contenido efectivo. Que se lo agradezca quien corresponda.

martes, 27 de diciembre de 2005

Suerte y estrella


Quizá por incordiar a Platón, para quien Bien, Belleza y Verdad eran tres fases del mismo semblante, el siglo XX se complació en ofrecernos desalmados de estética impecable. Nazis que bordan a Mozart, caníbales expertos en Dante, poetas de la purga (estalinista) o el pogrom. A todos los resume la jeta de Malcolm McDowell sorbiendo la esencia de Ludwig Van y repartiendo estopa bajo la lluvia. Era fatalidad que el mismo actor terminara encarnando a Calígula (en carnívora versión porno). El resto de su filmografía (compruebo que amplísima) escapa, sin embargo, del encasillamiento: el ultraviolento amoral es también el enclenque H.G. Wells de Time after time, el rey Arturo poco después, e incluso el ínclito Merlín a la vuelta de la esquina. Si tras la máscara hubiera un alma, habría que animarse a buscarla en su película más personal, nacida de una idea de McDowell. Un hombre de suerte (O Lucky Man!), del 73, es una suerte de Desolation Row ampliada a tres horas de altura, con las canciones de Alan Price (ex-Animals) como coro inolvidable. Inocencia perdida y sarcástica: un testamento de los 60, como puedan serlo a su modo The Dark Side of the Moon (también del 73) o (inmejorable) Starless (del 74). Bien perdido, belleza mortal, verdad implacable.

Atardecer, un día deslumbrante,
oro a través de mis ojos,
pero mis ojos, vueltos hacia dentro,
sólo ven
ausencia de estrellas y Biblia negra.

Caridad, vieja amiga,
sonrisa retorcida y cruel
y la sonrisa señala el vacío para mí,
ausencia de estrellas y Biblia negra.

Hielo, cielo azul plateado
se funde en gris,
una esperanza gris que sólo anhela
ausencia de estrellas y Biblia negra.

(Richard Palmer-James)


lunes, 26 de diciembre de 2005

El fondo del vaso



En el último tramo de la carrera de los Beatles, gracia y gravedad mantienen un pulso desigual. En la película Magical Mystery Tour, estrenada un día como hoy de 1967, las canciones excelentes sobrevienen a pesar de un clima de alegría forzada y resacosa, a tono con las fechas, que anticipa la angustia devastadora de Let It Be. Más allá del éxito y de la muerte del padre (Epstein), los niños millonarios intentan explotar esa magia que les han dicho que tienen, pero que, elevada a conciencia, comienza inmediatamente a hacer agua. El único misterio, ya apenas secreto, es que la meta del viaje es la disgregación. No habrá más magia. En el tiempo que les resta, las grandes canciones que quedan ya no serán armonías lisérgicas, sino heridas descarnadas como Don't Let Me Down o The Long and Winding Road.

domingo, 25 de diciembre de 2005

Here Comes The Sun



Un día doblemente solar, por domingo (solis dies, sunday) y dies solis invicti nati, la vieja fiesta romana del solsticio de invierno, sobre la que los cristianos acabaron (desdiciéndose de su inicial desprecio por tales costumbres) superponiendo el cumpleaños de Cristo. Fin y principio (principio del fin), se trata de tocar fondo (como tanta depresión navideña viene a corroborar), pero (lo que es lo mismo) también de dar un fin a la caída. Que así sea.

Siega el sol en el ocaso
la verdad de su fulgor,
y es entonces su dolor
quien de veras resplandece.
En el mundo, nada crece
sin andar a su final.
Es de hiel este panal.
Su sabor nos fortalece.

sábado, 24 de diciembre de 2005

Book of Saturdays



Estuve atento ese día. Nadie nos explicó que el sábado, inicio del fin de semana, era en realidad el fin de la misma, el momento en que YHWH, hastiado de sus ocurrencias, se vuelve saturnal deus otiosus. Un libro de sábados es un abanico de ocasos, finales disfrazados de penúltimas copas, sangre que va quedándose fría.

Un día todo lo que nos hacía olvidarnos de qué día era desaparecería, y el tiempo residual que supuestamente nos quedara para enjugar la pérdida sería ya una prolongación del trabajo, igualmente pautada y predecible. Ocio de unos, negocio de otros. And you make all your animal deals.

No faltan sectas que sostengan que el mundo se ha acabado y vivimos una prórroga. Ése (éste) también es un mundo sábado, epígono, un falso final de camino, con su post-rock, su postmodernismo, su segunda tra(ns)ición hacia lo mismo de siempre. Lo malo del mundo no es que acabe, sino que, agotado, persista. Lo malo del mundo es el mundo, esa tentación de hacerse una idea suficientemente aproximada de cómo funciona todo y qué parte nos toca en ello. Aceptar esa baraja de manos marcadas —saber que nunca podremos apearnos del tren inmóvil.

viernes, 23 de diciembre de 2005

Veneris Dies



CRY FOR A SHADOW
(1943-2001)

Si yo necesitara (hare Brahma)
alguien a quien amar, lo arrullaría
cantando "Hay algo en ella...", "Llega el día...",
"No necesita nada más quien ama."

La lámpara se va. Sigue la llama
que tu sitar prendió en la noche fría
de un bosque de Noruega. La armonía
de una canción del norte que reclama

su sitio y vence doble displicencia.
El viento abrasa aún. Es demasiado
azul tu huella en él para olvidarte.

Hoy te hablo desde dentro y en tu ausencia.
Te has ido y aún estás - hoy que has burlado
al vil recaudador tu mejor parte.


(Devocionario Pop)

jueves, 22 de diciembre de 2005

Iovis Dies



No hay otro dios como Zeus
profeta cierto: él hace la profecía, y él
la hace cumplirse también.
(Arquíloco, fr. 84 D)

Antes decías que todo tu mundo acababa en Catulo
y que ni a Júpiter, Lesbia, querrías antes que a mí.
Tanto te quise entonces, no ya como uno a su amada,
mas como un padre a los suyos, hijos o yernos, los quiere.
Ahora ya te conozco, y aunque me quemo más hondo
eres tú ya para mí mucho más leve, más vil.
¿Cómo es posible?, preguntas. Porque ese ultraje al amante
le hace querer más aún — pero querer menos bien.
(Catulo, carmen 72)


miércoles, 21 de diciembre de 2005

Mercurii Dies


Le había dado esa mañana por pensar en frases egipcias, en Thoth, significativamente dios de la magia e inventor del lenguaje. Discutieron un rato si no sería una falacia estar discutiendo un rato, dado que el lenguaje, por más lunfardo que lo hablaran, participaba quizá de una estructura mántica nada tranquilizadora. Concluyeron que el doble ministerio de Thoth era al fin y al cabo una manifiesta garantía de coherencia en la realidad o la irrealidad; los alegró dejar bastante resuelto el siempre desagradable problema del correlato objetivo. Magia o mundo tangible, había un dios egipcio que armonizaba verbalmente los sujetos y los objetos. Todo iba realmente muy bien. (Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 42)


martes, 20 de diciembre de 2005

Martis Dies



La guerra que vendrá no será nueva.
La vimos otras veces: el imperio
debe, de cuando en vez, ponerse serio.
Reconfortado, el público comprueba
una vez más que el fuerte siempre lleva
las de matar. Aguarda el cementerio
las tibias del espléndido tiberio
que humilla al amateur mientras eleva,
erótico, al maestro del negocio.
¿Qué es un traidor, al fin, sino un amigo
cuya depuración es el testigo
de nuestra pulcritud? El sacerdocio
del orden y la paz tiene estas cosas.
Vis pacem? Cave canem. Cava fosas.


lunes, 19 de diciembre de 2005

Dies Lunae


Dos décimos de luna
La luna, reloj de fiebre,
mengua y acrece las horas.
Es señor de las señoras,
labio roto de la liebre.
Cuando el espejo se quiebre,
hallad en él su semblante:
anciana niña gigante,
marea del equilibrio,
elogio cuanto ludibrio
del vacío rebosante.

Almendra de lo inconstante,
es fuerza de la fortuna:
hace del sepulcro cuna,
depósito del instante,
raya y dispersa el diamante
con suaves yemas de hielo.
Fruta secreta del cielo,
el zumo de su pasión
hace soñar a Endimión
marismas de violonchelo.


domingo, 18 de diciembre de 2005

Sunday feeling


Enfrente del sol que sale
tiene mi niña un balcón;
sale el sol, sale mi niña,
salen mi niña y el sol
(tradicional)


La virtud que hace regalos


Cuanto más laicas y modernas las tarjetas de Navidad, más insoportables. De las que han pasado estos días por mis ojos, sólo algunas que reproducían imágenes medievales o prerrafaelitas trasmitían (a pesar de la banalización) un aliento de vida. Símbolos con trasfondo. Lo demás tenía la profundidad de un anuncio de ONG, aunque en vertiente siéntete bien. Habrá que agradecerlo, porque la única posibilidad de dotar de contenido a este vacío humanista es la culpabilización, que tampoco falta. Postales pintadas por minusválidos que utilizan la boca y los pies (¿qué degenerado se negaría a comprar una?); postales que cotizan, tanto por ciento mediante, en programas de ayuda a los menesterosos. Solidaridad consumible. Si el consumismo es fatalidad, procúrese al menos desviarlo hacia algo útil, moralmente desgravable. Casi no hace falta reescribirlo: puestos a consumir, ¿cuánto cuesta lavar la conciencia? (Cómodos plazos.) Frente a tanta moral de urgencia, las imágenes del Nacimiento (ángeles, mula y buey, pareja diosfuncional, puer senex) desprenden un perfume arcaico, casi pagano. Se trata de material mítico, ajeno al cotarro presente, por mucho que nos llegue adaptado (con calzador) al mercachifleo . Algo como el popular que tan postizo suena en según qué siglas políticas. Tras el homo correctus, se desboca el symbolicus, con su afición a blasfemar contra la literalidad con paradojas (madre virgen, niño anciano, alegría crucificada) y su querencia por lugares y animales del alma (la cueva, el olor a establo, calzones y pañales) tan fértiles como insalubres. Así las cosas, el placer posible del regalo (pervertido en obligación que cumplir con personas que a veces no amamos o ni siquiera respetamos, o con las que sencillamente no estamos en la sintonía necesaria para que un regalo tenga sentido y acierto) resta sólo en su porcentaje de incertidumbre, de complicidad: un plus innecesario y sin garantía, pero potencialmente entrañable. Hacer regalos no es pagar impuestos, sino un deseo de agasajar al otro, hacerle el amor, sorprenderle. Placer ambiguo, riesgoso, sensual. Estiércol, oro, incienso y mirra.

sábado, 17 de diciembre de 2005

Alba de la endemoniada


Me tiras de la lengua: su sangre quieres ver.
Exiges que repita mi falso testimonio:
de qué modo y manera sentí al atardecer
vagar sobre mi pelo la mano del demonio.

No declaró su nombre, ni yo miré quién era:
el que no espera nada no pone condiciones.
Necesitaba un sueño. Pasé la noche entera
velando en una niebla florida de canciones.

El uno soñó al otro con ojos bien abiertos.
Temblando envejecimos. Remota la manzana
del sol ardió en la boca del reino de los muertos.

Comida de gusanos, la Luz entró en el piso.
—Comed todos de ella —decía la mañana.
Miré y se había ido. Con Él, el paraíso.

viernes, 16 de diciembre de 2005

Rebobinando



—Soy un poeta libre.
—Caramba, le felicito. ¿Y eso?
—Escribo cada poema de modo que sea irrepetible, distinto, dotado de un ritmo único.
—Ya veo: elige usted, de entre todas las posibilidades, la que mejor cuadre.
—Xactamente.
—O sea: si la ocasión le pide un soneto, un ovillejo o una octava real, los usa...
—No. Yo no uso jamás esas formas periclitadas, jurásicas.
—O sea, que son posibilidades que recorta.
—Son caminos muertos.
—Pero sin duda, de querer, sabría usarlas.
—No me he molestado. ¿Para qué?
—De modo que, por inepcia y falta de entrenamiento, toda forma métrica ya practicada queda fuera de las posibilidades que baraja a la hora de componer.
—Yo no he dicho eso... ¿Además, quién quiere dominar técnicas que no sirven para nada?
—¿Y cómo sabe usted que no sirven para nada?
—Es evidente. Son cosas del pasado, antiguallas.
—Ya... Y entonces, toda la poesía compuesta en metros, rimada, etc., carece de todo valor.
—Bueno, puede tener valor arqueológico; y es una referencia: es lo que no quiero hacer, lo que no tendría sentido seguir haciendo.
—Y supongo que eso no será una idea aislada suya.
—En modo alguno. Todos los poetas conscientes, desde principios del siglo pasado, comprendieron que la poesía del futuro no podía someterse a tales formalismos.
—Ya. Así que la originalidad de usted consiste en seguir la corriente vigente en nuestros días, en vez de seguir la corriente vigente un poco antes.
—Hombre, tal como usted lo expone parece que la elección fuera un capricho de la moda. Hay razones profundas...
—Me encantaría conocerlas.
—Básicamente, la poesía no puede someterse a leyes o corsés formales: tiene que ser un fluido libre, donde las palabras se asocien por otros criterios que no sean el del sonsonete o el tachín tachín...
—O sea, más o menos, como siempre ha sido en la prosa.
—Claro.
—Pues entonces no me queda entonces muy claro en qué se diferencia la poesía de usted de la prosa, ni qué tiene en común con la poesía anterior, métrica.
—Hombre, usted es que se ciega interesadamente. Está muy claro: en la poesía la función poética del lenguaje, la de llamar la atención sobre sí mismo, se extrema más que en la prosa.
—Ajá. Es eso. Así que dicha función no se da en la prosa...
—¿Ve como no me escucha? Se da, pero menos.
—Y cualquier texto en que dicha función se ejerza de modo llamativo sería poético...
—Claro.
—...se escriba en rengloncillos cortados o todo seguido.
—Hmm. Sí, claro.
—O sea, que lo de escribirlo en renglones cortados es un resto visual de cuando la pausa rítmica de fin de verso se expresaba con el salto de línea.
—Bueno; no voy a negar que alguna vez sirviera para eso (ya sabe que de la poesía métrica ésa poco se me da ni entiendo). Pero ahora sirve para otra cosa...
—Habíamos quedado en que no era imprescindible. Pero estoy deseoso de aprender: ¿para qué sirve ahora?
—Da una independencia relativa a fragmentos del discurso, y los dispone visualmente de modo significativo.
—Ya... O sea, que la división tiene un valor visual y enfático.
—Xacto.
—Deduzco de eso que al aspecto visual del poema, a su disposición sobre el papel, le da usted mucha importancia.
—Claro.
—En el extremo, entonces, cada disposición del poema (tipos de letra, etc.) sería una obra de arte distinta.
—Bueno: una variación del mismo poema.
—Y al recitarse, el poema perdería una dimensión fundamental.
—Claro.
—Ya... Y oiga, ¿esto de la poesía como la entiende usted, qué tiene en común con lo que se llamaba poesía antes?
—Bueno, aquello ya le digo que es una mera referencia, en gran medida negativa.
—Ya.
—Pero en lo mejor de aquella poesía, sacrificada todavía a corsés y esquemas, se vislumbraban ya las posibilidades realmente poéticas que sólo el siglo XX ha sabido desarrollar.
—Ajá.
—Escalofría pensar lo que grandes poetas como Lorca o Hernández podrían haber hecho si se hubieran atrevido a cortar definitivamente con esas formas caducas...
—¿Vd. cree?
—No me cabe duda.
—O sea, que lo que se llamaba poesía hasta antesdeayer no sólo no era poesía, sino que era un obstáculo para que la poesía de verdad pudiera darse...
—Sí.
—Y ha habido que esperar a los grandes artistas del XX para que empezara a haber poesía de verdad.
—Claro.
—Poesía libre.
—Xacto.
—Libre, porque elige lo que quiere...
—Sí.
—De entre las escasísimas posibilidades que la absoluta impericia de la mayor parte de los versolibristas le ofrece.
—¿Me llama Vd. inepto?
—Libre porque elige lo que está mandado, por la moda y la inercia, elegir...
—¿Está cuestionando mi criterio?
—Y poesía de verdad porque se aparta de lo que siempre ha sido la poesía (juego del sentido y el ritmo) para ofrecer prosa recortada en renglones y colocada de forma llamativa sobre el folio...
—Basta. Está claro que no ha entendido nada.
—Pero libre sobre todo porque cada poema es distinto y único...
—Hombre, me alegro que al menos eso lo vea.
—...y por eso casi todos los poemas en verso libre se parecen tantísimo y suenan igual, con la conocida tendencia de fondo al octosílabo y las pausas gramaticales exageradas.
—Está claro que no tiene Vd. oído.
—Si Vd. lo dice.
—Y además es un retrógrado.
—Lo sospechaba.

jueves, 15 de diciembre de 2005

Todo va bien, tan sólo estoy sangrando


(metamorfo de Bob Dylan)


La oscuridad al romper la mañana
ensombreció la cuchara de plata.
Filo hecho a mano; el globo de un crío
eclipsa el sol y la luna de un guiño.
¿Entender? Antes de tiempo ya sabes
que no merece la pena esforzarse.

Las amenazas se jactan con sorna,
observaciones suicidas que arroja
la dentadura dorada del necio.
Cuernos vacíos malgastan palabras
para advertir
que aquí el que no se dedica a nacer
es porque está entretenido muriendo.

La tentación se escapó por la puerta:
sales tras ella y estás en la guerra.
Miras rugir en cascadas la pena:
vas a llorar, pero caes en la cuenta
de que, al revés que anteayer, hoy serías
sólo uno más de los mil que se quejan.

No temas, pues, aunque llegue a tu oído
la confusión de un extraño sonido:
todo va bien, simplemente suspiro.

Unos victoria, derrota otros cantan.
Grandes o chicas razones privadas
puedes catar en los ojos de aquellos
que a cuatro patas ordenan degüello
mientras no falta doctor que prescriba
no aborrecer otra cosa que el odio.

Fiel desengaño: palabras que ladran
mientras los dioses humanos disparan.
Es todo cosa de pega: pistolas
para apuntar a los Cristos carnosos
que resplandecen en nichos de sombra.
No hay que dejarse los ojos: ya ves
qué pocas cosas resultan sagradas.

Predicadores predican desdichas;
el profesor ilustrado profesa
que la demora del conocimiento
puede brindarte billetes a espuertas.
El bien se esconde detrás del umbral,
pero es inútil: hasta el presidente
de los Estados Unidos a veces
tiene que andar por el mundo desnudo.

Aunque la ley de la calle entre en casa,
es sólo un juego vulgar que driblar
—nada me cuesta seguir la jugada.

Cientos de anuncios sagaces insisten:
eres la bomba. Tú puedes lograr
lo que jamás logró nadie, ganar
lo que jamás pudo nadie soñar
ni que existiera. Entretanto, la vida
sigue allá afuera y sin más te rodea.

Desapareces y vuelves a estar,
ves que no hay nada real que temer
y cuando al fin te compruebas a solas
una voz trémula, oscura y distante
viene a avivar tus dormidas orejas:
oyes decir que por fin te encontraron.

Una pregunta se enciende en tus nervios,
y aunque la sabes inmune a respuestas,
tú te la guardas y sigues sabiendo
que no es aquél ni es aquella ni aquello
de lo que puedas decir: "estoy dentro".

Aunque los jefes decidan las reglas
para los sabios y tontos al par,
yo no me ajusto ni a nada ni a nadie.

Los que se pliegan a la autoridad
que en realidad para nada respetan,
los que desprecian su propio trabajo
hablan con celos del hombre que es libre
mientras cultivan las flores que son
ya para ellos tan sólo inversiones.

Hoy se bautiza con firmes principios
en el estricto interés del partido.
Hazte del club: te podrás disfrazar
y criticar con total libertad
a los pardillos que aún no son socios.
Tú sólo dinos quién vas a adorar
y ya verás cómo Dios lo bendice.

Llamas en flor echa aquél por la boca,
bravo tenor en el coro de ratas.
La sociedad con sus firmes tenazas
le ha dado forma, y no busca subir
sino arrastrarte al cubil donde vive.

Yo no reprocho ni quiero hacer mal
al que procrea en la losa fetal
—pero al diablo si no lo complazco.

Viejas resecas imparten justicia
a las parejas: marchitas al sexo,
tienen el cuajo y la falsa moral
de maldecir, observar e insultar.
Cuando el dinero no habla, blasfema.
¿Obscenidad? ¿A quién coño le importa?
La propaganda es tan falsa cuan mema.

Eso que no pueden ver, lo defienden
muchos con pompa y orgullo asesinos.
Con amargura te vuelan los sesos
ésos que piensan que no ha de alcanzarles
la honestidad natural de la muerte.
Suele la vida ser bien solitaria.

Mis ojos chocan con los cementerios
siempre repletos, me arrastro entre dioses
falsos con la mezquindad siempre torpe
de quien camina esposado. Le doy
una patada intentando romperlo
y digo: «Bien, para mí es suficiente.
¿Queda algo más que podáis enseñarme?»

Y si pudieran fisgar en mis sueños,
me llevarían a la guillotina,
pero está bien: simplemente es la vida.

miércoles, 14 de diciembre de 2005

La espada rota



Hay algo bueno en casi todos los revivals. Aún no lo he descubierto en éste. No hay milagro tecnológico que pague aguantar otra vez a los campoamores reciencurcidados, a los ilustradetes vetústeos que dicen mito y piensan patraña, a las novelistas de flujo anecdótico. Oh dioses negros. ¿Qué maldición nos ha devuelto a finales del siglo XIX? ¿Cuánto se hará esperar el próximo Darío?

martes, 13 de diciembre de 2005

Martes y trece


Primero el martes (o el viernes). Ni te cases ni te embarques. Martes/Marte y viernes/Venus, amor a contrapié. Días y dioses peligrosos, medio espuma medio sangre, orgasmo y (pequeña) muerte.

Después, el trece. Los doce apóstoles más Cristo. El trece es el Asiento Peligroso, el de Judas. El capítulo 13 del Apocalipsis es el consagrado a la Bestia, y el arcano 13 del Tarot, la Muerte. Las doce ya las dije, trece no las aprendí, vete al infierno, demonio, que esta alma no es para ti. En los sistemas de doce (las notas cromáticas, los Olímpicos, los signos zodiacales, los meses) el trece es el número imposible, excluso. Vainica Doble:

El cuco salió a cantar doce veces
pero le miraste
y cantó las trece.

Uno de los grupos psiquedélicos más añejos se llamaba 13th Floor Elevators, los Ascensores del Piso Trece. Las 13:00 son hora peligrosa, la hora inmediata al mediodía en que andan sueltos fantasmas y apariciones. El sol de las trece, que camina para ponerse, es ya un falso sol, según vieja cosmología amerindia: a la vez sol y luna, sol de esqueletos y de apariencias. Ya casi dormidos,

se pueden leer en el sol que se pone
los nombres del rey de este mundo y la fecha
en la que los ojos habrán de cerrarse.


lunes, 12 de diciembre de 2005

Rojo sangre



(imagen: gentileza de J. J. Dias Marques)


El Romancero le gustaba hasta a Borges. Esa parte realmente lindísima de nuestra tradición está, además, llena de recovecos. Por ejemplo, yo nunca hubiera pensado que el Santo Grial, esa madre de todos los McGuffin, encontrara su camino hasta Ciguñuela (Valladolid). Sin embargo, así fue, y la Revista de folklore del padre Díaz lo atestigua. Los romances de tema religioso son pocos y los más, como éste, reelaboran materia profana. Como quiera que sea, los versos finales son dignos de Excalibur.


La Virgen se está peinando
debajo de una alameda.
Pasa por allí José,
la dice de esta manera:
—¿Cómo no canta la Virgen,
cómo no canta la bella?
—¿Cómo quieres que yo cante
si estoy en tierras ajenas?
Tengo un hijo más blanco,
más blanco que la azucena.
Le están ya crucificando
en una cruz de madera.
Vivo le clavan los pies,
vivo le clavan las manos.
La sangre que de él caía
caía en un sagrario,
el hombre que la bebiese
será bienaventurado,
será rey en este mundo
y en el otro coronado.



domingo, 11 de diciembre de 2005

A los cuentos de niños se les cambia el final



Hocicos, hocicos por todas partes.

El hombre se extiende.
(Cioran)

Vivimos tiempos raros. Alabanza de ratas y descrédito de felinos.

Como la banda del Sargento Pimienta, los gatos have been going and out of style. Está la vieja calumnia del gato negro (las cuerdas más baratas para guitarra se llaman así), familiar brujeril. Más cerca de nosotros, Disney tuvo que ser un gatófobo de cuidado: el juego de Rasca y Pica, de los Simpson, es su legítimo heredero. En la 13 Rue del Percebe, de Ibáñez, también hay un gato que siempre acaba hecho filfa.

¿Y los ratones? Mientras la gente tuvo graneros y algo de sentido común, nadie les dio coba. Está la fábula del ratón de campo y el de ciudad, ya en los latinos, pero ahí no se toma partido por la especie: nos limitamos a reconocernos en ella. Tuvieron que llegar Disney & Co. para vendernos la rata simpática y ultraliberal. No es extraño que luego emerja en hamburguesas y latas de refresco —una linda metáfora que se les va de madre.

Pequeños gigantes


Por Navidad
a ver qué tal envuelves
la Realidad.

Se acerca la Navidad, miren por dónde. Buena hora para hablar de niños que salen príncipe (o rana). Niños raritos, extremadamente precoces, como abundan en el folklore. Curtius y Jung nos hablaron del puer senex, el niño anciano, que nace dotado de antinatural sabiduría y don de lenguas. Al mismo Cristo se le ve alguna vez así, marcando divinidad como quien dice desde primera hora de la mañana.

Los duendes tienen con frecuencia aspecto de niños avejentados, y de Eros/Cupido/Amor ya se reía Luciano observando que el rorro en cuestión era más viejo que el titán Jápeto. («Caduco dios y rapaz», dice Góngora por lo mismo.)

En Entrevista al vampiro, Ann Rice juega con la idea. Su personaje mejor es Claudia, esa niña convertida en vampiro que se hace inmortal, pero nunca crece (ni puede convertirse en madre).

Frente a la atrofia, el vértigo. Héroes y dioses hay que crecen a ojos vista. Hermes no me acuerdo cuántas fechorías hizo en su primer día, semana o mes, y al bebé Heracles le encontramos jugando con ventaja con las serpientes venenosas que Hera envía a saludarle. En la canción sefardí resumen bien el tipo:

A la una yo nací,
a las dos me engrandecí;
a las tres tenía amante,
a las cuatro me casí.
Me casí con un amor.

Pero estos son grandullones, niños eternos, maduros sólo en almíbar. El trayecto de Cristo es la verdadera infancia abolida, sacrificada sin consideración ni verso intermedio al destino heroico: esta noche nace el niño / que ha de morir en la cruz. Sin anestesia.

El Titán desdentado




Miguel Bakunin, anarquista, poeta. «El deseo de destruir es al mismo tiempo un deseo creador». Antes que Marinetti o Tzara, cuando aún era verdad. Otro empellón: «El hombre puede vivir: todo, cada momento de su vida es grande, verdadero y sagrado. Hay que buscar el infinito en todos los puntos». Puertas abiertas al campo: las de Blake o Jim Morrison. Breton: «Todos estamos hambrientos de infinito».

Fue, felizmente, intolerante: nunca soportó que se hicieran malos poemas, relatos u obras de teatro alegando buena fe revolucionaria.

Bakunin sufrió prisión en tres países distintos y durante su cautiverio contrajo el escorbuto, enfermedad que le hizo perder casi todos sus dientes. Para aliviarse del dolor, aun sin tener acceso a papel y tinta, inventó borgianamente una obra de teatro que hacía y rehacía en su cabeza. Un amigo suyo recuerda:

«El tema era Prometeo, a quien la Autoridad y la Violencia habían encadenado en un pico rocoso por haber desobedecido al déspota del Olimpo, y al que las Ninfas del Océano iban a consolar. Y con su voz gastada nos cantó una melopea compuesta por él mismo, con la que las ninfas reducían los sufrimientos del Titán cautivo.»

sábado, 10 de diciembre de 2005

All along the watchtower


Por algún sitio debe quedar una salida.
­¡Es todo tan confuso!—ladró el bufón, mohíno—.
Los hombres de negocios apuran nuestro vino
y agostan nuestra tierra con avidez suicida.

—Son muchos los que piensan que todo en esta vida
hay que tomarlo a broma —bufó el ladrón, ladino—.
Tú y yo estamos de vuelta; no es ése nuestro sino.
Nos urge hablar en serio. La hora va cumplida.

Por toda la atalaya, estricta vigilancia
de príncipes. Bullicio. Descalzas van y vienen
mujeres, pajes, sombras que apenas se detienen.

Se oye gruñir un gato montés en la distancia.
Dos hombres a caballo se acercan al lugar.
Silencio en las almenas. El viento empieza a aullar.


(Devocionario Pop)